Los seres que sufren son innumerables.
Todos los que son sometidos por el hambre,
por razón de religión, etnia, creencia o sexo.
Todos aquellos que desesperan
en un mundo que ven caótico,
los que se sienten enfermos
o los que están sometidos
por la opresión, por su condición social o por razones de justicia.
Por todos los encarcelados que sufren en sus derechos básicos,
por las viudas abandonadas,
los niños explotados
y los ancianos despreciados.
Mi cuerpo y mi espíritu están comprometido con ellos.
Estoy decidido, estoy decidida, a acompañarlos
y a sufrir su propia suerte
hasta que todos los seres superen la cadena del sufrimiento.
Las ocasiones que me llevan a la ceguera no tienen límite.
A causa de mi deseo de posesión, por celos, por envidia,
por avaricia o por soberbia.
A causa de mi carácter violento, de mi intolerancia
o de mi necedad
que me lleva al rechazo y la exclusión de mis hermanos,
a causa de sentirme en posesión de la verdad
(o de creer formar parte de los dueños de la verdad),
o de sentir lástima por el que considero inferior.
Que sea yo sometido, despreciado y rechazado
hasta comprender que no hay separación
y pueda superar mis límites
y mi incapacidad de ver lo que es.
Los momentos de la vida que son oportunidad
para mirar, escuchar, comprender
y abrir mi espíritu a lo que realmente es
son incontables.
Que cada uno de esos momentos
sea un momento de práctica y participación,
de manifestación y silencio lleno de contenido
que permita manifestar la luz solitaria que luce en mí.
El camino que me lleva a la comunión
y a vivir la unidad del entramado amoroso
de la conexión completa
y de la manifestación de plenitud,
es la única realidad,
la presencia permanente.
Que pueda esta existencia estar dedicada
a esa manifestación,
a esa vida amorosa,
a la que todo lo que existe pertenece.