Sobre dioses, pájaros y jaulas

Enviado por Santiago Gomez Sequi

Yo no tengo religión. No voy a iglesias, no participo en rituales, no creo en sus dogmas. Necesito no tener religión para amar a Dios sin miedo, con alegría y, sobre todo, sin pedir nada. No tengo religión porque no estoy de acuerdo con las cosas que las religiones dicen de Dios. Dios es un Gran Misterio. Está más allá de las palabras. Ante el Gran misterio, enmudecemos. Permanecemos en silencio. Mi desacuerdo comienza a partir del pronombre él. ¿Dios él, masculino? ¿Dónde se enteraron del sexo de Dios? ¿Dios tiene sexo? Si tiene sexo, ¿por qué no ella, Dios mujer? ¿Cómo la mujer del Cantar de los Cantares? La Iglesia Católica no conoce a la mujer. Sólo conoce a la madre que fue madre sin haber sido mujer. Dios: ¿por qué no una flor, la más perfumada? ¿Por qué no un mar sin fin donde navega la vida? Algunos místicos han dicho que Dios es un niño que nos invita a jugar… Pero también Dios puede ser música, como pensaban los místicos pitagóricos.

Tener una religión es decir las palabras sagradas de esa religión y creer en ellas. Las religiones se distinguen y se separan por la diferencias de las palabras que usan para referirse a lo sagrado. Si no dijeran nada, si sólo hubiera silencio ante el Gran Misterio, no existiría el Babel de las religiones. Ante el Gran Misterio, sólo está permitida una palabra: la palabra poética, porque la poesía no dice, sino sólo sugiere. El Gran Misterio está más allá de las palabras.

Si acaso tengo religión, se llama poesía. Por eso me encanta Cecilia Meireles, sacerdotisa profana, que, cuando quería referirse a Dios, hablaba de un mar sin fin, misterioso y salvaje. Quien contempla en silencio el mar sin fin escucha voces en el ruido de las olas. También Fernando Pessoa lo sabía. Y Cecilia Meireles sabía que, si se pone atención, es posible ver, volando sobre el mar sin fin, un pequeño pájaro que canta:

Leve es el pájaro:

y su sombra voladora,

más leve.

Y la cascada aérea

de su garganta,

más leve.

Y lo que uno recuerda, cuando escucha

su canto deslizarse,

más leve…

Los poetas escriben en trance. No saben nada sobre lo que están escribiendo. Hace muchos años, escribí un libro para mi hija. Ella tenía cuatro años. Yo iba a hacer un largo viaje por el exterior y ella tenía miedo de que yo me muriera y no regresara. Entonces se me ocurrió un relato: La niña y el pájaro encantado. Resumida era así:

Érase una vez una niña que amaba a un pájaro encantado que siempre la visitaba y le contaba cuentos, lo que la hacía inmensamente feliz. Pero siempre llegaba el momento en que el pájaro decía: “Tengo que irme”. La niña lloraba, porque amaba al pájaro y no quería que se fuera. “Niña”, le dijo el pájaro, “aprende lo que te voy a enseñar: yo estoy encantado gracias a la ausencia. En la ausencia es donde vive la nostalgia. Y la nostalgia es un perfume que vuelve encantados a todos los que lo sienten. Los que sienten nostalgia aman. Tengo que irme para que haya nostalgia y para que yo siga amándote y tú sigas amándome…” Y se iba. La niña, sufriendo el dolor de la nostalgia, maquinó un plan: cuando el pájaro volvió y le contó cuentos y se fue a dormir, ella lo encerró en una jaula de plata, diciendo: “Ahora será mío para siempre”. Pero eso no fue lo que sucedió. El pájaro, sin poder volar, perdió sus colores, perdió su brillo, perdió su alegría, ya no tenía cuentos que contar. El amor se acabó. Fue necesario un tiempo para que la niña se diera cuenta de que no amaba al pájaro que volaba libre y volvía cuando quería. Y soltó al pájaro, que, volando se fue muy lejos.

El cuento termina con la ausencia del pájaro y la niña preparándose para su regreso. Mi intención, al escribir este relato, era simple: consolar a mi hija. Pero cuando se publicó, adquirió un sentido que no estaba en mis intenciones: empezaron a usarlo como terapia, con parejas que tenían la ilusión de que, enjaulado, su amor sería eterno… Desde entonces empecé a obsequiar a los novios una jaula a la que le arrancaba la puerta. Pero, pasado algún tiempo, alguien me dijo: “¡Qué linda historia escribió usted sobre Dios!” “¿Sobre Dios?”, pregunté, sin entender. “Sí”, me respondió. “¿No es Dios el Pájaro Encantado? Y las jaulas ¿no son las religiones en las que los hombres intentan aprisionarlo?” Entonces aprendí de mi propia historia algo que no sabía: Dios como un Pájaro Encantado que me cuenta cuentos. Amo al Pájaro. Odio las jaulas.

El pájaro encantado no se posa en las ramas para cantar. No es posible fotografiarlo. Canta mientras vuela. Lo que tenemos de él es sólo su leve sombra voladora y la cascada aérea de su garganta… Cuando escucho su canto, ya se ha ido. Sólo es posible verlo en su vuelo, atrás de él. El pájaro se va. Queda el recuerdo de su canto.

Un pájaro volando es un pájaro libre. No sirve para nada. Es imposible manipularlo, usarlo, controlarlo. Pájaro inútil. Y ése es, precisamente, su secreto: su inutilidad -está más allá de las maquinaciones de los hombres. Su único don es su canto. Sólo hace un milagro, un único milagro, cuando, llorando, le pido: “Aparta de mí este cáliz”, él canta, y su canto transforma mi tristeza en belleza. Por eso no le pido nada. Sé que no atiende peticiones. Su canto me basta: al escucharlo, me convierto en pájaro. Y vuelo con él…

Pero entonces vienen los hombres con sus trampas y sus jaulas llamadas religiones. Cada una de ellas dice que ha logrado atrapar al Pájaro Encantado en jaulas de palabras, de piedra, de ritos y de magia. Cada una de ellas afirma que su pájaro enjaulado es el único Pájaro Encantado verdadero…

¿Por qué encerraron al Pájaro? Porque su canto no les bastaba. No les bastaba su belleza. En realidad, no lo amaban. Lo que los hombres quieren no es la belleza de Dios. Lo que quieren es manipular su poder. Lo que quieren es el milagro. El canto del pájaro podría darles alas para volar. Pero no es eso lo que quieren. Lo que desean es el poder del pájaro para seguir reptando: Dios, convertido en herramienta. La herramienta es un objeto que se usa para lograr un fin deseado; como los martillos, las tijeras, las ollas… Lo que las religiones quieren es transformar a Dios en una herramienta más. La más poderosa de todas. La herramienta que cumple los deseos. Como el genio de la botella. Porque, ¿no es eso el milagro: la realización de un deseo mediante la manipulación de lo sagrado? Solo se canoniza como santa a una persona que ha realizado milagros: el milagro es la prueba de su poder de manipular lo divino.

Y así las religiones se multiplican, porque los deseos de los hombres no tienen fin, y sus santuarios se llenan de santos de todo tipo, los santos milagreros son nuestros gestores espirituales, todos al servicio de nuestros deseos, atenderán nuestros deseos a un precio módico, si rezamos la oración correcta y prometemos  publicar el milagro en el periódico; y por la televisión se  anuncian fórmulas, sesiones de alivio, aguas benditas milagrosas, exorcismos de demonios, los DJs de cada religión tienen una melodía en el discurso que les es propio…

Así, la poesía del Pájaro Encantado se convierte en manipulación del pájaro enjaulado. Y no se dan cuenta de que el pájaro que tienen en sus jaulas no es el Pájaro Encantado, que no se deja enjaular porque es como el viento, y vuela como quiere, y tiene un único don que ofrecer a los hombres: la belleza de su canto.

Los profetas llaman idolatría a la transformación de la poesía en manipulación milagrera.

Un mundo en un grano de arena. El ser humano y su universo” Rubem Alves.

Pedagogo, poeta y filósofo en todo momento, cronista de lo cotidiano, narrador de historias, ensayista, teólogo, académico, autor de libros y psicoanalista, Rubem Alves es uno de los intelectuales más famosos de de Brasil…

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4 respuestas a Sobre dioses, pájaros y jaulas

  1. Jorge Rosales dijo:

    Quien esto escribe parece ignorar al prójimo. Las religiones son la manifestación social de la espiritualidad individual.
    La mayoría de la gente tiene necesidad de manifestar en grupo su espiritualidad.
    Este autor dice “yo no tengo religión. Ni participo a rituales, etc…”
    Muy bien, asi ignora a su prójimo y se queda solo en su espléndida atalaya desde la cual nos explica su posición.
    Este señor parece estar muy satisfecho y proclamar tácita y poeticamente su superioridad sobre el resto de la humandad que tiene necesidad de religion porque tiene el sentido de la fraternidad. Quizá es eso lo que le falta.
    Las religiones se viven bien cuando son transcendidas, no excluidas ni negadas.

    • Lalo Cortés dijo:

      Querido amigo para poder trascender y poder decir "yo no tengo religión" es necesario estudiar mucho, tener experiencia de vida y amar profundamente a la vida… te recomiendo que leas un poco más sobre las obras de Rubem Alves e investigues sobre su vida para emitir un juicio… un abrazo!

  2. Leo dijo:

    me encanto el cuento La niña y el Pájaro Encantado… más para quienes hemos gozado su canto silencioso.

  3. Arturo dijo:

    Por qué dirá Jorge Rosales, que el autor "ignora al prójimo"?
    Acaso es "projimo" sólo la com unidad de la iglesia, de la asamblea, de la sinagoga o de la madrasa?
    Cuándo, dónde, el autor excluye alm prójimo? Acaso sólo el prójimo el que comparte jaula?
    "Prójimo" es para mi el que pasa y el que llega, prójimo es el taxista, el mesero, el policia, el maestro, el prisionerao y el presidiario, el médico y el enfermo, el cura, el pope, el pastor, el papa y el Dalai Lama… Pr´jimo es el perro, el gasto, el canrio, el pez o el halcón, el rosal, la veranera, el sauce y el alcaparro, el río, el lago y la roca seca del desierto rojo…
    Por qué sentirá el comentarista tal ausencia de "prójimo" donde todo es hermandad, unidad, no división, no diferencia, no creencia ni verdad absoluta, no dogma, ni celda, ni escuela?
    Me ha encantado este relato y la visión de este autor, cuyo opiniónes y sentimientos comparto plenamente.
    Por la unidad de todos los seres… Namaste!
     

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