‘En la ribera, bajo los árboles, descubro sus huellas. Aún bajo el fragante pasto, veo sus huellas. En lo profundo de las lejanas montañas se encuentran’.
Quizás fue un momento en el que, de pronto, todo se volvió diáfano. Quizás fue un pequeño tintineo de percepción. Quizás un día me fijé en las flores, en la cara de la persona mayor, en los ojos que me miraban, y me sorprendí anodadado. Quizás fue un sueño que me deslumbró. Es como si hubiese abierto una ventana y hubiese entrado aire fresco. Quizás ni siquiera sé de dónde viene ese fuego. En medio del abismamiento, en medio del silencio, me olvido.
Sé que hubo algo, pero no sé, no soy capaz de recordar, de ninguna manera qué es lo que hubo. ‘Las huellas, en lo profundo de las las lejanas montañas, se encuentran’. Sé que es algo real, pero no sé qué es, ni puedo recordarlo. Es una realidad en la que no se distingue nada, permanece a oscuras y la memoria no la puede retener.
Curiosamente, sin embargo, después de ese momento, vi con mayor claridad cosas muy diversas y situaciones muy concretas. Es posible que, de pronto, sé la solución a algo que me ha aturdido y que antes no sabía cómo hacer. También, de pronto, la música me llega más hondo, o la mirada, o la flor, o el pan sobre la mesa, o la luz en la calle. ¿Dónde está esa ‘huella’? ¿Es de pronto un faro lejano que me ha hecho ver, o está aquí cerca? ¿Dónde está esa experiencia y por qué no la tengo permanentemente? ¿Por qué esta herida que, de pronto, se vuelve ausencia? Y en esa ausencia ando esperando volver a recobrar esa sensación de vivir plenamente, ese instante en el cual mi mente se abrió y mi corazón se conmovió, en lucidez y en comprensión.
Ese fogonazo que sentí en medio de mi sueño me ha aturdido, me ha conmovido por entero y me hace estar aquí, sentado en silencio, como si estuviera esperando que la puerta se abriera de nuevo. Y busco historias y busco gente que me refiera de nuevo ese mensaje que percibí en mi corazón y que no sé comprender y que no sé expresar, pero que motiva mi vida. Me siento herido, me siento insuficiente mientras no tenga eso.Y lo considero a veces como un paraíso perdido. Es como si hubiese sido desterrado de mi hogar y me encuentro aquí, en esta vida que hago, en estos años que pasan, como esperando volver. Y, claro, la religión me dice que eso lo tendrás cuando te mueras si aquí te portas bien. Y ese mito me lo he creído.
Sin embargo, siento y percibo que está aquí, está en el seno de mí. Como dice el poema:
‘La luna brilla dentro de mí, pero no sé verla’.
Y en este tránsito, en el cual me siento insuficiente, me siento dolorido, me siento oscuro, en oscuridad, en este tránsito me creo aquello de que estoy aquí para sufrir, en el samsara, en la tierra del valle de lágrimas, en el lugar de sufrimiento. Y quiero escapar de aquí. Y caigo en la tentación de pensar que todo lo que hay aquí, todo lo que rodea mi vida, es oscuro; que esta tierra produce lágrimas, que mi vida no puede completarse con los instrumentos que tengo, que la gente alrededor sufre y repito, como digo en la oración de la noche:
‘Los seres sufrientes son innumerables. Los que sufren por hambre, por sed, por injusticia, por opresión, por dominación…’
Y el mundo se me aparece como una pantalla oscura, que no tiene solución. Entonces intento escaparme en esta capilla pequeña mía, intento sustraerme de esa insuficiencia. Pero, posiblemente, el Amado me dice: ‘¿Estás tonto o qué? ¿Es que no te das cuenta que estoy aquí? ¿Es que no te das cuenta que estoy en tu casa antes de que tú entres?’. Y, de vez en cuando, me ofrece un viento suave. Es como un caerme como una ligera brisa, como una lluvia que aparece y desaparece, y ese momento es un momento de realización, muy diverso: en un sonido, en un paso, en una comprensión, en un amor, en un abrazo.
Pero luego vuelve la tristeza, vuelve la oscuridad y me olvido de que eso ocurrió, de que eso me motivó y que eso era el centro de mi existencia. ¿De dónde viene esta herida y dónde está la ‘huella’, la terapia, que puede curarla? ¿Es algo de otro tiempo? ¿Es un estado original que hemos perdido, como nos dice el mito bíblico? ¿Éramos puros y nos manchamos? ¿Y tenemos que peregrinar un recorrido de penuria para recuperarnos? ¿Necesitamos un salvador que nos recoja y nos devuelva a ese estado original? ¿O es que nunca ha existido y todo son alucinaciones que me monto en mi mente?
Me entretengo en mis pequeñas búsquedas, en mis deseos, en intentar satisfacer mis necesidades. Pero en el trasfondo hay un oleaje que continuamente me llama y me dice que no es suficiente, qué me tengo que entregar más. Y salgo como loca por la calle clamando (no lo hago materialmente, porque me da vergüenza), pero mi corazón clama, clama por ese amor. Todos los poemas de todos los místicos de todas las tradiciones claman por ese amor, que está en el centro del corazón humano. Místico, en el lenguaje común, significa ‘loco perdido buscando fantasmas’. Sin embargo, es el estado natural de mi humanidad: estar en conexión directa con esa luz que alumbra mi corazón, dejar que esa luz se exprese y no resistirse más, me lleve donde me lleve. Así, pues, esa ‘huella del buey blanco está a la ribera de los árboles, está en el fragante pasto, está en las lejanas montañas’, está en cada momento de mi expresión vital, está ahí en cada momento de mi expresión vital. No está en un sitio particular. No es que el buey se esté alejando y yo tengo que ir detrás siguiendo las huellas. Está aquí, en cada momento de mi vida, está en el centro de mi corazón.
Los seres que sufren son también los personajes que yo he vivido: ese niño que yo era y que mi padre no comprendía, o que estaba ausente y lloraba por protección; ese adolescente que se abría al amor y que le decían que la sexualidad era pecado y que rebullía en ebullición hacia la vida pero no sabía cómo expresarse; ese enamorado que se entregaba a su amada y que luego no encontraba ahí la respuesta al amor profundo que quería sentir; ese padre, ese profesional, esa madre entregada al sacrificio de sus hijos, ese hermano, esa hermana, ese amigo, esa amiga, todos esos personajes que van transitando en mi vida son los seres que sufren que tengo que rescatar también. Han pasado, y esa es la forma de rescatarlos, han pasado ya y han muerto. Creo que es una continuidad y que yo soy el resultado de eso, pero yo no sé lo que soy, porque hay un Yo más grande que habita en mí y no acepto, no termino de aceptar que eso es así y sigo atado a mis personajes y personajitos y los llevo como con una cadena uno detrás de otro, todos juntos, y salto de uno a otro y creo que son mi pertenencia. Y que sigo siendo ese niño, y que sigo siendo ese enamorado y que sigo siendo ese padre o esa madre, o que me revisto de ese profesional y me vuelvo absolutamente frío y lógico. Pero no soy nada de eso. He interpretado eso, he seguido ese camino, pero ahora tengo que rescatarles, tengo que dejarles ir y tengo que quedarme sin personaje.
Esa ‘huella’ es la herida que ha quedado en mí, es el signo que, como fuego, apunta a mi corazón y me deja anhelado, me deja atrapado, e intento agarrarlo. Porque todo lo que he aprendido, es que lo que me gusta lo agarro y me lo quedo. Pero no puedo agarrarlo, no puedo poseerlo, no puedo dominarlo ni controlarlo. Y por eso me quedo clamando porque, como animalillo herido, estoy deseando pertenecer y tener el hogar y sentirme allí tranquilo. Pero el Maestro, ese que me dice: ‘Tonto de ti’, me coloca el camino y me hace andar y no me deja parar y me dice: ‘Eres nómada. No tienes nada que sea tuyo y todo te pertenece. Y esa ‘huella’, búscala, búscala, que no la vas a encontrar allá lejos’. Salgo, busco, ensayo, me quedo quieto, camino, como, me paro y así sigue mi vida.
Escucho en las plazas, en los bares, en los púlpitos de este mundo, las fórmulas que se me ofrecen, cada cual con su nombre puesto, y practico algunas de ellas. Pero el mensajero no me puede dar la experiencia, es el dedo que señala la luna, no es la luna. La luna está en mí y tengo que experimentarla yo. No he de seguir ningún mensajero, no he de seguir ninguna interpretación. Inclinándome en profunda humildad de no poseer, no controlar y no dominar, tampoco he de aceptar ser inferior al maestro, al gurú, al que interpreta o al que predica. Como dice Linchi: ‘Tenéis una casa y, en cambio, buscáis fuera algo, dejándoos atrapar por las ridículas palabras y frases de los antiguos’. Pero la herida sigue ahí y no sé qué hacer con ella.
He de aprender a morir a las soluciones que mi mente me ofrece, he de aprender a morir a las soluciones del mundo, no rechazándolas en plan de que ‘sé más’, de que ‘estoy más avanzado’ o que ‘estoy en un lugar diferente’, sino desde la humildad de hacer preguntas sin tener la respuesta, porque la respuesta está en el corazón, no está en la mente.
¿Cómo he de comprender este amor? Todo mi ser humano me dice que, si comprendo, lo podré controlar. Por eso, quizás, no lo comprendo y no lo puedo explicar. ¿Cómo he de comprender esa visión que he olvidado, pero que se mantiene como un rescoldo en el centro de mí? ¿Cuál es el siguiente paso que habré de dar? Siento una profunda Saudade, añoranza del hogar, una profunda sensación de que mi hogar está en otra parte. Y, de nuevo, escucho el eco de la voz: ‘Tonto de ti. No está en ninguna otra parte’. Voy buscando otra orilla, voy buscando la barca que me lleve a otra orilla, el barquero que me salve…pero no hay barca, ni barquero, ni soga que tira a otra orilla ni orilla a la que llegar. ´Pisa fuerte y entra en tu casa que allí encontrarás al Amado? (Rumi). Dejémonos, pues de sueños lejanos y bellos, a los que peregrinar, caminos a los que ir que están lejos y fuera de nosotros.
Me gustaría dialogar contigo, Amado mío, que ni siquiera sé lo que eres, porque le he puesto nombre: de un maestro, de un Mesías, de un Dios, de una naturaleza diferente, de un centro de la existencia, pero no sé si respondes a ese nombre. Me encontraba muy cómodo cuando te atribuía el nombre del Padre-Dios que me cuidaba, me acogía, me conducía por el camino verdadero. Pero, ahora, es como si eso hubiese desaparecido, o quizás como si de pronto una luz centrada se hace multitud de luciérnagas y se reparte por todo lo que existe, y ando buscando y no me encuentro preparado para tomar decisión de mi propia existencia.
Aceptaré, con humildad, en cada instante, guardar silencio y mirar, y escuchar, y ser transparente, y ser transitorio, y aceptar que es la experiencia, que es la vida, que en cada momento vivo, dónde encontraré al Amado. Todo ruido, por tanto, de la mente, de mis esperares, de mis deseos, de mis expectativas, ha de callarse. Toda búsqueda, allá lejos, del buey blanco, o de la Tierra pura o del Dios que me salve o del cielo que me espera, ha de terminar. Y he de quedar aquí, sentado, contemplando, sin respuesta, el ritmo de la vida, el dulce susurro del amor que se manifiesta en cada cosa, en cada ser y en cada lugar.
Buscamos respuestas. No se nos dan. Solamente se nos muestra, a veces, una huella; a veces, se entreabre una ventana. Pero nos sentimos más auténticamente vivos, más vibrantemente reales que cuando, dormidos, vivimos con la droga del mito, ya sea religioso, ideológico, tal, que nos daba respuestas cómodas en las cuales encorsetar nuestra humanidad. Aceptemos andar en oscuridad. Como dice el Anónimo:
‘Aprende a permanecer en la oscuridad. Vuelve a ella tantas veces como puedas dejando que tu espíritu grite en aquel a quien amas. Pues si en esta vida esperas sentir y ver ha de ser dentro de esta oscuridad y de esta nube. Pues si te esfuerzas en fijar tu amor en él, olvidando todo lo demás, te dará una experiencia profunda de sí mismo’.