(Transcripción del segundo teisho de introducción al zen, de zazenkai de octubre de 2022 de Espiritu y Zen, Desde los gritos a la meditación de quietud, al Zanmai vital. Desde la quietud a la pregunta, a vivir koánicamente.)
Empezamos el ciclo de Introducción al Zen con la charla sobre "Ruidos y gritos". Y, si nos hubiésemos quedado solo ahí, podía parecerse como una visión negativa de la existencia, muy en el tono clásico de la religiones en el sentido de que, si en vez de llamar ‘gritos’ o ‘ruidos’, hablamos de ‘pecado’, o de ‘falta’ o de ‘sombra’ pues dijéramos: ‘Nuestra vida es un enfrentamiento con la sombra y la eliminación de la misma es difícil, si no imposible’, ¿no? Sin embargo, en la denominación que yo hice de ruidos y de gritos, no me referia a los sonidos de la existencia, no me refería a los ruidos de la vida, a las expresiones de la vida, sino a que nosotros nos quedemos agarrados a la interpretación o nos quedemos agarrados a la comprensión, incluso, de lo que para nosotros es bueno o es malo.
Y la charla de hoy se titula "Silenciamiento y Liberación", y tiene que ver con la expresión que hace en el sutra Anapanasati el Buda. En él cita: “En aquel que se mantiene sereno, cuando su cuerpo está en calma, la mente se focaliza y concentra. Cuando la mente del practicante viene a estar serena y su cuerpo en calma, se vuelve focalizada y concentrada. Y, entonces, la concentración, samadhi, como factor del despertar, aparece, la desarrolla y llega a la culminación de su desarrollo en él”.
¿Por qué liberación? Bueno, yo me hago referencia al planteamiento del Buda de que el camino del Dharma, dice él, es la liberación de los tres reinos: el reino de la posesión, el reino del rechazo y el reino de la ignorancia. Y también Nagarjuna, el gran fundador de una de las escuelas de budismo en el siglo segundo, como habéis oído muchas veces, cita que ‘La liberación es la libertad de venir a ser nadie’. También en nuestro tiempo Joseph Goldstein, por ejemplo, en vez de ‘camino del despertar’ dice ‘camino de la liberación’. ¿De qué hemos de liberarnos? ¿Cuál es el marco en el cual situamos nuestra práctica, en este segundo paso, una vez que nos hemos enfrentado a nuestros ruidos, a nuestros gritos?
Y voy a adoptar, de nuevo, la postura que adopté en la charla anterior. Porque teisho es una comunicación de corazón a corazón, una comunicación no desde un yo a un tú. Por lo tanto, si expreso el término ‘yo’, debo hacerlo desde la perspectiva de que es un ‘yo común’ y, por lo tanto, vosotros, al oírlo, también escucháis el yo, dentro de vuestro corazón. Y mucho del flujo que aquí surge, es un flujo que nos une, no desde la mente, sino desde la mente-corazón abierta y preparada para escuchar.
Bien, como siempre, el recorrido empieza en que he salido de casa, he entrado en la comprensión de lo que me ata y me siento movido por un anhelo. Y, en ese anhelo, en ese fuego misterioso que anida dentro, hay una llamada hacia el silencio, hacia silenciar los ruidos, a acallar los gritos y los ruidos. Quizás he pretendido controlar este silencio. Quizás he pretendido convertir esto en un camino de disciplina para acallar lo que considero que me ata. Y, si así lo he hecho, lo he convertido también en ruido. Me he situado en un camino de necesidad, controlado por la mente, por el deseo de controlar mi vida, y desde ahí he pretendido reprimir mis fijaciones, mis identificaciones, todo aquello a lo que me refería en la charla pasada.
O quizás he querido seguir técnicas, caminos espirituales formalizados, fórmulas éticas que me permitan entrar en el silencio. Y me he quedado amarrado a esas técnicas, me he quedado amarrado a esas formulaciones, porque estoy tan acostumbrado con mi mente a que me den esquemas, caminos y formas, que me quedo en el modo y no en el contenido, tal como ayer en el comentario del zazen diario se decía, por parte de Eckart, ‘quedarse en el modo’.
Por lo tanto, silenciar no es un proceso en el cual me disciplino, en el cual me niego, en el cual rechazo la vida. He vivido, y lo sé, durante un tiempo, el crecimiento espiritual como un rechazo. Interpretaba que no podía gozar, que no podía disfrutar de la vida y me situaba en un marco que en el fondo era una celda. No veía los barrotes de mi celda, pero yo creía que, si hacía eso, avanzaría en algún sentido. Y he tenido que quedarme en oscuridad para entender que eso no es ‘soltar’, no es liberarse.
Hablamos de soltar, hablamos que nuestro camino, y hacemos bien, es un camino de soltar. Pero en gran medida, a veces, nos sentimos en tensión, en que ‘todavía, no’, en que ‘no lo consigo’, en que '¿de qué va esto?’, en que ‘¿cómo controlo este camino de soltar?’. Sin embargo, si bien es cierto que a veces hay crisis, esto no es un camino de lucha en oleaje. El místico habla de ‘aprender a vivir en las aguas tranquilas de mi alma’, y, cuando esto lo oigo, el primer interrogante que me hago es: ‘¿Dónde está ese espacio sereno, ese lago tranquilo, en el cual puedo reposar y en el cual ya no necesito ser nadie en particular?’. He de aprender, poco a poco, a ir soltando cada uno de mis ruidos, cada uno de mis gritos, cada uno de mis mensajes vitales, desde la paz, desde la aceptación de mí mismo como aceptación de la vida.
Y solamente hay un ‘mecanismo’ mediante el cual esto es posible, que es desde la comprensión del amor en el seno más profundo del ser. Desde la aceptación de que todo está bien y ese bien no es un bien ético, sino todo es lo que tiene que ser. Pero, ¡ay!, en ese proceso, donde dejo mis quereres, mis saberes, mis seres, surge la pregunta: ‘¿Quién es el que realmente está aquí? Si he de dejar lo que quiero, he de dejar lo que soy, he de dejar lo que sé, ¿quién es el que realmente está aquí? O la pregunta es: ‘¿He de dejar lo que quiero, lo que sé, lo que soy? Entonces ¿cómo es esta mi vida?’. Y, claro, es normal que alguno de nosotros nos preguntemos sobre la esquizofrenia entre la vida que llamamos ‘normal, cotidiana’ y esta ‘cosa extraña’ que ocurre en el seno de nosotros cuando nos sentamos en silencio, donde no hay nada en lo que agarrarse.
Stephen Batchelor utiliza en inglés un término, en este sentido, que es unfindability (los que sepáis inglés find es encontrar), es la incapacidad de encontrar porque conforme abres una cebolla, una capa de la cebolla, surge otra, y surge otra, y en el fondo solamente encuentras el vacío. Cuando hay este proceso de soltar parece que ya, en un determinado momento, he llegado al punto en el cual ‘Sí, ya, estoy libre’ y de pronto me doy cuenta que no, de que hay más, hay más. Y esa fue mi pretensión del día pasado. Que para todos aquellos que llevamos años, y algunos muchos años, soltando, al escuchar las diferentes facetas de nuestros gritos, de nuestros ruidos, ponemos encima de la mesa que hay más, y otra vez, y otra vez y no hay un final en el cual uno puedo situarse y decir: ‘He llegado a la meta’.
Pero antes de llegar a eso, y como estamos en esta Introducción a lo que es el Zen, yo diré, a todos nosotros, porque todos somos principiantes, que, en este proceso de soltar, lo primero es aprender a estar quieto: lo que se llama la meditación de quietud, lo que se llama el silencio en el reposo, aprender a reposar. Cuando yo hablaba de la meditación hesicasta, hablaba de aprender a ser como la montaña. Como dice, de nuevo, Goldstein: “Nos sentamos la montaña y yo, hasta que solo la montaña quedó”. Cada vez que nos sentamos en meditación, empezamos con el ‘yo me siento’, con el ‘yo hago silencio’, con el ‘yo intento estar solamente aquí, en el ahora’. El planteamiento que plantea Goldstein es ‘ser la montaña’ y, de pronto, cuando el yo desaparece, se disuelve, seguimos siendo esta realidad que aquí está sentada, en gravidez, imperturbable, quieta, en silencio completo. Pero hablo del zen, no solo del zazen. Hablo de la forma de vivir Esta práctica de aprender a estar quieto, a estar quieta, en la vida, es el primer elemento en este silenciamiento.
La montaña no busca nada, la montaña no quiere nada, la montaña no persigue nada ni se agita. Es simplemente gravidez, es simplemente presencia, es simplemente ser. Ser estable, imperturbable, observando la realidad y siendo la realidad. Pasan los pájaros, pasan las nubes, llueve, sopla el viento, incluso hay tempestad, furia y granizo, pero la presencia sigue allí. Aprender a ser montaña es el primer paso de nuestro silenciamiento. O como diría la analogía del profeta de Nazaret, cuando estaba en la barca, aprender a estar en paz en medio del oleaje, aprender a ser gota de agua en el fondo del océano donde todo se agita, pero simplemente se es. Aprender y cultivar un gran silencio en la serenidad del fondo.
Si no hemos incardinado nuestra existencia en esta quietud, en esta serenidad profunda, es difícil avanzar en este sentido. Aprender a aquietar el cuerpo, las emociones, las sensaciones, los estados de conciencia. Surgen y aparecen. ¡Cuidado!: no es anegarlos, no es anegar el cuerpo, no es anegar mis emociones, no es anegar lo que siento, o no es anegar que estoy triste o estoy contento o estoy enfadado. Es pasar, pasar, andar, atravesar. Es vivir, recibir y seguir. La montaña queda ahí. Las nubes son reales, los pájaros son reales, la lluvia es real y todo lo que está pasando está bien. Está bien en el sentido de que ‘es’, no en una calificación ética, pero yo no me agarro nada y sigo quieto ahí.
Trabajando de esta manera, aprenderé poquito a poco a soltar el apego a mis quereres. No quiero repasar lo del día pasado, pero unid las dos charlas. Y, al unir las dos charlas, uno va viendo cuál es la aplicación de esto de aprender a estar quieto con el soltar lo que quiero y a lo que me amarro, lo que quiero saber y a lo que me vinculo, aprender lo que es mi control, mi dominación, y cómo, en cada uno de esos aspectos, adopto un camino de quietud y de fluir. Por lo tanto, en mi vida aprenderé, poco a poco, a fluir con elegancia, con serenidad interior, entre los diferentes personajes. Porque, poco a poco, iré diciendo: ‘Hoy ejerzo de esto, pero no soy esto: soy padre, pero no soy padre; soy hijo, pero no soy hijo; soy compañero, pero no soy compañero; soy arquitecto, pero no soy arquitecto; soy médico, pero no soy médico’. Aprenderé, también, a fluir en mis deseos: ‘Tengo hambre, tengo sed, deseo ser amado; pero yo no soy mis deseos’. Aprenderé a que están y los reconoceré y los aceptaré, pero no soy mis deseos. Transito en ellos. Y, poco a poco, en este fluir comprenderé bien eso del unfindability, eso de no tener una base propia en la que asentarme para siempre.
En el zazen, esto es zammai en japonés, o samadhi en sánscrito. Es el momento de la absorción, el momento en el cual no hay un lugar en el cual te agarras. Esto de zammai o samadhi se define como ‘la absorción completa en el camino meditativo, con un desapego de todo el mundo exterior, con una profunda recolección del ser, abandonando el discurrir discriminativo y dejando la mente en calma’. Todos nosotros hemos tenido algún momento de experiencia de zammai, en medio de la meditación. Ese momento de profundo silencio donde ya no estoy aturdido por un montón cosas que van y que vienen, sino simplemente hay silencio.
Pues ahora tenemos que entrar, tengo que entrar, en algo que doy en llamar ‘zammai vital’, que es vivir cada momento de mi vida en esa profunda recolección del ser, en ese profundo silencio de trasfondo, que solamente es posible si cultivo el silencio en momentos de mi día, en momentos de meditación. Es esa experiencia de vida, en la cual conozco sin agarrar, entiendo sin poseer, mientras mi conciencia está unificada y en paz. Por lo tanto, estamos hablando aquí de zen vivo, no estamos hablando simplemente del zammai de la meditación, del zazen, del momento en la meditación en que hacemos silencio. Pero eso nos prepara para transitar en la vida desde nuestro lago sereno, desde esa profunda agua tranquila en el fondo de mi alma. A pesar de que hay problemas, a pesar de que hay crisis, a pesar de que hay oleaje. Hay una serenidad de trasfondo, una conciencia de quietud y de paz en el fondo del alma y en ella y desde ella, vivo. Y vivo intensamente porque hay silencio. Vivo cada uno de los momentos porque no me apego y, al no apegarme, no estoy cogido, como diría el Buda, en uno de los reinos: en la posesión obsesiva, en el rechazo talibán o en el dogma que me tiene esclavizado, sino que me voy liberando de mis saberes, mis quereres y mis poseeres, y me sitúo en una pasión por vivir desde la paz interior. ¡Qué bonito!, ¿no? Ojalá fuera así siempre.
Pero esto es lo que siento en este momento, en el profundo de mí, como lo que entiendo que se produce en algunos momentos de mi existencia y que llamo ‘zammai vital’. El silenciamiento no es algo en negativo, no hago acallar cosas, sino que vivo la paz en positivo, vivo la serenidad, vivo la quietud, vivo la necesidad de estar aquí realmente dedicado y focalizado, recolectado en el centro de mí, desapegado de las cosas, para poder estar en las cosas. Es, por tanto, atención plena; es, por tanto, veremos también, sabiduría del fondo; es, por tanto, paz y es, por tanto, también gozo del alma. El conjunto de todo ello es el samadhi, que no es simplemente una práctica de concentración en la meditación, sino que es una forma de vivir.
Preparando esta charla, leí algo que me llamó la atención y os comparto. Cómo, desde lo más antiguo, si traducimos los conceptos que utilizan los antiguos, por ejemplo, en la llamada Escuela de Dhyana (la escuela de Dhyana es lo que luego se llamó Channa, luego se llamó Chan y luego se llamó Zen y, de hecho, hasta el sexto patriarca en China, a los practicantes del Chan, se les llamaba practicantes de la escuela de Dhyana, porque dhyana significa, en sánscrito, meditación). Pues es, en primer lugar, quietud: hacer oscuridad a mi ansia de juzgar, condenar, controlar, dominar, poseer o manipular. En segundo lugar, soltar: sensaciones, percepciones, emociones y estados mentales. En tercer lugar, mantener un espíritu de paz y de atención viva, concentrada en el momento. En cuarto lugar, recolectar el cuerpo y la mente y, desde ahí, practicar el samadhi, practicar la concentración. Este sería el programa de la escuela de Dhyana y que tiene mucho que ver con lo que venimos hablando.
Si practico el fluir y, desde la paz, miro la realidad momento a momento, en práctica continua de no agarrarme, estaré en condiciones de liberarme de mis identificaciones, lo que llamamos de liberarme de mis personajes. Porque ‘soltar el yo’ está muy de moda, está muy en el argot del mundo alternativo, pero, en la realidad, no se comprende muchas veces y parece que es un esfuerzo inútil, incapaz de poderlo hacer. Y por eso a veces hablamos del ‘yo cotidiano’ y del ‘yo esencial’. Mientras vivimos, decimos, o digo, que no podemos dejar de vivir ese yo. Yo creo que no se trata de no ser, no se trata de que yo no sea quien soy en este momento, sino que se trata de no quedarme en quien yo soy en este momento. En aceptar el poder decir que yo en este momento practico este yo y luego lo dejo de practicar, y practico otro yo, y luego otro yo.
Hay un dicho del Buda que a mí siempre me llamó la atención mucho y que yo lo he citado algunas veces en relación con esto. Él dice: “Igual que el agricultor cultiva su campo, igual que el arquero afina su arco, igual que el escultor esculpe con amor una estatua bella, el sabio afina su yo como un útil instrumento”. Y la clave, aquí, está en “como un útil instrumento’. O sea, el ‘yo’ deja de ser el centro del escenario y se convierte en un instrumento. Un instrumento que utilizo con pasión: soy médico con pasión, soy meditante con pasión, soy padre con pasión, pero es un instrumento. Y, al mismo tiempo que digo ‘soy’, también digo ‘no soy, no soy eso’. Y podré decir, con Eckart: ‘Era, soy y seré siempre’, pero al mismo tiempo podré decir con Nagarjuna: ‘Pero no soy alguien en particular’. Ser nadie, o querer ser nadie es un grave problema en nuestra cultura y en nuestra comprensión existencial y nos cuesta mucho que esto se convierta en carne de nuestra carne. Porque aquí surge la pregunta de ‘¿Quién, entonces, soy yo?’ o, más que quién, ‘¿Qué soy yo?’.
Y este camino se nos puede hacer árido, se nos puede hacer de negación, se nos puede hacer difícil, porque nos sentimos extraños, yo me siento extraño, en un mundo en el cual hay una búsqueda obsesiva, neurótica, por ser, por identificarse. Y yo estoy haciendo un recorrido en sentido contrario y no sé cómo manejar esto. Solamente lo puedo manejar desde eso que he llamado el anhelo, el anhelo a encontrarme con la realidad toda y aceptar con humildad el momento en el que vivo, sin agarrarme a nada. Y en este ‘zammai vital’, me recojo ante mí mismo, en aceptación completa, en recogimiento inmenso, mientras acepto que las cosas ocurran a través de mí, desde mí y a pesar de mí, recorriendo el espacio en un silencio de identificación. Y el poeta místico habla de que este camino ha de hacerse ‘en ansias de amores inflamada’ y en el salmo se cita: “Desde la aurora hasta el ocaso, mi carne tiene ansia de ti y mi alma tiene sed de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. Y solo tu agua viva habrá de calmarla. No descansaré hasta que la unión se complete y el espíritu se manifieste”.
Y cito esto porque no hemos de olvidar, no estoy hablando de Dios, de una referencia que nos salva, estoy hablando del grito esencial que está en el centro del corazón hacia la comunión, hacia la conexión, hacia la identificación con todo y, al mismo tiempo, con nada. Y esta ha de ser nuestra guía. Si quieres tener una respuesta a ‘¿Cómo he de hacer esto del silenciamiento?’, la única respuesta que hay es ‘Cultiva el amor’. Porque si lo pretendes hacer desde machacar cada uno de tus gritos, cada uno de tus ruidos, sin que exista esa comprensión amorosa en el centro de ti, todo se convertirá en oscuridad.
Por lo tanto, el silenciamiento ha de ser en positivo, que empieza en el zazen en una absorción de gozo y de paz en el medio de este estar aquí, de este ser aquí, que sigue en cada uno de los instantes de la práctica de lo que llamé ‘zammai vital’, que continúa con ese proceso de soltar cada vez que aparece el deseo, la necesidad, la comprensión, el saber, el ser, el ir soltándolo a la vez que se va viviendo. Ese arte, que hay que hacerlo con aquello que llamábamos wabi sabi, ¿os acordáis?, ese arte elegante, delicado, de vivir con pasión el momento y, al mismo tiempo, de irlo soltando. Es una práctica vital permanente.
Y esto es libertad, esto es liberación, porque, por fin, poco a poco, me libero de quién creo que soy, de quien ansío ser, de quien los otros creen que soy, de quien aparento ser o de quien no quiero ser. Me libero y practico presencia, momento, realidad, sin poner límites, sin situarme en dogmas, sin situarme en interpretaciones. Porque salgo de mi yo pequeño y acepto habitar en eso que el profeta llamaba el Reino de Dios o la casa del Padre. Acepto habitar un espacio en el cual, porque me siento liberado, no practico la diferencia, no practico la dominación ni practico el control. Y en ese no practicar nada de eso, a veces pienso que he perdido mucho, pero realmente hay un espacio de libertad y de ligereza que, cuando lo vivo, me siento en profundo gozo.
Pues bien, hasta aquí es la quietud, hasta aquí es ese proceso de quedarme sin nada. Y ahora surge el siguiente paso (y lo digo también para los practicantes principiantes que somos todos nosotros), que es el ‘abrirse a la pregunta’.
Claro, porque, si yo vivo sin agarraduras, sin apegos, sin interpretaciones, sin conocimientos de entrada, puedo quedarme simplemente como la montaña para siempre: no pregunto, no quiero nada, no deseo nada, no busco nada, soy un trozo de roca, y presencia y nada más. Pero nosotros, esta realidad, esta aventura humana, no es solo roca, sino que es una aventura humana que se define por ‘preguntar’. Y la pregunta es: ‘¿Qué es esto? ¿Qué soy yo?’ Y esa pregunta aparece en cada circunstancia aunquer la pregunta no se verbalize. No solamente vivo la circunstancia, la realidad, sino que pregunto ‘¿Qué es esto?’. Y, a veces, equivocadamente (y yo también lo he hecho conmigo mismo), me digo: ‘No, pero la cuestión es solo ‘hacer la pregunta’, pero no ‘hacer la respuesta’, no aceptar ninguna respuesta, no tener ninguna respuesta’. Y yo creo que eso no es correcto. Por supuesto que hay respuestas. Por supuesto que cuando digo: ‘¿Por qué tengo hambre?’ o cuando digo: ‘¿Quién soy yo ahora mismo?’, tengo respuestas o intuyo o empiezo a intuir alguna respuesta. El problema es cuando me quedo con esa respuesta y la meto en una vasija y digo: ‘Ya tengo la solución. Ya tengo la solución de mi vida y ya tengo la solución del mundo. Ya he comprendido’. Inmediatamente doy el salto a mi propio dogma.
En este siguiente paso que estamos hablando, y que en el tránsito del camino espiritual el Buda lo llama ‘Dhamma Vicaya’ (que significa, la traducción que se ha hecho, es de ‘investigación’, esto es: abrirse a la pegunta), el primer paso es tener el coraje de hacer la pregunta. Porque si yo hago una pregunta es porque no sé. Si todo lo sé, si todo lo conozco, si de todo tengo la interpretación correcta, ya no necesito preguntar. Necesito contestar al que no sabe. Por lo tanto, es la profunda humildad de aceptar la incertidumbre. Estoy hablando de preguntas esenciales de la vida, estoy hablando de ‘el interrogante’, la interpelación vital, que nos abre en apertura desde esa quietud hacia comprender la existencia.
El problema es que, como somos seres mentales, tenemos la tendencia a responder a nuestros interrogantes con fórmulas mentales. Esas fórmulas mentales a veces no nos sirven. Cuando yo miro un árbol y me pregunto: ‘¿Qué es esto?’, la respuesta que me da mi cultura, mi conocimiento anterior, mi experiencia anterior es darle una formulación mental a eso que veo. Pero el árbol no es esa formulación mental, la luna no es el dedo que la señala. ¿Cómo he de responder a las preguntas esenciales de mi vida?
El siguiente paso es aceptar que lo esencial no es solo con mi mente con lo que puedo captarlo. Y el siguiente es estar presente, estar realmente allí. Os hago una pregunta para que no nos sintamos perdidos: ‘¿Puedes mostrarme el amor? ¿Puedes mostrarme el dolor?’. Si tú me das una respuesta a eso con la mente, no me estarás mostrando el amor, y tampoco el dolor. Por lo tanto, si yo pregunto: ‘¿Quién eres? ¿Qué eres?’, la respuesta a esa pregunta no la puedes hacer con la mente, porque me darás una fórmula que realmente no eres. Por lo tanto, hay que aceptar el responder y, por lo tanto, el vivir, desde algún lugar que no solo es nuestra mente. Y esto es la esencia del koan.
Un ejemplo de koan: Al maestro Joshu, un monje le dice: ‘Por favor, maestro, dime la verdad última. Muéstrame la verdad última’. El maestro se vuelve, hay un jardín ahí y hay un árbol, y dice ‘El roble en el jardín’. Está situado, el maestro, en un ámbito de comprensión de la existencia donde no se cierra a dar una respuesta, pero la respuesta se vuelve incomprensible para el que quiere encerrar el tema en una interpretación.
Por lo tanto, me interpelo a mí mismo y os interpelo a vosotros a, desde haber soltado el ruido, haber adoptado una posición de quietud y haberse abierto a la pregunta, a vivir ‘koánicamente’. Esto es un cambio de chip. Esto es interpelarse continuamente frente a cualquier momento de la existencia, pero aceptar que la respuesta no está en el ámbito habitual en el cual hemos situado nuestro esquema de control, nuestro esquema de ruido, sino que está en un ámbito más profundo (que, por cierto, en la tradición antigua se llama prajna, sabiduría de base).
Si hay silencio en mi vida, si hay quietud en mi vida, surgirá esa comprensión profunda de la realidad, esa sabiduría de fondo y esa respuesta que es diferente en cada momento, en cada situación, en cada instante, y que no me permite apegarme a ella. Es una respuesta que me compromete radicalmente con la realidad. ¿Os acordáis aquello que le preguntaban al Bodhidharma el tema de ‘¿Cuál es lo más sagrado?’ y él respondía: ‘Nada sagrado, todo ordinario’? ¿Y lo otro que le preguntaba Joshu a su maestro: ‘¿Cuál es el camino?’ ‘La mente ordinaria es el camino’? Esto es: cada uno de los momentos en interpelación y en comprensión profunda es el camino.
Por lo tanto, y hablando en términos concretos, cada instante, cada cosa que hacemos, cada expresión, cada mirada, cada escuchar, cada sentir, cada paladear, es una interpelación koánica a nuestra existencia. Y puedo dormirme, apagar la luz y dejar de preguntarme, dejar de interrogarme, dejar de comprometerme con la existencia, y vivir un camino trillado. O puedo no aceptar caminos trillados y estar preparado continuamente para la interpelación, cuya respuesta no sé. Esa actitud koánica, que es a la que yo me invito y a la que os invito, implica, a veces, tener un koan vital, propio, que es ese gran interrogante que te estimula continuamente a la transformación. O puede ser continuamente transitar de una pregunta a otra pregunta, pero desde el silencio, desde la ruptura con los apegos, con las respuestas trilladas, con las fórmulas culturales, desde la presencia, estar realmente ahí, y desde la aceptación del misterio. La aceptación del misterio no en términos religiosos o esotéricos, sino en aceptación de la incertidumbre, aceptación de que la existencia es mucho más completa, mucho más amplia de lo que yo intento captar y reducir con mi mente. Por lo tanto, continuamente avanzaré en mi vida con el ‘¿Qué es esto?’, pero al mismo tiempo con el ‘Calla y escucha’, con la aceptación humilde de postración ante la realidad, de penetración de la realidad. La penetración de la realidad es la definición del koan. Es diferente mirar el pájaro del cielo, mirar la flor del campo, mirar la hierba, sentir el viento, e interpretarlo, que haber dado el salto y ser pájaro del cielo, ser viento, ser brisa, ser hierba, en cada momento. Solamente desde el ‘ser’ cada momento, uno puede mostrar el koan.
Sabéis que, en la práctica del Zen, en la escuela nuestra y también en Rinzai, especialmente, se practica con koans. Y a veces eso se ha convertido en fórmulas esotéricas también. O en fórmulas de adivinanza por decirlo así. La descripción básica es esta: es ese interrogante vital que te conmueve desde lo más hondo y al mismo tiempo te abre en el compromiso con la realidad. Por lo tanto, es una apertura, sí, es una liberación, es un gozo, pero al mismo tiempo el koan se convierte en una espina que no te deja descansar, no te deja hacerte viejo.
Hemos empezado por la quietud y ahora estamos en esa dinámica continua de ebullición, de transformación, que no es posible si no hay una profunda quietud antes, porque n caso contrario lo que hay es, simplemente, una inestabilidad neurótica de la existencia.
Y esta es la pasión por vivir, esta es ‘la vida vivida con pasión’ de la cual hablaba el profeta místico. Vivir en la encrucijada, vivir en el intervalo, vivir sin agarrarse y, al mismo tiempo, agarrar profundamente la existencia en cada momento.
Así es como yo entiendo que quería interpelar Jesús de Nazaret a Nicodemo cuando le decía ‘morir y nacer’, como cuando hablaba de que ‘el viento viene y no sabes de dónde viene ni adónde va’.
Aceptar con profunda humildad, pero al mismo tiempo con profunda grandeza, que pertenecemos a la existencia completa y totalmente, pero no pretendemos encasillarla, meterla en una botella, para tenerla bien agarradita, sino aceptar no ser, para poder ser completamente.