El Reino de Dios – La transformación esencial

El mensaje central de Yeoshua es la venida del Reino de Dios, como esperanza para los pobres, los oprimidos, los marginados de su sociedad. En su vida personal, Yeoshua contempló y compartió el sufrimiento del pueblo a manos de los poderosos. Este sufrimiento era físico, existencial y espiritual. Su experiencia de conversión le llevo a contemplar la vida con ojos diferentes, “ojos nuevos”, viendo desplegarse la acción de lo divino en todas las cosas. Por ello el centro de su anuncio se transformó, indicando que el Reino de Dios ya había llegado, estaba en medio de nosotros. La llegada del Reino, vista desde la mente unitiva de Yeoshua, es la respuesta a las situaciones de desesperanza humana. Parte de un cambio radical en la comprensión, que lleva a un cambio en la forma de relacionarse con otros seres y con otras personas. Desde el momento en que el Reino de Dios anida en el corazón de una persona, esa persona no está sola nunca más. Se siente habitando la casa del Padre, y haciendo su obra.

La característica central del Reino del Espiritu, llamado por Yeoshua el Reino de Dios es la visión unitiva, la comunión, el amor en acción. Este mensaje tenía su propuesta histórica en el tiempo de Yeoshua, condicionada por las circunstancias y la cultura en la que vivía, pero su visión esencial es trans-temporal y es vigente hoy día. Es la visión mística, entendida como la visión de cada momento, como un momento universal en el que la creación y el desenvolvimiento de lo divino se da. Si Yeoshua nos hablara a nosotros ahora  nos hablaría así:

“¡Convertios!, transformad vuestro corazón. El reino del Espíritu ya está en medio de vosotros. Está fuera de vosotros y dentro de vosotros. Vosotros sois el Reino del Espíritu, ya que ya habitáis la casa del Padre, si bien todavía no lo veis ni lo vivís. No sois nada fuera de lo que yo soy, ni fuera de lo que el Padre es, ni el Padre es nada fuera de lo que sois. Una vez comprendáis que el Reino divino está dentro de vosotros, ya no tendréis miedo ni os sentiréis solos, y vuestra familia serán todos los que cumplen la voluntad del Padre, y en función de esa voluntad permiten que el Espíritu brille en ellos y a través de ellos.

Acoged al que sufre y al que llora. Socorred a la viuda y haceros como niños, vulnerables y sencillos. No ignorantes y torpes, sino sencillos y sabios. Todos caminamos el mismo camino, y avanzaremos en la comprensión y en la unión de nuestra casa. Compartimos el pan y compartimos el corazón, haciéndonos uno en el cuerpo y el espíritu, ya que como anunciaba el profeta Isaías, en los nuevos tiempos, el lobo y el cordero pacerán juntos. Solo lograremos que el reino del Espíritu se manifieste plenamente mediante nuestra acción. Abandonad toda posesión, abandonad vuestra seguridad y vuestra pequeña casa y salid a los campos y a las barriadas, allí donde los hombres vuestros hermanos viven, y anunciadles con vuestra palabra, vuestra vida y vuestros actos la Buena Nueva. Existe una salvación, una liberación para todos los seres. Así pues, el que este ciego verá, el que este sordo oirá, y el que se le imposibilite caminar andará. Cread el nuevo tiempo con vuestra vida, con cada acción, con cada momento de servicio a vuestros hermanos.

Para vivir el tiempo nuevo debéis negaros a vosotros mismos. Negaros a vosotros mismos es salir de vuestros lugares, dejar todo lo que tenéis, poseéis o deseáis, abandonad vuestra forma de ver y de sentir, y vivir según el Espíritu, siendo mensajeros libres de la buena nueva. No os preocupéis sobre cómo viviréis, ni lo que comeréis, ni con qué os vestiréis. Preocuparos tan solo de extender el Reino de Dios y su justicia, y lo demás lo recibiréis colmado. El Padre sabe muy bien lo que necesitáis. Así pues andad libres, sin posesiones y sin defensas, ya que hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Cuanto más desposeídos andéis, más ricos y completos seréis. Aspirad pues a lo máximo, teniendo nada, y siendo nada.

La vida a la que os llamo está en lucha con la forma de ver de los poderosos de este mundo. Os perseguirán, calumniaran e insultarán. Os atormentarán y matarán. No sintáis miedo cuando esto os pase, sino alegraos y exultad, ya que esto indicará que estáis realizando la labor que es necesaria. Igual como a mí me persiguieron y mataron, no aspiréis a suerte diferente. No negocies pues vuestra vida. No seáis moderados con vuestra vida, sino libres y dispuestos a perderla por el Reino. Entregadla pues y darla por bien consumida si la perdéis por lo que importa

No os mando para atender a aquellos que todo lo tienen, sino para asistir a los que todo les falta. Sed hermanos de los más pequeños, asistid a los pobres y necesitados, poniéndoos de su parte, pues ellos son los predilectos desde vuestro corazón cambiado, desde la existencia divina que habitáis, ya que es vuestra misión equilibrad lo desequilibrado, enderezar la caña torcida. Por ello os mando con la misión de sanar y de curar, de resolver la angustia de mis hermanos pequeños, de anunciar el final de su sufrimiento. Seréis los defensores de la mujer y del niño, del anciano y del que tiene hambre y sed, del que está preso y del que sufre por la opresión de los hombres. No seáis motivo de escándalo para estos mis hermanos más pequeños, sino más bien sed para ellos el anuncio de la nueva tierra y del nuevo cielo que les pertenece. Hacedlo sin embargo desde la mansedumbre y la ecuanimidad de corazón. No apaguéis el pábulo llameante que a veces es la única luz que ilumina a los que sufren, ni violentéis la hierba que pisáis  y que se mueve por el ritmo del Espíritu amante. No ejerzáis en vosotros ni en otros la violencia y la opresión, ni tan siquiera hacia aquellos que os violentan, sino aceptad de buen grado ser objeto de su violencia y opresión por causa del Reino del Padre. ¡Ay de aquel que sea causa de dominación y explotación, que sea causante de la miseria del pueblo, pues llorará y se perderá por causa de su propia dominación y posesión! Caerá desde la aparente opulencia que derrocha a las tinieblas y a la oscuridad de la existencia, consecuencia de la cárcel que ha labrado en torno a si mismo y del yugo que ha colocado en otros.

Trabajad sin descanso. Cada acción que realizáis en beneficio del Reino del Padre se convierte en la acción especial, sea grande o pequeña. Moveos sin descanso y cread el Reino. Cada esfuerzo, cada verdad o belleza a la que sirváis, incluso si supone un tormento interior, un acto creativo doloroso, una aventura en el salto y en la vida, es obra santa y completa. Salid pues de la pereza y de la seguridad en la que vivís y aventuraros a lo nuevo. Terminad vuestra acción y luego abandonadla sin atribuiros merito: no poseáis nada, ni tan siquiera el fruto que tanto os ha costado construir. Sois ciudadanos del futuro. No os quedéis en el pasado, y sed la acción divina en vuestro presente. Con esta forma de proceder haréis el Reino del Padre más real en cada cosa y en cada ser.

Vivid desde el amor a todas las criaturas. Sois uno conmigo. Sed uno con todos. Cuidad todo como cuidabais vuestra casa y vuestra familia cuando os encontrabais solos. Hoy vuestra familia es todo lo que existe. No levantéis fronteras, no pongáis murallas, no separéis. Juntad, ya que todo  lo que existe es manifestación del Reino del Padre. Y vosotros sois esa manifestación. Nadie es dueño de su vida, nadie tiene derecho a decidir su destino. Y todos nosotros, cada uno de nosotros, es la máxima expresión de ese destino. Pues tanto lo poseéis todo y no poseéis nada. Todos somos hijos del mismo Padre y hermanos en la misma familia. El que quiera aparecer más, que se haga el menor. Que crezca en el servicio, que crezca en el amor. No he venido a dominar, sino a servir. Así pues también vosotros. Ya liberados, con la visión plena del rostro del Padre en vuestras pupilas, mirad a vuestros hermanos, dadles todo lo vuestro y servirles como el último entre ellos. Así os pareceréis a Aquel al que pertenecéis. Seréis entonces perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.

Amad a vuestros enemigos. Bendecid a los que os maldicen. Ofreced vuestra vida sin resistencia. Aceptad perderlo todo, pues así todo lo ganareis. No acopiéis, no os vendáis por cuatro monedas, no atesoréis ni planifiquéis como lo hacen los usureros y los avaros. Dad con las manos llenas y no os quedéis con nada. Ofreced vuestra vida sin condiciones, y sed por fin libres, una vez hayáis perdido todo, incluso vuestro nombre y vuestra casa, pues entonces todo lo ganareis. Vaciaros a vosotros mismos pues así os llenareis. Bailaréis y cantaréis con las cosas y con los seres, pues seréis las cosas y los seres. No busquéis conquistar reinos y defender ciudades, sed solo conquistadores del corazón de los hombres, sed liberadores de hombres, convertid a todos los seres para que sean libres de las ataduras, de los quereres y sentires, y así realmente amareis y seréis plenos, pues en vuestro vaciamiento encontrareis la riqueza, ya que habréis dejado espacio para que lo que bulle dentro se manifieste. Y así se hará posible el Reino de justicia, de amor, de verdad y de paz que os he anunciado”

El Reino de Justicia, de Amor, de Verdad y de Paz es el centro del mensaje de Yeoshua. Al cambiar la conciencia y la acción de los hombres, crea una realidad espiritual y social nueva, donde la donación y la unidad de todos los seres es la propiedad organizadora, el principio creativo de la existencia.

La creación se convierte así en un encuentro universal en el que cada momento, cada instante es el momento en el que se organiza la creación. No podemos escapar a este designio, pero tenemos la opción de participar creativamente u oponernos a él. El desarrollo del reino del Espíritu uno es el alfa y el omega de la existencia, es nuestro rostro original y la plenitud hacia la que vamos. No es una construcción social, ni nada fuera de nosotros, aunque nuestra transformación, nuestra conversión, influirá en el devenir de todos los seres.

De igual forma que el Buda, Yeoshua dentro de su cultura llegó a percibir la existencia humana como una manifestación de lo universal, de la vida divina que habita en todos y en todo. Así su misión, y la misión a la que nos llama es a realizar el vaciamiento necesario para ser recipientes de esta manifestación. Nuestro vaciamiento eliminará todo aquello a lo que nos agarramos, todo lo que pensamos seguro y permanente, y eliminará de paso todas las angustias, los miedos a perder aquello a lo que nos agarramos. Yeoshua, cuando nos invita a renunciar a nosotros, nos invita a ser nadie, para ser validos como mensajeros del Reino. No nos propone un programa para ser, sino que nos llama a un programa de acción.

Con esta práctica nos abrimos a la libertad del ser. Nuestra liberación del apego nos abre a la capacidad de ser canales del Espíritu. Nada está fijo, nada permanece, todo fluye hacia la manifestación espiritual, y nosotros tampoco tenemos nada fijo, nada nuestro. Con nuestras manifestaciones, que no son nuestras sino la manifestación del reino del Padre en nosotros, avanzamos en la expresión de la unidad, en el desenvolvimiento evolutivo de lo divino. Esto no es una filosofía, una característica ontológica, sino un programa de acción vital que afecta a todo lo que nos rodea, y tiene consecuencias muy concretas para nuestra vida y para nuestra sociedad.

Las causas de lo que somos están fuera de nuestro control, pero se modulan por nuestra acción en el presente. Somos un cruce de circunstancias y designios que se cruzan, se hacen y cambian en cada momento. Yeoshua nos llama para que hagamos, en este momento, y en éste, y en éste, la vida divina.

Soy pues una manifestación sin identidad, que se hace y se deshace en cada instante, y tiene ante si todo lo que existe, llevándolo consigo en cada acción, y se convierte en una danza creativa o destructiva. Seré manifestación de la vida divina o impediré su aparición entre nosotros dependiendo de mi acción y de mi opción, dando lugar a materia, energía y espíritu, que se vuelva compasiva y amante. Por ello no soy, no puedo ser espectador. Soy parte y soy todo con todo, en crecimiento continuo hacia el Espíritu.

Pero no es ésta una danza neutral de moléculas en el espacio. Es el drama de la vida, de las historias humanas y de las historias universales, en la que se da el sufrimiento y el dolor, la injusticia y el desequilibrio. En esas historias concretas está mi compromiso. En esas historias concretas está el cumplimiento del Reino del Padre. Y en ellas está la manifestación universal y tambien lo que yo soy y seré.

Incomparablemente próximo y tangible, el Reino huye constantemente de nuestro abrazo, creando el poema amoroso del Esposo y de la Esposa, continuamente perseguido y añorado, en el que se exige cada vez más un desprendimiento, una ruptura de la posesión y de la identidad, sin que existan limites en ello. Este escape del yo es realmente un arrastrarme hacia el centro común, en el que se da toda consumación. Así, mi perdida es mi encuentro. Supone mi máximo desarrollo vital a través de la explosión del amor en mi actividad humana.

El  Reino se identifica con la dinámica de lo que existe, con nuestras acciones hacia los que nada tienen y todo necesitan. El Reino no es algo separado, un lugar o estadio ideal, externo y terminado en el que debemos entrar, sino la continua transformación de nuestro mundo, de todas las cosas. El Padre Dios se está haciendo a si mismo en el mundo. Las potencialidades posibles, las opciones que tenemos en todas partes y en todo el mundo son las que hacen la vida divina. La extensión y la acción del amor abandonado, de la donación sin reservas es la que hace que el Reino divino se plenifique y se haga presente. Este es el mensaje real y central de Yeoshua. Me entregaré pues al proceso de la vida sin reservas, sabiendo ciertamente que es el proceso de Dios

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1 respuesta a El Reino de Dios – La transformación esencial

  1. Jesús dijo:

    Muy interesante y útil, gracias.

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