En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡Oh dichosa ventura!, salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada
La salida de lo que nos es propio, está llena de dificultades. Hemos constituido una individualidad que es consecuencia de nuestra historia y herencia, y todo nuestro esfuerzo ha ido dirigido a identificarnos con imágenes de nosotros mismos, con ideas dominantes, con arquetipos y con formas de ser, para situarnos en un mundo en competición, para evitar el dolor y conseguir el placer, para transcender y sobrevivir. Nuestra individualidad se ha definido por un ego, que el fruto y el objeto de nuestra identificación, que es un conglomerado de cuerpo, mente y emociones, y que consideramos permanente en un tiempo que imaginamos lineal y que vemos extendido sin solución de continuidad hacia el pasado y hacia el futuro.
Intentamos controlar el cambio que percibimos desde la seguridad que necesitamos obtener: seguridad en que prevaleceremos, seguridad en elementos básicos de nuestra existencia que permanecerán a pesar de los acontecimientos, seguridad de que aunque la superficie cambie, el meollo permanece, y seguridad en que lo obtenido no lo vamos a perder. Nuestra neurosis surge porque todo esto no lo tenemos seguro, y corremos contra el tiempo, y al percibir como lo que creíamos fijo e inalterable también cambia, sufrimos.
Nuestra defensa frente a las crisis de identidad motivadas por el cambio es crearnos una imagen, un arquetipo, una identificación, y tratar de vivir en función de esa imagen deseada y no en función de lo que es real en este momento. Nos identificamos con un ideal de nosotros mismos en el que proyectamos nuestros deseos y también nuestras frustraciones.
Esta imagen suele estar basada en un arquetipo en el que nos asimilamos, y desde el que interpretamos la realidad: Utilizamos el arquetipo del guerrero, de la madre, de la víctima, del maestro, del rey, de la autoridad, y también del antihéroe o del bufón.
Como consecuencia de esta construcción mental iniciamos un proceso de represión, de esconder y negar lo que contradice nuestro esquema de la realidad. Hacemos sublimación, repitiendo nuestros lugares comunes, diciendo y diciéndonos las “verdades” que deseamos oír, que se convierten en dogmas particulares. La ficción de nuestro ego necesita ser alimentado por este proceso de imágenes fijas.
Estas imágenes se convierten en conceptos. Es un momento crucial el paso de la percepción “filtrada” a la creación de un concepto interpretativo de la realidad. De forma simple esto ocurre así: Veo, percibo un conjunto de sombras y luces, contornos y clarooscuros, huelo y oigo, toco. Todo ello lo integro y le “pongo nombre”: un árbol iluminado por la luz de la mañana. Esta idea, un árbol, es una idea compleja fruto de una experiencia, pero no es neutral. Le añado el concepto de bello, placentero, o no, en función de que me provoque alergia o me resulte extraño, o haya tenido una experiencia hermosa o negativa en relación con él. El concepto creado estará coloreado en función de mi experiencia. Esto significa que teñimos emocionalmente nuestros conceptos, calificándolos. Cuando de nuevo tenemos otra experiencia de “árbol”, esta ya no es directa, sino que es “intervenida” por nuestro concepto mas o menos cristalizado, de forma que al final lo que vemos es nuestro concepto, mas allá de nuestra experiencia. La cristalización de conceptos tiene que ver con nuestra necesidad de identificación. El problema es que con ello generamos una interpretación parcelada del mundo, congelando la realidad, cerramos la capacidad de experiencia, pues para que la identificación se mantenga ha de hacerse segura y permanente. Esto alimenta nuestra neurosis y nuestro escape de la realidad.
Todo este esquema de conceptualización e identificación es falaz, neurótico y creador de sufrimiento. El gran descubrimiento del Buda, el meollo de su mensaje es lo que se llama en Pali “PATTICA SAMUPPADA” que puede traducirse por contingencia o impermanencia. Cuando se mira con atención todos los fenómenos se ve claramente el carácter impermanente de los mismos. Todo lo que aparece, desaparece. Todo cambia y se transforma, y lo que ahora es, ahora no es. Conocer la impermanencia, la contingencia (interdependencia impermanente) de todo lo que existe, y vivir desde ella, supone establecer las bases de la sabiduría esencial.
Cuando el Buda fue cuestionado por un grupo numeroso de monjes, que estaban reunidos en asamblea discutiendo sobre el Dharma, en los aposentos de Rammaka el Brahman, sobre la esencia de su Despertar (Ariyapariyesana Sutta), contestó:
“…Este Dharma al que he llegado es profundo, difícil de ver, difícil de comprender, pacifico, sublime, más allá de la visión de opiniones y juicios, sutil, para ser percibido por los sabios. Pero esta generación goza en el apego, se excita por el apego, disfruta con el apego. Así que una generación atrapada por el apego, excitada por el apego, disfrutando en el apego, tiene dificultades para ver esta verdad, esto es, la condicionalidad de todo lo que existe, el origen dependiente de las cosas. Y es difícil de ver esta verdad, esto es, la contingencia de todas las formaciones, la superación de todos los apegos, el final de la posesión, la ecuanimidad, la cesación, el nirvana. Y si fuera a enseñar el Dharma, otros no me entenderían, y esto sería agotador para mí, y lleno de complicaciones…”
La visión del Buda fue profunda y sublime, pero estaba en contra de todas las asunciones culturales de entonces, que hemos definido como propias de una sociedad rural alcaica, tradicional e imbuida por una interpretación estable, teológica, de la realidad. Por ello fue tan novedosa y al mismo Buda le causó temor (…este Dharma es difícil de ver, difícil de obtener…otros no me entenderían…) Su foco rompe con el dualismo, en virtud del cual existen dos mundos donde mirar: el mundo de los fenómenos y el mundo esencial o mundo de las ultimas realidades. Esta visión dualista, por cierto se mantuvo posteriormente en el Budismo institucional como la Doctrina de las Dos Verdades. Siddharta Gautama se centró solo y únicamente en la experiencia inmediata de los fenómenos, en la complejidad de las relaciones del mundo fenoménico. No existen en sus sutras ninguna referencia a algo llamado Dios, o discusiones filosóficas o teológicas interpretativas, del tipo acostumbrado en los Upanishads. El mira la realidad que se ve, se dirige a la experiencia vital de los seres humanos. Su Despertar no es el resultado de un proceso racional de comprensión. Es el resultado de un salto completo en su comprensión, que significa una nueva forma de ver que involucra todo su ser. Por ello se llama “Despertar”
Por tanto, todo lo que creemos seguro y permanente es inseguro e impermanente. Todo aquello con lo que nos identificamos y a lo que damos categoría de realidad absoluta, es falaz y relativo. La vida es continuas manifestaciones en relación causal, que ocurren en cada momento, aparecen y luego desaparecen. Nuestra forma de comprender e interpretar tiene un fallo principal, pues no es capaz de aceptar la contingencia, y por tanto es el obstáculo principal para nuestra liberación. Estamos atrapados por nuestras percepciones, y servimos a las conceptualizaciones, los dogmas, las ideologías, las religiones particulares, que son aparentes absolutos que hemos construido para que el concepto de ser individual sobreviva. Cuando el valor absoluto e inherente de las cosas se cae, también se cae la identificación con una individualidad independiente y permanente.
Por ello es necesario salir de este nuestro lugar común, de esta forma de percibir y comprender, de la seguridad sobre nuestra interpretación del mundo en la que nos hemos instalado, si queremos superar el ciclo de sufrimiento. Esto es “…salí sin ser notada…”. Este salir se produce “en noche oscura”, es una salida en búsqueda que implica la ruptura con nuestro comprender y saber. Y esto implica la incorporación al vacío, a la apertura de potencialidad, a la aceptación de la realidad como no-forma. La incorporación al vacío no es una postura estilista, o teórica, no es un nihilismo existencial, que implica la destrucción de la realidad, no es una filosofía cínica, en virtud de la cual se destruye toda forma de vida como irreal. Es un salto de experiencia en virtud del cual se acepta la soberanía del presente en su radicalidad y su drama. Es un salto de compromiso con el presente sin intentar controlarlo, adecuarlo o condicionarlo en función de nuestra seguridad. Hacer esto requiere de un profundo compromiso con la vida y requiere una práctica y un entrenamiento permanente.
El salto al vacío, a una forma alternativa de vivir y comprender, es el resultado de un profundo cambio en la conciencia, en la motivación vital, de una conversión del espíritu, definida por el místico como “…en ansias de amores inflamada” . Es por tanto una conversión, que implica un despertar, un ver como las cosas realmente son, y vivir desde esa visión. Este es un proceso personal, un proceso realizado en soledad, en el silencio cuando todo ha sido sosegado, cuando se mira la oscuridad, y se sale “…sin ser notada”. Es un proceso que no aparecerá en ningún registro ni podrá ser documentado o comunicado, pues no es algo que pueda interpretarse. Es tan solo una convicción nueva, la caída de un velo que impedía ver la realidad. El tema central es como vivir desde ahí, desde esa forma de comprender, en la que lo que pensábamos tener no lo tenemos, lo que pensábamos saber, ya no lo sabemos, lo que pensábamos ser, ya no lo somos.
Comprender que todo, todo lo que aparece, desaparece, y que esto es extensible a nuestra vida, a lo que vemos, a todo lo que pudiera tener sensación de solidez, pero que realmente no lo tiene, se convierte paradójicamente en el aspecto central de nuestra liberación. Nos liberamos desde esta comprensión de que nuestra vida está construida de encantamientos y prejuicios, de ilusiones y de falta de realidad. Al tiempo podemos realizar un radical compromiso con lo que es real ahora, y avanzamos en la ecuanimidad en relación con nuestras emociones y nuestra personalidad.
El primer resultado de esta forma de ver es romper con las identificaciones, con las interpretaciones cerradas, y con la mente estrecha. Aceptar el vacío existencialmente es aceptar que todo es posible en cada momento y entrenarnos en mantener ecuanimidad, que no significa indiferencia ante lo que en cada momento sucede. Es comprender el ideal de la “Indiferencia apasionada” de Juan de la Cruz.
Se produce así una sabiduría liberadora que nos permite acercarnos a las cosas, a los sucesos y a los seres sin prejuicios, con profunda curiosidad pero como principiantes en cada momento. Nos convierte quizás por primera vez en constructores del presente. Nos liberamos a través de la ruptura de nuestra esclavitud mental que considera la realidad cerrada y completa. En cambio los horizontes de presente aparecen inacabados, totalmente potenciales y totalmente contingentes, con lo que nuestra acción, nuestra decisión vital es libre… porque todo es posible.
Igualmente el ego, como el espacio de identidad y de seguridad desde el que vivimos se disuelve. En su lugar aparece un conglomerado de realidades interactuante, dinámica, de cuerpo, mente, emociones y energía en interacción, aparición y desaparición, en el que ya no existe nada fijo en lo que agarrarnos. Aprendemos así del río y su continuo fluir, cuya realidad es innegable pero es siempre cambiante, las aguas van siempre hacia delante y nunca hay una gota que queda quieta en el mismo sitio. Aprendemos a ser este río ahora, para dejar de ser y ser de nuevo este otro, en sustancia diferente, en apariencia similar. Se percibe que el mundo fenoménico es un show mágico de apariencias. Desaparece el sentido de continuidad, el propio tiempo se vuelve relativo. El instante es lo que importa.
La realización de la impermanencia en nuestra vida se logra a través de la observación atenta de lo que nos pasa, y también de la observación atenta de lo que pasa. En este mirar con plena atención se percibe principalmente el cambio, y como las cosas aparecen para desaparecer. El tema es adquirir la perspectiva tiempo-espacio apropiada
Es necesario también adoptar una actitud abierta, anti dogmática, tolerante, que admita todas las preguntas, que admita que las preguntas tienen sentido aunque se queden sin respuesta. Por fin la realización de la contingencia no es completa si nosotros mismos, desde nuestra conciencia puntual no nos incorporamos plenamente al proceso de cambio, y aceptamos nacer y morir. Aceptamos desaparecer y no ser mas este yo, esta imagen fija de un ser que no existe. Conforme nuestra atención se ejercita mas y mas , nos incorporamos al flujo y cambiamos la perspectiva, al disolverse nuestro ego vivimos al ritmo mántrico de “¿qué es esto?”. Supone la apertura creciente a la Presencia aquí y ahora, a la manifestación actual. En esta manifestación nada tiene límites, nada puede ser confinado en una existencia individual. La sensación de pertenencia a todo es completa.
Vivir desde esta convicción supone una reorientación ética natural, que dirige nuestra mente hacia el amor y la generosidad, como el estado concordante con este nivel de conciencia. Supone la renuncia al apego y la cerrazón vital y su sustitución por un proceso de apertura y comunión. Este es un proceso de conquista vital, que supone incorporar la impermanencia a la vida ordinaria. El proceso de soltar y vaciarnos sustituye a la acumulación egoísta y la dependencia. Liberándonos de los que nos ata hacia abajo, hacia el cierre de nuestra vida, educaremos un espíritu libre y dispuesto, que esta listo para abandonar todo cuando sea necesario.
Sentimos que no somos algo separado e independiente que juzga las cosas y la vida, sino que mas bien somos parte de un proceso de cambio en permanente movimiento. Somos una manifestación, un significado del entramado universal, nuestro corazón y nuestro espíritu se abre y se libera, y miramos a todo lo que existe como nuestro hogar. Ya nada nos ata, y decimos:
Eres la nota única en la eternidad del silencio Tu danza está creando una nueva canción ¿Quién eres caminando hacia el lago?