NUEVAS Y VIEJAS HUELLAS.PENSAMIENTOS SUELTOS.
P. Alberto E. Justo O.P.
No sé qué tengan que hacer estos fragmentos que caen sin orden y sin presura en el mágico espacio del papel… Lo mejor que puedo decir es que no esperan cumplir con función alguna. Son como centellas que brotan de rayos singulares descargados en la soledad de la noche. Desde luego no tienen por-qué…
Es difícil encuadrarlos hoy o sujetarlos a rigurosa disciplina. Como digo, brotan con libertad y audacia, pero sin apresuramiento alguno.
No, tampoco caben definiciones. El autor ha salido al campo a buscar lo que no se halla por ninguna parte. Esto es admirable… Porque, en el fondo, todos buscamos lo que no puede encontrarse. Y si no caemos en la cuenta de ello es porque nos embriagamos con distracciones, apresuramientos y ruidos de toda especie.
Quizá suena la hora de la sinceridad… Quizá -por fin- no nos asuste esa verdad fulminante (propiamente increíble, decía un Cartujo) que es necesario recibir con coraje.
Hemos comprobado que al hombre le falta cierta audacia, que hace la dignidad de su peregrinación por el planeta… Por ello hemos visto y padecido toda suerte de engaños y de subterfugios.
Pero ha llegado la hora decisiva. A pesar de hallarnos prisioneros en ese Gulag que no acertamos a calificar, a pesar de los límites que nos imponen esos pretendidos tiranuelos y malversadores, a pesar, digo, de la severidad de los espacios que aparecen ante nuestros sentidos, resuena en el corazón un himno silencioso y potente. Es la hora de la libertad y de la asunción de los riesgos que comporta. Es la hora de nuestras respuestas a las tentaciones en el Desierto…
Veamos, sí, veamos y… nada más.
I
Esta figura del Desierto es subyugante. No lo sería, desde luego, si no abriera de inmediato una profunda y misteriosa correspondencia en nuestro interior. El Desierto, antes que nada, es un estado escondido y una realidad de la hondura humana, anterior a cualquier manifestación o expresión. Es lo mismo que el Silencio o la Soledad, y lo descubrimos en símbolos admirables.
Habida cuenta de esta realidad, oculta y sublime, podemos caminar sin apresuramiento alguno, con la certeza del valor y proyección de cada paso…
Una luz sutil, no imaginada, envuelve el paisaje con las delicadas tonalidades de oro, que descienden del sol. Pero es necesario adivinarlo primero y descubrirlo después. Ningún trazo es violento. Nada es torpemente evidente… La dulzura no se deja conquistar enseguida, tampoco se la percibe a primera vista.
Este desierto, que ahora atravieso, posee notas asombrosas, casi siempre inesperadas. Es un valle, sí, un valle entre montañas, maravillosamente florecido. El bosque lo cubre y lo viste, poblando hondonadas y laderas con altos pinos que se levantan y estiran hacia el cielo.
1. Me preguntaron: “¿a quién perteneces?”. Y yo respondí: -a nadie. Insistieron: “¿a qué perteneces?”. Y volví a responder:-a nada. Endurecieron el entrecejo y el semblante… Alguno me miraba, severo, compadeciéndome un tanto. Otros, detrás, sonreían mientras giraban para volverme la espalda… El más cercano se aprestaba a darme una lección de moral barata… Y yo descubrí, dentro muy dentro, la presencia y la absoluta contemporaneidad del Espíritu. Todas las voces venían de un pasado ya muerto. Sonaron, en realidad, ayer. ¡Qué maravilla! Las oía en lo que me parecía ese momento, pero eran sólo eco de un pasado, de lo que fue y no es más… Fantasmas de una pesadilla al despertarme, sucesión de gemidos de otro tiempo, ocaso de las estrellas muertas, caída y ruina de los cuestionamientos sin sentido… Sólo el Espíritu y el pensamiento son contemporáneos, sólo es presente el “tú” que me dice Dios.
2. Una vez estaba yo detenido en la noche. Sosegada quietud… Y no podía hallar otra cosa que pequeñas luces, trazas en todos lados de la Única Realidad.
3. El espacio se transforma en un tiempo sublime que es ocasión y paso del presente a la eternidad. Ya no existe lugar ni ambición de mudanza alguna. Y si los parajes no existen ni hay sectores ni fronteras; si los caminos no llevan a ninguna parte… : ¡busca dentro, muy dentro, que por esos senderos invisibles hallarás la luz!
4. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¡Dónde y cuándo hallaremos la vida! ¿Dónde reposaremos, por fin, luego de las jornadas de esta singular peregrinación? ¡Vaya preguntas carentes de sentido y de respuesta! ¿No sabes, acaso, que es la vida la que te ha hallado? ¿No sabes que ya tienes en tus vasijas de barro el Don que no sospechas y no acabas de descubrir? Aprende del silencio, que es hondura y realidad en tu corazón y es lenguaje de Dios… Todas las fuentes han derramado su agua viva en tí. Anímate y no temas.
5. Tu cuerpo, hendidor de espacios nuevos, creador de situaciones, es imagen de bellezas siempre mayores. Mira el resplandor del sol, atrévete a fijar allí la vista, y acabarás por darte cuenta de la imagen inagotable que te levanta, sin cesar, al espíritu… Y alaba a Dios por la hermosura y elocuencia de su lenguaje, manifiesto en obras que nunca callan y que acaban por elevarte, embelesadas, a las alturas del Amor Viviente.
6. La vida verdadera, en las horas de la peregrinación, halla singular enlace con el riesgo. Porque vamos bordeando mil peligros en el constante desafío de la muerte.
7. Los activistas creen realizar muchas y diferentes obras… Pero están afectados de infecundidad. Paren criaturas muertas. Las pretendidas obras no permanecen más de una generación. El tiempo quema y, por tanto, purifica las jornadas de los peregrinos.
8. Hemos descubierto un centro maravilloso. Pero con una condición: la de callar. ¿Entonces? Entonces queda claro: no hemos de saber decirlo, diría San Juan de la Cruz. ¿Entonces? Volvemos a preguntar y tornamos a girar, a dar vueltas, una y otra vez. E insistimos. ¿Qué ocurre? ¡Queremos respuestas claras y definitivas, queremos, en suma, saber! ¡Ay, lo que queremos! Sí, claro, es muy legítimo saber, es lo…primero, sí, eso es lo que pedimos. También pedimos un reconocimiento: que se nos tenga por tales, por los descubridores, o por los usuarios, o por los especialistas, o por los dominadores… No aceptamos el silencio o la noche. Queremos hacernos oír ¡y bien lejos! como los vanos orates que se empeñan en parlotear siempre. Y ¡vaya si reclamamos la atención de los otros, de las víctimas, quizá, de nuestra necedad! Nada y nada. El mayor de los descubrimientos no tiene otro diploma que no sea el silencio. Si en verdad queremos alcanzarlo hemos de ocultar qué es. Y renunciar a poseerlo para usufructuarlo o disponer de él. Porque el mayor de los tesoros es más grande y es él quien nos posee y nos transforma.
9. Preguntábame, con insistencia, dónde hallar esa ermita secreta, dónde recogerme y vivir en perpetua intimidad, dónde dejarme asir y penetrar por la Llama y sólo atender a su calor e irrupción bendita…
Entonces clamé una y otra vez. Caminé al mismo borde de precipicios y creí acometer todo género de audacias… ¡Arriesgaba tanto! Sí, entonces y hoy…
Clamor que no calla, clamor que torna, esperanza de otros horizontes, seducción de la vastedad. Porque no quiero las migajas ni me conformo con sólo promesas… Mi ansia devoradora es por la Realidad, aquí y ahora: ¡ya!
Una y otra vez resonaba la respuesta de un silencio que me parecía carente de sentido. Disfrazado de rumores, envuelto en cacofonías, empaquetado en constante desilusión…
Ahora retorno sobre los pasos que di y no hallo ni siquiera las huellas de mis pies… Es decir: no hallo nada, porque nada hay, ni aquí ni allí. Eso sí, doy violento choque con necedades por doquier y, por cualquier lado, con infamias…
¿Qué decir, qué hacer? Y mi clamor no cesa y mi súplica no calla… Es mi grito: ¿Dónde estás?
-Desde lo más profundo vengo a encontrarte…
¿Qué es esto? ¿Qué es esta voz?
-”Desde lo profundo, en tu propio corazón, siempre tienes mi Llama, que te transforma allí donde no sabes y, sin embargo, estás… ¿No sabes que desde siempre te hallas donde deseas? ¿No sospechas que te lo doy todo, haciéndote todo en Mí y dándote a Mí todo? Tu grito es fuerte y cubre el espacio de la respuesta que te doy…
“De nadie eres, a nadie perteneces. Por eso nada ves, ni oyes ni distingues. Eres mío y para Mí y en Mí tienes tu morada inviolable y Yo en tí. Porque en Mí y sólo en Mí eres… hoy y siempre. ¿Pensabas que Yo dejara pasar un instante nada más sin arribar a tu corazón? ¿Pensabas acaso que Yo me quedara aguardando hasta que fueras más… bueno? Yo Soy el Bueno, por eso me adelanto y no espero.
“Las vestiduras se gastan, es verdad… ¿A qué perder el tiempo preocupándote por los disfraces? Te dije y te digo, ayer y hoy y siempre: ‘Tu vocación y tu vida soy Yo, sin medio alguno’… ¿Lo olvidas acaso? ¿Por qué gimes, por qué aguardas y buscas por todas partes lo que ya tienes, porque todo es tuyo siendo todo mío?
“Es verdad que nada puedes expresar o comunicar de todo ello. Lo más seguro es que no te creyeran, ni los unos ni los otros… ¿Y qué más da? Yo no vivo en ti para espectáculo de otros ni para que te consideren o te juzguen por ello. No, nadie podrá juzgarte, ni estimarte, ni apreciarte por el secreto de nuestro corazón. ¿Qué más? Quieres recogerte en Mí en cuevas lejanas… ¿No sabes que te he llevado a la más levantada de todas, donde solamente mi Amor puede esconderte? Escondidos, sí… Esto es verdad. En secretísimo paraje. Tú en Mí y Yo en ti…
Inmenso es mi gozo cuando atiendo a las palabras que resuenan en lo más íntimo de mi ser. ¡Cuántas luchas, cuántos dolores! Pero la suave brisa me susurra el Misterio abismándome en el escondite de su Cruz. Nunca podré comprender ni, desde luego, decir hasta dónde late impaciente la Vida en ella. ¡Qué maravillosa sorpresa: la impaciencia de Dios por nosotros! Ayer se dibujaban, para desdibujarse después, esos casilleros hechos por los hombres, llenos de definiciones y categorías, para ubicarme con el mejor derecho. Hoy descubro haber llegado a misteriosa cima que ya penetra en el cielo. En efecto, penetrar en el cielo comporta caer olvidado por los de la tierra… O, por lo menos, no ocupar más espacio en los estrados de este mundo en razón de hallarnos transformados en la Aurora…
10. Grande quimera es la pretensión de gozar la aprobación de los hombres. ¡Ay! Con cuánta frecuencia se pierde el tiempo, la energía y el trabajo en procurarse “preventivos” de cualquier género. Es urgente, en cambio, afrontar la lucha tal como se presenta en esta historia de las horas y de los días.
11. Escribe Stanislas Grygiel: Sócrates no se imponía (él mismo) a nada y a nadie. En tal cosa consistía su competencia frente a la persona humana y a sus problemas. Su “ignorantia” era “docta”. Tanto más “docta” cuanto más se daba claramente cuenta de que el hombre no se identifica con ninguna definición humana. Definir las cosas y, con mayor razón, definir al hombre constituye un proprium de Dios. Cuanto más lo sabía, tanto estaba más cercano a la verdad y, consecuentemente, a sí mismo: y cuanto más se aproximaba más caía en la cuenta de quedar condenado a la “ignorantia”. Viendo de este modo al hombre Sócrates descubría la propia soledad en un mundo dominado por los “expertos”, es decir por poseedores de conocimientos, pero contemporáneamente se sentía emancipado de sus artificios gracias a su deseo de estar en la verdad. Este deseo constituía su libertad. (1)
12. Escribió D. Ricardo León: Entre los muchos sacrificios que se impuso Pablo Guzmán, acaso el más recio -el más absurdo, al parecer de las gentes- , consistió en renunciar al puesto que sus altas dotes y su linaje militar le tenían señalado (…) para quedarse en Madrid, en los propios cubiles de las fieras, nunca saciadas de sangre, y morir tal vez, no en el campo abierto de batalla, sino en cobarde encerrona, martirizado en una checa o “paseado” por una banda de asesinos.
Pero él, que sabía recogerse a la paz de su “castillo interior” en lo más estruendoso de las calles, entre el tumulto de las muchedumbres y las revoluciones, como si estuviese en un claustro, tenía la conciencia de su misión y de sus votos: los que hizo aquellas noches en las santas vigilias del Monasterio silense (2) Y no es de despreciar semejante relato… Es posible que tal destino no sea expresamente elegido por quien fuere, pero que se experimente la difícil misión de una vocación contemplativa en parajes adversos o en medio de los enemigos. ¿Quién osa determinarlo o dictar leyes sobre ello?.
13. Tañido de campanas a lo lejos. Resuena la voz en el valle… ¿Quién lograra descubrir entre arroyuelos, piedras y eriales la pista del secreto, del tesoro escondido en las entrañas de la tierra?
14. Yo he descubierto ese Paraíso del Corazón… Pero no debe decirse nada, ninguna palabra, ningún gesto o demostración. Sólo las lágrimas acuden a señalar los rumbos maravillosos e insospechables de la interioridad. ¡Cuántos lo dejaran todo y, para siempre, enmudecieran!
15. La noche es, también, la hora… Y la última noche, la más oscura, se abre en los levantes de la aurora. ¡Quiera el Señor -siempre presente y escondido en al alma- alzarnos por encima de las tribulaciones y reposar, con gozo, en su Paz!
16. Sublime misión la tuya, no sujeta a los pareceres de las criaturas. Sería un gran error volver sobre ello y encerrarse en escrúpulos sin sentido. ¿Qué importa la sonoridad o el eco en las victorias? Sólo es posible vencer en Dios. Lo demás es ilusión o necedad.
17. Jamás recurras a la astucia. No es el cálculo humano o los artilugios lo que se espera de ti. ¡Abandónate sólo en Aquél que todo lo puede! ¡Y deja, deja SER y tú mismo sé más allá de todas las fronteras!
18. Oirás feroces despropósitos y necedades sin cuento. Es así la hora; es así como resuenan los ecos lejanos de las historias muertas. Cuando percibas dolor, y dolor profundo, no atiendas. Porque lo que oyes ya pasó. Sí, esos rumores que llegan, esos rugidos que asustan, esos gritos que turban, esas noticias que alarman, esas definiciones -en fin- que condenan, todo eso ya fue y murió.
19. Pero hay hechos que no sospechábamos… ¿Cómo puede admitirse el derrumbe de tantos en el campo de la virtud, en el honor, en la fidelidad, en la palabra? ¿Es ésta, también, la hora del delito? Caminábamos entre las ruinas, sacudidos por el viento de la desolación… Es demasiado monstruoso el invierno… Por todos lados caen las sombras y perecen los ecos… ¿De qué? ¿Adónde lleva la astucia humana?
20. Lejos aún, muy lejos de la aurora, la noche más tenebrosa cubre el andar cotidiano. Y pregunté a los cielos y grité a los mares… Sólo la plegaria desgarradora penetra y salva los tiempos… Lucha increíble, escondida…
21. Es la hora del martirio. Es la hora escondida del martirio sin ruido y sin fama. Todo está escondido. Lo mejor huye de la publicidad. Lo más grande es lo más oculto.
22. Supo porque abandonó. Llegó a la cima más alta porque estaba desprendido y olvidado de ella…
23. ¿Comprender el dolor? ¿Comprender el desierto? Hay allí un secreto tan alto y tan grande… Misterio siempre nuevo que se manifiesta cada vez más. Lo cierto es que si quisiera yo definir el desierto, si pretendiera explicarlo, acabaría por perderlo. En efecto, el misterio no abandona al desierto ni el desierto al misterio. Ambos se precisan para manifestar la hondura que no tiene más expresión y sentido que su misma presencia. Y esto que digo es un pequeñísimo ensayo…, es nada.
24. Con frecuencia nos asalta la furia de encerrar. Sí, de aprisionar entre límites y figuras lo que parece excedernos. Así decimos: o uno o dos, e invocamos números y términos, sobre todo términos, que tengan las cosas bien quietas y encajonadas… Pero hay algo más. ¡Vaya si hay! En el fondo secreto existen aperturas insospechadas que no pueden hallarse comprendidas en las fronteras establecidas por nuestro mero razonar. ¡Hay más! Y no lo puedo decir, ni poseer, ni someter. ¡Alabado sea Dios!
25. ¿Qué es el Amor? No sé si nos hemos aventurado, con arrojo, por esos caminos que no pueden hallarse previstos en los límites de los conceptos… Dejemos palpitar, por ahora, ese instinto infinitamente más alto, instinto del mismo Espíritu, y entornemos los ojos en encendida plegaria.
26. ¿Puedo ser yo en otro sin devenir consubstancial con él? La pregunta no tiene caso, pero yo insisto en formularla… Es claro que puedo susbsistir en otro, en otra substancia, a modo de accidente. Y así puedo conformarme y entrar en la distinción filosófica entre substancia y accidentes. Pero voy a intentar decir otra cosa. Voy a dejar que suene un lenguaje que yo llamaría del Amor o, si se prefiere, de un conocimiento que halla su raíz o su luz en la unión, en el afecto, la inclinación o la connaturalidad, cuando el Amor conoce, porque, en todo caso, conocer es padecer. Es la inefabilidad de la experiencia. Para ello debo recurrir a la metáfora, desde luego, pero también puedo aventurar una expresión que sólo señale, que -nada más y nada menos- horade un paso y abra un camino… Yo soy y subsisto, de algún modo, en quien me da, además de la existencia, toda la razón de mi existir, participándome su ser y amándome en él y desde él, y hallándose y contemplándose también en mí. Y cuando me es dado el Amor infinito sin otro motivo ni modo que él, de dos hace uno, y yo subsisto en él, soy en él sin ser consusbstancial, porque soy por gracia. Soy por gracia lo que el Hijo consubstancial es por naturaleza. Que si fuera de otro modo (y de otro modo no puede ser) no se donara hasta el punto de levantarme hasta él. La deificación del hijo de adopción es posible y tan alta y entrañada porque es pasible del don inaudito, sólo proporcionado a la infinita bondad del donador. En la elevación del hombre se revela la omnipotencia de Dios, es la obra del Padre que nos hace hijos en su Unigénito, engendrándolo en nuestro corazón por el Espíritu… ¡Sólo en la locura del Amor hallarás la respuesta! Por ello no hay unidad más alta. Ni puede imaginarse, porque ni ojo vio, ni oído oyó…
27. Y esto sin otro preámbulo que la misma donación y la disposición del alma que recibe… No nos han de interesar excesivamente los procesos y los viajes… Cuando llega la hora se abre la ocasión del abandono. Abandonarse es dejar ser el ser. Dicho de otro modo: dejar que Dios sea Dios; abrir la puerta de par en par al que llama. Ahora bien, esto no tiene tiempo señalado, ni evolución establecida, ni reglas, ni períodos que valgan. Todo se da en el Bautismo y su crecimento es obra de la gracia y de la mayor o menor disponibilidad del hijo adoptado. Pero es claro que todo es gracia.
28. ¿Qué es Amor? Modifico la pregunta: ¿Quién es Amor? No quede duda alguna: Amor es Él mismo. Cuanto sigue es participación o modos de presencia suya. Recordemos un texto del Maestro Eckhart: Los mejores maestros dicen que el amor (minne) con el cual nosotros amamos, es el Espíritu Santo. Muchos lo contradicen, pero esto no es menos verdadero: todo impulso por el cual somos llevados al amor sólo puede venir del Espíritu Santo. El amor en su suprema pureza, separado de toda cosa y permaneciendo en él mismo, no es otro que Dios. Según los doctores, el término del amor, por el cual él opera todas sus obras, es la bondad, y la bondad es Dios. No más que mi ojo no puede hablar, ni mi lengua percibir el color, el amor no puede tender a nada que no sea la bondad, que no sea Dios. -Pero ¡prestad atención ahora! ¿Qué quiere decir el Salvador insistiendo de esta manera para que nosotros amemos? Quiere decir esto: el amor con el cual amamos debe ser tan puro, tan desnudo, tan desasido que no se incline ni hacia mí ni hacia mi amigo, ni hacia (ninguna cosa) diversa de él mismo. Añade un Cartujo, comentando así: (…) esta purificación del amor que termina por sobre las operaciones, allá donde reposa en él mismo en una fruición inmóvil, responde al movimiento misterioso de las personas divinas que se sumen en la Unidad…
29. Aquél que aún es pequeño, o por tal se tiene, sepa que ya lo posee todo, según lo ha recibido. No ha seguido ningún curso especial ni ha demorado muchos años en llenar requisitos de cualquier especie. Debe aprender, eso sí, a aceptar los dones y regalos de Dios, separándose y olvidándose; dejando, en suma, todo cuidado o apego o apetencia.
30. No salga de sí para buscar fuera, para alcanzar no sé qué objetos u objetivos que andan por ahí. Por el contrario, acoja el don de Dios sin temor, que viene a él sin cesar y quiere hallar reposo y morada en su corazón.
31. Todo halla su sentido último e inmediato en el abismo de la Cruz. Es en ella donde el Amor se manifiesta más fuerte que la muerte… Yo sé muy bien que son éstas las horas del gran dolor. ¿Imaginábamos la severidad de semejante sufrimiento? ¿Sospechábamos ayer este desgarramiento de hoy? Y es aquí por donde vamos… En efecto, no hay otro camino para esa omnipotencia salvadora que soñamos hallar erróneamente por los caminos del éxito y de los triunfos pastorales.
32. La soledad dolorosa se llena de aquellos fantasmas… Asaltan los pensamientos, demonios falaces que surgen de los polvorientos y malsanos caminos del mundo tecnificado. Pero vamos entrañados en el abandono del Crucificado. Es ésta la hora, su Hora, la nuestra.
33. El misterio de la Cruz y del dolor peregrino asombra a los ángeles que elevan himnos y cantos en el Cielo… Toda nuestra obra está escondida en las entretelas del corazón dolorido que gime en el parto para alumbrar al Verbo de Dios.
34. Los acontecimientos, los hechos, los cuerpos y las cosas, dignísimos son, desde luego, y tantas veces poseedores de singular belleza. Pero, en todo caso, siempre son reflejo de alguna situación o realidad mayor. La verdad está escondida detrás o en el seno de las cosas. Más aún, está oculta y presente en el corazón… Es el alma humana la propia ventana del Cielo, la puerta -ojalá la tengamos siempre abierta- al Corazón de Dios.
35. Es muy posible que, con frecuencia, demos por muy real lo que no lo es. Quizá la corteza nos seduce y olvidamos dirigirnos enseguida al núcleo. ¡La verdad está escondida! ¡El tesoro está oculto! Es hora de cavar hasta descubrirlo.
36. Voces del silencio. Callando, en la soledad de la ermita más escondida, descubrimos lo que no podemos, de ningún modo, sospechar en otra parte.
37. La hora del dolor. Esta hora, que se manifiesta como interminable y terrible, trae consigo un mensaje nuevo. Se trata de un sentido. O, quizá, del sentido. Ahora bien, todo dolor en orden a su proyección, eficacia y fecundidad, ha de ser escondido. El sufrimiento es un hondísimo misterio que no está destinado a difusión ni a charlatanería. Tiene especialísima afinidad con el silencio. Todo parte de una suerte de convicción interior, ya hecha hábito e incorporada a nuestras apreciaciones cotidianas y a nuestra conciencia: la fecundidad y el valor de aquello que no se manifiesta y que no halla caminos de propaganda, como tampoco la estima de los hombres… ¿Qué es ese dolor profundo, teñido de duro sinsabor, que nos asalta en determinados acontecimientos, hasta alcanzar proporciones que superan de lejos la fantasía? Es necesario responder señalando primero que tales situaciones no son como las apariencias las pintan. Ellas trascienden el horizonte que nos brindan los sentidos. En efecto, lo más real está escondido detrás de las primeras cortezas. Lo que aparece es pura sombra o lejana huella de lo más profundo… El dolor que a veces padecemos es signo de participación en un drama de hondísimo abolengo. Eso que vemos, lo que sufrimos o tememos, es signo de otra cosa. La batalla verdadera no es la que se desarrolla en la superficie. Se trata, más bien, de un reflejo de otros parajes, de una condición verdadera que no podemos llevar ni representar ante los ojos de nadie. Sólo Dios es testigo de la maravilla escondida. Sólo Dios, en efecto, conoce las intenciones y los pensamientos del corazón. Porque la vida profunda no está sometida a la mirada exterior ni a los caprichos de los rondadores. Hablamos de un abismo… Y no hemos de abusar profanando su misterio con suposiciones arbitrarias. Por el contrario, será el respeto del ser lo que inspire la reflexión acerca de los pasos que vamos siguiendo…
38. Experiencia de “abandono”. En soledad que no miente. Todos los caminos quedan cerrados o han desaparecido en la noche. Nada ilumina desde fuera. No existen reparos, ni moradas, ni cuevas… A lo sumo el instinto de seguir allí, que no se puede otra cosa… No sabemos si mañana habrá pan, desconocemos los rostros que se avecinan. Tampoco nos miran, ni se interesan siquiera… Vamos por el desierto de los hombres ocupados y prisioneros de todo aquello que no se obtendrá jamás. Es el desierto de las ruinas, anticipadas en la torpeza de las acciones, el reino del olvido y del menosprecio.
39. Sólo el tercer ojo, el de la intuición dichosa, penetra hondo para descubrir los secretos… No, no nos conformamos con ningún literalismo, ni aceptamos el enceguecimiento impuesto por positivistas, especialistas, críticos o científicos cultores de la diosa razón.
40. La hora del dolor es hora religiosa, hora de contemplación. No has de equivocarte… No renuncies ni pases por alto esas ocasiones de excepción. Tus ojos interiores sabrán descubrir qué es realmente lo que ocurre, despejarán las sombras aparecidas y verán más allá, más hondo de cuanto aparentemente te rodea. Tu lucha es escondida: lo que ves o lo que oyes, con tus sentidos exteriores, no es lo que acontece. Has de horadar las murallas y pasar a lo profundo.
41. ¡Lo que acontece! Sólo Dios lo ve y lo sabe en plenitud… ¿No te alegras por ello? ¿No has aprendido aún a descansar en el Corazón de Dios? ¡Mira la inmensidad del horizonte! ¿No distingues aún a la Aurora? Eres el exiliado en las sombras del occidente y del lejano y frío sur… Pero tus ojos extasiados ya arrebatan el sol naciente que te aspira y te levanta adonde no lo sabes tú.
42. El cielo escondido en el alma… Introdúcete, no temas. Allí no hay confines ni límites que amenacen o detengan.
43. En el secreto maravilloso de tu alma, en su abismal hondura, hallarás -ahora mismo- el cielo. Y esto será así a pesar de los furiosos gritos y disparos que parten de espesuras en realidad lejanas.
44. Lo que acontece, en suma, adviene en un nivel profundo que se oculta a los sentidos. Podemos, sin embargo, horadar sucesos y figuras y alcanzar la realidad escondida. Lo que vemos es reflejo pequeño, muy pequeño, de lo que no vemos. Lo visible de lo invisible… Si tanto esplendor nos asombra en la belleza manifestada ¡cuánto mayor es el oculto que sólo se revela al corazón!
45. Lo que pudiera acontecer de otro modo. En efecto, tantas cosas y aún todo… ¡Podría ser esto diferente de lo que es o aparece! Podría estar yo muy bien de salud y rendir mucho más en mi trabajo… Podría así y de la otra manera. Y lo repito y me aflijo una y otra vez. Es seguro que todo pudiera ser diferente… Y por cuál razón no lo es ahora, por cuál razón no resulta como yo quisiera, no lo he de decir. Sencillamente porque no es posible, porque no lo sé, porque no lo conozco. Pero -se me dirá- si te hubieras comportado de otro modo quizá los efectos fueran mejores… ¡Claro, sin duda! Pero entonces tampoco estaríamos conformes… Porque siempre habrá… otro modo distinto.
46. ¡Alégrate de esos límites, bendice tu debilidad, no te avergüences de lo poco! Aprende a descubrir el todo en la parte y tu vida adquirirá los más altos vuelos.
47. ¿Conoces la dicha de ser pequeño? ¿Sabes que es lo más grande? Sólo el pequeño se deja transformar en aquello que lo trasciende. Y como este camino no conoce fin, nunca lo sabe y siempre se goza en lo más alto.
48. Quizá sea muy hermoso… no poder. ¡Cuánta angustia en el momento de comprobar que no llegas, que no alcanzas, que no logras, que te caes, que te derrotan! Y sin embargo bulle tu alma en pos de los horizontes más levantados… ¿Qué es esto? ¿Sabes que esta tensión -si sabes aceptarla- entre lo que pretendes y lo que no alcanzas, entre lo que te parece que debes realizar y no puedes hacerlo, es camino de perfección? Anímate a pensar que todo eso que tanto quieres y no puedes, en un estadio interior y misterioso, sí acontece por obra y gracia de Dios.
49. No confíes en el “yo hago” o en el “yo pienso”… Reposa, más bien, en la Providencia y en la obra de Dios. Tú no estás tan en ti como supones. Tú ya te encuentras más allá.
50. El “Abandono” verdadero es aquél incomprensible, que no se reconoce, que no parece tal… El abandono, en suma, no es el que puedo programar y contemplar objetivamente, el que puedo definir o explicar, el que juzgo oportuno y ejemplar. Por lo general busco la persecución gloriosa y clara, esa que me puede servir de carta de presentación o de etiqueta satisfactoria. Sin embargo no debo detenerme en consideraciones superfluas o juicios vanos. El sufrimiento verdadero es el que no aparece como tal, como la ermita verdadera no se descubre a la mirada fácil. La condición auténtica, la misión y vocación verdaderas, están escondidas… ¡No nos extrañe la dificultad en reconocerlas en los momentos privilegiados de dolor! Éstos no son como cuando nos entregamos a la lectura de una obra maestra que nos llena de satisfacción y de consuelo. Las horas de sufrimiento no llevan compensación alguna, sino que nos entrañan en el mismo “Abandono” del Señor… ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
51. No nos darán el gusto las pruebas de esta hora. Cuando algo o alguien nos haga sufrir padeceremos, sin duda, la desolación de lo inaudito e incomprensible, y el escándalo de recibir el golpe de quien menos aguardamos o a quien menos competan acciones tales. El instrumento de semejantes cosas es -siempre- el menos lógico. No contemos, en todo ello, con deducciones racionales.
52. Son innumerables las ocasiones en las cuales el hombre es enfrentado a las encrucijadas de su libertad. Quizá los más molestos sean los diminutos tiranuelos que, a duras penas, logran rasguñar a la altura de las rodillas… Pero es necesario prepararse para resistir los embates de los resentidos. Las sociedades formadas en grandes desilusiones son las más propicias para el cultivo del resentimiento… Cuando alguien afectado de semejante pasión alcanza el poder, se convierte en el terrible enemigo de cuantos caen bajo el caprichoso yugo de su tiranía. Pero no es deshonroso sufrir los rigores de sus destemplanzas… No fue deshonroso ser perseguido por Robespierre o por Tiberio. Tampoco atenta a la dignidad del hombre de bien padecer la misma suerte de Sócrates… ¿No recordaba él mismo, antes de morir, que ningún mal puede afectar al hombre bueno?
53. ¡Sosegáos! Con esta palabra el Rey don Felipe II advertía a los que, tal vez un poco turbados, pasaban a su presencia… Es una invitación admirable para todas las ocasiones de nuestra vida y peregrinación. Comporta una aceptación profunda de la Historia y de los símbolos que se van manifestando y sucediendo en cada jornada. Es la mirada serena ante las dos carátulas, que enseñan que la verdad es siempre más profunda y más interior…
- Nuestra historia de estudio, de lecturas y descubrimientos, constituye un bien inalienable y eterno. La educación de un hombre no se pierde jamás… Hemos, claro, de reconocer que semejante realidad es patrimonio del corazón. En él, en modo delicadísimo e inefable, la ha entrañado Dios. Porque, como decía un Cartujo, lo que dicen los textos es lo que Dios pronuncia en el corazón. Podría perderse todo decorado exterior, podría, la enfermedad, acabar con nuestras fuerzas; pero tales bienes, hechos vida del alma por la Gracia y por la Providencia, tienen la misma inmortalidad de la inteligencia y de la memoria que están por encima del tiempo.
- La Belleza se ha recogido en el alma. Allí vive y allí es siempre fecunda… Hace posible que el corazón conozca como suyos esos esplendores que aparecen aquí y allá. No que la luz exterior absorba la conciencia sino que el alma se reconozca otra vez dentro de sí.
NUEVO… INESPERADO.
FECUNDIDAD Y ESPERANZA.
56. Comenzó no sé cuándo… Extraña certeza interior… ¿Certeza? No, quizá no. Más bien distinguí esas murallas y me quedé de este lado, sin siquiera llegar hasta ellas, convencido de no poder pasar más allá. Todo estaba entonces hecho, me parecía a mí. Los edificios eran suficientes y sus decorados aceptables. Buen lugar, buenos amigos y buen trabajo. La comida, excelente… Las posibilidades parecían infinitas… ¡Qué sé yo! Todo iba bien…
Hasta que llegó esa hora. Sí, la hora imperceptible y misteriosa. Los diablos vinieron, uno tras otro, a desafiar la estabilidad lograda, a asediar las moradas y los lugares acostumbrados, a secar el jardín. Hace muchos, muchos años, en otra hora muy semejante, tuve que dejar aquél jardín que desde entonces y siempre está en el corazón. Hoy como ayer el enemigo destruye, quiere arrancar de cuajo y sembrar sal en la tierra fecunda y floreciente. El horror da a entender que es preciso partir… ¿Partir? No, no, no es que haya que partir a ninguna parte. En cambio hay que atravesar la muralla, es decir: pasar más allá.
57. Más adentro y más allá… En realidad se abre un mundo nuevo. Su manifestación es un acontecimiento que no acertaremos nunca a clasificar…
58. ¿Te animas, en verdad? Fíjate: todo lo que ves es pálido reflejo de la honda realidad. La apertura que sueñas y esperas se halla dentro y presente en todo lugar y en todo tiempo. Nada te aparta ni te aleja. El ser-es-ahí… O, mejor todavía, es aquí mismo y en cualquier parte. El agua de la fuente es la misma donde quieras… La Aurora cada vez te alumbra más, cada vez te comprehende más. Ora y bendice.
59. Quisiéramos ver un signo, una antorcha ardiendo más alta que las montañas, un cielo abierto que nos hablara más fuerte de nuestra vida y de nuestro destino. Como la antigua pirámide de Imhotep, cuyas piedras se elevaban como elocuentes testigos del espíritu y de la inmortalidad… Quisiéramos, quisiéramos tanto, esto y aquéllo, sin cesar y repetidas veces, hasta nunca acabar. Porque no quedamos conformes ni convencidos… Nuestra conciencia está opaca, sumida en la ignorancia y en no sé qué olvidos…
Pero hemos salido fuera de las murallas… Los bastiones de ayer han quedado muy atrás. Nos aventuramos por esos caminos y terminamos por andar y andar, superando rumbos y destinos… ¿Qué hallamos? ¿Cuál ha sido el resultado de las innumerables búsquedas por aquí y por allá? ¿Cuál, en suma, el fin de nuestro peregrinar?
Mi respuesta es NADA. En efecto, Nada he acabado por encontrar… ¿Entonces? ¿Qué juego es éste? ¿Qué terrible desolación nos oprime y nos limita por todas partes? ¡Por Dios! ¿De qué se trata?
Más imponente y más antigua que la pirámide de Saqqarah, más honda que el mar océano, más alta que las montañas nevadas, más sublime que la aurora…, es este SILENCIO cuya música sonora penetra en las mismas entrañas y suspende todo hablar.
60. ¿Qué es este silencio? ¿Qué, semejante nada? ¿Pensábamos en esos vacíos abismales que, a veces, nos representa la conciencia y nos deja temerosos y perplejos? Pues no, porque ni es esto ni es aquello. Es lección de peregrinación, es lo que aprende, poco a poco, el peregrino… ¿Aprende a desilusionarse? Tal vez, pero no es eso tampoco. ¿Es imaginable el amor nuevo? No, no lo es, pero todos soñamos con él. ¿Qué es esta suerte de apertura interior que gime sedienta sin alcanzar jamás saciedad? No se conforma con nada, todo es poco o insuficiente y, tarde o temprano, acábase la búsqueda por los caminos de estos páramos, para sólo andar por las insospechadas sendas del corazón más interior…
61. Esta Nada ¿es algo o su negación? Ni algo ni negación. Lo que veo está más allá o más aquí, como se quiera. No es un concepto, ni un lugar, ni un modo, ni un tiempo… Pero lo es todo para mí, porque abre de par en par las puertas, desencaja las vallas, derrumba las murallas y no sé que más, de tal modo que la brisa amorosa se me entrañe en las entretelas del corazón… Y ni aún así lo digo, ni con ningún otro lenguaje lo dijera. ¿Qué se puede añadir?
62. Pudiera levantarse el aire fresco y despejar el paisaje… Sin duda acabaríamos por ver, entonces, un tanto más lejos… y nos gozaríamos de la limpidez del ambiente aquí cerca. Pero la dulzura y el refrigerio de la misteriosa ausencia no será jamás igualada. ¡Es una canción sublime de libertad y de luz nueva!
63. ¡Luz nueva! En la Nada, así llamada, manifiéstase la libertad. En efecto, la peregrinación nos ha llevado a ninguna parte y, por lo mismo, a todas. Ya no hay reparos ni detenimientos.
64. ¿Quién puede contar las desilusiones y las impresiones de fracaso y de derrota? Un día detrás del otro, jornada tras jornada, una y otra vez, un porrazo y otro golpe… Y desde el suelo se recompone el cielo. Vamos sabiendo que no es esto ni es aquello… Ni doctrina, ni escuela, ni grupo, ni parcialidad… Pero ¡cuánta audacia es necesaria para negar todo ello!
65. Pero no se trata sólo de esto. Es verdad que acabaremos negando tantas cosas. Es verdad que lo perecedero nos revelará su condición… Ahora bien, nosotros vamos siempre más allá. No, no quedamos anclados en alta mar sin rutas posibles o con un hundimiento seguro. Por el contrario, la verdad es que la ausencia revela plenitud. La caducidad de un mundo comporta que éste es reflejo, y reflejo dichoso, de otro más alto. Por una escala singular vamos ascendiendo… Si el tesoro no se halla en este campo estará, desde luego, en otro…
Porque el tesoro existe… ¡Vaya si es así! Sabemos que el tesoro ha de aparecer donde sea. La reflexión del espíritu sobre sí mismo, es la raíz y el fundamento de este conocimiento superior. Se trata de la intuición… El espíritu humano, en efecto, que siempre es presente a sí mismo, descubre directamente el secreto: es la conciencia de la fecundidad de su sed.
66. No quedarás sediento… Quizá tu deseo alcance su plenitud por donde no sospechas. Pero el desierto florecerá… El desierto tiene vocación de luminosidad fecunda. La virgen es mujer y alumbra.
67. ¿Qué es, entonces, la nada? Pues lo que te decía ayer cuando no llegabas a destino… Nunca llegarás a destino por caminos calculados y medidos. La nada es negación iluminante del antojo que perece, de todo eso que puedo encerrar bajo cuatro llaves, de las modas y de las ocurrencias, del consenso de las multitudes, de las seguridades y de la astucia. También de los vulgares mandones, de los proyectos y de las planificaciones, de las ilusiones vacías y de las necias ambiciones. Y no he de seguir enumerando, porque quien esté advertido desde luego comprenderá.
68. Decía un escritor castellano: (…) Bendigo a Dios que me ha dado, / por blasón y por estrella, / la desventura gloriosa / de haber nacido poeta / (…) porque las cosas más grandes / para mi amor son pequeñas, / y ni un reino me bastara / si todo un reino me dieran. (3)
¡Las cosas más grandes para mi amor son pequeñas! Porque nada nos es suficiente… Porque nuestro deseo no tiene límites ni fronteras…
69. Entrando y no saliendo y, menos aún, escapando. Sin huidas ni apresuramientos. Un suave movimiento del cuerpo, un paso, un paso y nada más. Y te hallarás dentro, en el secreto que no imaginabas.
70. Si topé con la nada, si todos los mensajeros no supieron decirme lo que quiero, entonces, y sólo entonces, se abre el paso para mí. ¿Desilusiones o fracasos? ¿Porrazos y desengaños? ¡Qué sé yo! En suma me pareció que debía desprenderme así nomás de todo, imaginé miles de procedimientos y de métodos para lograr no sé qué desapego de cualquier cosa creada… Pero una voz me dijo: deja todo, sí, pero para poseerlo en modo nuevo, para que, de tal manera, ahora lleves toda belleza en el corazón.
71. ¡Modo nuevo! ¿Qué es esto que digo? Desde luego no se trata propiamente de un… modo. Esta es, solamente, una expresión…, una manera de hablar para hacerme entender… Aquí nos sumergimos en lo real, en la existencia verdadera, en la profundidad. Aquí venimos a descubrir hasta qué punto lo que vemos, gustamos, oímos o sentimos de cualquier manera, es reflejo o espejo de nuestra realidad…
¿Qué es la sinfonía de las flores, el canto de las aves o la armonía de los cuerpos, sino la obra creadora de nuestro sí interior, que dibuja, compone y enciende todo ello con los colores más maravillosos?
72. Todo lo tienes en Aquél en quien eres, te mueves y existes… No como lo supones o lo imaginas. No, no lo identifiques a tus situaciones, ni siquiera a esas experiencias pasajeras que vienen y van. No puedes sospecharlo, no puedes imaginarlo. Es frecuente tener por conocido y poseído lo que puede ser analizado, usado, gastado, dominado, juzgado, apretado y mil cosas más. Esto es lo que menos importa. Lo más próximo e íntimo no es lo más sujeto a capricho, a definiciones, a cálculos o a análisis. Lo más próximo no es lo que tengo en una caja de seguridad o debajo del lugar donde descanso. Lo más cercano, si es lo mayor y lo más maravilloso, no puede ser reducido a semejantes usos ni aprovechamientos…
73. Hay en tu corazón no sé qué vibración que lo lleva directamente al Amor. En tal estado, todo es tuyo. El Amor te es dado en la Aurora de tu vida… Si no lo rechazas ni se te ocurre definirlo o reducirlo a medidas, todo está en él. Quiero decir que con antelación a lo que sea, en Dios (que es Amor) hallas todo hallándolo a Él, pero a condición, desde luego -lo repito- de abandonar cualquier dominio o violencia.
74. El abandono, del cual tanto hemos hablado, comporta ese sosiego de paz que inunda el alma cuando se deja todo cuidado… Ahora se descubren los sentidos, que no lográbamos imaginar ayer.
75. Entérate bien. Nada se posee compulsivamente. Sólo el don penetra hasta el fondo y habita en paz y fecundidad. Ahora el hombre se redescubre un cosmos sin fronteras, en relaciones admirables fundadas todas en el Amor, en el mismo Dios. Más profundo que la naturaleza, más hondo que todas las palabras, definiciones o conceptos que pretendamos, está este Amor indecible que funda toda participación en el Ser Uno.
76. ¿Quieres hallar? ¡Eres hallado! Y recuerda que conoces cuando eres conocido.
77. Yo he visto el desierto gigantesco. En el Oriente del Ser sólo está limitado por la altura que no tiene límites. Yo he visto el Fuego que, más arriba de las montañas, más allá de las nubes y por encima de las estrellas, ardía y arde siempre, eternamente, hoy. Y ese Fuego está en mi corazón. Y ese Fuego es mi corazón.
Yo he visto brillar, con Luz indescriptible, la Sangre que penetra a mayor profundidad que el alma, en las entretelas del espíritu. En la cámara más secreta arden fuego y sangre que se levantan en subidísima luz, siempre más allá, o más aquí entrañadas. Y me descubro más alto que las cumbres…, y no sé si es así, pero sé que me hallo y soy en el Corazón, en el Seno de mi Dios, en la Morada que sólo yo conozco, donde recibo la piedrecita blanca con el Nombre nuevo. Nadie lo sabe ni lo puede saber.
Porque mi Dios abrió sus alas y me cubrió, y me llevó consigo y me ocultó… Y aún me lleva por el misterio de lo pasajero, de tal modo que, sin saberlo, esté más en Él. No se pregunte de qué manera ni cómo… Ya no importa dónde estoy, porque ni es esto ni aquello: sólo veo encenderse delante de mis ojos, aunque en realidad es bien dentro de ellos y más interiormente aún, la Luz de la Gloria… Pero tampoco es así…
78. En la pureza original de la Inteligencia se descubre la Presencia que la genera y le da vida. El Espíritu iluminador la despierta enamorado y se queda en ella. Hay en nuestro interior una Presencia que nos trasciende, silenciosa, amorosa, iluminadora, que -por gracia- se da como propia.
79. ¿Es posible hallar este tesoro escondido? El testimonio de cuantos han llegado lo afirma sin titubeos… Pero ¡no se trata de oscuridades ni de laberintos! Por el contrario, la Luz alumbra sin más. Está ahí, el tesoro está ahí. El despojo de inconvenientes y estructuras sobreañadidas abre un camino directo, que es de simplicidad maravillosa…
80. Ahora bien, parece que en nuestros parajes aprendemos en la escuela del sufrimiento. No se trata de un dolor desnudo, sin más allá. Se trata del Misterio de la Pasión que en la Hora suprema sumerge, transfigura y transforma… ¡Ah, Fuego que arrojas tanta Luz!
81. ¡Conozco! En lo más interior se abre la conciencia iluminadora que sondea y descubre más allá de categorías y conceptos… Es el acorde virginal de la Inteligencia que penetra el Misterio, hallando en él su propio ambiente. No lo traduce a ninguna lengua ni a las expresiones banales. Lo contempla embelesada y lo posee cuando es poseída en la unión más alta…
82. Mirad que no despreciéis a uno de esos pequeños, porque en verdad os digo que sus ángeles ven de continuo en el cielo la faz de mi Padre, que está en los cielos (Mat. 18, 10) Pequeño, tu ángel contempla la Faz del Padre, tu ángel ya te tiene en tu destino… Si conocer es jugar a ser el objeto, como decía un Cartujo, tú ¡juega! que ya contemplas con el ojo interior que te trasciende en tu ángel. ¿No ves, acaso, que todo es tan simple e inmediato? Si ruegas al Señor que se acuerde de ti ¿no te responde inmediatamente que hoy mismo estarás con Él en el Paraíso? Aguardar, según las historias de los hombres, puede resultar largo y fatigoso… Pero el arrojo hoy, ahora, está por encima del tiempo. ¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice “dame de beber”! (Jn. 4, 10).
83. ¿Dónde hallaremos lo más grande? ¿Lo más grande? ¿Es necesario comparar y decir: lo más grande o lo más pequeño? ¿Es Dios lo más grande? ¿O, quizá, el más grande? Dejemos este o cualquier modo de hablar semejante. ¿Para qué hablar? ¿Acaso no vemos ya? Si analizamos, si proseguimos con cálculos y comparaciones, entonces sólo distinguimos colores y luz creada y nos ligamos en las cuestiones de siempre, con un sinfín de apuntes y de notas. Pero ahora vemos con un sentido oculto, entrañado por la Gracia en el corazón. Y no es necesario acabar redondeando esta u otra explicación. Explicar la intuición, apenas esbozada por pocas palabras, comporta oscurecer y velar la transparencia siempre nueva.
84. Pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros; pero, si me fuere os lo enviaré. (Jn. 16, 7). Estas palabras son luz… Ahora se abre ese Misterio de la Presencia para que nos introduzcamos en él… ¡Cuánta es la significación de la partida del Señor que desaparece de nuestra vista! Si Él no se va el Espíritu no ha de venir. Esto es así, si su imagen y presencia limitada no desaparece no ha de entrañarse en el corazón. ¡Tan señalado es esto y tan alto! ¡Es preferible que Él se vaya y que padezcamos su ausencia! ¡Misterio de la ausencia! Él está ausente para estar más presente. Porque cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosas venideras. (Ib. 16, 13). El Espíritu es dado y no como quien pasa o quien aboga o sopla desde fuera. Por el contrario, quien recibe el Espíritu nace del Espíritu (Cfr. Jn. 3, 1-21), nace de nuevo, nace de lo alto. El Espíritu es dado como propio para aquél que lo recibe. Ya no hay intermediarios ni límites, Dios mismo se hace el corazón más profundo de sus hijos en el Espíritu Santo. Lo que parecía ausencia es presencia, lo que parecía alejamiento o partida es ahora entrañamiento inefable, que de dos hace uno.
85. María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, (…) Le dijeron: ¿Por qué lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde le han puesto. (Jn. 20, 11-13). En efecto, María, se han llevado al Señor. Sufres una terrible ausencia… Sobre todo, no sabes dónde está. No hay ni siquiera un cadáver… La ausencia es total. Nada hay allí. Y, como es natural, tú lloras como lloramos nosotros cuando nada sabemos, cuando andamos perdidos por los caminos de este mundo, sufriendo esa ausencia que no tiene nombre. ¿Por qué te quedas, María, junto al monumento? ¿Por qué permaneces allí donde ya no se encuentra tu Señor? ¡Claro! Es lo último que tú sabes de Él, la última noticia está allí. Pero Él no, Él no está. Nosotros también nos aferramos a figuras y noticias de toda suerte y estilo, porque, en efecto, nos parece lo último que nos queda de Él, la última noticia… Pero Él ya no está, porque -desde luego- resucitado ya no muere más…
86. Diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús. (Jn. 20, 14). Fíjate que tú lloras la ausencia dolorosa e inexplicable y Jesús, sin embargo, estaba allí. Parecía que ya no estaba, pero estaba. Eso sí, ya no ligado a ese lugar, al monumento, ni a cualquier otro. En realidad, María, te volviste, te volviste hacia atrás, como Juan cuando oyó el acorde de la voz del Señor. Sí, hacia atrás. No hacia adelante, no en apresurada o ansiosa búsqueda o persecución angustiosa, no para progresar en esto o en aquello, sino hacia quien está detrás, dentro, escondido y desde siempre; más en ti que en ninguna otra parte.
87. Díjole Jesús: Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, creyendo que era el hortelano, le dijo: Señor, si le has llevado tú, dime dónde le has puesto, y yo le tomaré. (Jn. 20, 15). Jesús, como los ángeles, te pregunta ahora lo que Él sabe muy bien. Quizá para que tu ensueño se haga más patente. Pero tú, María, tampoco lo reconoces. Lo confundes con el hortelano. Y no es para menos. Es lo lógico: que sea el hortelano. Te siguen, ahora, todos los razonadores de este mundo, todo el sentido común de que harán gala no pocos en la historia. ¿Quién va a ser si no es el hortelano? ¿Qué hubiéramos respondido nosotros, María? Tampoco nos desprendemos hoy de esa lógica y de las feroces conclusiones de nuestro sentido común…
88. Díjole Jesús: ¡María! Ella, volviéndose, le dijo en hebreo: Rabboni!, que quiere decir Maestro. (Jn. 20, 16). Sólo Él puede revelarse así, sólo Él dejarse ver… ¡Y de qué manera! María, te llama, dice tu nombre, tú eres tú, el tú que pronuncia Dios en modo inefable. Sólo al oír tu nombre, tu nombre escondido, que sólo Él conoce, desde dentro y desde toda la eternidad. Te llama tú al mismo tiempo en que dice Yo Soy. Si tú eres tú, el único Yo Soy es Él. ¿Cómo no vas a reconocerlo? Tus lágrimas han hallado la respuesta y el consuelo, infinitamente mayor éste que el otro, que tu súplica pretendía.
89. Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. (Jn. 20, 17). ¡No me toques! Ya no estoy fuera sino dentro de ti. Ahora vivirás otra ausencia fecunda, inexpresable. Ahora subo a mi Padre y os enviaré el Espíritu… Subo a mi Padre y vuestro Padre… Ya no hay distancias, ni intermediarios, ni lejanías. El Padre es vuestro. No es en el sepulcro donde me hallarás, porque yo estoy siempre presente en el interior de tu corazón. Y dirás, María, como el Apóstol San Pablo, que ya no vives tú sino que Cristo Jesús vive en ti. ¿Ausencia o Presencia? ¿Quién puede responder con términos o conceptos? ¿Para qué responder lo que ya sabemos y vemos con nuestro ojo interior? Quien pueda entender que entienda. Y quien lea estas meditaciones, un tanto apresuradas, adore y alabe en lo hondo de su corazón.
SENDAS DESCONOCIDAS EN EL DESIERTO.
RUMBOS DE POESÍA Y LIBERTAD.
Amor del Absoluto
90. Allí está ese horizonte que parece alejarse cada vez más… Es una ilusión, tal vez, pero descubre un secreto nuevo.
91. El Absoluto se revela al corazón y, desde luego, lo arrebata. Y se lo lleva. La ausencia no es de Dios sino la de ese corazón que es llevado. La dimensión inferior sufre extrañeza y angustia, experimenta algo totalmente nuevo. Es que olvida que su propio espíritu ahora la trasciende en el mismo Espíritu Divino.
92. ¡Inmensa maravilla! En efecto, el Espíritu se torna propio y se hace uno con quien lo recibe…
93. Cualquier limitación o mediación resulta insoportable. No queremos perdernos más. No aceptamos detenimientos ni cursos de ingreso. ¡Buscamos al Absoluto, sin ficciones ni retrasos! ¿Pretensión audaz, demasiado audaz o vana? Nada de eso, el Señor se nos da y no es hora ya de rechazar, ni de postergar, ni de adormecerse…
94. Nada puede compararse. Nos hallamos en el ámbito de lo inefable. Todo queda superado. Es la hora del silencio. Caen, por su propio peso, métodos, maneras y ritos. No se percibe la sonoridad de anuncios o arribos. Simplemente: es ahora y es aquí. Más que ahora y más que aquí. No es allí, con distancia alguna; tampoco es aquí, como si pusiera un límite o una frontera. Si digo que es en mí pareciera que yo me quedara fuera. Si digo que es presencia, se dirá que es lo opuesto a ausencia y que permanece extraño a mi profundidad… En suma, ni aquí, ni allí, ni fuera, ni dentro, ni esto, ni aquello… ¿Qué? No supiera decir lo que es la plenitud misma, no sé, no sé.
95. La contemplación sin medios. Acostumbrados a hablar de esto y de aquello, habituados a dualismos y delimitaciones, no dejamos que el sabor de la belleza penetre, sin nombre, en las honduras y salte y rebalse hasta formar un inmenso torrente. ¿Qué es lo que tengo que decir? ¿Cuál la tarea que me queda por emprender? Pues nada y nada de todo ello. Deja que el susurro delicado del Ser te toque y te conquiste. No es necesario componer ni justificar. Él es… y ha venido a tu corazón para hacerse uno contigo…
96. Ve a Dios directamente… No detengas tu camino. Dirígete, sin temor, a Él, a Él mismo. En realidad no has de hacer esfuerzo particular alguno… ¿No ha venido el Espíritu, penetrando hasta lo más hondo, como el fuego se entraña en el madero? Me dices: -no soy digno. ¡Mira qué reparo! ¿Quién es digno? ¿Recuerdas al profeta Isaías? …Y contestó Ajaz: No, no quiero tentar a Dios. Entonces dijo Isaías: Oye, pues, casa de David: ¿Os es poco todavía molestar a los hombres, que molestáis también a mi Dios? El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que la virgen grávida da a luz y le llama Emmanuel. (Is. 7, 12-14) ¿Y tú te escondes en tu indignidad? ¿Qué pretendes? ¡Deja a Dios ser Dios y descubre en Él tu corazón! Ahora ya no eres solitario. El Señor es… Emmanuel, es decir: Dios con nosotros. Y en ti, en tu corazón, como en la Virgen, ahora nace Dios.
97. Sólo soy plenamente en el ámbito más alto o más profundo. En realidad ya soy en el Cielo, porque poseo o soy espléndidamente poseído por las primicias de la eternidad. Conversatio nostra in Coelis est… Y soy porque soy en el cielo. El Señor no se detiene. Por el contrario, se apresura y golpea más fuerte porque su Amor tiene prisa. Quizá sea mucho lo inexplicable que tenga su sentido en este Misterio del Amor.
98. Ahora descubrimos la senda escondida: Dios nos regala su Amor entrañándolo, impersonándolo, haciendo de la intimidad en el corazón verdadera persona nueva, haciéndonos amor por participación y por gracia. Contemporáneamente procede, del hijo que soy, el abandono y la Fe que enseñara Abraham… ¿Cuál es la obra correspondiente? Que le dejemos ser Dios. En efecto, en esta hora de prueba y de tinieblas, desde nuestro fondo surge la adhesión plena, no en gestos exteriores, sino en abandono sin ficción.
99. Volvamos, otra vez, al Profeta Isaías: Tu Nombre, tu memoria es el anhelo del alma (la aspiración). Deséate mi alma durante la noche y mi espíritu te busca dentro de mí (en mi seno, en mi corazón te busco)… (Is. 26, 8-9). Si no fueras Presencia no te buscara y yo no te hallara si en mi corazón no nacieras.
100. Comprenderá, el lector, que los términos empleados brillan todos por su insuficiencia. Es necesario abrir el alma a las fuentes del silencio y dejar toda pretensión de expresar lo inexpresable. La contemplación “sin medios” sólo se alcanza en el silencio y sólo el silencio calma el ansia de amor en el corazón… Pero ¿qué es este silencio? ¿Se trata, no más, de la acogida, de la apertura admirativa que todo hace callar? Desde luego que si agotáramos el silencio o se convirtiera en una suerte de método o de medio nos quedaríamos ayunos de todo y no haríamos otra cosa que proseguir el duro camino conceptual. Es decir: así nos quedamos a la puerta y nada más. El silencio, tal como lo entendemos aquí, no es un método, ni un estilo, ni una manera o modo… Tampoco se trata de una vocación especial… El silencio es la hondura, es donde las expresiones no llegan ni alcanzan. Es de un más allá o siempre más aquí, que todo lo trasciende y lo penetra desde el interior. El silencio no precisa nada. Es la superación de cualquier medio; el silencio es nuestra llegada, nuestro arribo, aquí y ahora, sin esperar a mañana… El silencio es más profundo que todo y todo lo pasa y sobre todo se levanta. No lo interfieren los instrumentos ni las voces de este mundo que, en realidad, no tiene voces sino aullidos.
Pero el silencio también es poesía. Subrayo una y otra vez esta frase… El silencio es poesía. Sí, poesía trascendente, que no se encierra en nada ni en nadie, que sólo está ahí, latiendo, viva, vibrante… ¿cómo decirlo?
101. ¿Qué es eso de vacilar? ¿Por qué mirar hacia atrás o hacia los lados? Es claro, luminoso, encendido, el acontecimiento inefable que transforma y eleva. Y no digo Tú… No sé cómo digo, pero ERES, eres, sí, PRESENCIA y nada tengo ni soy fuera de Tí. Yo sé que ya no soy quien por sí vive. No, nunca he vivido por mí. Yo sé, en suma, que no soy yo quien vive. Que sólo vives Tú en Ti…
102. Llevándote como te llevo, llevándome como me llevas. ¿Qué otra presencia resulta discernible? Pues nada y nada. Lo que suena, ya suena lejos -¡tan lejos!- que no es. No hay vacilación cuando me llevas de la mano en el andar sobre el agua. Inmenso es el precipicio; sin par, el vacío; terrible la oscuridad de la noche más cerrada… Pero Tú me llevas muy dentro, en tu Corazón.