Espiritu y Zen America

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Espiritu y Zen America

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La música callada, la soledad sonora

(…)

la noche sosegada,

en par de los levantes de la aurora,

la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora (…)

 

Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya solo en amar es mi ejercicio.

 

Escucho la canción del ruiseñor.

El sol es tibio, el viento es suave, los álamos de la ribera son verdes,

¡ningún buey puede esconderse aquí!

¿Qué artista puede dibujar esa maciza cabeza, esos majestuosos cuernos?

 

Al oír la voz, puedes sentir su fuente.

Tan pronto como emergen los seis sentidos,

atraviesas la puerta.

Dondequiera que uno entre, uno ve la cabeza del buey.

Esta unidad es como la sal en el agua, como el color en los tintes.

Lo más sutil no está separado de tu mismidad.

 

Los escenarios van cambiando. A veces ha habido zozobra, resistencia, ruido en vez de silencio, y otras veces, de pronto, se destila una calma profunda. Y me gustaría estar siempre en esa calma profunda, en ese gozo interior. No siempre es así, pero hoy espero hablar desde ese gozo interior, desde ese momento. Momento en el cual se empieza a entender eso de la ‘música callada’: contemplo la existencia, contemplo el silencio denso que existe en todo y entiendo esa palabra que decía Willigis Jäger, a menudo: ‘Escucha el silencio tras el silencio. Escucha el ritmo de la vida, que no necesita interpretarse, que no necesita entenderse.’

Eso es lo que el poeta místico, entiendo que quiere decir con ‘la música callada’. No el atronador ruido de los acontecimientos, no el ritmo trepidante de las cosas a hacer, la actividad que ha de ser justificada. Simplemente la realidad expresándose en armonía, silencio en la armonía, por fin estoy en paz. Desde una profunda comprensión que no sé de dónde viene y no sé explicar.

Por un momento, mi mente y mi corazón están unificados. Tantas veces los veo una, por un lado, otro, por otro, la mente intentando domesticar el corazón, el corazón que no se entiende a sí mismo. Entonces, esa frase de los antiguos ‘mente-corazón’, el shin de los chinos. Aquí se expresa en un único momento: no separo ni rechazo mi mente racional, lógica, analítica, capaz de entender, capaz de meter en palabras la realidad, pero no me fío solo de la mente, sino que mi corazón, mi intuición, esa sabiduría profunda que surge desde dentro, se unifica en la expresión de este momento, produciendo un gozo profundo de vida.

Respiro desde el hara, el centro del abdomen, mirada recta, y observo la dinámica de las cosas, de los seres, el ritmo de la vida, el color de la montaña iluminada por la tarde, de la luminosidad, del cambio de la temperatura, de las pequeñas cosas que van sucediendo… Son ‘mis cosas’: no hay límites, no hay separación, estoy integrado, estoy incorporado, a la armonía del ritmo que se mueve en cada momento.

La palabra armonía es importante. Es como un danzar, como una suave transición que, momento a momento, se expresa, que hace que todo continuamente cambie, que todo continuamente esté evolucionando, que las cosas y los seres aparezcan y desaparezcan, y esta existencia también. Pero esta existencia ya no es este ‘yo’ que creo ser, porque no hay ese ‘yo’, solamente hay acto, solamente el momento, solamente hay manifestación y disfrute de esta realidad. Una armonía en el centro del alma, en el centro del ser, mientras los personajes van apareciendo y se van apagando, mientras las preocupaciones aparecen como olas en el mar y se van disminuyendo, se van suavizando.

Y, mientras, he abandonado el control: ya no controlo, ya no cojo la vida como si fuera un objeto. La vida me coge. Las cosas y los seres que yo quería controlar no sé dónde están. Hay un sentimiento de rendición: me he rendido, me he rendido ante la existencia, me he despojado de esa neurosis individual de querer situar fuera de mí todo lo que existe y, desde ese ‘mí’, querer manejarlo todo. Lo he soltado.   

Y me he vuelto perdidizo y los que me contemplan creen que ya no soy el que era antes: el controlador, el que tenía las cosas claras, el que sabía lo que era bueno y lo que era malo, el que tenía el consejo a punta de boca, soltando fórmulas para guiar a las gentes. Ya me faltan esquemas, ya no tengo esquemas, y me muevo en oscuridad. Acepto estar en oscuridad y no tengo prédicas que dar a nadie.

He decidido permanecer en la realidad, aceptando incorporarme a ella, respirando siempre en silencio y mientras escucho el silencio de trasfondo. Y lo escucho cuando ando, lo escucho cuando me quedo parado, lo escucho cuando como, lo escucho cuando miro, cuando palpo, cuando alguien me mira, cuando el sol me mira. Y, en cada paso, ese fuego de transfondo crepita y los truenos, relámpagos y vientos que me mueven en mi existencia, no consiguen apagar ese fuego de trasfondo, ese silencio armonioso que me acompaña en el fondo del corazón. No es la perla separada, no es la fórmula magistral prendida en el fondo del alma que tengo que encontrar. Es todo en sí, el buey blanco está en todas partes. Allí donde miro ahí le veo. Y hay una apertura, un espacio silencioso, una sensación de abrazar lo que existe, que me anonada, me llena de emoción y me hace sentir vibrantemente vivo.

“Ya no guardo ganado, ya no tengo otro oficio,

que tan solo el amar es mi ejercicio”.

¿Qué es el amar en esta experiencia de gozo? ¿Por qué hablo del amor?

Comunión, conexión, de todo en todo. Desde mi individualidad, cuando salgo a amar, es un esfuerzo, es una continua negociación donde tengo que trajinar manteniendo la frontera de un ser individual y acercarme a tú, a ti, en una toma y daca. Y, por tanto, desde ahí, lo que hago es una mercantilización de ese tomar y recibir. Pero ahora, desde la ruptura de mi frontera, desde no saber quién soy yo, amor es comunidad, amor es el estado natural de las personas, amor, como dice Willigis Jäger, es ‘la quintaesencia de la realidad’.

Amar es darse sin esperar recibir, amar es una continua donación de la existencia, sin objetivo, sin decir ‘¿Por qué no me quieren?’, sin decir ‘¿Qué recibo a cambio?’, sin decir ‘Tengo derecho a’, porque decir todo eso significa de pronto me meto en mi celda y desde mi celda empiezo de nuevo a negociar. ¿Soy capaz, seré capaz, desde esta experiencia de gozo, estar dando, estar derramándome ‘en ejercicio’, sin pedir nunca nada, sin esperar nunca nada, aceptando no recibir a pesar de que doy?

Amar es sembrarme para bien de todos los seres, esto es, despojarme, desmembrarme, derramarme, en hechos y circunstancias en las cuales he de morir, porque la semilla muere y, si he de ser semilla, he de hacerlo en mis proyectos, en mis acciones, en mis cosas, dejándome sembrado y desapareciendo, no pretendiendo legados, no pretendiendo herencias, no pretendiendo nombres que poner a esa siembra, siendo simplemente un instrumento para el bien de todos.

Amar es florecer, es ser flor y luego ser fruto, ser capaz de expresar la belleza que significa la vida, pero expresarla desde aquí, expresarla en harmonía, expresarla en delicadeza, en comprensión y, como una flor, mostrar toda la belleza que hay en mí, y luego ser capaz, de la misma flor, de caer, caerse los pétalos, llenar de semillas y dar el fruto.

Amar es rendirse, es abandonarse, es no tener ningún espacio que defender, ningún esquema concreto que sea ‘mi’ esquema, ‘mi’ creencia. Y, en ese abandonarse, aceptar que soy conducido, soy conducido por la vida, conducido por la existencia, dejarse ir, no por un nuevo padre, no por un nuevo gurú, no por un nuevo dios, dejarse guiar por la existencia, por cada momento. Hay una sabiduría esencial en el seno del ser, que en la tradición budista se llama el prajna, el prajnaparamita, que surge desde el fondo del alma en cada circunstancia y nos cuesta mucho, me cuesta mucho, no meter esto en conceptos mentales, no quedarme en analizar ‘Bueno, vamos a ser sensatos. Vamos a ver esto cómo va’ y quererlo meter a través de mi mente. Le llamo intuición, pero es algo más profundo que mi intuición. Es saber lo que toca y saber fluir con lo que toca.

Por lo tanto, amar es despojarse, despojarse de utilidades, de apariencias, de personajes y estar dispuesto a ser expuesto, como decíamos en el tema de la bodega: quedarse en la oscuridad para ser expuesto. Hace falta una profunda convicción, una profunda experiencia de la ruptura de límites, para aceptar desnudarse y ser expuesto. Continuamente andamos montando barreras para defendernos, para prevalecer. Lo tenemos en nuestros genes, me contaba antes alguien, y en nuestros genes existe la necesidad de poder establecer barreras a nuestra existencia para poder prevalecer. Y ahora se nos dice, en esta cosa del zen, que tenemos que desnudarnos despojarnos y aceptar ser expuestos, porque no hay nada que decir.

Y este fuego no se ha apagado. En medio de esta experiencia, de este valle sereno, en el cual siento el gozo de vivir, siento más fuerte el anhelo, siento más viva la comprensión de que, dentro de mí, está todo el Universo en explosión, en fuego, en vida que se expresa. En mí esto va produciendo un baño paulatino de enamoramiento de la vida. Soy enamorado en vivir, pero no de la vida en abstracto, sino de la vida en concreto, de las cosas, de los momentos, del disfrute del momento, de las personas, de los seres. Cada momento es precioso y, en ese momento, yo me expreso en amor.

Os he dicho antes que iba a hablaros desde el momento de gozo. ¡Ojalá siempre fuera así! Ojalá siempre fuera así, pero, en el momento del gozo, esto es lo que siento: un enamoramiento vital, en cada paso, en este paso, que es el único paso. Sea ‘mí’ caminando, sea ‘mí’ en el ordenador, sea ‘mí’ mirando a un ser querido, sea ‘mí’ mirando un drama, ese momento es el momento del enamoramiento, no un estado especial reservado para determinadas circunstancias que yo elijo. Eso es otro tipo de cosas. Estoy hablando de una integración completa y sin defensas en el momento vital.

Obviamente, mientras miro, si me expongo, si me enamoro, acepto no controlar y acepto ser vulnerable. Y en este ‘ser vulnerable’ acepto las consecuencias de vivir de esta manera. Vivir así. Y esto exige, como dirían en Cataluña, dos pensadas. Porque es poco razonable. Vivir interiormente como un poeta loco, como un enamorado de la existencia, sin medir nada, sin calcular, al tiempo que mi mente racional, mi comportamiento profesional, mi deber familiar, mi infraestructura vital, está ordenada. ¿Cómo combino esas dos cosas? ¿Cómo manejo mi existencia de forma que pueda hacer lo que toca en cada momento, mientras el fondo de mi alma está clamando en amor? ¿Y cuál es la consecuencia práctica que eso significa en el comportamiento cotidiano? ¿Cuál es la calidad de la vida que aparece en mi existencia cuando esto es asumido en plenitud? Porque o es una historia de locos, un momento enajenado, en el cual me lo pasé muy bien y en el cual me sentí en armonía con el Universo, pero luego volví a la realidad; ¿o es el estado de vida real? Y si lo es ¿cómo va oscureciendo esta cotidianiedad separada individual en la cual pretendo defenderme?

Claro, antes, era sencillo, como vengo diciendo estos días, considerar un destino especial al cual llegaré y mientras tanto voy calculando los pasos, voy midiendo los espacios, voy midiendo los momentos, voy analizando, voy controlando. Pero ahora, desde esta experiencia de apertura sin límites, no hay ningún destino especial, no existe. ‘Los cuernos del buey ocupan todo el horizonte. Allí donde miro, allí está’. No hay ningún momento que yo tenga que esperar.

O sea que, por un lado, aquí en oscuras y a oscuras estoy clamando desde el fondo de mi alma, y por otro lo tengo ya aquí. Y esto me genera la convicción de que, aparentemente, me pondría en contradicción. Pero, realmente, en la experiencia, hoy, aquí, en este retiro, en este momento, me siento en paz. Y, acepto, con humildad, no controlar, comprender ni aprehender lo que está pasando. Lo acepto en paz.

Eso sí, voy quitando caretas, voy tirando posturas, voy no engañándome más, montándome historias ni historietas. Voy empezando a ser lo que me dice Lin Chi, de no fiarse de las palabras tontas de los antiguos, de los mensajes metidos en conserva. Me acepto una y otra vez seguir caminando, a pesar de la contradicción.

Si acepto ‘amar como ejercicio’, no debo esperar ganancias, no debo esperar prendas. Debo simplemente sentir la conexión en cada instante realizada. En todo el drama de la existencia, también en las lágrimas, en el gozo profundo, en la sonrisa y en la risa, pero también en el dolor, en la insuficiencia aparente, en la herida que no se cierra. Y acepto estar entregado, perdido, enamorada, me lleve donde me lleve, como un río profundo que está en el centro de mi existencia mientras hago lo que toca en cada momento.

No es mi proyecto, no es mi actividad; es lo que yo diría que es el proyecto del Amado, es la actividad del Amado. O, si queréis, de otra manera, menos “religiosa”, es el proyecto del Universo, es el proyecto de la existencia en el cual estoy incorporado. Y no hay un momento extraordinario, porque lo ordinario es lo extraordinario, cada momento ordinario es lo extraordinario y la tarea que toca ahora, en este preciso momento, estáis escuchando, o, en otro momento, estoy caminando, es ‘la tarea’ principal, es ‘la tarea’ esencial.

El poeta dice: “antes guardaba ganado”, esto es, estaba en la dinámica del cálculo de las cosas. Ahora, (no lo dice, pero yo lo siento así) ‘sigo guardando ganado, pero lo hago desde el amor, lo hago desde la práctica amorosa’ que hemos iniciado.

Dejo de buscar alguien o algo, allá lejos, allá fuera, y entro en mí, mientras transito de un personaje a otro. Tampoco rechazo mis personajes, tampoco rechazo mis caretas, pero sé que son caretas, no soy yo. Este personaje no soy yo, me toca serlo, en este momento, me toca ser ahora el meditante, me toca ser ahora el que habla, pero no soy yo. No es ‘yo’ quien os habla. Pero ¡ay!: ‘¿Quién es?’ No puedo responder con palabras.

Transito de una circunstancia a otra mientras el flujo interior, el río interior sigue. Parece que hay mucho ruido y me muevo de ruido en ruido, pero no hay ese ruido, hay un silencio de trasfondo. Y en él habito. Y habito en ese silencio porque lo he experimentado y no me abandonará. A veces le escucharé más, a veces le escucharé menos, pero ahí estará. Y a él he de volver una y otra vez. A escuchar esa ‘música callada’, ese silencio en medio del atronador trajín de cada día, donde paso de esto a esto, de esto a esto, pero detrás me acompaña, no como un segundo personaje, sino como la esencia que se mueve de una cosa a otra, ese silencio de transfondo, esa armonía, esa poesía del alma que me hace estar aquí realmente y estar enamorado realmente de lo que ocurre en cada momento. Y que también me salva en los momentos en los cuales, las circunstancias son radicales o puedo perderme. Esos momentos de drama, de violencia, de incomprensión, donde mi tendencia del pasado era saltar en la defensa del individuo, en la defensa del mundo o en la defensa de las cosas, y ahora es saltar, pero manteniendo la raíz en esa armonía que no me abandona.

A alguien le contaba como me sirve a mí la analogía de Jesús de Nazaret en medio de la tormenta en la barca. Cuando todos los discípulos estaban agitados, inquietos, porque había una tormenta tremenda, la barca era pequeña, se estaba llenando de agua, ‘¡Nos vamos a hundir!’, mientras el Maestro estaba durmiendo, pienso que incluso roncando. ‘¿Cómo puedes dormir así, Maestro?’ ‘¿Qué teméis? ¿Por qué teméis?’ Imaginaros que somos capaces, siguiendo a nuestro maestro, de poder, en medio de la tormenta, en medio de la violencia, en medio de no comprender, mantener esa calma, estar depositado en el seno del Universo manteniendo esa paz inamovible.

Hay una voz que continuamente nos susurra, resuena por todas partes. Dice el poeta:

¿Por qué no puedes alcanzarme -dice el poeta- a través de los objetos que tocas?

¿O respirarme a través de los olores?

¿Por qué no me ves? ¿Por qué no me escuchas?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Para ti mis delicias albergan las demás delicias

y el placer que te procuro sobrepasa todos los placeres.

Para ti soy preferible a los demás bienes.

Soy la belleza, soy la gracia.

Ámame, ámame a mí solo.

Piérdete en mí, en mí solo.

Únete a mí.

(…)

Estoy más cerca de ti que tú mismo (…)

 

Ibn Arabi necesitaba expresarse de una forma erótica para captar este enamoramiento y expresarlo en este momento vital.

‘Al oír esa voz siento la fuente y atravieso la puerta’.

Cada vez que esa voz se manifiesta, ‘atravieso la puerta’ y, en ese momento, paso desde la diferencia a la igualdad, en ese momento, paso de la diferenciación a la igualdad, paso del ‘ser yo’ al ‘ser eso’. Es, por tanto, una experiencia, de sentirse conectado a la fuente, paso desde la elección y el rechazo, a la aceptación y a la pérdida, paso desde el pedir al dar, paso desde el medir y el controlar al wuwei, al hacer lo que toca, a no hacer haciendo, paso desde el hablar al escuchar.

 

‘En la interior bodega

de mi amado bebí,

y cuando salía

por toda aquesta vega,

ya cosa no sabía,

y el ganado perdí que antes seguía.

‘Me hice perdidiza y fui ganada’.En esta experiencia todo está conectado. Hay un verso que, en la antigua sangha, se decía antes de comer: ‘El comer, la comida, el que come y el que prepara la comida son vacío’. Quiere decir: es lo mismo, está conectado. En cada acto, pequeño o grande, esta conexión puede aparecer muy pronto y entonces es cuando dice el poema: ‘El ruiseñor canta, el sol es tibio’.

Miro a los ojos del niño triste, en ese país pobre, en guerra, y mirando a los ojos me rebelo y tengo tentación de separarme de nuevo, y diferenciar entre los tiranos, los que oprimen y los que son oprimidos. O siento lástima. O le veo allí y quiero ayudar. Le ayudo desde ‘yo’. Sin embargo, esos ojos son, como dice el poema, ‘los que tengo en mis entrañas dibujados’. No son ‘esos ojos’, están aquí (en mi interior) y, desde ahí, su tristeza es la mía, su miseria es la mía, su inocencia es la mía, la herida del mundo es mi herida, y es diferente luchar en contra de la tiranía desde la unificación de la existencia que desde la individualidad separada. Y, en esos ojos, puedo ver el brillo de la vida también y puedo también enamorarme de esos ojos, porque he abandonado mi hogar propio y he venido al hogar común, he dado ese paso y he decidido venir al hogar común. Siendo, como decía, nómada de mí mismo, caminando por los caminos del mundo, en cada momento.

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Seguimos trabajando en Huesca… “¡y hay buenas notícías!”

El 1 de diciembre tuvo lugar en Huesca la charla sobre "El Camino del Silencio, Camino de Liberación", convocatoria que difundimos a través de personas que pensamos que estarían interesadas. mediante llamadas por teléfono y enviándoles luego el cartel por whatsapp (e invitándoles a su redifusión), publicando el cartel en redes sociales, e imprimiendo y distribuyendo algunos pocos en sitios adecuados.

Grabamos la charla para las personas asistentes interesadas que quisieran volverla a escuchar y para aquellas que no pudieron asistir. También la emitimos en directo. Si os interesa la podéis ver aquí: 

https://youtu.be/AiIbv82_v6c

Me sorprendió que vinieran unas treinta personas, al mismo tiempo que se excusaban otras diez más. Al final de la charla; Pedro invitó a las personas interesadas a apuntarse en unas listas que habíamos preparado al efecto. Otra sorpresa: se apuntaron doce personas en las listas, que junto a Íñigo, el amigo que me acompaña en Huesca en este cometido (y que no presenté en la charla frown), y yo sumábamos catorce personas interesadas.

Decidimos hacer un encuentro antes de Navidad con esas personas interesadas, encuentro que tendrá lugar el martes 20 de diciembre en un restaurante vegetariano/vegano de Huesca llamado PaLaSaca, que amablemente nos ha ofrecido una sala, a las 19:30. Y aprovechando que es un restaurante, invitaremos a quien quiera a que se quede a cenar con nosotros, Íñigo y yo.

Primero envié un email de confirmación de los correos de las listas y, a los que me contestaron les envié un segundo email convocándoles para el día 20 y con el enlace de la charla en Youtube. 

He llamado a todos las personas apuntadas, también a las que no me habían respondido al email, para charlar un poco sobre sus intereses, su experiencia, sus motivos de apuntarse… Y todas, menos una, se han mostrado interesadas en formar un grupo de práctica regular.

También he llamado a las personas que se habían excusado, por si les interesaba ver la charla y formar parte del grupo, y casi todas las personas han respondido afirmativamente. Les he enviado el email también, con la cita y el enlacie de la charla. Incluso a alguno que, de momento, no dará el paso a participar con nosotros…

En total, pues, somos más de veinte personas interesadas… en principio.

El día 20, en el encuentro, intentaremos, entre las personas que puedan acudir (esperamos unas quince), aclarar dudas, exponer intereses e intenciones, organizarnos,etc. Y, aprovechando que estamos en un restaurante, invitaremos a quedarse a cenar con nosotros (Íñigo y yo) las personas que quieran seguir hablando y conociéndose.

Porque la intención es formar un grupo para practicar el zen de manera seria y comprometida y profundizar en nosotras mismas, en nosotros mismos, fomentando el intercambio entre las personas que formemos parte del grupo, intentando formar una comunidad humana de practicantes del silencio, conectados con la realidad, consigo mismos y con el medio natural, tal como se propone en el documento que se publicó en este mismo blog el  22 de octubre sobre Organización de Espíritu y Zen, y que podéis encontrar en este enlace: 

http://espirituyzen.org/?p=7136

Y para ello también estamos abiertos a la participación de personas que sigan otras prácticas contemplativas de silencio, mientras se comprometan a respetar nuestra línea de zazen en las sentadas comunes, y a aquellas que solamente quieran probar, de entrada, si este puede ser su camino.

Pero vamos más allá: estamos organizando un zazaenkai en enero, el sábado 14, segundo sábado de mes de enero, en Huesca, con la presencia de Pedro, con el título provisional de Introducción a la práctica del Zen, que representará el punto de partida de las actividades regulares (zazen) de Espíritu y Zen en Huesca. No descartamos que del grupo surjan otras actividades de convivencia o de tipo ecológico, por ejemplo.

No tenemos local aún, ni para el zazenkai ni para la práctica regular. Dependerá de la gente que quiera sumarse el proyecto el propio día 20 o en días posteriores (hay personas que no pueden venir pero estás interesadas en participar el día14 en el zazenkai). Para confirmar la gente que está interesada finalmente, enviaremos un "boletín de inscripción" a principios de enero.

Bueno, quizás ha salido un artículo un poco largo y demasiado detallado. De todas maneras, tenía claramente dos intenciones: la primera, dar a conocer nuestra positiva experiencia y responder públicamente a la pregunta que me hizo Pedro en verano:

"Sí, Pedro, tenías razón al creerque hay muchas personas buscadoras de caminos espirituales, que aun no han encontrado su camino, quizás porque no se les ha ofecido hasta ahora una camino serio de profundización y aconfesional al mismo tiempo."

Y, por otra parte, quería animar a las personas, que Pedro considere preparadas, a intentar lo mismo en sus lugares de residencia, explicándoles nuestro propio proceso.

Una abrazo a todas y a todos.

Com amor,

Pere

 

 

 

 

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¿Qué está pasando en Huesca?

Todo sobre Huesca - qué ver, comer, historia, fiestas, transporte

Querid@s compañer@s de Sangha:

Tras el retiro de verano, Pedro me animó a buscar un grupo de personas en Huesca, para practicar el Zen propuesto en Espíritu y Zen. Se trataba de ofrecer, a aquell@s buscador@s que no sabían dónde acudir para hacer una práctica de zen laica seria y en grupo, un lugar de encuentro autogestionado, una comunidad de practicantes donde, a parte de la meditación, pudieran encontrar un lugar donde profundizar en el silenciamiento de los ruidos y el abandono del egocentrismo, ese soltar que es la base del zen de Espíritu y Zen. En suma, una comunidad de personas que se crea alrededor del Zen laico, pero que puede tener más actividades de tipo ecológico u otras, acordes con el objetivo principal del Zen.

Intentábamos también que fuera un grupo abierto a otras personas de otras escuelas de meditación si querían compartir con nosotr@s las sentadas seriamente, siempre que su base fuera el silencio y aceptaran el esquema de meditación de Espíritu y Zen (laico, tipo y duración de las sentadas, etc.)

Tras un período de reflexión, tuve la suerte de hablar con un gran amigo de Huesca, Íñigo Aramendi, nacido en Euskadi, practicante de zazen en otra escuela, por si me ayudaba a poner en marcha el grupo, aunque al decírselo se incorporó al proyecto. Íñigo es más conocedor que yo de la gente de Huesca, pues por su trabajo y su vida personal, se mueve más que yo.

Bueno, pues, finalmente puedo anunciaros que el día 1 de diciembre, Pedro va a venir a Huesca a dar una charla sobre el Camino del silencio como Camino de liberación, para convocar a gente interesada en este tema. Os adjunto el cartel de la charla.

Hemos contactado directamente con personas que, en principio, pudieran estar interesadas en asistir a la charla, animándolas a difundirla. Y, cuando se acerque el día, repartiremos unos pocos carteles en sitios donde creemos que pueda haber gente interesada.

Tras la charla, de quórum incierto, pues en Huesca es difícil prever la asistencia a cualquier acto por coincidencia con otros o incluso por exceso de actividades esas fechas, Pedro propondrá que, si alguien puede estar interesado o interesada en participar en un grupo de zazen, que se lo diga a Íñigo o a mí, para encontrarnos y poner en marcha el grupo.

Y entonces, veremos. Si hay posibilidades (un mínimo de personas) crearemos, entonces sí, el grupo Espíritu y Zen – Huesca. De momento, es solo un proyecto…

Un abrazo fraternal

Pere

 

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Introducción al Zen (tercera parte): Comunión, a pecho descubierto

Las preguntas se suceden, las respuestas van y vienen, yo no detengo nada ni nada me ata. Mis amores no son míos, mis padres no son míos, mis hijos no son míos, nis nietos no son míos.  Estoy a la intemperie, aceptando ser, simplemente ser, sacudido por las olas y el viento, aceptando caerme, aceptando herirme, y también aceptando cuidarme y aceptando sanarme.

Oigo a veces el grito o el susurro de queja de la niña o el niño pequeño que, en mí, habita. Le miro con profunda ternura, le acaricio y le escucho, sin interrumpirle. Pero, luego, me levanto, lo cojo de la mano y le hago caminar a mi lado.

Y también contemplo a ese personaje furioso que pierde el control gritando y, antes de que siga, le acaricio el lomo, como hago con mi perro cuando ladra, y le fuerzo a sonreir, para que así la furia se alivie. Y también le cojo de la mano y camina a mi lado, trastabillando con los pies, mientras, poco a poco, la tempestad se calma. Pero no le dejo que rumie la culpa ni el remordimiento.

Y miro también el alma contraida y seca de ese otro personaje: lleno de tristeza, depresión y desánimo, y observo sus muecas, que se me antojan tragicómicas. Y no digo nada ni intento aliviarla, pero le cojo de la mano y dejo que la tierna caricia alivie su alma cansada. Y seco sus lágrimas y la rodeo con mi brazo, mientras caminamos.

Y así voy reuniendo a mis personajes en esta no-separación del caminar mientras el flujo continúa. Y leo que,

en el fondo de cada ser, late un pulso unísono, un pulso armonizado, un fuego que no se acaba. No es una joya separada del ser completo, no es una piedra preciosa escondida que hay que buscar, es más bien el latido de la existencia, presente en cada molécula, en cada circunstancia.

Pero ese latido a veces, o casi siempre, no lo escucho, no lo oigo, pues estoy en oscuridad. No siento el anhelo de ese latido escondido, el fuego que me impulsa a la unión, solo oigo el ladrido del personaje, el cantar de los grillos en la noche. Y esta soledad en la que, a veces, me siento, me asusta, y me lleva a buscar desesperadamente una caricia, una voz amiga, que me recuerde la casa común, el lugar que perdí y cuyo camino de vuelta no encuentro.

Otras veces, no siento nada, ni siquiera los gritos, ni sé del anhelo y me muevo por la vida como un muerto viviente. Sé que el pulso quizás está ahí. Pero yo estoy ciego, yo estoy ciega, y confundo esta paz de cementerio con la vida que toca, con la vida que me toca. Este silencio sin nada puede ser también mi propio ruido.

Por fin, otras, las menos, siento de pronto pulsar las cosas, escucho los sonidos del mundo, y veo luz, y las formas, y los paisajes, y todo se me antoja cerca. Todo resuena, por una vez, en mi corazón sensible, como una brisa de primavera. Y el silencio está lleno de paisajes, y mi espíritu vuela liviano, sintiendo la belleza y la humildad de esta mi realidad.

Cuando este pulso, este murmullo, está presente en el trasfondo, como un inmenso silencio, todo fluye, incluso las preguntas se acallan y siento la calma de mi sensible alma, mientras danzo de personaje en personaje, sin ser nadie en particular. Cuando este murmullo, cuando este pulso, se deja sentir, siento que estoy en casa y todo, cada una de las cosas, de los seres, de los rostros que miro, se convierten, son, mi madre, mi padre, mis hermanos, y todo tiende a la unión y sé que puedo reposar en el Amado.

Pero esta epifanía dura solo un momento, quizás, un leve paso, un suave aleteo del llamado pájaro de la eternidad que se aleja y, casi siempre, mi vida es una mezcla extraña entre sentirme un yo, personaje permanente que me creo, un destino, una identidad que me invento, que necesita alimento y sostén, seguridad y permanencia, y ese otro pulso que está en el fondo y que me conecta con las cosas y me lleva hacia la unión, esa mezcla extraña, diferente en cada momento, momentos en los cuales predomina el personaje que grita y no deja oír nada, y no hay silencio, y otras hay el silencio que se abre paso, que pasa la mano por el lomo al personaje sin creer el teatrillo que realiza.

Pero el pulso siempre está, continuamente en el trasfondo, y el anhelo siempre está, no solo en mí, no solo en ti, en todos los seres. Un flujo, un fuego, un impulso que lleva continuamente al conjunto del Universo a la epifanía, a la manifestación. Y, en esta extraña mezcla realizo mi vida, una forma de vivir esta aventura humana, que no comprendo, pero que me toca aquí y ahora.

A veces, me hace asemejarme a ese pajarillo desorientado que quedó encerrado en una habitación y que, una y otra vez, se golpea contra el cristal de la ventana. El pajarillo está hecho para volar libre, que la existencia en esta celda le impide; aunque una y otra vez se dirige hacia la luz, siempre uno u otro personaje le impide salir. Una y otra vez quiere volar, quiere volver al nido en el que todo es realizado, pero está perdido y no ve los cristales de su agonía, de su sufrimiento, mientras revolotea de uno a otro figurante. Así me veo: ese pajarillo desorientado. A veces lo encontré yo, en una de mis habitaciones, y lo cogí con una tela, lo arropé, inmediatamente abrí la ventana, y abrí la tela, y el pajarillo voló hacia los árboles. ¿He de esperar que alguien me recoja como tal pajarillo y me abra la ventana? ¿O habré de abrirla yo? ¿De qué va esto? ¿De qué va esta vida?

Escucho al Maestro en aquel mensaje eterno que todos hemos oído:

“Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.”

Lo hemos oído tantas veces que se ha convertido en un tópico. Pero hoy, aquí, yo intento comprenderlo.

En cuanto me sitúo en mi perspectiva dualista, entiendo esto como un esfuerzo de salir de mi egoísmo y de entrar en la generosidad. Y así es como usualmente es recibido este mandamiento: un esfuerzo continuo de salir de mi yo, de mi egoísmo y acercarme a otros. Pero no es esto lo que el Maestro nos dijo. Hoy quiero quedarme en la segunda parte:

“…Como yo os he amado.”

‘¿Cómo me has amado, Maestro? ¿Cómo me amas? Porque en otro lugar tú citas también, antes de ir a la muerte:

“…Que sean uno con nosotros, como tú y yo somos uno”.

‘No me amas desde fuera, me amas desde dentro, desde el centro del ser, donde tú habitas y donde estás, desde la existencia no-separada, desde el no-yo.’

Y ahí, de pronto, se cae una túnica que me oscurece los ojos y que me lleva a comprender que el amor al que estoy llamado, el pulso que está en el fondo de mí, es a una comunión que se convierte en mi forma natural de vivir. Porque como dices:

Solo cuando lo de arriba se vuelva como lo de abajo, lo de delante como lo de detrás, lo masculino como lo femenino, …entraréis en el Reino.’

Estás diciendo, de nuevo, que la forma de amar, el mandamiento nuevo, que categorizará mi forma de vivir, es desde la ruptura, de la frontera en la cual me sitúo constantemente. Y, esta forma de amar, me sobrecoge. Pues implica romper la separación; que, en vez de hacer este esfuerzo de ‘personaje que intenta ser generoso’, habré de vivir continuamente de esa manera; desde que abro los ojos, en cada momento, no diferencias, no superior ni inferior, no antes ni después. No es esto una nueva teología, no, no es un nuevo mensaje del Maestro Redentor. Es la forma natural de ser de las cosas, de los seres.

Se me hace duro, porque continuamente me siento atrapado en pequeñas telarañas, desde la mañana hasta la noche. Me gusta mi café y mi fruta por la mañana, y me disgusta cuando me dejan sin fruta o se ha acabado el café. Y hago continuamente de mi vida un mundo de competencias, donde intento sobrevivir, en busca de mi propio espacio. Y esta forma no es como tú amas. No se trata de que ‘mi’ café lo comparta contigo y tome un café contigo, sino que no hay ‘mi’ café, no hay ‘mi’ fruta, no hay ‘mi’ comida, no hay ‘mi’ traje, no hay ‘mis’ padres, no hay ‘mis’ hijos.

Esto suena bien, tus palabras me suenan bien, cuando, en el medio del silencio, siento el pulso y siento el anhelo y ahí puedo habitar. Pero, continuamente, cuando me levanto del silencio, me alejo de él y todo se vuelve un esfuerzo, y todo se vuelve un deseo de dejar algo para mí. Pero si no lo hago, me pregunto aquello de ‘¿Qué va a ser de mí, si me alejo? ¿Qué pasará, si pierdo mi identidad con el viento? ¿Qué ocurrirá cuando mis huesos se vuelvan polvo?’ Y por ello pugno por mantener mi permanecer.

En todo caso, tu mensaje: “Como yo os he amado”, me hace sentir nostalgia de hogar común, nostalgia de la mirada dulce que me penetra, sabiendo que tus ojos son mis ojos y que el Eterno, el Universo, el Todo, está en el centro de mí.

Hoy, pues, siento ese pulso, ese murmullo silencioso que me dice que no hay nada que perseguir, nada que hacer, sino que es una manifestación completa en todos los seres, que andan entremezclados. Amor sin separación, amor desde el despojamiento, habiendo perdido el personaje, abandonando el creer, el saber y el poder, e inclinándome en un gesto de servicio. No un sacrificio, no un esfuerzo, sino la forma natural de vivir. Desde este mi silencio, así me propongo amar yo, a pecho descubierto, sin nada que ofrecer o negociar, sin miedo a ser herida, sin temor a perder lo mío, pues nada es mío.

En tu utopía, tú me dices:

“Si alguien te pide el manto, entrégale también la túnica. Ama a tu enemigo, ama al que te ataca, al que te humilla, al que te persigue.”

Y todo ello lo hemos encapsulado los que nos hemos llamado cristianos, yo lo he encapsulado, en un mensaje como una utopía hacia la que ir pero que no es realista. Sin embargo, es exactamente eso lo que es la esencia del ser: solo es posible amar al enemigo si yo soy el enemigo, si yo soy el maltratador, si yo soy el opresor. Y lo soy, pues no hay separación. No hay, pues, un destino que buscar, no una historia que defender, no un futuro que esperar. Abrazaré esta mi muerte del personaje, y abrazaré también mi muerte definitiva, para entrar plenamente en la casa del Padre.

Así que hoy rechazo ser todos esos personajes, siéndolo al tiempo. Intento ser sin nombre, sin lugar que sea propio, mientras me enriquezco en el alma, y en los sentimientos, y en las cosas, y en los seres, y vibro por los caminos no pretendiendo salvar a nadie ni dar sabios consejos siquiera, ni necesito ni busco que nadie me escuche, ni deseo tener escuela o capilla. Solo deseo vivir a pecho descubierto, abrigando en el fondo de mi existencia, todo lo existente en los valles, en los océanos, tantas miradas, tantas lágrimas, tanto sufrimiento, que recojo en esta mi vida. Aventura hermosa de vivir en lo concreto y en la totalidad.

Y escucho a ese otro maestro que, refiriéndose al pulso permanente que existe en los seres, dice:

“En ningún momento los soltéis. Todo aquello con lo que se topan vuestros ojos es esto. Pero cuando surgen sentimientos, cuando surgen posiciones, se bloquea la sabiduría. Cuando los pensamientos ondean, la realidad desaparece.”

He de vivir, pues, en lo concreto, con la realidad, la realidad viva en presente, rompiendo, en cada momento, con la dicotomía, desde el silenciamiento, al que me he comprometido, rompiendo con la separación en los detalles, con el alejamiento de ese pulso central que resuena cuando hay silencio completo y, para ello, he de vivir koánicamente. Y quiero expresar, para mí y para vosotros, aquí, qué es vivir koánicamente.

Primero, en el pensamiento. Mirar, aprender, observar y vibrar, sin atarse a interpretaciones cerradas, a fórmulas ya expresadas, a conceptualizaciones o nombres, estando siempre abierto, atento, a no confundir lo vivido con el nombre, la realidad con la definición. Siempre siendo nómada de mi propio pensamiento, dispuesto a cambiar, preparado para nuevas preguntas, atento a escuchar la sabiduría interior que susurra desde dentro en medio del silencio, y que no es nada deductivo, que no es nada siquiera inductivo, sino que surge desde el misterio.

Uno está en medio de las calles de la ciudad, pero no tiene gustos ni aversiones, no tiene decisión, ni opinión tomada, desde la cual interpretar las cosas. He de vivir en medio de las cosas, mirando con interés todo lo que existe, ocupándome de ellas y de los seres en cada acontecimiento, pero sin gustos ni aversiones, sin atrapar ni rechazar nada. Y esto es vivir en el lugar común, esto es habitar en la casa del Padre, sin rechazar ni atrapar nada.

La vida se interpreta a sí misma, no necesita ser interpretada. Cuando la interpreto y la reduzco a un nombre, la pierdo. Y, en este sentido, entiendo la segunda estrofa del Shin Jin Mei:

“Haz la más mínima distinción, y el cielo y la tierra se distanciarán infinitamente.”

Y la pregunta central es: ¿Cómo expresaré este koan vital que aparece continuamente ante mis ojos? ¿Como expresaré cada uno de los momentos desde esta perspectiva koánica?

Y, en segundo lugar, viviré mis sensaciones también desde el koan. Aceptaré sentir la caricia del viento, la quemazón del fuego y de la nieve, el sabor de un beso, el dolor de un latigazo. Lo sentiré en mi cuerpo y en mi espíritu, pero también lo sentiré cuando ocurre en el cuerpo de otros, cuando ocurre en los animales, cuando ocurre en la tierra. Si es así, todo se entremezcla y pierdo el norte de la separación y, en esta mezcla, noto que las defensas para no sufrir se caen, pues sufro con el mundo y renuncio a la defensa, a identificar y comprender, y permito que las sensaciones vuelen, callando. Y palpo, escucho, huelo, gusto, poco a poco, de modo que me apasione en el placer y acepte plenamente el dolor, no esperando, no buscando. Y ya no seré ‘yo’ teniendo dolor o ‘yo’ teniendo placer o ‘yo’ teniendo molestia o ‘yo’ teniendo disfrute, sino que será ‘esa sensación’ y ésta será vivida con intensidad. El koan de las sensaciones es ser gusto, es ser oído, ser vista, ser olfato. Como el Buda decía:

“…Cuando mires sé solo el mirar, cuando escuches sé solo el escuchar, cuando gustes sé solamente el gusto, cuando pienses sé solo el pensamiento natural…”

Vivir de esa manera las sensaciones.

Y también viviré de esa manera las emociones, siendo tristeza, alegría, enfado, temor, jolgorio o depresión, sin que haya un observador juzgando, o calificando, o poniendo nota a las emociones que se manifiestan en esta vida. No hay un juicio de condena o de aceptación, sino que fluiré en los momentos, poniendo mi corazón en la vida sin atarme a normas ni condicionantes. Fluiré, eso sí, con elegancia delicada, en el flujo suave de las emociones que surgen y se van, sin que se enquisten en estados de conciencia. Diré: “Estoy triste” y de ahí pasaré a “Ahora, la tristeza”, pero no seré tristeza, no habrá un carácter que me defina, pues habré salido de las cadenas familiares de ser, simplemente, ‘el depresivo’, ser ‘el jolgorio’, ser ‘el que se enfada’, ser ‘el que nunca tiene sensaciones ni emociones’, sino que seré en cada momento lo que toca, y viviré la poesía del flujo de las emociones que van y vienen en mí, correspondiendo al momento de la vida que se expresa en mí. Aceptaré ser sacudido por los elementos de tierra, agua, fuego y aire: duda, anhelo, ira o dicha. Simplemente porque aceptaré que la realidad está aquí.

Y, por fin, viviré también koánicamente mi propia acción, mi propia actividad. Aceptaré como origen de mi acción, el misterio de no perseguir nada, ni tener un destino, ni tener una meta, sino simplemente hacer lo que toca, con pasión entregada. De igual manera que llega el momento en que el violinista no toca, sino que solamente la música suena, y de que las palabras no surgen como correspondencia de un esfuerzo evolutivo, sino que vienen del prajña, de igual manera que la manifestación y la expresión, y las emociones y las sensaciones van y vienen, esta acción, y esta no-acción, aquí y ahora, surgen del centro de la mente-corazón que me habita, dejando espacio para la espontaneidad, evitando el cálculo continuo, evitando el control continuo de la situación.

Cuando danzo, si pienso en los pasos que tengo que dar, no hay danza. Cuando mi pensamiento se vuelve loco y ya no existe, entonces surge la danza y surge la armonía. No hay una relación causa-efecto. Es simplemente el asentamiento en el silencio, en la delicadeza y la paz de mi alma sensible, que se mueve suavemente, siendo amor y comunión, que sabiamente me guía.

Y termino este programa con un poema de Ryokan, que expresa esto. Él dice:

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Introducción al Zen (segunda parte): Silenciamiento y liberación

(Transcripción del segundo teisho de introducción al zen, de zazenkai de octubre de 2022 de Espiritu y Zen, Desde los gritos a la meditación de quietud, al Zanmai vital. Desde la quietud a la pregunta, a vivir koánicamente.)

Empezamos el ciclo de Introducción al Zen con la charla sobre "Ruidos y gritos". Y, si nos hubiésemos quedado solo ahí, podía parecerse como una visión negativa de la existencia, muy en el tono clásico de la religiones en el sentido de que, si en vez de llamar ‘gritos’ o ‘ruidos’, hablamos de ‘pecado’, o de ‘falta’ o de ‘sombra’ pues dijéramos: ‘Nuestra vida es un enfrentamiento con la sombra y la eliminación de la misma es difícil, si no imposible’, ¿no? Sin embargo, en la denominación que yo hice de ruidos y de gritos, no me referia a los sonidos de la existencia, no me refería a los ruidos de la vida, a las expresiones de la vida, sino a que nosotros nos quedemos agarrados a la interpretación o nos quedemos agarrados a la comprensión, incluso, de lo que para nosotros es bueno o es malo.

Y la charla de hoy se titula "Silenciamiento y Liberación", y tiene que ver con la expresión que hace en el sutra Anapanasati el Buda. En él cita: “En aquel que se mantiene sereno, cuando su cuerpo está en calma, la mente se focaliza y concentra. Cuando la mente del practicante viene a estar serena y su cuerpo en calma, se vuelve focalizada y concentrada. Y, entonces, la concentración, samadhi, como factor del despertar, aparece, la desarrolla y llega a la culminación de su desarrollo en él”.

¿Por qué liberación? Bueno, yo me hago referencia al planteamiento del Buda de que el camino del Dharma, dice él, es la liberación de los tres reinos: el reino de la posesión, el reino del rechazo y el reino de la ignorancia. Y también Nagarjuna, el gran fundador de una de las escuelas de budismo en el siglo segundo, como habéis oído muchas veces, cita que ‘La liberación es la libertad de venir a ser nadie’. También en nuestro tiempo Joseph Goldstein, por ejemplo, en vez de ‘camino del despertar’ dice ‘camino de la liberación’. ¿De qué hemos de liberarnos? ¿Cuál es el marco en el cual situamos nuestra práctica, en este segundo paso, una vez que nos hemos enfrentado a nuestros ruidos, a nuestros gritos?

Y voy a adoptar, de nuevo, la postura que adopté en la charla anterior. Porque teisho es una comunicación de corazón a corazón, una comunicación no desde un yo a un tú. Por lo tanto, si expreso el término ‘yo’, debo hacerlo desde la perspectiva de que es un ‘yo común’ y, por lo tanto, vosotros, al oírlo, también escucháis el yo, dentro de vuestro corazón. Y mucho del flujo que aquí surge, es un flujo que nos une, no desde la mente, sino desde la mente-corazón abierta y preparada para escuchar.

Bien, como siempre, el recorrido empieza en que he salido de casa, he entrado en la comprensión de lo que me ata y me siento movido por un anhelo. Y, en ese anhelo, en ese fuego misterioso que anida dentro, hay una llamada hacia el silencio, hacia silenciar los ruidos, a acallar los gritos y los ruidos. Quizás he pretendido controlar este silencio. Quizás he pretendido convertir esto en un camino de disciplina para acallar lo que considero que me ata. Y, si así lo he hecho, lo he convertido también en ruido. Me he situado en un camino de necesidad, controlado por la mente, por el deseo de controlar mi vida, y desde ahí he pretendido reprimir mis fijaciones, mis identificaciones, todo aquello a lo que me refería en la charla pasada.

O quizás he querido seguir técnicas, caminos espirituales formalizados, fórmulas éticas que me permitan entrar en el silencio. Y me he quedado amarrado a esas técnicas, me he quedado amarrado a esas formulaciones, porque estoy tan acostumbrado con mi mente a que me den esquemas, caminos y formas, que me quedo en el modo y no en el contenido, tal como ayer en el comentario del zazen diario se decía, por parte de Eckart, ‘quedarse en el modo’.

Por lo tanto, silenciar no es un proceso en el cual me disciplino, en el cual me niego, en el cual rechazo la vida. He vivido, y lo sé, durante un tiempo, el crecimiento espiritual como un rechazo. Interpretaba que no podía gozar, que no podía disfrutar de la vida y me situaba en un marco que en el fondo era una celda. No veía los barrotes de mi celda, pero yo creía que, si hacía eso, avanzaría en algún sentido. Y he tenido que quedarme en oscuridad para entender que eso no es ‘soltar’, no es liberarse.

Hablamos de soltar, hablamos que nuestro camino, y hacemos bien, es un camino de soltar. Pero en gran medida, a veces, nos sentimos en tensión, en que ‘todavía, no’, en que ‘no lo consigo’, en que '¿de qué va esto?’, en que ‘¿cómo controlo este camino de soltar?’. Sin embargo, si bien es cierto que a veces hay crisis, esto no es un camino de lucha en oleaje. El místico habla de ‘aprender a vivir en las aguas tranquilas de mi alma’, y, cuando esto lo oigo, el primer interrogante que me hago es: ‘¿Dónde está ese espacio sereno, ese lago tranquilo, en el cual puedo reposar y en el cual ya no necesito ser nadie en particular?’. He de aprender, poco a poco, a ir soltando cada uno de mis ruidos, cada uno de mis gritos, cada uno de mis mensajes vitales, desde la paz, desde la aceptación de mí mismo como aceptación de la vida.

Y solamente hay un ‘mecanismo’ mediante el cual esto es posible, que es desde la comprensión del amor en el seno más profundo del ser. Desde la aceptación de que todo está bien y ese bien no es un bien ético, sino todo es lo que tiene que ser. Pero, ¡ay!, en ese proceso, donde dejo mis quereres, mis saberes, mis seres, surge la pregunta: ‘¿Quién es el que realmente está aquí? Si he de dejar lo que quiero, he de dejar lo que soy, he de dejar lo que sé, ¿quién es el que realmente está aquí? O la pregunta es: ‘¿He de dejar lo que quiero, lo que sé, lo que soy? Entonces ¿cómo es esta mi vida?’. Y, claro, es normal que alguno de nosotros nos preguntemos sobre la esquizofrenia entre la vida que llamamos ‘normal, cotidiana’ y esta ‘cosa extraña’ que ocurre en el seno de nosotros cuando nos sentamos en silencio, donde no hay nada en lo que agarrarse.

Stephen Batchelor utiliza en inglés un término, en este sentido, que es unfindability (los que sepáis inglés find es encontrar), es la incapacidad de encontrar porque conforme abres una cebolla, una capa de la cebolla, surge otra, y surge otra, y en el fondo solamente encuentras el vacío. Cuando hay este proceso de soltar parece que ya, en un determinado momento, he llegado al punto en el cual ‘Sí, ya, estoy libre’ y de pronto me doy cuenta que no, de que hay más, hay más. Y esa fue mi pretensión del día pasado. Que para todos aquellos que llevamos años, y algunos muchos años, soltando, al escuchar las diferentes facetas de nuestros gritos, de nuestros ruidos, ponemos encima de la mesa que hay más, y otra vez, y otra vez y no hay un final en el cual uno puedo situarse y decir: ‘He llegado a la meta’.

Pero antes de llegar a eso, y como estamos en esta Introducción a lo que es el Zen, yo diré, a todos nosotros, porque todos somos principiantes, que, en este proceso de soltar, lo primero es aprender a estar quieto: lo que se llama la meditación de quietud, lo que se llama el silencio en el reposo, aprender a reposar. Cuando yo hablaba de la meditación hesicasta, hablaba de aprender a ser como la montaña. Como dice, de nuevo, Goldstein: “Nos sentamos la montaña y yo, hasta que solo la montaña quedó”. Cada vez que nos sentamos en meditación, empezamos con el ‘yo me siento’, con el ‘yo hago silencio’, con el ‘yo intento estar solamente aquí, en el ahora’. El planteamiento que plantea Goldstein es ‘ser la montaña’ y, de pronto, cuando el yo desaparece, se disuelve, seguimos siendo esta realidad que aquí está sentada, en gravidez, imperturbable, quieta, en silencio completo. Pero hablo del zen, no solo del zazen. Hablo de la forma de vivir  Esta práctica de aprender a estar quieto, a estar quieta, en la vida, es el primer elemento en este silenciamiento.

La montaña no busca nada, la montaña no quiere nada, la montaña no persigue nada ni se agita. Es simplemente gravidez, es simplemente presencia, es simplemente ser. Ser estable, imperturbable, observando la realidad y siendo la realidad. Pasan los pájaros, pasan las nubes, llueve, sopla el viento, incluso hay tempestad, furia y granizo, pero la presencia sigue allí. Aprender a ser montaña es el primer paso de nuestro silenciamiento. O como diría la analogía del profeta de Nazaret, cuando estaba en la barca, aprender a estar en paz en medio del oleaje, aprender a ser gota de agua en el fondo del océano donde todo se agita, pero simplemente se es. Aprender y cultivar un gran silencio en la serenidad del fondo.

Si no hemos incardinado nuestra existencia en esta quietud, en esta serenidad profunda, es difícil avanzar en este sentido. Aprender a aquietar el cuerpo, las emociones, las sensaciones, los estados de conciencia. Surgen y aparecen. ¡Cuidado!: no es anegarlos, no es anegar el cuerpo, no es anegar mis emociones, no es anegar lo que siento, o no es anegar que estoy triste o estoy contento o estoy enfadado. Es pasar, pasar, andar, atravesar. Es vivir, recibir y seguir. La montaña queda ahí. Las nubes son reales, los pájaros son reales, la lluvia es real y todo lo que está pasando está bien. Está bien en el sentido de que ‘es’, no en una calificación ética, pero yo no me agarro nada y sigo quieto ahí.

Trabajando de esta manera, aprenderé poquito a poco a soltar el apego a mis quereres. No quiero repasar lo del día pasado, pero unid las dos charlas. Y, al unir las dos charlas, uno va viendo cuál es la aplicación de esto de aprender a estar quieto con el soltar lo que quiero y a lo que me amarro, lo que quiero saber y a lo que me vinculo, aprender lo que es mi control, mi dominación, y cómo, en cada uno de esos aspectos, adopto un camino de quietud y de fluir. Por lo tanto, en mi vida aprenderé, poco a poco, a fluir con elegancia, con serenidad interior, entre los diferentes personajes. Porque, poco a poco, iré diciendo: ‘Hoy ejerzo de esto, pero no soy esto: soy padre, pero no soy padre; soy hijo, pero no soy hijo; soy compañero, pero no soy compañero; soy arquitecto, pero no soy arquitecto; soy médico, pero no soy médico’. Aprenderé, también, a fluir en mis deseos: ‘Tengo hambre, tengo sed, deseo ser amado; pero yo no soy mis deseos’. Aprenderé a que están y los reconoceré y los aceptaré, pero no soy mis deseos. Transito en ellos. Y, poco a poco, en este fluir comprenderé bien eso del unfindability, eso de no tener una base propia en la que asentarme para siempre.

En el zazen, esto es zammai en japonés, o samadhi en sánscrito. Es el momento de la absorción, el momento en el cual no hay un lugar en el cual te agarras. Esto de zammai o samadhi se define como ‘la absorción completa en el camino meditativo, con un desapego de todo el mundo exterior, con una profunda recolección del ser, abandonando el discurrir discriminativo y dejando la mente en calma’. Todos nosotros hemos tenido algún momento de experiencia de zammai, en medio de la meditación. Ese momento de profundo silencio donde ya no estoy aturdido por un montón cosas que van y que vienen, sino simplemente hay silencio.

Pues ahora tenemos que entrar, tengo que entrar, en algo que doy en llamar ‘zammai vital’, que es vivir cada momento de mi vida en esa profunda recolección del ser, en ese profundo silencio de trasfondo, que solamente es posible si cultivo el silencio en momentos de mi día, en momentos de meditación. Es esa experiencia de vida, en la cual conozco sin agarrar, entiendo sin poseer, mientras mi conciencia está unificada y en paz. Por lo tanto, estamos hablando aquí de zen vivo, no estamos hablando simplemente del zammai de la meditación, del zazen, del momento en la meditación en que hacemos silencio. Pero eso nos prepara para transitar en la vida desde nuestro lago sereno, desde esa profunda agua tranquila en el fondo de mi alma. A pesar de que hay problemas, a pesar de que hay crisis, a pesar de que hay oleaje. Hay una serenidad de trasfondo, una conciencia de quietud y de paz en el fondo del alma y en ella y desde ella, vivo. Y vivo intensamente porque hay silencio. Vivo cada uno de los momentos porque no me apego y, al no apegarme, no estoy cogido, como diría el Buda, en uno de los reinos: en la posesión obsesiva, en el rechazo talibán o en el dogma que me tiene esclavizado, sino que me voy liberando de mis saberes, mis quereres y mis poseeres, y me sitúo en una pasión por vivir desde la paz interior. ¡Qué bonito!, ¿no? Ojalá fuera así siempre.

Pero esto es lo que siento en este momento, en el profundo de mí, como lo que entiendo que se produce en algunos momentos de mi existencia y que llamo ‘zammai vital’. El silenciamiento no es algo en negativo, no hago acallar cosas, sino que vivo la paz en positivo, vivo la serenidad, vivo la quietud, vivo la necesidad de estar aquí realmente dedicado y focalizado, recolectado en el centro de mí, desapegado de las cosas, para poder estar en las cosas. Es, por tanto, atención plena; es, por tanto, veremos también, sabiduría del fondo; es, por tanto, paz y es, por tanto, también gozo del alma. El conjunto de todo ello es el samadhi, que no es simplemente una práctica de concentración en la meditación, sino que es una forma de vivir.

Preparando esta charla, leí algo que me llamó la atención y os comparto. Cómo, desde lo más antiguo, si traducimos los conceptos que utilizan los antiguos, por ejemplo, en la llamada Escuela de Dhyana (la escuela de Dhyana es lo que luego se llamó Channa, luego se llamó Chan y luego se llamó Zen y, de hecho, hasta el sexto patriarca en China, a los practicantes del Chan, se les llamaba practicantes de la escuela de Dhyana, porque dhyana significa, en sánscrito, meditación). Pues es, en primer lugar, quietud: hacer oscuridad a mi ansia de juzgar, condenar, controlar, dominar, poseer o manipular. En segundo lugar, soltar: sensaciones, percepciones, emociones y estados mentales. En tercer lugar, mantener un espíritu de paz y de atención viva, concentrada en el momento. En cuarto lugar, recolectar el cuerpo y la mente y, desde ahí, practicar el samadhi, practicar la concentración. Este sería el programa de la escuela de Dhyana y que tiene mucho que ver con lo que venimos hablando.

Si practico el fluir y, desde la paz, miro la realidad momento a momento, en práctica continua de no agarrarme, estaré en condiciones de liberarme de mis identificaciones, lo que llamamos de liberarme de mis personajes. Porque ‘soltar el yo’ está muy de moda, está muy en el argot del mundo alternativo, pero, en la realidad, no se comprende muchas veces y parece que es un esfuerzo inútil, incapaz de poderlo hacer. Y por eso a veces hablamos del ‘yo cotidiano’ y del ‘yo esencial’. Mientras vivimos, decimos, o digo, que no podemos dejar de vivir ese yo. Yo creo que no se trata de no ser, no se trata de que yo no sea quien soy en este momento, sino que se trata de no quedarme en quien yo soy en este momento. En aceptar el poder decir que yo en este momento practico este yo y luego lo dejo de practicar, y practico otro yo, y luego otro yo.

Hay un dicho del Buda que a mí siempre me llamó la atención mucho y que yo lo he citado algunas veces en relación con esto. Él dice: “Igual que el agricultor cultiva su campo, igual que el arquero afina su arco, igual que el escultor esculpe con amor una estatua bella, el sabio afina su yo como un útil instrumento”. Y la clave, aquí, está en “como un útil instrumento’. O sea, el ‘yo’ deja de ser el centro del escenario y se convierte en un instrumento. Un instrumento que utilizo con pasión: soy médico con pasión, soy meditante con pasión, soy padre con pasión, pero es un instrumento. Y, al mismo tiempo que digo ‘soy’, también digo ‘no soy, no soy eso’. Y podré decir, con Eckart: ‘Era, soy y seré siempre’, pero al mismo tiempo podré decir con Nagarjuna: ‘Pero no soy alguien en particular’. Ser nadie, o querer ser nadie es un grave problema en nuestra cultura y en nuestra comprensión existencial y nos cuesta mucho que esto se convierta en carne de nuestra carne. Porque aquí surge la pregunta de ‘¿Quién, entonces, soy yo?’ o, más que quién, ‘¿Qué soy yo?’.

Y este camino se nos puede hacer árido, se nos puede hacer de negación, se nos puede hacer difícil, porque nos sentimos extraños, yo me siento extraño, en un mundo en el cual hay una búsqueda obsesiva, neurótica, por ser, por identificarse. Y yo estoy haciendo un recorrido en sentido contrario y no sé cómo manejar esto. Solamente lo puedo manejar desde eso que he llamado el anhelo, el anhelo a encontrarme con la realidad toda y aceptar con humildad el momento en el que vivo, sin agarrarme a nada. Y en este ‘zammai vital’, me recojo ante mí mismo, en aceptación completa, en recogimiento inmenso, mientras acepto que las cosas ocurran a través de mí, desde mí y a pesar de mí, recorriendo el espacio en un silencio de identificación. Y el poeta místico habla de que este camino ha de hacerse ‘en ansias de amores inflamada’ y en el salmo se cita: “Desde la aurora hasta el ocaso, mi carne tiene ansia de ti y mi alma tiene sed de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Y solo tu agua viva habrá de calmarla. No descansaré hasta que la unión se complete y el espíritu se manifieste”.

Y cito esto porque no hemos de olvidar, no estoy hablando de Dios, de una referencia que nos salva, estoy hablando del grito esencial que está en el centro del corazón hacia la comunión, hacia la conexión, hacia la identificación con todo y, al mismo tiempo, con nada. Y esta ha de ser nuestra guía. Si quieres tener una respuesta a ‘¿Cómo he de hacer esto del silenciamiento?’, la única respuesta que hay es ‘Cultiva el amor’. Porque si lo pretendes hacer desde machacar cada uno de tus gritos, cada uno de tus ruidos, sin que exista esa comprensión amorosa en el centro de ti, todo se convertirá en oscuridad.

Por lo tanto, el silenciamiento ha de ser en positivo, que empieza en el zazen en una absorción de gozo y de paz en el medio de este estar aquí, de este ser aquí, que sigue en cada uno de los instantes de la práctica de lo que llamé ‘zammai vital’, que continúa con ese proceso de soltar cada vez que aparece el deseo, la necesidad, la comprensión, el saber, el ser, el ir soltándolo a la vez que se va viviendo. Ese arte, que hay que hacerlo con aquello que llamábamos wabi sabi, ¿os acordáis?, ese arte elegante, delicado, de vivir con pasión el momento y, al mismo tiempo, de irlo soltando. Es una práctica vital permanente.

Y esto es libertad, esto es liberación, porque, por fin, poco a poco, me libero de quién creo que soy, de quien ansío ser, de quien los otros creen que soy, de quien aparento ser o de quien no quiero ser. Me libero y practico presencia, momento, realidad, sin poner límites, sin situarme en dogmas, sin situarme en interpretaciones. Porque salgo de mi yo pequeño y acepto habitar en eso que el profeta llamaba el Reino de Dios o la casa del Padre. Acepto habitar un espacio en el cual, porque me siento liberado, no practico la diferencia, no practico la dominación ni practico el control. Y en ese no practicar nada de eso, a veces pienso que he perdido mucho, pero realmente hay un espacio de libertad y de ligereza que, cuando lo vivo, me siento en profundo gozo.

Pues bien, hasta aquí es la quietud, hasta aquí es ese proceso de quedarme sin nada. Y ahora surge el siguiente paso (y lo digo también para los practicantes principiantes que somos todos nosotros), que es el ‘abrirse a la pregunta’.

Claro, porque, si yo vivo sin agarraduras, sin apegos, sin interpretaciones, sin conocimientos de entrada, puedo quedarme simplemente como la montaña para siempre: no pregunto, no quiero nada, no deseo nada, no busco nada, soy un trozo de roca, y presencia y nada más. Pero nosotros, esta realidad, esta aventura humana, no es solo roca, sino que es una aventura humana que se define por ‘preguntar’. Y la pregunta es: ‘¿Qué es esto? ¿Qué soy yo?’ Y esa pregunta aparece en cada circunstancia aunquer la pregunta no se verbalize. No solamente vivo la circunstancia, la realidad, sino que pregunto ‘¿Qué es esto?’. Y, a veces, equivocadamente (y yo también lo he hecho conmigo mismo), me digo: ‘No, pero la cuestión es solo ‘hacer la pregunta’, pero no ‘hacer la respuesta’, no aceptar ninguna respuesta, no tener ninguna respuesta’. Y yo creo que eso no es correcto. Por supuesto que hay respuestas. Por supuesto que cuando digo: ‘¿Por qué tengo hambre?’ o cuando digo: ‘¿Quién soy yo ahora mismo?’, tengo respuestas o intuyo o empiezo a intuir alguna respuesta. El problema es cuando me quedo con esa respuesta y la meto en una vasija y digo: ‘Ya tengo la solución. Ya tengo la solución de mi vida y ya tengo la solución del mundo. Ya he comprendido’. Inmediatamente doy el salto a mi propio dogma.

En este siguiente paso que estamos hablando, y que en el tránsito del camino espiritual el Buda lo llama ‘Dhamma Vicaya’ (que significa, la traducción que se ha hecho, es de ‘investigación’, esto es: abrirse a la pegunta), el primer paso es tener el coraje de hacer la pregunta. Porque si yo hago una pregunta es porque no sé. Si todo lo sé, si todo lo conozco, si de todo tengo la interpretación correcta, ya no necesito preguntar. Necesito contestar al que no sabe. Por lo tanto, es la profunda humildad de aceptar la incertidumbre. Estoy hablando de preguntas esenciales de la vida, estoy hablando de ‘el interrogante’, la interpelación vital, que nos abre en apertura desde esa quietud hacia comprender la existencia.

El problema es que, como somos seres mentales, tenemos la tendencia a responder a nuestros interrogantes con fórmulas mentales. Esas fórmulas mentales a veces no nos sirven. Cuando yo miro un árbol y me pregunto: ‘¿Qué es esto?’, la respuesta que me da mi cultura, mi conocimiento anterior, mi experiencia anterior es darle una formulación mental a eso que veo. Pero el árbol no es esa formulación mental, la luna no es el dedo que la señala. ¿Cómo he de responder a las preguntas esenciales de mi vida?

El siguiente paso es aceptar que lo esencial no es solo con mi mente con lo que puedo captarlo. Y el siguiente es estar presente, estar realmente allí. Os hago una pregunta para que no nos sintamos perdidos: ‘¿Puedes mostrarme el amor? ¿Puedes mostrarme el dolor?’. Si tú me das una respuesta a eso con la mente, no me estarás mostrando el amor, y tampoco el dolor. Por lo tanto, si yo pregunto: ‘¿Quién eres? ¿Qué eres?’, la respuesta a esa pregunta no la puedes hacer con la mente, porque me darás una fórmula que realmente no eres. Por lo tanto, hay que aceptar el responder y, por lo tanto, el vivir, desde algún lugar que no solo es nuestra mente. Y esto es la esencia del koan.

Un ejemplo de koan: Al maestro Joshu, un monje le dice: ‘Por favor, maestro, dime la verdad última. Muéstrame la verdad última’. El maestro se vuelve, hay un jardín ahí y hay un árbol, y dice ‘El roble en el jardín’. Está situado, el maestro, en un ámbito de comprensión de la existencia donde no se cierra a dar una respuesta, pero la respuesta se vuelve incomprensible para el que quiere encerrar el tema en una interpretación.

Por lo tanto, me interpelo a mí mismo y os interpelo a vosotros a, desde haber soltado el ruido, haber adoptado una posición de quietud y haberse abierto a la pregunta, a vivir ‘koánicamente’. Esto es un cambio de chip. Esto es interpelarse continuamente frente a cualquier momento de la existencia, pero aceptar que la respuesta no está en el ámbito habitual en el cual hemos situado nuestro esquema de control, nuestro esquema de ruido, sino que está en un ámbito más profundo (que, por cierto, en la tradición antigua se llama prajna, sabiduría de base).

Si hay silencio en mi vida, si hay quietud en mi vida, surgirá esa comprensión profunda de la realidad, esa sabiduría de fondo y esa respuesta que es diferente en cada momento, en cada situación, en cada instante, y que no me permite apegarme a ella. Es una respuesta que me compromete radicalmente con la realidad. ¿Os acordáis aquello que le preguntaban al Bodhidharma el tema de ‘¿Cuál es lo más sagrado?’ y él respondía: ‘Nada sagrado, todo ordinario’? ¿Y lo otro que le preguntaba Joshu a su maestro: ‘¿Cuál es el camino?’ ‘La mente ordinaria es el camino’? Esto es: cada uno de los momentos en interpelación y en comprensión profunda es el camino.

Por lo tanto, y hablando en términos concretos, cada instante, cada cosa que hacemos, cada expresión, cada mirada, cada escuchar, cada sentir, cada paladear, es una interpelación koánica a nuestra existencia. Y puedo dormirme, apagar la luz y dejar de preguntarme, dejar de interrogarme, dejar de comprometerme con la existencia, y vivir un camino trillado. O puedo no aceptar caminos trillados y estar preparado continuamente para la interpelación, cuya respuesta no sé. Esa actitud koánica, que es a la que yo me invito y a la que os invito, implica, a veces, tener un koan vital, propio, que es ese gran interrogante que te estimula continuamente a la transformación. O puede ser continuamente transitar de una pregunta a otra pregunta, pero desde el silencio, desde la ruptura con los apegos, con las respuestas trilladas, con las fórmulas culturales, desde la presencia, estar realmente ahí, y desde la aceptación del misterio. La aceptación del misterio no en términos religiosos o esotéricos, sino en aceptación de la incertidumbre, aceptación de que la existencia es mucho más completa, mucho más amplia de lo que yo intento captar y reducir con mi mente. Por lo tanto, continuamente avanzaré en mi vida con el ‘¿Qué es esto?’, pero al mismo tiempo con el ‘Calla y escucha’, con la aceptación humilde de postración ante la realidad, de penetración de la realidad. La penetración de la realidad es la definición del koan. Es diferente mirar el pájaro del cielo, mirar la flor del campo, mirar la hierba, sentir el viento, e interpretarlo, que haber dado el salto y ser pájaro del cielo, ser viento, ser brisa, ser hierba, en cada momento. Solamente desde el ‘ser’ cada momento, uno puede mostrar el koan.

Sabéis que, en la práctica del Zen, en la escuela nuestra y también en Rinzai, especialmente, se practica con koans. Y a veces eso se ha convertido en fórmulas esotéricas también. O en fórmulas de adivinanza por decirlo así. La descripción básica es esta: es ese interrogante vital que te conmueve desde lo más hondo y al mismo tiempo te abre en el compromiso con la realidad. Por lo tanto, es una apertura, sí, es una liberación, es un gozo, pero al mismo tiempo el koan se convierte en una espina que no te deja descansar, no te deja hacerte viejo.

Hemos empezado por la quietud y ahora estamos en esa dinámica continua de ebullición, de transformación, que no es posible si no hay una profunda quietud antes, porque n caso contrario lo que hay es, simplemente, una inestabilidad neurótica de la existencia.

Y esta es la pasión por vivir, esta es ‘la vida vivida con pasión’ de la cual hablaba el profeta místico. Vivir en la encrucijada, vivir en el intervalo, vivir sin agarrarse y, al mismo tiempo, agarrar profundamente la existencia en cada momento.

Así es como yo entiendo que quería interpelar Jesús de Nazaret a Nicodemo cuando le decía ‘morir y nacer’, como cuando hablaba de que ‘el viento viene y no sabes de dónde viene ni adónde va’.

Aceptar con profunda humildad, pero al mismo tiempo con profunda grandeza, que pertenecemos a la existencia completa y totalmente, pero no pretendemos encasillarla, meterla en una botella, para tenerla bien agarradita, sino aceptar no ser, para poder ser completamente.

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Organización de Espíritu y Zen

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¡Ay! ¿Quién podrá sanarme?

‘En la ribera, bajo los árboles, descubro sus huellas. Aún bajo el fragante pasto, veo sus huellas. En lo profundo de las lejanas montañas se encuentran’. 

Quizás fue un momento en el que, de pronto, todo se volvió diáfano. Quizás fue un pequeño tintineo de percepción. Quizás un día me fijé en las flores, en la cara de la persona mayor, en los ojos que me miraban, y me sorprendí anodadado. Quizás fue un sueño que me deslumbró. Es como si hubiese abierto una ventana y hubiese entrado aire fresco. Quizás ni siquiera sé de dónde viene ese fuego. En medio del abismamiento, en medio del silencio, me olvido. 

Sé que hubo algo, pero no sé, no soy capaz de recordar, de ninguna manera qué es lo que hubo. ‘Las huellas, en lo profundo de las las lejanas montañas, se encuentran’. Sé que es algo real, pero no sé qué es, ni puedo recordarlo. Es una realidad en la que no se distingue nada, permanece a oscuras y la memoria no la puede retener. 

Curiosamente, sin embargo, después de ese momento, vi con mayor claridad cosas muy diversas y situaciones muy concretas. Es posible que, de pronto, sé la solución a algo que me ha aturdido y que antes no sabía cómo hacer. También, de pronto, la música me llega más hondo, o la mirada, o la flor, o el pan sobre la mesa, o la luz en la calle. ¿Dónde está esa ‘huella’? ¿Es de pronto un faro lejano que me ha hecho ver, o está aquí cerca? ¿Dónde está esa experiencia y por qué no la tengo permanentemente? ¿Por qué esta herida que, de pronto, se vuelve ausencia? Y en esa ausencia ando esperando volver a recobrar esa sensación de vivir plenamente, ese instante en el cual mi mente se abrió y mi corazón se conmovió, en lucidez y en comprensión. 

Ese fogonazo que sentí en medio de mi sueño me ha aturdido, me ha conmovido por entero y me hace estar aquí, sentado en silencio, como si estuviera esperando que la puerta se abriera de nuevo. Y busco historias y busco gente que me refiera de nuevo ese mensaje que percibí en mi corazón y que no sé comprender y que no sé expresar, pero que motiva mi vida. Me siento herido, me siento insuficiente mientras no tenga eso.Y lo considero a veces como un paraíso perdido. Es como si hubiese sido desterrado de mi hogar y me encuentro aquí, en esta vida que hago, en estos años que pasan, como esperando volver. Y, claro, la religión me dice que eso lo tendrás cuando te mueras si aquí te portas bien. Y ese mito me lo he creído. 

Sin embargo, siento y percibo que está aquí, está en el seno de mí. Como dice el poema: 

‘La luna brilla dentro de mí, pero no sé verla’.

Y en este tránsito, en el cual me siento insuficiente, me siento dolorido, me siento oscuro, en oscuridad, en este tránsito me creo aquello de que estoy aquí para sufrir, en el samsara, en la tierra del valle de lágrimas, en el lugar de sufrimiento. Y quiero escapar de aquí. Y caigo en la tentación de pensar que todo lo que hay aquí, todo lo que rodea mi vida, es oscuro; que esta tierra produce lágrimas, que mi vida no puede completarse con los instrumentos que tengo, que la gente alrededor sufre y repito, como digo en la oración de la noche: 

‘Los seres sufrientes son innumerables. Los que sufren por hambre, por sed, por injusticia, por opresión, por dominación…’

Y el mundo se me aparece como una pantalla oscura, que no tiene solución. Entonces intento escaparme en esta capilla pequeña mía, intento sustraerme de esa insuficiencia. Pero, posiblemente, el Amado me dice: ‘¿Estás tonto o qué? ¿Es que no te das cuenta que estoy aquí? ¿Es que no te das cuenta que estoy en tu casa antes de que tú entres?’. Y, de vez en cuando, me ofrece un viento suave. Es como un caerme como una ligera brisa, como una lluvia que aparece y desaparece, y ese momento es un momento de realización, muy diverso: en un sonido, en un paso, en una comprensión, en un amor, en un abrazo.

Pero luego vuelve la tristeza, vuelve la oscuridad y me olvido de que eso ocurrió, de que eso me motivó y que eso era el centro de mi existencia. ¿De dónde viene esta herida y dónde está la ‘huella’, la terapia, que puede curarla? ¿Es algo de otro tiempo? ¿Es un estado original que hemos perdido, como nos dice el mito bíblico? ¿Éramos puros y nos manchamos? ¿Y tenemos que peregrinar un recorrido de penuria para recuperarnos? ¿Necesitamos un salvador que nos recoja y nos devuelva a ese estado original? ¿O es que nunca ha existido y todo son alucinaciones que me monto en mi mente?

Me entretengo en mis pequeñas búsquedas, en mis deseos, en intentar satisfacer mis necesidades. Pero en el trasfondo hay un oleaje que continuamente me llama y me dice que no es suficiente, qué me tengo que entregar más. Y salgo como loca por la calle clamando (no lo hago materialmente, porque me da vergüenza), pero mi corazón clama, clama por ese amor. Todos los poemas de todos los místicos de todas las tradiciones claman por ese amor, que está en el centro del corazón humano. Místico, en el lenguaje común, significa ‘loco perdido buscando fantasmas’. Sin embargo, es el estado natural de mi humanidad: estar en conexión directa con esa luz que alumbra mi corazón, dejar que esa luz se exprese y no resistirse más, me lleve donde me lleve. Así, pues, esa ‘huella del buey blanco está a la ribera de los árboles, está en el fragante pasto, está en las lejanas montañas’, está en cada momento de mi expresión vital, está ahí en cada momento de mi expresión vital. No está en un sitio particular. No es que el buey se esté alejando y yo tengo que ir detrás siguiendo las huellas. Está aquí, en cada momento de mi vida, está en el centro de mi corazón.

Los seres que sufren son también los personajes que yo he vivido: ese niño que yo era y que mi padre no comprendía, o que estaba ausente y lloraba por protección; ese adolescente que se abría al amor y que le decían que la sexualidad era pecado y que rebullía en ebullición hacia la vida pero no sabía cómo expresarse; ese enamorado que se entregaba a su amada y que luego no encontraba ahí la respuesta al amor profundo que quería sentir; ese padre, ese profesional, esa madre entregada al sacrificio de sus hijos, ese hermano, esa hermana, ese amigo, esa amiga, todos esos personajes que van transitando en mi vida son los seres que sufren que tengo que rescatar también. Han pasado, y esa es la forma de rescatarlos, han pasado ya y han muerto. Creo que es una continuidad y que yo soy el resultado de eso, pero yo no sé lo que soy, porque hay un Yo más grande que habita en mí y no acepto, no termino de aceptar que eso es así y sigo atado a mis personajes y personajitos y los llevo como con una cadena uno detrás de otro, todos juntos, y salto de uno a otro y creo que son mi pertenencia. Y que sigo siendo ese niño, y que sigo siendo ese enamorado y que sigo siendo ese padre o esa madre, o que me revisto de ese profesional y me vuelvo absolutamente frío y lógico. Pero no soy nada de eso. He interpretado eso, he seguido ese camino, pero ahora tengo que rescatarles, tengo que dejarles ir y tengo que quedarme sin personaje.

Esa ‘huella’ es la herida que ha quedado en mí, es el signo que, como fuego, apunta a mi corazón y me deja anhelado, me deja atrapado, e intento agarrarlo. Porque todo lo que he aprendido, es que lo que me gusta lo agarro y me lo quedo. Pero no puedo agarrarlo, no puedo poseerlo, no puedo dominarlo ni controlarlo. Y por eso me quedo clamando porque, como animalillo herido, estoy deseando pertenecer y tener el hogar y sentirme allí tranquilo. Pero el Maestro, ese que me dice: ‘Tonto de ti’, me coloca el camino y me hace andar y no me deja parar y me dice: ‘Eres nómada. No tienes nada que sea tuyo y todo te pertenece. Y esa ‘huella’, búscala, búscala, que no la vas a encontrar allá lejos’. Salgo, busco, ensayo, me quedo quieto, camino, como, me paro y así sigue mi vida.

Escucho en las plazas, en los bares, en los púlpitos de este mundo, las fórmulas que se me ofrecen, cada cual con su nombre puesto, y practico algunas de ellas. Pero el mensajero no me puede dar la experiencia, es el dedo que señala la luna, no es la luna. La luna está en mí y tengo que experimentarla yo. No he de seguir ningún mensajero, no he de seguir ninguna interpretación. Inclinándome en profunda humildad de no poseer, no controlar y no dominar, tampoco he de aceptar ser inferior al maestro, al gurú, al que interpreta o al que predica. Como dice Linchi: ‘Tenéis una casa y, en cambio, buscáis fuera algo, dejándoos atrapar por las ridículas palabras y frases de los antiguos’. Pero la herida sigue ahí y no sé qué hacer con ella.

He de aprender a morir a las soluciones que mi mente me ofrece, he de aprender a morir a las soluciones del mundo, no rechazándolas en plan de que ‘sé más’, de que ‘estoy más avanzado’ o que ‘estoy en un lugar diferente’, sino desde la humildad de hacer preguntas sin tener la respuesta, porque la respuesta está en el corazón, no está en la mente.

¿Cómo he de comprender este amor? Todo mi ser humano me dice que, si comprendo, lo podré controlar. Por eso, quizás, no lo comprendo y no lo puedo explicar. ¿Cómo he de comprender esa visión que he olvidado, pero que se mantiene como un rescoldo en el centro de mí? ¿Cuál es el siguiente paso que habré de dar? Siento una profunda Saudade, añoranza del hogar, una profunda sensación de que mi hogar está en otra parte. Y, de nuevo, escucho el eco de la voz: ‘Tonto de ti. No está en ninguna otra parte’. Voy buscando otra orilla, voy buscando la barca que me lleve a otra orilla, el barquero que me salve…pero no hay barca, ni barquero, ni soga que tira a otra orilla ni orilla a la que llegar. ´Pisa fuerte y entra en tu casa que allí encontrarás al Amado? (Rumi). Dejémonos, pues de sueños lejanos y bellos, a los que peregrinar, caminos a los que ir que están lejos y fuera de nosotros. 

Me gustaría dialogar contigo, Amado mío, que ni siquiera sé lo que eres, porque le he puesto nombre: de un maestro, de un Mesías, de un Dios, de una naturaleza diferente, de un centro de la existencia, pero no sé si respondes a ese nombre. Me encontraba muy cómodo cuando te atribuía el nombre del Padre-Dios que me cuidaba, me acogía, me conducía por el camino verdadero. Pero, ahora, es como si eso hubiese desaparecido, o quizás como si de pronto una luz centrada se hace multitud de luciérnagas y se reparte por todo lo que existe, y ando buscando y no me encuentro preparado para tomar decisión de mi propia existencia. 

Aceptaré, con humildad, en cada instante, guardar silencio y mirar, y escuchar, y ser transparente, y ser transitorio, y aceptar que es la experiencia, que es la vida, que en cada momento vivo, dónde encontraré al Amado. Todo ruido, por tanto, de la mente, de mis esperares, de mis deseos, de mis expectativas, ha de callarse. Toda búsqueda, allá lejos, del buey blanco, o de la Tierra pura o del Dios que me salve o del cielo que me espera, ha de terminar. Y he de quedar aquí, sentado, contemplando, sin respuesta, el ritmo de la vida, el dulce susurro del amor que se manifiesta en cada cosa, en cada ser y en cada lugar. 

Buscamos respuestas. No se nos dan. Solamente se nos muestra, a veces, una huella; a veces, se entreabre una ventana. Pero nos sentimos más auténticamente vivos, más vibrantemente reales que cuando, dormidos, vivimos con la droga del mito, ya sea religioso, ideológico, tal, que nos daba respuestas cómodas en las cuales encorsetar nuestra humanidad. Aceptemos andar en oscuridad. Como dice el Anónimo: 

‘Aprende a permanecer en la oscuridad. Vuelve a ella tantas veces como puedas dejando que tu espíritu grite en aquel a quien amas. Pues si en esta vida esperas sentir y ver ha de ser dentro de esta oscuridad y de esta nube. Pues si te esfuerzas en fijar tu amor en él, olvidando todo lo demás, te dará una experiencia profunda de sí mismo’.

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Ire por esos valles y riberas

Entre los prados de este mundo me abro camino, entre los altos pastizales, en búsqueda del buey siguiendo ríos sin nombre, perdido en impenetrables caminos de lejanas montañas. Mi fuerza flaquea y mi vitalidad se agota. No puedo encontrar al buey. Solo escucho las langostas trinando a través de la selva por la noche.

He salido a la noche, he entrado en mi bodega, he cerrado la puerta y me pongo a andar creyendo que hay un horizonte, un destino, un buey blanco que será la solución a mis preguntas. Pero en esta oscuridad no veo. Marcho con las manos hacia adelante, creyendo tener que ir a alguna parte. ‘Por caminos sin nombres, en lejanas montañas’.

Ahora aparece un horizonte que me llena de belleza, ahora una negrura que no comprendo, ahora un desierto. No reconozco el lugar, no sé dónde estoy y ni siquiera sé por qué camino. Me he atrevido, me he atrevido a salir de mi lugar propio, de mi espacio de seguridad, de mis rutinas, de mis respuestas rápidas, de mi interpretación de la vida. Me he atrevido a abandonarlas. Me he atrevido a abandonar mis amores, esos amores pequeños que me tenían entretenido, esos proyectos, esas expectativas, esas tenencias, ese ritmo familiar de cada día en el cual me siento cómodo, en el cual me identifican, en el cual se hace lo que se espera de mí, en el cual creo ser ese alguien al que le ponen nombre, ese personaje al que estoy acostumbrado. 

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Entra en tu aposento, cierra la puerta

Dice Jesús: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento. Y cerrada la puerta ora a tu Padre que está en lo escondido. Y tu Padre, que está en lo escondido, te devolverá.”

Dice Isaías: “Ven, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra todas las puertas. Escóndete por corto tiempo hasta que pare la indignación.”

Abandono ahora el ruido, las imágenes, los deseos y necesidades, las búsquedas, los objetivos y las expectativas, y entro en lo oscuro, en lo más hondo de mi casa, en mi propia bodega. Y a oscuras me quedo y a oscuras me siento. Salgo de la dispersión, para estar solo aquí, para ser solo, para ser solo en si en cada momento. Salgo de mis personajes, los que interpreto en cada momento, aquieto mi cuerpo, aquieto mi espíritu, aquieto mi alma. No juego ni siquiera a ser el meditante. Abandono y me rindo, me despojo de identidades, en este estar aquí, quieto. No hay testigos sobre los que he de interpretar ningún papel, no hay representación que realizar, no hay esquemas que perseguir. Solamente me confronto a eso, a no-dos.  

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