Tengo miedo de tí

 

Pedro San José – de "El Bodhisattva Actual" – VerdeMente, diciembre

Abro el periódico y tengo que esforzarme en superar la rutina de ver todos los días los atentados de los hombres contra los hombres para horrorizarme de nuevo. Leo:

o   Aumenta la escalada de violencia entre la Israel judía y los militantes islámicos de Hamas en la banda de Gaza

o   La tensión entre Israel e Irán aumenta. Los dueñso de las armas de destrucción masiva intentan impedir que otros las tengan para mantener el statu quo en la región

o   México bate el record de asesinatos entre bandas rivales que compitan por el comercio del narcotráfico

o   La violencia entre salafistas y cristianos coptos se agudiza en Egipto

o    La violencia sexual afecta a una de cada cuatro niñas en algunos países de África y Asia

o   En Myammar se reproduce la violencia entre budistas y musulmanes

o   El gobierno sirio lleva ya casi un año provocando el genocidio de su población

o   En el cinturón del planeta que cubre la franja de África Septentrional y Asia meridional, la mujer carece de seguridad física real

Y así sucesivamente con la violencia domestica, la violencia por los recursos, la explotación violenta contra la infancia, etc. ¿Qué nos pasa… que nos pasa realmente?. Somos la única especie animal que mata y ejerce la violencia sin motivo aparente, por placer o por deseo de hacer daño. Ejercemos la violencia a causa de la religión, a causa de la ideología y en defensa de intereses de grupo, intereses tribales o corporativos. Todavía mantenemos 300.000 niños soldado en las guerras regionales que asolan el planeta, y vivimos sintiendo la amenaza en nuestras vidas, en nuestra casa. Los servicios privados de seguridad se han multiplicado en las sociedades ricas. Los poseedores de riqueza se defienden contra todos y temen que les arrebaten lo que consideran suyo.

La violencia surge al sentir como diferente y extraño al vecino, al de otra costumbre, al de diferente piel, al del otro grupo o al de la otra familia. El Buda indica que el ser humano vive encadenado en el “Reino del Rechazo”. Mientras no supere la causa original de esta cadena vivirá en amenaza, sintiendo miedo del otro y de los otros.

Piaget y muchos otros autores indican que, en el despertar de la conciencia racional, el niño se siente solo y vulnerable, y a partir de este sentimiento comienza su lucha por resolver sus necesidades, por conseguir lo que desea y rechazar lo que le hace daño. Origina una identidad sintiéndose como en una burbuja que interactúa con el medio y con otros, y que vive amenazada. A esa burbuja le llama “yo”. Desde la primera infancia emprende una lucha de competencia, de búsqueda de la felicidad que no siente, y de satisfacción de las diferentes necesidades, de alimento, de cobijo, de satisfacción sexual, de posesión, de poder, que supone su itinerario vital, un itinerario de esclavitud, de rechazo, de creación de aversión y diferencias, y de posesión compulsiva. La vida humana así vivida termina en la patética negación del deterioro físico y mental, en la huida de la muerte y la desaparición que con seguridad esperan como la gran contradicción. Somos una generación que vive en el miedo y la separación compulsiva del diferente. No nos destruimos completamente pues hemos llegado a tener miedo de nuestro poder de destrucción (la DMG, “destrucción mutua garantizada”). Esto es lo único que nos salva de una nueva guerra mundial.

Pero la ironía esencial, que nos gritan los bodhisattvas de todos los tiempos, los místicos, los santos, los sabios y los patriarcas es que esa identidad, esa separación egoísta, ese proceso de egocentración es una falacia, es algo no real, es un juego de roles que adquirimos en el despertar de nuestra conciencia, como forma de prevalecer en una naturaleza de recursos escasos, pero que realmente no es así. El siguiente paso de nuestra evolución al que ellos nos llaman es el despertar a una conciencia global, no separada, no centrada en la individualidad. Supone la ruptura de las fronteras entre el yo y el tu, la inexistencia de limites. Si no hay limites lo que a ti te pasa me está pasando a mi.

Esto no es una nueva filosofía esotérica que se suma a las muchas que defienden su exclusividad en el mundo, sino que es una experiencia transespiritual abierta a todos. Los pasos que hoy van dirigidos a eliminar esos limites son los síntomas que señalan el umbral de la nueva civilización que hemos de realizar: la solidaridad, la entrega de servicio de muchos, la experiencia de comunión entre grupos y seres, la vinculación con el entorno, y la desidentificación real de raza, genero, adscripción ideológica o religiosa,.

Este camino no es ninguna experiencia extraña, solo permitida a unos pocos esforzados, no es una mutación milagrosa que nos salve de nuestra decadencia. Es el trabajo real, cotidiano de muchos para instaurar las condiciones del salto generacional que cada uno de nosotros hemos de hacer. Nadie lo va a realizar por nosotros. Lo haremos en nuestra vida y lo haremos en nuestra sociedad. Esta es la línea de cambio que iniciada en el Buda, propugnada por Yeoshua, y seguida por tantos a lo largo de la historia, hacen del linaje humano una historia de esperanza. Completémosla.

 

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