La práctica de la contemplación, según La nube del no Saber, el Maestro Eckhart, San Juan de la Cruz y otros místicos de occidente, se inscribe indefectiblemente en la tradición y cultura cristiana, y por tanto es desde el origen religiosa. Sin embargo, en el proceso de la práctica, se “desnuda” completamente de los instrumentos de mediación de la práctica religiosa tradicional y se acerca al territorio místico común de experiencia directa en el que las sensaciones, la oración objetiva y el discurso intelectual desaparece. De acuerdo con Bonaventura, el ojo de la contemplación es el medio que el ser humano puede emplear para conocer las realidades transcendentes de forma directa, pero para ello ha de interrumpir las formas de conocimiento por los sentidos o por la razón o intelecto.
Así pues la práctica de la contemplación según los místicos occidentales parte de un proceso de limpieza y depuración, de sosegar el alma de forma que se vacíe de todas las atenciones sensoriales y mentales, a fin de centrarse en el solo foco sin objeto, en el que la unión divina pueda darse.
Esta purgación sensitiva es continuamente referida por San Juan en sus versos:
En una noche oscura, …
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada
Por lo tanto, la práctica que proponemos busca la unión con el Ser Ultimo, y la apertura a una perspectiva transcendente que ha de cambiar la forma como enfocamos la vida. Este objetivo es homologo al camino del despertar del Zen, o a los caminos unitivos que practican diferentes vías espirituales. Es por tanto un camino espiritual cuyo desarrollo compromete la vida y se convierte en el centro de la práctica espiritual para la persona religiosa, cuyo primer paso es el desprendimiento de todo aquello que todavía nos ata a formas sensoriales o intelectuales de percibir nuestra actitud religiosa. Habremos de aprender este camino contemplativo paso a paso, antes de intentar entenderlo, pues a esto también habremos de renunciar, como de nuevo insiste San Juan de la Cruz:
Entréme donde no supe,
y quedéme no sabiendo,
toda sciencia transcendiendo
Por lo tanto hemos de seguir como aprendices esté camino, que es un camino sin camino, en el que nuestra primera experiencia es de oscuridad y de pérdida del control, de pérdida de la capacidad de entender lo que pasa y donde no sabemos dónde estamos ni adónde vamos, donde es seguro que habremos de sufrir un proceso de purificación con gran aflicción, a fin de estar preparados para que el ojo de nuestra contemplación quede abierto. Por ello éste ha de ser un camino de oscuridad y de compromiso vital, ya que toda nuestra vida y toda nuestra actividad queda así comprometida.
Sosegar la casa
La actitud contemplativa inicial es una actitud de quietud, en el que el conjunto del cuerpo se mantiene en equilibrio. Desde el punto de vista físico dos condiciones son importantes: asentarse bien, cómodamente, en el suelo (o en un banco o una silla, de forma que la actitud favorezca la atención, y mantener el eje del cuerpo vertical, caben diversas posturas compatibles con las aprendidas en el Zen o en el yoga, o también la postura de rodillas sobre banquito, en forma que se pueda mantener la misma durante tiempo. Las manos se mantendrán juntas y apoyadas, la postura erguida y la mirada recogida, con o sin cerrar los ojos. La atención física se dirige al centro energético del vientre, y la respiración se hace sosegada, sin exagerarla o forzarla.
La quietud comienza con inmovilidad física y psicológica, dejando todas las cosas estar y buscando vaciarnos de cualquier preocupación o emoción, eliminando todo tipo de apoyos, y volcando el corazón en una actitud de pobreza, limpieza y soledad, tal como imaginamos que era la actitud de Jesús en sus noches en el monte, perdido en oración. Respiramos y sentimos nuestro cuerpo, manteniendo la atención en este momento, mientras seguimos la respiración.
Nuestra práctica inicial va a ser soltar nuestra atención de cualquiera estimulo sensorial imaginación o proceso discursivo, por lo que, si bien puede iniciarse la contemplación con una dedicatoria, con una volición o con una intención, todo esto debe ser posteriormente abandonado cuando iniciamos el ejercicio. Como en otras prácticas, nuestra actitud aquí es soltar todo lo que estorba, manteniendo nuestra casa vacía y en sosiego, en perfecta actitud de atención. Para llegar a ello hemos inicialmente, y quizás durante un largo periodo de tiempo, de mantener un foco al que agarrarnos, para no perdernos de nuevo en pensamientos u oraciones discursivas.
Elegir un foco
Así pues, y siguiendo las instrucciones de la Nube del No Saber, habremos de elegir una palabra o una frase, como nuestro vehículo mántrico a la contemplación vacía. Dado el punto de partida, esta palabra ha de ser lo más simple posible y sin contenidos aparentes. Recomiendo el uso del nombre de Jesús, Yeshua, que incluye la U, que es muy conveniente. Incluso puede haber simplemente un apelativo a la UUUU… como sonido que repetiremos sin descanso. Así pues, en la espiración, cuando bajamos nuestra atención a la zona donde apoyamos nuestras manos, repetimos sin descanso: Yeshuuuua, o UUUUU… Este sonido habrá de agarrarse a nosotros en todo momento, llenándonos en el silencio y en medio de la actividad, de forma que se convierta en el trasfondo de nuestra vida. Cuando practiquemos, toda distracción, todo pensamiento, toda percepción, ha de responderse con nuestro mantra, de forma que la U de Yeshua nos llene continuamente, y nos exija la atención. Cuando este ejercicio se repita suficientemente estará presente en medio de la actividad, en la base en que nos sostenemos al andar, al comer, al dormir, en cada acto que realicemos.
Esta palabra ha de resonar con fuerza en nuestra práctica. No es un discurso rutinario, sino la conversión de nuestro cuerpo y toda nuestra energía en el tambor del mantra. Un ejercicio poderoso que resuena continuamente y absorbe nuestra atención, exigiendo la completa lucidez presente. Así toda nuestra actitud religiosa, nuestra devoción y nuestro querer decir o expresar, querer pensar o discurrir, solo se convierte en el mantra continuamente repetido: ¡Yeshuuuuua!, ¡Yeshuuuua!. Es un sonido que viene del centro de nuestra energía, que llena nuestra mente, que no deja espacio, que es la respuesta permanente en cada ocasión.
Esto puede entenderse como un sin sentido, como una renuncia a lo más noble de nosotros, nuestro pensamiento, pero pensad que estamos tratando de abrir un ojo que tenemos largamente cerrado, el ojo de la contemplación. Para ello esta palabra es nuestro instrumento quirúrgico, nuestro único asidero.
Notaremos con la práctica que cualquier contenido intelectual o sensorial que queramos dar a nuestra palabra ha de quedar vacio, ha de no caer en sentido, de forma que solo es un sonido vacio que se repite en nuestro interior. Este vacío, este sin sentido, no se nos antojará agradable, y puede dar una sensación de vértigo y de no saber qué pasa. Puede suponer una sequedad y una oscuridad que nos asusta. Hasta ahora quizás nos hemos acostumbrado al control y a la dirección consciente de nuestra vida y nuestros actos. Sin embargo con esta práctica notamos que perdemos el control, que caemos sin saber dónde.
No temamos, esta sensación de estar perdidos es necesaria. Agarrémonos a nuestro sonido con todas nuestras fuerzas, de forma que se vaya grabando en nuestra alma. Estar aquí, respirando y repitiendo una y otra vez nuestra palabra. Esto es lo único que importa.
Vaciando
Nuestro ejercicio y toda la siguiente fase de nuestra contemplación es un proceso de soltar. La repetición de nuestra palabra se verá continuamente interrumpida por los esfuerzos de nuestro yo, de nuestra memoria, de nuestras emociones, de nuestra razón por hacerse oír. El proceso a seguir, mientras seguimos agarrados a nuestro foco, es dejar ir a todo, vaciarnos y desapegarnos de todas las cosas, no solo durante la práctica del silencio, sino también durante nuestra actividad, en medio de la cual practicaremos la atención focalizada en la tarea a mano, repitiendo cuando podamos nuestra palabra, como rumiándola. Se trata solo de percibir la existencia, la presencia viva, y no tanto nuestra existencia o presencia. Estar presente para la vida, para distinguir y aceptar el flujo vivo que se despliega frente a nosotros. Con el tiempo no nos cuestionaremos la existencia sino que estaremos presentes, estaremos atentos a la vida, sentiremos lo que es, incluyendo la observación de nuestra vida, de sus evoluciones y flujos, aceptando en cada momento lo que toque.
Esta actitud nos hará extraños a la gente. Debemos recordar que como dice el Meister Eckhart se trata de vaciarnos de nosotros para dejar que Dios haga Su obra en nosotros. Por ello el proceso de depuración es extraño, nos aleja e incluso nos hace perdernos. Es doloroso y nos vuelve raros a nosotros mismos. Hemos de saber que es un proceso necesario. No sabremos donde estamos, no sabremos qué buscamos, no sabremos que encontramos. Hasta que este vacío no sea completo, en el sentido de San Juan: Nada, Nada y Nada, no estaremos listos para la contemplación verdadera.
Hay que desnudarse sensorial y psicológicamente. Y este es un proceso que en ocasiones requiere mucha ayuda y tiempo. Hay que vaciarse de estereotipos, modas y apegos. Es un proceso en el que se practica el descubrimiento de tantas pequeñas trampas que existen en nuestra existencia y nos tienen atados, en el que, a caballo de nuestro mantra recorremos los escenarios en los que clamamos por nosotros mismos, nuestras posesiones, nuestros esquemas, nuestras decisiones vitales. Y todas ellas hemos de soltar. Al menos soltarlas en cuanto a nuestro apego interior.
Diremos adiós también a nuestra propia imagen de Dios. Cualquier imagen o explicación de nosotros, de las cosas o de Dios, no nos será válida. Dejaremos los contenidos, ritos y esquemas que nos dan seguridad. No significa que no practiquemos nuestra religión, sino que nos desprenderemos de todo apego a los aspectos de seguridad de la misma. Esto nos lleva lejos, a estar sueltos y sin esquemas, desnudados de pretensiones y de quereres, al tiempo que realizamos en nuestra vida lo que toque, con un profundo compromiso con el presente. El camino contemplativo se iguala aquí al camino del zen, pues busca igualmente este vaciamiento necesario para abrirse a la nueva perspectiva. Nos vaciamos para dejar espacio que ha de ser llenado.
Esta desnudez ha de continuarse ininterrumpidamente, hasta que se produzca el propio vaciamiento de uno mismo. En ese estado ya no será necesario siquiera atarse al mantra o a la palabra. Podrá ocurrir años después de nuestra trayectoria, pero llegará el momento en que nuestra atención se focalizará únicamente en la contemplación de la existencia en si misma. Este es un proceso doloroso y penoso, ya que la ruptura con la conciencia del yo es lenta y a veces está sometida a múltiples trampas disfrazadas de consolaciones espirituales, y momentos de mucha paz aparente, que en el fondo son retardo en el proceso de purificación. La distinción de la pura contemplación del ser y esos momentos en que uno se siente muy centrado, muy bien, muy en paz, pero donde la conciencia es de uno mismo contemplando, a veces no es fácil. Sin embargo llegado a este estadio, es necesario abrirse a una contemplación más activa, de atención amorosa.
Eckhart habla extendidamente de este proceso como un proceso de purificación del corazón. La práctica aquí es la pobreza de espíritu. Recomienda no querer nada, en el sentido de vaciarse de los apegos, no saber nada, en el sentido de abandonar el flujo discursivo y el conocimiento que se alcanza por unió mismo, para comprender la realidad transcendente que se vive, y el no tener nada, en el sentido de vaciarse incluso de la propia identidad, de forma que Dios pueda ocupar un espacio en donde el ego ha dejado su lugar
Escuchando.- La atención amorosa. La presencia del otro
Alguien ha comparado la práctica de la atención amorosa con el Shikantaza del Zen. Y efectivamente tienen muchos elementos en común. Ambas prácticas requieren un proceso de depuración y de preparación, requieren una práctica previa y una disciplina. Requieren recibir la práctica del silencio con un espíritu preparado y dispuesto, capaz de estar ahí sin ningún tipo de sostén. Y ambas prácticas son prácticas de atención pura. Es impresionante como estas prácticas han sido propuestas con siglos de diferencia, sin ningún tipo de contacto cultural o de contenidos, y partiendo de perspectivas totalmente diferentes.
En la práctica de Atención Pura de San Juan de la Cruz, llamada también ”Atención Amorosa” o “receptividad amorosa”, el practicante ha roto con sus apegos, ha avanzado a través de una disciplina de silencio atado a su palabra, y ha depurado su vida, alcanzando, como se dirá la pureza de corazón y la pobreza de espíritu necesaria para abrirse por completo a la escucha.
me ha encantado,
GRACIAS….!!!!
Gracias, estoy interesada en aprender este tema y la informacion que facilitan es clara.
No es facíl pero tampoco imposible y voy ahacerlo porque estoy seguro que lo lograré, mi vida la pasé sin pena ni gloria , ya es hora de hacer un alto en el camino y lograr la paz y tranquilidad que tanto he anhelado
Gracias por la información , voy a ponerla en practica