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Kosho Uchiyama

Kosho Uchiyama Roshi nació en Tokio en 1912, antes de convertirse en monje zen estudió en la universidad de Waseda, en su ciudad natal, donde se diplomó en filosofía occidental, y comenzó a impartir clases en un liceo femenino en Miyazaki, volviendo posteriormente a Tokio, donde se casó en 1939. Su joven esposa murió mientras estaba embarazada, acontecimiento que dejó huellas profundas en él. A partir de entonces se acercó al sôtô Zen, encontrando en 1941 a Kodo Sawaki, monje errante y reformador del Zen, el cual lo devolvió a la pureza de sus orígenes, revitalizando la práctica de zazen como uno de sus pilares más básicos. Desde ese momento siguió a aquel en sus desplazamientos, hasta su muerte en 1965, momento en que le sucedió como responsable del templo de Antaiji, el templo que Kodo Sawaki había rehabilitado como un sitio consagrado al estudio de Dôgen, monje fundador del Soto Zen, y a la práctica del zazen.

Kosho Uchiyama convirtió Antaiji en un lugar autosuficiente, dedicado a la practica de zazen, al samu (trabajo) y al estudio del dharma, despojando al zen de añadidos rituales y religiosos que había adquiriendo con los siglos, devolviéndolo a la pureza original de su fundador. Es autor de más de veinte libros sobre la práctica del zen, igualmente fue un experto en origami, el arte de origen japones del plegado de papel para obtener diversas figuras, conocido en español como papiroflexia, sobre el cual publico igualmente algún libro. En 1975 se retiró de Antaiji y vivió con su esposa en Noke-in, un pequeño templo en las afueras de Kyoto, hasta su muerte en 1998.

En este texto, Kosho Uchiyama nos habla de una forma clara sobre la experiencia interior durante la práctica de zazen, explicándonos como, en el zazen predicado por Dôgen, por su propio maestro Kodo Sawaki y por el mismo, más allá de la búsqueda de algún tipo de experiencia especial, más allá incluso de la búsqueda del satori, más allá del intento imposible de hacer desaparecer los deseos, la ilusiones y los apegos, lo importante es el esfuerzo mantenido por volver a la pura realidad de la práctica real y viviente de zazen, la apertura a la realidad en cada instante de nuestra propia vida.