Publicado en El Pais dia 13.02.2013
Basílica de San Pedro, en el Vaticano / EFE
Ahora que el Papa ha renunciado, avanzamos en primicia una parte del prólogo de Hans Küng de su libro ¿Tiene salvación la Iglesia?que la editorial Trotta publicará en abril. Un ensayo en el cual el teólogo y ex colega de la universidad de Tubinga de Benedicto XVI pone el dedo en la llaga de los males de la Iglesia católica, sus raíces y las posibles respuestas.
Por Juan José Tamayo
Hans Küng es uno de los teólogos más sólidos y creativos del cristianismo y una de las figuras más relevantes del catolicismo mundial de la segunda mitad del siglo XX y de los primeros años del siglo XXI, al tiempo que una de las mentes más lúcidas en el estudio interdisciplinar de las religiones. Ha sido guiado intelectualmente -y ha sido protagonista de- algunos de los acontecimientos religiosos más significativos de los últimos cincuenta años, como el concilio Vaticano II y los Parlamentos Mundiales de las Religiones.
Es la conciencia crítica de la Iglesia católica, de sus instituciones y dirigentes, sobre todo cuando se desvían del proyecto originario de Jesús de Nazaret y se muestran insensibles a los desafíos de nuestro tiempo. Desde su tesis doctoral sobre el teólogo evangélico compatriota suyo Karl Barth viene defendiendo la reconciliación de las iglesias, sin caer en la uniformidad y evitando las rupturas, siempre dolorosas. Elabora una teología de las religiones, respetuosa del pluralismo y defensora del diálogo interreligioso e intercultural. Está comprometido en la construcción de una ética mundial que cambie el rumbo de la globalización neoliberal y tenga como prioridades la no violencia activa, el trabajo por la paz, la lucha por la justicia, la defensa de la naturaleza y el compromiso por la igualdad, no crónica, a través de la no violencia activa.
Su relación con Ratzinger viene de lejos y ha pasado por diferentes momentos: ambos fueron asesores del concilio Vaticano II y colegas en la Universidad de Tubinga. Luego se distanciaron ideológicamente, en su concepción de la Iglesia y de la presencia de esta en la sociedad, en la manera de entender y de ejercer el poder y en la forma de hacer teología desde la libertad de investigación y el pensamiento crítico ((Küng) o desde la sumisión al magisterio eclesiástico (Ratzinger).
En el libro ¿Tiene salvación la Iglesia? pone el dedo en la llaga de los males de la Iglesia católica hoy, sus raíces y las posibles respuestas, como hiciera Rosmini siglo y medio antes en Las cinco llagas de la Santa Iglesia. Küng apunta como una de las causas del mal que padece la Iglesia al sistema romano de dominación, vigente desde la Edad Media, consolidado en el siglo XX y vigente todavía hoy, cuya eliminación defiende, al tiempo que propone una reforma de la Iglesia cristiana en profundidad, en sintonía con el movimiento de Jesús de Nazaret y en la dirección marcada por el concilio Vaticano, que debe ser leído y aplicado creativamente en el nuevo escenario político y religioso internacional y local.
El siguiente es el pasaje del prólogo de ¿Tiene salvación la Iglesia? (Trotta), de Hans Küng:
El mal que padece la Iglesia
Por Hans Küng
Desde los más diversos flancos se me ha solicitado y animado una y otra vez, de palabra y por escrito, a posicionarme con claridad respecto al presente y el futuro de la Iglesia católica. Así, finalmente me he decidido a redactar, en vez de columnas y artículos de opinión sueltos, un escrito recapitulador que exponga y fundamente lo que se manifiesta como mi acreditada percepción de la esencia de la crisis: la Iglesia católica, esta gran comunidad de fe, se encuentra gravemente enferma: padece bajo el sistema de dominación romano que, contra toda resistencia, se consolidó durante el siglo XX y perdura hasta la fecha.
Este sistema de dominación se caracteriza, como habrá que mostrar en lo que sigue, por el monopolio del poder y la verdad, por el juridicismo, el clericalismo, la aversión a la sexualidad y la misoginia, así como por el empleo espiritual-antiespiritual de la violencia. No es el único, pero sí el principal responsable de los tres grandes cismas del cristianismo: el primero, entre la Iglesia de Occidente y la de Oriente en el siglo XI; el segundo, en la Iglesia de Occidente entre la Iglesia católica y la protestante en el siglo XVI; y el tercero, en los siglos XVIII y XIX entre el catolicismo romano y el mundo ilustrado moderno.
Pero de inmediato he de señalar que soy un teólogo ecuménico y bajo ningún concepto estoy obsesionado con los papas. En mi obra El cristianismo: esencia e historia (1994) he analizado y expuesto a lo largo de más de mil páginas los diversos periodos, paradigmas y confesiones de la historia del cristianismo; y a la luz de todo ello, guste más o menos, resulta imposible negar que el papado es el elemento central del paradigma católico-romano. Un ministerio petrino, tal y como se desarrolló a partir de los orígenes, era y sigue siendo para muchos cristianos una institución con sentido. Pero del siglo XI en adelante ese ministerio se fue transformando cada vez más en un papado monárquico-absolutista que ha dominado la historia de la Iglesia católica, llevando a las ya mencionadas tensiones ecuménicas. El poder intraeclesial del papado, creciente sin cesar a pesar de sus reiteradas derrotas políticas y culturales, representa el rasgo decisivo de la historia de la Iglesia católica. Desde entonces, los puntos neurálgicos de la Iglesia católica no son tanto los problemas de la liturgia, la teología, la piedad popular, la vida religiosa o el arte cuanto los problemas de la constitución de la Iglesia, analizados de forma demasiado poco crítica en las tradicionales historias católicas de la Iglesia. Justamente tales problemas son los que aquí tendré que tratar con especial cuidado, a causa, entre otras cosas, de su índole ecuménicamente controvertida.
JOSEPH RATZINGER, el actual papa, y yo fuimos los dos peritos oficiales más jóvenes del concilio Vaticano II (1962-1965), que trató de corregir en algunos puntos esenciales este sistema romano. Pero a resultas de la resistencia de la Curia romana, ello, por desgracia, solo se consiguió en parte. Luego, en el posconcilio, Roma ha ido revirtiendo de forma progresiva la renovación, lo que en los últimos años ha llevado a la abierta manifestación de la amenazadora enfermedad de la Iglesia católica, latente ya desde mucho tiempo atrás. Quien hasta ahora nunca se haya visto confrontado en serio con los hechos históricos sin duda se asustará en ocasiones de cómo han funcionado las cosas por doquier, de cuántos aspectos de las instituciones y constituciones eclesiásticas —y muy especialmente de la principal institución católico-romana, el papado— son «humanos, demasiado humanos». Sin embargo, esto, expresado de forma positiva, significa que tales instituciones y constituciones —también el papado, él en especial— son modificables, básicamente reformables. Así pues, el papado no tiene que ser eliminado, sino renovado en el sentido de un servicio petrino de inspiración bíblica. Lo que sí debe ser eliminado es el medieval sistema romano de dominación. Por consiguiente, mi «destrucción» crítica está al servicio de la «construcción», la reforma y la renovación, todo con la esperanza de que en el tercer milenio la Iglesia católica, contra todas las apariencias, permanezca llena de vida.
* El libro ¿Tiene salvación la Iglesia? de Hans Küng lo publicará la editorial Trotta en abril.
* Juan José Tamayo es director de la cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid.