La Vida en Plenitud – Recopilación

Julio de 2009

¿A quién debo acudir para aprender sobre mi Amado? Kabir dice: “Del mismo modo que si ignoras el árbol puede que nunca encuentres el bosque, también puede que nunca le encuentres en abstracciones”.   ¡Oh, sadhu! Mi tierra es una tierra sin pesar. Se lo grito bien alto a todos: al rey y al mendigo, al emperador y al faquir: Deja que todos los que buscan cobijo en lo más alto, vengan y se queden en mis tierras. Deja que el fatigado venga y deje aquí su carga.   Vive pues aquí, hermano mío, desde donde podrás fácilmente cruzar a la otra orilla. Éste es un país sin tierra ni cielo, sin luna ni estrellas porque solamente el fulgor de la verdad brilla en el durbar de mi Señor.   Kabir dice: “¡Oh, querido hermano! Nada es esencial excepto la verdad”

Kabir (siglo XV, Varanasi)

Llegamos en este mi último capítulo, querido hermano aprendiz, a la necesidad de una recapitulación. Empezaré preguntándote ¿Qué ha ocurrido contigo, qué ha ocurrido con tu vida? Has recorrido un largo camino para volver al mismo sitio. Como dice Kabir: No hay anti ti ningún viajero, ni camino alguno. ¿Te acuerdas cuando en tu juventud buscabas afanosamente un significado a tu vida? Fue la primera vez, hace ya muchos años, que te preguntaste quién eras, y qué hacías aquí. Entonces todavía no habías traspasado ningún umbral, ni habías subido a ninguna barca en busca de ningún destino. Todo tu mundo era qué hacer con ese yo que no conseguías controlar, tan lleno de pulsiones y de deseos de significar. Querías ser importante y que tu vida no se perdiera. Tal como fuiste educado, egocéntrico y deseoso de triunfar, fuiste en busca de una tarea que diera un sentido a tu vida. Te presentaron ese Dios externo al que servir, y te afanaste en hacerte seguidor de Él. Ser mesiánico entonces te parecía el destino más glorioso al que dedicarte. Igual hubiera dado que siguieras a un tótem o a una idea, pero tu primer afán fue servir a una figura paterna muy superior a ti, pero sirviéndole así, te servías a ti. Querías ser discípulo significado, y hacer grandes tareas a su servicio en las que ser reconocido. En ese sueño juvenil seguiste un cuento quijotesco, en el fondo buscando tu identidad, y huyendo de la angustia que te suponía no reconocerte en alguna cosa. Eras religioso como te dijeron que habías de serlo: aceptabas la presencia omnipotente de un gran Espíritu que vendría a ti según tu comportamiento, y que ser considerado “hijo de Dios” te daría poder espiritual y significación en esta vida, cuyo final era ser premiado en otro mundo mejor. Esta imagen infantil de que tú no valías más que en función de tus actos, y de que necesitabas ser salvado para trascender, te persiguió durante años y la recorriste una y otra vez, en un círculo vicioso y neurótico. No querías aceptar la hipótesis de que tu vida no tuviera una gran empresa que realizar, o que lo que te rodeara no fuera una gran epopeya de la que formabas parte. Viviste una generación de cambios, la famosa del 68, y aunque nada quedaba estable a tu alrededor, cuando viste que la figura paterna que te educó no satisfacía tus necesidades de transcendencia, te hiciste rebelde y en el fondo buscador de otra figura que la sustituyera, pero realmente seguías ansiando la aceptación y el visto bueno de quien te engendró.  Fue, mi querido amigo, un proceso necesario para reafirmar tu ego. No te sientas mal recordándolo, a pesar de tu aparente esquizofrenia, tus angustias y tu egoísmo. Tuviste que pasar por este periodo para perderlo. ¿Te acuerdas también que cuando la figura del dios externo quedo mas desdibujada,  seguiste buscando sustitutos, en poderes y autoridades? Curiosamente en tu caso, el partido político en el que participaste como activista fue otro padre autoritario, que te dictaba las normas que debías seguir para ser aceptado entre los que significaran algo. Esa autoridad externa te recorrió toda tu vida, mi pobre huérfano. Buscando siempre y rebelándote con lo que encontrabas y no encontrabas. Ideas y dogmas se sucedían, y todos eran como puertas por las que tenias que pasar, buscando fuera de ti, para poder pertenecer a algo. Tenias un ansia de pertenecer, una sed que no terminabas de encontrar saciada. Dices que has tenido un problema con la autoridad. Yo creo que has tenido un problema con esa búsqueda neurótica tuya, cayendo de padre en padre, ya sea ese dios lejano, la iglesia que te escudriñaba y te llenaba de normas, los poderes a los que serviste o con los que entraste en conflicto. Llamaste a demasiadas puertas y me recuerdas al dicho aquel:

…eres como quien en medio del agua grita de sed Como un niño de casa rica que anda errante entre los pobres Sí, porque durante largos años no supiste que tenías el tesoro muy cerca. ¿Te acuerdas cuando alguien te dijo que eras muy gracioso, ya que andabas en busca de algo que tenias pegado a tu nariz? Tan cerca está de ti que no podías verlo. Te tomabas a ti mismo demasiado en serio. Tal parecía que solo tú tenias algo importante que hacer, corrías y corrías, de una actividad a otra, de un reto en otro reto, como si te faltará tiempo para resolver tu vida. Eras como esos personajillos grises, ese conejo de ”Alicia en el país de las maravillas”, que ni siquiera ve donde pisa, tan ensimismado como está con tareas importantes sin sentido. Esos años de grandes revoluciones, de grandes transformaciones, de grandes tareas históricas, o al menos así te parecía a ti, los pasaste sin hacer lo que era fundamental, encontrar la joya que estaba junto a ti, dentro de ti y que era lo único necesario, para realmente hacer tu tarea. Mientras tanto perdiste tus amores cercanos, perdiste tu ética y a punto estuviste de perder a los tuyos. El pequeño asno que te acompañaba, y que aun todavía le veo aparecer de vez en cuando, crecía y crecía, ocupando todo el espacio. Perdiste la capacidad de disfrutar del momento, la capacidad de sentir lo que realmente pasaba. Todo lo interpretabas y lo traducías. En ese tiempo parloteabas mucho, como si tuvieras mucho que decir, pero en tu fuero interno en ocasiones reconocías, y así lo veo yo, que no hacías más que repetir y copiar de otros como un papagayo. Y un buen día recibiste un tesoro especial, al caerte de tu burro. Si, digo bien, un tesoro, ya que sin esa caída, en la que te despojaron de todo lo que valorabas, no habrías tenido el coraje de romper con esa carrera hacia ninguna parte en la que estabas empeñado. Así pues, cuando se te cayeron los sombrajos, cuando perdiste tu posición entre los tuyos, cuando fuiste repudiado, cuando tuviste que huir de todo lo que valorabas, y cuando en silencio llorabas sin saber lo que te estaba pasando, entonces, quizás por primera vez en tu vida, estuviste en el momento en que te quería tener yo, perdido y dispuesto a caminar por nuevos territorios. Por primera vez, hijo mío, te acercaste a la esencia de la vida, a la que como todos nosotros estabas llamado. En ese momento te sentiste perdido, y así estuviste durante años, mientras tu pequeño asno se rebelaba y relamía las heridas. Tanteaste otros caminos y otras carreras, pero ya sabias que era inútil. Tenias que hacer tus tareas. Empezar realmente a ser tú para dejar de ser tú. Por ello iniciaste el primero de tus exilios, que fueron interiores y exteriores. Un largo camino de muchos años que te llevó a perderte de verdad., y así a encontrarte…siguiendo ríos sin nombre, perdido en caminos impenetrables de lejanas montañas… En primer lugar aprendiste que de nada te servía seguir y seguir controlando las cosas y las personas con tu mente, o aparentar que las controlabas, y por fin te viste forzado a aceptar que tenias que experimentar mas allá de todo sentido, y te viste forzado a saltar sin controlar donde caer, sabiendo que lo más normal es que te pegaras el tortazo. Dolorosamente aceptaste perder tu espacio seguro. Perdiste a los tuyos y todo nombre y fama. Te volviste un desconocido, incluso para ti mismo. También exteriormente fuiste a lejanas tierras y recorriste caminos que no comprendías y conocías. Te sentaste, y una y otra vez te golpeabas de frente con tu mente en tu silencio. Pasaron los años y cada vez sabías menos dónde estabas, dudaste de ti mismo y de vez en cuando seguías jugando al juego del ratón y el gato con tu sombra. Ya entonces te parecía algo tragicómico, y aprendiste a reírte de ti mismo. El burrillo seguía rebuznando, pero de vez en cuando no se le oía. Aprendiste a mirar huellas donde no se veía nada. Incluso quien te guiaba dudó de ti, y te rechazó y te hizo andar en la intemperie, por lo que te curaron de querer construir otra iglesia pequeñita donde refugiarte. Estabas ausente, pero tuviste que aprender a dormir al aire libre. En todo ese tiempo, mi hijo querido, estabas siendo guiado sin saberlo. Y de pronto, sin que tu sepas cuándo ni cómo, todo empezó a tener sentido. En frente de ti había una vida de la que eras testigo, pero ese “eras” se convirtió en un flujo en cambio permanente, algo que no podías ya coger y que se te escapaba entre los dedos. ¡Pobre huérfano de la vida, hasta tu condición de huérfano perdiste! Has aprendido a no ser, y esta ha sido la lección principal. Al no ser has aprendido a ser todo, y esto te ha llevado hasta mí, una voz que no existe y un sonido que no suena. Y henos aquí en este dialogo permanente, en el que has aprendido el camino sin camino, la huella que nunca termina, y danzas en cada momento sin esperar nada, sin buscar nada, sin encontrar nada, dejando espacio para que se haga la sinfonía sin fin. Desde el principio de esa tu oscuridad sabias que habías de volver, que solo en tu quehacer diario, en tu acción en cada momento, se encuentra ese camino sin senda que es el tuyo. Por ello ha surgido la pregunta del qué hacer. Pero este volver al principio no es volver al principio, ya que ahora el burrillo se ha callado, y solo se expresa el vacio que eres realmente. Por ello este hacer es sin angustias, sin prisas, sin que la música deje de tocar, mientras un aire libre te acaricia, y tú andas suelto por fin. ¿Cómo he pues de vivir por fin?, a veces me preguntas.  Si todavía te lo preguntas, querido, te he de responder que todavía queda en ti algo del burrillo que corría por los caminos. Por ello te grito: ¡NADA, NADA ES LA RESPUESTA!

Allí no hay ni agua, ni barco, ni barquero; ni siquiera hay una cuerda para arrastrar el barco, ni hombre alguno para tirar de ella

Sin embargo Kabir continua, dirigiendo a ti su dulce voz:

Deja que todos los que buscan cobijo en lo más alto, vengan y se queden en mis tierras. Deja que el fatigado venga y deje aquí su carga. Tu corazón es fuerte, te dice, confía en él. En el retumba lo eterno. Por tanto no pierdas la pista a tu corazón mientras vas por los caminos del mundo, y no preguntes mas por las señas y latitudes de donde te encuentras. Camina ligero de carga y de fatiga, ya que renuevas tus fuerzas continuamente al lado del Amado. La vida a la que te llamo, compañero mío, es la del hombre sin nombre, la del espíritu libre para el que han terminado los dogmas y las verdades enseñadas, para el que no existe limite ni frontera. Ese hombre de rostro compasivo y bello, que anda suelto y sin nada, mientras se entretiene con los niños y los viejos. Ese ser risueño, que mantiene la vida danzando en rededor, y ha aprendido a armonizarse con la danza eterna. Ese hombre, concreto y ordinario, ese hombre sin rango, autentico y completo, ese, hijo mío, es el que hace tu sombra, es el que respira tu cuerpo, es el que piensa tus pensamientos. ¡Ya ves cuan suave es la carga y cuan ligero el camino, cuando sientes la sombra del que te ama a tu lado!. No se te oculta el dolor del mundo, ni las mil vueltas de la vida. Tampoco se te oculta el largo perfil de la sombra que se vuelve también tu compañera, pero el miedo ha pasado, y ya nada temes. Estas al lado de los pequeños, te paras cuando es necesario y corres cuando has de correr, pero haces todo sin hacer nada. Eres parte de todo. Vives en plenitud. Y te sientas, y te quedas en silencio, muy atento a lo que pasa. Ya no cuentas, ya no repites versos, ya no necesitas jaculatorias ni descifrar acertijos. Simplemente estas aquí, completo y terminado, atento al sonido que todo lo inunda y que no se oye. Quieto y ensimismado en tu silencio, haciendo manifestación de todo lo que existe. Tienes la respuesta a la pregunta, y tu respuesta solo se oye en el silencio, en el que te refugias y que practicas. Tu ansia se concreta en el que todavía sufre, tu compasión todo lo inunda y tu práctica se desarrolla incansable, mientras tu corazón permanece en el silencio. Tú ya has desaparecido, por ello no necesitas desaparecer de nuevo. Tu canción seguirá oyéndose cuando te hayas ido. Eres un testigo del silencio, y eres el creador, y eres aquel al que buscabas. Al volverte hacia ti lo encontraste, y eres luz para el que se encuentra perdido, y al tiempo confusión para el que cree que tiene las claves de la búsqueda. Pero tú permaneces en silencio, ya que tu silencio habla Aprendiz, has llegado a tu casa…

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