Práctica del amor contemplativo

(Texto orientativo para el tema del mes de Septiembre 2016 de Espíritu y Zen)

​«Mas tú, cuando ores,

entra en tu aposento,

y cerrada la puerta, 

ora a tu Padre que esta en lo escondido; 

y tu Padre que está en lo escondido te devolverá.»  (Mateo 6:6)

El camino espiritual comienza con la decisión de salir del “lugar común” para venir al “lugar propio”, que es un lugar interior, un lugar intimo en el que nos enfrentamos a la realidad que somos y que vivimos. Este momento es crucial en el camino del viajero espiritual. Por fin salimos de nuestro espacio com. Por fin pararnos y poner en tela de juicio la base mediante la cual caminamose dún, un espacio de dispersión guiado por un frenético ir de aquí para allá en la búsqueda de nuestros propios proyectos, de la solución a nuestros deseos, a nuestras necesidades, para por fin pararnos y poner en tela de juicio la base mediante la cual caminamos.

En todas las grandes alegorías del camino espiritual – La indicada por el Buda en la salida del hogar a sin hogar, la descrita en el primer cuadro del Boyero, la salida de Abraham a la nueva tierra, la del pueblo israelí de Egipto, la salida de Yheoshua en búsqueda de respuestas hacia el Jordán, la indicada en La Subida al Monte Carmelo  por Juan de la Cruz, la salida de Francisco de Asís de la casa de su padre, etc.… se plantea esta propuesta de salida, que es en realidad y primero de todo una “salida interior”, generando una dinámica de peregrinaje, en la que no está delineado el camino. Por ello esta salida es en ante todo un entrar en perdida. Perdemos las referencias de dispersión que nos acompañan y nos adentramos en caminos sin nombre, en la oscuridad, como indican los textos:

…Pasar del hogar al sin hogar… – El Buda

En los prados de este mundo, me abro camino constantemente entre los altos pastizales en busca del buey…Siguiendo ríos sin nombre, perdido en caminos impenetrables de lejanas montañas,… “El Boyero”

Sal de la tierra de tus padres, de tu región de tu casa, de tu parentela y vete a donde yo te mostraré” (Gen 12, 1).

“…el que no es capaz de dejar padre y madre, no es digno de mi…” Lc 14, 26

“Entonces, entrando en sí, se dijo: Me pondré en camino a donde está mi padre…”(Lc 15,17)

En una noche oscura,
con ansias, en amores inflamada,
¡oh dichosa ventura!,
sal sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada      Juan de la Cruz

Este salir es un entrar en el propio interior. Para acceder a ese espacio de interioridad, hay que realizar un desplazamiento de lo exterior a lo interior. Ese desplazamiento, crucial, es necesario para volver a recobrar el sentido profundo de lo que somos. Es salir de una vez por todas del maldito sedentarismo al que hemos llegado en nuestra instalación en lo mental, lo racional, lo egoico. El sedentarismo físico enferma. El sedentarismo espiritual mata. Es volver a recuperar lo que ancestralmente somos: nómadas, viajeros que hacemos el sendero. El ámbito de la interioridad nos habla de ese desplazamiento de lo exterior a lo interior.

Cuando Jesús de Nazaret invita a orar, que es la invitación a ese camino interior, comienza con “…entra en tu aposento…” Aposento en griego es “tamaion” o bodega, lugar oscuro de la casa, donde no hay ventanas y esta al fondo o debajo, y sigue “…cierra la puerta” Ese es “mi propio lugar” en el que he de acceder quedándome a oscuras (…a oscuras y segura…) Este entrar “a oscuras y segura” indica la decisión madura de las tareas humanas realizadas, en la que “la casa ya está sosegada”, el camino de nuestra angustias mentales aceptado, y la cura de nuestras heridas humanas realizada. Desde ahí, y no desde la sensación intrínseca de soledad, de angustia o de miedo, y mucho menos desde la paranoia o la neurosis, puede uno aventurarse …siguiendo ríos sin nombre.

En esa oscuridad nadie nos ha de observar, no vamos a “actuar” para nadie, ya que entramos “en oscuridad” al “cerrar la puerta”. Al hacerlo así soltamos la tendencia egoica hacia la apariencia, el rito, el camino trazado y la posición estética. Hemos de perdernos para  “…ser expuestos a la mirada de lo Único…”, quedamos expuestos en la desnudez del ser. No comprendemos nada, no buscamos nada, no sabemos nada. Y en esa nada para los sentidos, para la razón y para la utilidad humana, quedamos expuestos, desnudos en nuestra nada y nuestra oscuridad.

El camino es hacia el centro del ser, un camino que no conocemos, un lugar hacia el que no sabemos que vamos, pero donde no nos sirven los arquetipos ni los paradigmas que nos acompañan en nuestra normal actividad. Este camino hacia el centro no nos conduce hacia un nuevo narcisismo egoico, sino que nos ha de conducir al olvido de uno mismo. Por ello es un camino de continua perdida, de anulación de todo lo propio, de todo lo mental. No es una condena de nuestra vida mental, de lo exterior, pues habremos de volver a recuperar las cosas y los seres, pero ahora si, cerramos la puerta y a oscuras caminamos, desprendiéndonos de todo aquello que como muletas o trajes hemos utilizado para aparentar, para asumir identidades y roles. Por eso inicialmente entramos en confusión y no sabemos como movernos.

Pero hay un motor que nos mueve, simbolizado por nuestro corazón, expresado por “…En ansias de amores inflamada…” Es necesario, como indica Salomón “…un corazón que escuche…“ (I Re 3,9), ya que allí, en esa oscuridad, nuestra acción es …Calla y escucha, pon alerta el corazón… . Sin este motor, sin la gran decisión y el coraje que nos ha de mover, no es posible este avanzar en medio de oscuridad, desnudez y confusión. Así ocurrirá el dicho: “…os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo” (Eze 36, 26)

Los hitos del camino contemplativo

El proceso a seguir no tiene manual de usuario, no implica un camino señalado, con sus fases y sus metas. Es una dinámica de peregrinación, de caminar, en el que habrán de darse algunos hitos, pero estos se presentan sin ser avisados, sin ser señalados. Su descripción aquí no ha de entenderse como un proceso lineal, sino un proceso dialectico, en que todo se mezcla y a veces hay que volver atrás o dar un salto hacia delante.

1.   Identificación

Jesús habla desde su cultura semítica, que ofrece una identidad de lo interior y lo exterior, la esfera interior no es separable de la actividad externa. Por ello cabe que este “entrar en el aposento y cerrar la puerta” se produzca en medio de la actividad , de las cosas y los seres. En la síntesis del contemplativo será, en todo caso su forma definitiva de vivir. El contemplativo de nuestro tiempo ha de encontrar esa oscuridad, ese “perderse” en medio de la actividad, en medio de la cotidianidad. Por ello conviene saber que cuando hacemos silencio y “nos mostramos” no vamos a un mundo alternativo, no nos separamos de las cosas y de los seres. De hecho, los acontecimientos, las cosas y los seres son “el camino del silencio” que con paciencia deberemos aprender. Habremos de saberlo cuando “cerremos la puerta”, pues entonces realizamos un ejercicio para estar “realmente” en medio de la vida. Nunca debe ser una huida de la realidad, sino, por el contrario, una confrontación con la realidad, expresada aquí, expresada ahora. Es la realización de esta vida y no de ninguna vida alternativa. Para ello habremos pacientemente de aprender que “nuestra lengua y nuestros sentidos se habitúen a comportarse en armonía con la visión interior…” Esto aprenderemos a ejercitarlo día a día… en nuestra bodega

2.   Desplazamiento

Pero para emprender el camino hemos de realizar un desplazamiento hacia el silencio. Todavía no es tiempo de lograr la integración, y por eso hace falta desplazarse para crear el espacio en el que no somos nada, para entrar en el aposento propio, y cerrar la puerta. No como una forma de huir. No para crear un mundo alternativo, separado del mundo, sino para balancear el ser, para despojándose de lo que creemos cierto y seguro y para aceptar ser el fluir de la existencia, de la evolución, y ahí “ser conducidos”

Como diría Maria Corbí:

“Los sentires deben calmarse, los pensamientos deben silenciarse, los razonamientos deben desaparecer si se desea que el sentimiento de puro ser pueda desarrollarse y ser plenamente vivido. El enemigo está en los pensamientos y sentimientos. Ellos crean el mundo y sustentan el ego”

Es necesario aventurarse suspendiendo la identificación mental, haciendo silencio interior y exterior. Por ello, este entrar en lo oscuro… y cerrar la puerta… requiere una decisión radical de renuncia a lo hecho, al esquema de metas y objetivos, a la búsqueda de solución a nuestros deseos y necesidades humanas, y requiere venir a perder lo que somos frente al mundo y las cosas. No entramos para realizar nuevos teatros, para crear nuevos roles, ritos, vestimentas y relaciones, sino para perder todo ello, solo fijos en nuestro foco, que es el mismo caminar.

La espiritualidad habla por fin, tras abrirse al lugar propio, arrancarse también del propio lugar, salir del sitio propio, para tomar conciencia de no tener un lugar, de ser peregrino del sendero, sin lugar fijo, de ser nómada.

3.   Autenticidad

“Camina en mi presencia y se integro” – Gen 17, 1 – En ese espacio interior nos enfrentamos a nuestro ser autentico, sin mascaras, y ahí debemos realizar la unicidad de la persona, sin engañarse mas, sin mentirse y sin intentar nuevas identificaciones de poder, de control, de manipulación o de sometimiento. Este proceso de integridad y de integración de la vida se ha de producir en medio de esa oscuridad, y sin que nosotros lo controlemos, ya que somos conducidos

4.   Ruptura y perdida

Nuestra forma habitual de comportarnos: conocer la pulsión de nuestros deseos, de nuestra ansias, y las prisas por buscar soluciones, metas, objetivos, aquí desaparece. Hemos de aceptar no saber … y también aceptar …que somos conducidos… Aceptar que somos dados, que somos realizados… y que lo Uno se realiza en nosotros, sin nuestro control. Solo hemos de aceptar estar ahí, y quedarnos ahí. Supone una ruptura existencial que desconcierta y que hace difícil el camino, pues es un no camino donde caemos en perdida. Tomar la vía espiritual no es un entretenimiento, ni puede ser una moda. Es un paso vital crucial, muy serio, que cambia la vida en todos los aspectos. Somos conducidos a la intemperie, por caminos sin nombre, en las lejanas montañas, perdiendo nuestra seguridad y certidumbre. Incluso durante mucho tiempo no hay consuelo: “…no puedo encontrar al buey…” “…salí tras ti clamando y eras ido…”

Buscadme y viviréis”  dice el Señor (Am 5,4), pero ese buscadme no es compatible con una ideología de autorrealización, un universo que gira de nuevo en torno al propio yo y su “crecimiento personal”, y se olvida de la servicialidad y el interés por los otros. Por eso es importante comprender que este camino ha de llevar al olvido de uno mismo, y no al reforzamiento del yo.

5.   No dualidad

Salir del lugar común es salir del ego, en el que estamos situados en la cotidianidad. A partir de aquí se inaugura un nuevo modelo de relación con lo que somos. Hay una trasmutación. Esta oscuridad implica la ruptura con el que sabe y el que observa, la ruptura con la dicotomía de la existencia. En esta desnudez, lo que nos cuesta soltar lo hemos de soltar, y haciéndolo, perdemos las señas de identidad, perdemos nuestra condición de sujeto observador y controlador que “observa” y controla los objetos, que son los otros y lo otro. El personaje público, el ego, se ha quedado fuera y en su lugar dejamos espacio para el Abba, el Padre interior se haga en nosotros. Y este Abba es la totalidad de la evolución, la Realidad no dividida que se hace a si misma. Y eso somos, y en eso habitamos  

6.   Rendirse

Por fin se trata, como le sucedió a Elías, de “escuchar la voz que resuena en un silencio tenue” (I Re 19,12). Es un silencio tras el silencio, al que hemos de rendirnos por completo. Supone una aceptación en el vaciamiento. Cada cual ha de saber de qué tiene que vaciarse, Pues los apegos, metas, deseos, necesidades y expectativas aparecen en medio de esta oscuridad y a ellos hemos de confrontarnos, sin engaños ni disimulos. Este rendimiento del ser, es un rendimiento amoroso, que aparece cuando ya las defensas caen, cuando ya la debilidad se reconoce en medio del coraje de seguir caminando, cuando por fin las lagrimas pueden aflorar en esa perdida, porque aceptamos que nos hemos perdido, cuando tras agotarnos en medio del proceso, no somos capaces de seguir por nuestros medios. Si, “somos conducidos”, pero nos resistimos. Queremos saber el destino, queremos saborear el premio como siempre hemso hecho tras el esfuerzo. Pero solo cuando todo esto pierde sentido es cuando estamos preparados, pues rendimos por fin nuestras resistencias para entrar en lo que nos desborda

7.   Encuentro en la oscuridad

…y tu Padre que está en lo escondido te devolverá…

El Abba, el Padre interior, que vive en lo escondido, “que esta mas cerca de mi que mi propia alma” (Juliana de Norwich), tendrá el camino abierto para su expresión, para su realización. Así se dirá: el Uno, el espíritu creador se hace en mi, y así seremos uno con el Padre viviente.  Y ¿qué he de encontrar en esa oscuridad, en el aposento de mi alma?: La “Nada” de Juan de la cruz, el Vacío o “Enzo” del zen, he de encontrar. Es nada para los sentidos, pero es el centro transformador de la vida. No podemos ir allí por nuestro propio pie y nuestro propio mapa. “¿A dónde iré?”  pregunta Abraham. “A la tierra que yo te mostraré” se le responde. Por eso hemos de rendirnos. Rendirnos en un paciente aprendizaje del silencio, donde las palabras sobran. No para quedarnos mudos…, como dice Xabier Melloni:

… sino para quedarnos en silencio. Y es que hay un callar que procede de no saber qué decir y hay otro callar que procede de que hay tanto que decir, que nos sobrecoge y nos recoge y nos silencia para permitir que sea Otra Voz la que hable. Pero eso pide una obertura, una humildad, una confianza que, desgraciadamente, escasamente tenemos

Este “devolver del Padre” es entrar en el mundo en comunión. Es entrar en una nueva perspectiva vital, un nuevo comienzo. Entonces estaré preparado para volver al mercado, a mi cotidianidad, para allí expresar este “devolver”.

El Cuenco vacio

El resultado del camino espiritual es venir a ser un cuenco vacío. No para llenarlo de Dios, o de nueva ideología, o nuevas verdades, sino para quedarse vacío. “…Por eso ruego a Dios que me vacíe de Dios…” dice el Meister Eckhart. Si no vaciamos nuestro cuenco, lo lavamos por la noche y al día siguiente salimos a la calle con el cuenco vacío, no estamos preparados para la transformación.

Cuenco vacío significa vaciarnos de expectativas, estar preparados para aceptar lo que venga. Es pues un camino de receptividad. En medio de nuestro silenciamiento nos volvemos receptivos, pero sin buscar que se realice nuestra voluntad, sin perseguir que nuestras expectativas se cumplan, y abriendo los brazos para los acontecimientos que se produzcan. Pues somos conducidos. Esto es fácil decirlo pero supone un proceso de vaciamiento muy grande y penoso, pues ¿quien no espera cumplir su destino?, ¿quien se ha vaciado por completo de expectativas propias, de forma que tenga los brazos abiertos al acontecimiento del Padre viviente?

Cuenco vacío implica también disponibilidad completa. Significa estar preparados para vivir lo que sea necesario, lo que la vida nos pida. Significa la servicialidad perfecta, y supone vivir desde el amor no condicionado. De nuevo es fácil enunciarlo y difícil la puerta que conduce a su cumplimiento. Pues ¿quién no se guarda un poco de negociación en el amor? ¿quien ama sin esperar ser amado en compensación? ¿quién por ultimo renuncia a sus planes y proyectos, por muy justos y legítimos que sean, para quedar disponible a lo que el misterioso Padre interior disponga? ¡Vivir el camino del cuenco vacío es vivir el Zen vivo!, a fin de dar comienzo a una etapa nueva hasta ese momento desconocida: la de la gratuidad, el perdón, la alegría y la fiesta compartida (Mc 2, 13-15).

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