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El Proceso hacia la Paz según Yehoshua

“Para quien vive con alegría de corazón, el cuerpo crece en serenidad, y la mente crece en serenidad. Cuando el cuerpo y la mente de un bikkhu que vive en alegría de corazón crece en calma, entonces la serenidad como un factor del despertar aparece. Desarrollando esta, la lleva a su plenitud”   Sutra Anapanasati

Venid a mí todos los que trabajáis y lleváis una pesada carga, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11: 28-38)

"Me siento desgarrado, abandonado de la esencia, solo en esta vida separada. Y no tengo paz. Vivo vigilante y lo de fuera es una amenaza para lo que quiero, lo que siento, lo que tengo. Tengo sed, sed de pertenencia y de sentido, sed de poder transcender, de ir mas allá. Vislumbro una sensación palpitante, de horizontes que no se terminan, de horizontes lejanos que se alejan mientras avanzo. Tengo miedo a no llegar, a no completar el camino, y por ello vivo en angustia por mi vida. Quizás no solo por mi vida, no por la existencia, sino por el significado, el sentido, y la razón de esta sed que no se apaga. Recuerdo el ultimo acto de incomprensión de mi maestro en el momento de su agonía:

¡Elohi, Elohi! ¿Lama Sabachthani?

que hace eco del salmo 22:

¿Por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación,
y de las palabras de mi clamor?
Dios mío, clamo de día y no respondes; y de noche, y no hay para mí reposo

Y este grito es en si un koan que no comprendo, algo que estalla en mi mente y que me lleva al silencio, mientras se apaga en mi la razón, la comprensión conveniente. Creo que me falta el “sentido común” para vivir entre los hombres. Y la presencia de la muerte como un transito final se me aparenta difícil. Tal parece que se me pide no solo la anulación física y mental, sino también el abandono espiritual como forma de entrar en el ámbito en el que el agua viva está presente para calmar esta sed, para que todo tenga sentido ¿Es que la transformación del mundo pasa por la radical soledad del ser, el momento en el cual se ha de producir la muerte absoluta, la aniquilación de la existencia? No lo entiendo. Y repito con el maestro:

E intento comprender que el único camino para mi es abandonar este yo, renunciar a lo que tengo, a lo que quiero y a lo que creo ser en esta vida individual que me he imaginado única, para así transitar por la noche, hasta que esté preparado para la renuncia, para la aceptación. Este crisol de incomprensión y abandono es donde tu querías que llegara. Y al decir tu estoy diciendo también yo.  Y este dialogo se convierte en una presencia sin palabras, en un quedar quieto en el instante, mientras el palpitar doloroso se deja sentir. Este grito de desesperanza, esta sed que me impulsa mas lejos es el grito necesario, me dices, para que la vida divina oculta en la creación se muestre `por fin, para que el Reino del Padre tenga un lugar en todo lugar. Y este grito es también de comunión con todos los que sufren, con “la miríada de gritos agónicos en las cárceles, en los lugares de tormento y en los tugurios de opresión”.

Y ¿cuál es el siguiente paso? ¿O habré de quedarme suspendido en este drama de solo mirar mi abandono, de solo contemplar mi sed? ¡Que espectáculo patético del que se ve a si mismo en este clamor, pero que se vuelve ciego al grito unísono, común de la creación en transformación, en desigualdad y en incompletitud! Así que habré de olvidarme de este instante de desesperación egoísta, de ese contemplar neurótico del cuerpo de mi Mesías particular, yacente en la oscuridad del no entender, para volverme a mirar por fin con ojos nuevos  la evolución de las cosas, a perderme en el conjunto de este transito de vida que  bulle en torno a mi, y mirar lo que es diferente, lo que es desigual, lo que esta en perdida; para igualar, para juntar para unir. “Y ver a los que sufren, a la miríada de gritos agónicos” , como mi propio grito, mi propio palpitar.

Y habré de pasar por el acto del perdón, que para mi es la unión del perdonante y el perdonado en una sola realidad. Y este acto del perdón, que también he llamado del “abrazo gozoso”, habrá de ser, para quien ha desaparecido el significado del yo y del tu, de la ofensa y del ofendido, igualar las condiciones de vida, las condiciones de acceso a los bienes, de reequilibrio de lo disarmónico. Habrá de suponer la tarea de restitución del perdón. Por tanto perdón y abrazo se hace equivalentes a igualar, a juntar lo desunido, a la aparición de un espíritu de apertura y comunión.  En la expresión del amor sin condiciones, de la práctica del abrazo gozoso, que ha de ser mi camino en esta noche del espíritu, no cabe la contemplación de la deuda, de la diferencia, de lo imperfecto, ya que el foco es atender la necesidad, y la compasión, entendida como “ser uno en el padecer y disfrutar”, se convierte en la guía en mi camino. Esta es la posición del iluminado, del despierto, del que hace posible la instauración del Reino. Olvidaré la diferencia y lo que se debe, y atenderé la necesidad y el acceso equitativo a los bienes. En esta acción el gozo,  la alegría del corazón, aparece por fin, y en vez de la búsqueda neurótica de significado, aprendo el significado de la humildad perfecta, que es ser uno con todos los seres, y

… reconoceré en mi mismo, si bien de forma incipiente, la naturaleza divina, y este reconocimiento aparecerá como una revelación abrumadora, que al contemplarla me cegara y me será difícil sostenerme en mis pies. Tan abrumadora es la revelación de lo divino desarrollándose a mí mismo que, si fuera capaz de contemplarlo con completa claridad, este hecho removería los cimientos de todo lo existente y haría completar el camino que pretendo para mi y para todos los seres…                                                 (“la Nube del No Saber”)

 Ya que esta naturaleza divina no es otra cosa que la unión definitiva, el proceso de juntar. Así entiendo las palabras del maestro:

Venid a mí todos los que trabajáis y lleváis una pesada carga, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11: 28-38)

Y en vez de entender “mi yugo” como una “carga” o “trabajo” lo entenderé mejor como el término “yug” del sánscrito, que significa “uncir” o “unir”. Ésta es la raíz de la palabra “yoga”, y el yoga busca en mi acelerar el proceso de unión de todas las cosas. Desde la alegría del corazón, que significa comprender sin comprender, hasta la paz, que es la unión de los seres y las cosas. Desde la opción práctica, pragmática para curar las heridas de la humanidad, el hambre, la injusticia, la desigualdad y la diferencia como resultado de la opresión de unos seres por otros seres.

Y esto significa construir la paz, construir la serenidad de la que habla el maestro. Es necesario, necesito, transitar desde la pena al amor, desde la neurosis a la apertura del corazón hacia lo que existe  y es por si. Desde ahí aprenderé a vivir sin respuestas, aprenderé a salir al paso en el camino con la seguridad de pertenecer, de ser, y comprenderé el significado del poema sufí que grita en mi interior:

“…solo cuando cesa el agitado trascurrir de las olas, el océano ilimitado muestra su serenidad eterna…”

Y con un Gasho os digo : “mi paz es la vuestra, mi paz os dejo y os doy. En ella habitamos y somos”