La metanoia de Jesús. La mística desde el origen

Al acercarnos al momento de “conversión” de Yeoshua es necesario aclarar nuestra forma de mirar su historia y mensaje. Hemos indicado que no nos vale una visión estrictamente historicista, ya que se pierde la “mirada interior” al quedarse con el hecho desnudo. Se pierde el significado que es necesario deducir en función del itinerario vital y la intención, y también la propia experiencia de quien interpreta, por lo que hace falta también una mirada “de fe” desde quien observa (entendiendo por ello una visión de comprensión, que implica subjetividad y también sabiduría experiencial, y no solo cognitiva). Tampoco nos vale la visión teológica de quienes escribieron los evangelios, que en gran medida adoptaban una posición apostólica en relación con sus lectores y no realizaron una transcripción de los hechos. Su interpretación supuso una transformación profunda del mensaje, al asumir e incorporar, como en su tiempo hicieron los budistas con la filosofía Vedanta, los mitos “solares” del paganismo por un lado, y el cumplimiento de la Torah en la figura de Yeoshua por otro, reduciendo la frescura de su mensaje en la historia que siguió.

Nuestra posición de interpretación es como sigue: Partimos de la adopción de una conciencia mística para la interpretación del mensaje de Yeoshua. Sabemos que la experiencia mística muestra la unidad intrínseca de todo lo que existe y su verdadera naturaleza divina, espiritual. Sabemos también que Dios no existe fuera. No es separado de lo que existe, sino que está entramado en la propia evolución de las cosas, siendo la sustancia misma del Universo, su desarrollo ultimo. El Pleroma es la expresión completa de lo divino en lo existente. Pero no concebimos un Dios externo y separado, de naturaleza diferente a las criaturas, que se relaciona con ellas en una historia de amor y odio, justicia y pena, perdón o castigo.

Entendemos el proceso evolutivo como la transformación del ser a mayores niveles de conciencia y de naturaleza, en el proceso que llamamos metanoia, que no es concebido como “arrepentimiento”, o pase de una situación negativa a positiva, sino como transformación cualitativa de la comprensión y la conciencia, de forma que se vive una vida iluminada, guiada por lo divino que yace en el fondo de nosotros, abandonando las formas egóicas de comprender y sentir.

Todo maestro espiritual auténtico ha vivido este proceso, avanzando en la cadena del ser a través de una transformación interior. Cada uno de los maestros espirituales ha avanzado incluyendo su historia y cultura. Si el Buda hubo de partir del Vedanta y su propia metafísica, para desde ahí abrir la puerta de la transformación humana, Yeoshua partió de la Antigua Alianza y de la creencia en un dios personal en relación conflictiva con los hombres, y de la esperanza mesiánica, para desde ahí mostrar lo que su corazón veía.

La pregunta a hacer es cómo un judío piadoso de origen humilde procedente de un lugar oscuro de la Galilea rural, que pasó casi toda su vida dedicado a trabajos manuales, viviendo año tras año en la penuria y compartiendo la vida de los braceros, de los trabajadores del campo, y de los pobres de la orilla del mar de Tiberiades, sin hacer nada extraordinario durante 30 años de su vida, de pronto sufre una transformación espiritual que le lleva a abandonar su forma de vida, su familia, su actividad común, su rol social, y a convertirse en un predicador ambulante y un hombre extraordinario lleno del Espíritu, que le impulsa a proponer una transformación radical de la sociedad, a enfrentarse con el poder religioso y civil hasta el punto de perder la vida en el intento, y a asumir la conciencia mesiánica en si mismo desde una interpretación diferente a la que sus coetáneos esperaban.

Este cambio profundo fue una transformación radical de conciencia. No sabemos realmente cómo se produjo, ya que los textos de su comienzo de vida pública están llenos de simbolismo teológico que dificultan entender el meollo de lo que ocurrió. Proponemos la siguiente historia como mi interpretación, también subjetiva, a la luz de las premisas que enunciaba al principio:

“… Cuando todo ha pasado y en fidelidad al mensaje de Yeoshua escribo estas líneas. Como parte de su familia, a mí que me llaman el Justo, y que por fin, tras años de duda he llegado a comprender la misión de mi hermano, tras su tormento, muerte y manifestación espiritual a muchos de nosotros, creo necesario dejar constancia de cuál fue el movimiento interior que dio origen a su mensaje y su presencia, para el mantenimiento de la fe y la esperanza entre los que le siguieron y los que ahora nos consideramos sus discípulos y discípulas.

Nuestra familia forma parte de los humildes de Galilea. Nuestra situación era mejor que la de muchos, dado que nuestro oficio como “tekton”, que compartíamos mi padre, mi hermano y yo, y la posesión de un pequeño taller familiar, nos permitía con duro trabajo, salir adelante. Pero en muchos periodos, cuando el trabajo escaseaba, junto con mis hermanos Simón y Judas, Yeoshua y yo nos empleábamos también como braceros en el campo, o simplemente como tektones en las construcciones de Seforis, a donde teníamos que ir temprano en la madrugada recorriendo los campos de Galilea. Mientras tanto, mis hermanas se empleaban como limpiadoras y criadas en Seforis y Cana, hasta que se casarón, aunque siguieron viviendo cerca de la casa paterna en Nazaret. Cuando nuestro padre murió, en un accidente en la construcción de un palacio en Seforis, Yeoshua, como primogénito, asumió la dirección de la familia.

A los 22 años se desposó con Mariham, una joven procedente de Magdala, hija de un comerciante en telas, que ocasionalmente conoció en uno de sus viajes, si bien por alguna razón íntima entre ellos, decidieron mantenerse como pareja fiel sin completar el matrimonio durante algunos años. La razón, lo sé ahora, según me ha confirmado Mariham, era el movimiento del Espíritu que anidaba en ambos. Mariham me ha contado como ellos percibían la situación del pueblo, y como hablaban que había que hacer algo. Dedicaban largas horas durante la noche a la oración, e intentaban entender porqué la gente tenía que sufrir tanto. Nuestro padre nos había contado la carnicería de las centurias romanas sobre Seforis y sobre los pueblos cercamos de Galilea, incluyendo nuestro pueblo en Nazaret, cuando ambos éramos niños pequeños. Nuestros viajes como “arregladores” a Cana, Magdala, Cafarnaúm y Tiberiades, nos permitió observar de cerca como vivía la gente. Allí por donde íbamos veíamos el hambre y la penuria, la enfermedad y la miseria del pueblo, mientras los herodianos, y los sacerdotes de las ciudades nadaban en la opulencia e imponían a nuestra nación yugos y ritos que ellos no soportaban.

Mientras la observación de esta situación me llevó a mí durante algún tiempo a frecuentar las reuniones de los zelotes, Yeoshua se mantuvo apartado de ellas. Siempre que podía recorría las aldeas con Mariham ayudando a la gente, atendiendo a los enfermos, y orando por los muertos. Ayudaba en los campos, y ofrecía su trabajo muchas veces sin cobrar. Dentro de él se alimentaba la esperanza que todos teníamos en la futura intervención de Dios en nuestra historia, de forma que se cumplieran las promesas del profeta Isaías, con la llegada de un Reino de justicia para todos. Pero aspiraba a esta venida con una transformación de la forma de actuar de las personas. Yo empujaba esta llegada a través de la presión política junto con los grupos zelotas. El mientras tanto oraba y callaba. Yo sentía un fuego interior en él, un deseo de comprensión. En una ocasión, a la luz del fuego en nuestra casa, una vez terminadas las oraciones de la noche, y mientras mí madre, y mis hermanos y hermanas dormían, me habló de sus reflexiones. El pensaba que era necesario que cambiáramos radicalmente de actitud. Creía que Dios no intervendría mientras no fuéramos merecedores, e intuía que necesitábamos cambiar nuestro egoísmo y nuestra forma cerrada de vernos a nosotros y a nuestros semejantes. Desconfiaba del movimiento zelota pues, decía, se basaba en el odio a los romanos, y en la violencia como forma de imponer la transformación necesaria. Yeoshua estaba radicalmente en contra de la injusticia, de la opresión, de la hipocresía y de los ritos vacíos, pero parecía comprender la naturaleza humana de forma diferente, ya que no hablaba en contra de nadie. “Es la sustitución de una injusticia por otra injusticia, sin que las personas cambien”, sentenciaba. Yo, por supuesto no estaba de acuerdo. Sin embargo, entonces él todavía no sabía qué era lo que había que hacer. Recuerdo con cariño estos encuentros. Entonces no consideraba a Yoeshua mi maestro, y he de reconocer que a veces su aparente parálisis me exasperaba, ya que los jóvenes de nuestros pueblos, más aun al alcanzar la edad madura, de una forma u otra practicaban la rebeldía. El esperaba. Viéndolo desde aquí, se ahora que en él se estaba desarrollando poco a poco el fuego que luego nos mostró a todos nosotros, la revolución que manifestó. Pero he de reflejar en la mejor forma que pueda como entiendo que esto sucedió.

En una ocasión, al terminar nuestra jornada en Seforis, él decidió no pasar la noche en Nazaret, pues me dijo que quería ir a Magdala a visitar a su entonces desposada, Mariham. Ella me ha contado lo que sucedió. Mariham había estado en contacto con varios jóvenes de Caná, donde tenía familiares, que acababan de volver del desierto al sur de Perea, al otro lado del Jordán, donde habían sido bautizados por Juan, un hombre de fuego que vivía en el desierto, y que demandaba la preparación para los nuevos tiempos, desde la conversión interior y el arrepentimiento. Decidieron abandonarlo todo y acudir a la llamada del profeta. Este paso significaba ponerse en contra de todos nosotros, su familia, de la que el era cabeza y responsable, y también el escándalo de dos desposados que sin haber completado sus nupcias, se marchan de su hogar a una situación itinerante, sin lugar donde vivir y sin un futuro cierto. Algunos de los jóvenes de nuestra aldea les entendían ya que dudaban entre su adscripción al movimiento rebelde o ir a Judea, pero lo extraordinario es que el hombre maduro que ya era Jesús y su desposada, sin más ni más, lo abandonaran todo sin tan siquiera despedirse. Es de entender, conociendo nuestras costumbres, que esto rompía lo prescrito por la ley, y suponía un cambio radical en sus vidas. Ahora comprendo que ambos respondían a una llamada interior, que les llevo a romper con su vida ordinaria, y con el destino habitual de las familias de nuestro entorno. Pero entonces fue fuente de importantes discusiones e incomprensiones, tanto en la casa de Magdala como en la de Nazaret.

Mariham y Yeoshua viajaron al Sur durante varios días, mendigando su comida en las aldeas por las que pasaban, andando de día y dedicándose a la oración y el descanso de noche. Según me contó Mariham, el corazón de ambos ardía de expectativa, pues por fin habían encontrado la forma de hacer algo por la gente, si era cierto que Juan tenía la respuesta. Ella recuerda con emoción el primer contacto con Juan. Al llegar al Jordán, cansados y hambrientos, con llagas en los pies de caminar muchos días sin descanso, vieron una gran multitud, de más de tres mil personas que rodeaban a Juan y sus discípulos más directos. Mientras estos bautizaban a la gente, él a voz en grito, y con gran fuerza en los ojos y en la actitud, repetía:

“¡¡Arrepentíos, arrepentíos…!! volved el corazón a Dios. El tiempo de la siega está cerca. Habéis de haceros merecedores del nuevo tiempo. Soy el mensajero del que ha de venir: La acción de Dios llegará sin duda y no podemos entrar en su tierra mientras no seamos merecedores. Limpiar vuestro espíritu, limpiar vuestra vida, de igual forma que el agua limpia vuestro cuerpo. Bautizaos y emprended una nueva vida de justicia y renovación…”

Mariham me describió la impresión que recibieron. No era solo lo que decía, sino también la fuerza que emanaba de Juan. Yeoshua se mostró profundamente impresionado, hasta el punto que sus ojos se llenaron de lagrimas, y murmuró: “… El Espíritu de Dios habla por su boca… Hoy encuentro por fin que el cielo nos llama a una nueva esperanza… El camino del Eterno se abre para los pobres de nuestra tierra…” Ambos se colocaron en la larga cola de los que esperaban para ser bautizados, mientras seguían recibiendo el mensaje atronador del profeta. Yeoshua y Mariham fueron bautizados por uno de los discípulos de Juan, mientras el predicaba. Yeoshua le contó a Mariham después el momento profundo de silencio, de unión con todo, de acercamiento al corazón de los pobres que movió todo su ser en el momento en que se sumergió en el agua. Ella participó de esta emoción. Según me dijo fue como un antes y un después en el ritmo de sus vidas. Un llamada abrasadora en el silencio de sus corazones, y una profunda alegría por encontrar por fin el sentido a lo que había que hacer y decir. Posteriormente, cuando por fin se interrumpieron temporalmente los bautismos, y el profeta se tomó un descanso, ambos se acercaron a él y Yeoshua le pidió quedarse para servir y aprender, mientras decidieron que Mariham regresaría temporalmente a Magdala y esperaría a Yeoshua para reunirse con él cuando fuera el tiempo.

Lo que paso posteriormente lo conozco por las conversaciones que tuve con Yeoshua mas tarde, al final de su vida, cuando por fin decidí incorporarme a su misión. Y de ello doy testimonio aquí frente a todos vosotros, para que entendiendo creáis.

Yeoshua se mantuvo varios meses como discípulo de Juan, bautizando a los que venían como sus otros discípulos, y escuchando el mensaje de arrepentimiento y renovación que salía de su boca, pero progresivamente dedicaba más tiempo a la soledad y a la oración en el desierto. En ocasiones le pedía permiso a Juan para dedicar varios días al ayuno y el silencio en medio de la sequedad del desierto de Judá, alejándose del Jordán durante varios días.

Lo que mi hermano vivió durante esos meses permanece en su esencia en el misterio, ya que le fue muy difícil explicarlo con palabras, pues decía que la realidad se entiende con realidad, y que los hechos han de hablar por si mismos. Entiendo que al igual que Juan anteriormente, y que los profetas que le precedieron, se lleno del espíritu de Dios, sintió su vulnerabilidad y vio el destino de su vida. Su mensaje cambió, y empezó a diferenciarse del de Juan, pero para que sea posible entenderlo permítaseme explicarlo como yo lo he comprendido. El primer paso que Yeoshua dió fue entender que Dios no estaba lejos sino que habitaba en su corazón, que era más íntimo que ninguna otra cosa, y que esto era general para todos los seres. Él entendió que esta comprensión era el centro del reino que había de venir, hacer aparecer el espíritu de Dios en el centro de los hombres y mujeres de su tiempo, en medio de las cosas y de las acciones, en una nueva forma de comprender y entender.

En sus largas noches de soledad contempló la penuria del pueblo, la opresión en la que vivía, e identificó el mal en el poder de opresión de los que poseían riquezas. Miró de frente las enfermedades de los pobres y marginados, la injusticia sobre las viudas y los huérfanos, las cargas opresivas impuestas por los sacerdotes y los herodianos con la excusa de la ley. El sufrimiento lo sintió en su carne en medio de la angustia, hasta el punto, en una ocasión me confesó, de sudar sangre en medio de la noche. La oscuridad de esas escenas le rodeaba en ocasiones durante varios días, y entendió por fin que su misión iba dirigida a compartir la vida de los pobres de Israel, a rescatar la dignidad de los pobres en medio de tanta pobreza e injusticia. Creo entender que en él a partir de este momento no existió una separación entre su persona y los que sufrían. Ahora le entiendo, con cierto dolor, cuando decía que su familia eran los que compartían su mensaje, y no su madre y sus hermanos. Por ello hoy, que siento que mi destino se iguala al suyo, si me siento por fin su hermano.

Pasó hambre y sed en el desierto, y echó de menos la dulzura de las caricias de Mariham, la comodidad pequeña de su casa de Nazaret, y la seguridad que significaba seguir el camino trazado, y el destino que su familia y su tradición le deparaban. Pero aprendió que de todo ello debía desprenderse, si quería oír la voz que atronaba dentro de Él. Pero lo más nuevo era que este desprendimiento era diferente al que predicaba Juan. No era necesario, ni conveniente, alejarse de la forma de vida de la gente, no había que rechazar lo que la vida ofrecía, era posible sonreír con las cosas y disfrutar de ellas. El espíritu que oía en su interior le llevaba a decir que todo era bueno, y que todo era santo y estaba lleno del espíritu divino. Pero había que vivir suelto y libre, no sometido o agarrado a lo que pasara. Era una condición radical de la voz que oía que debía soltar todas las amarras, para estar disponible a la acción que debía ser hecha. Por ello su vida se enfocaba como un mensaje de pobreza y riqueza al mismo tiempo. Pobreza aparente pues nada poseía, y riqueza porque al ser parte de todo , todo era suyo al tiempo, viviendo desde la realización en cada momento.

Al tiempo aprendió que no debía esperar ver resueltas milagrosamente todas las necesidades. Aprendió a pasar penalidades y sentirse abandonado a pesar del espíritu que lo llenaba. Esta experiencia puede ser contradictoria, y añadía en muchos momentos de su silencio una oscuridad que al principio no comprendía, pero pronto percibió que la vida humana ha de ser independiente, y aprendió que el Dios al que empezaba a llamar padre intimo, y que percibía desde dentro, le dejaba solo y libre en las tareas humanas, no le daba de comer como incluso hizo con el pueblo en el desierto, ni de beber, ni resolvía las necesidades de cada día, sino que eso había de ser la tarea de los hombres actuando en función del espíritu interior.

Otra fase de su aprendizaje en soledad fue la comprensión de la clave de su vida, que suponía la aceptación no solo del desequilibrio inherente de toda la existencia, lo que producía la tensión dramática de la vida, sino la propia naturaleza especial de los que deciden seguir los designios del espíritu, pues al proclamar la buena nueva de la renovación de las relaciones humanas y de las relaciones de los hombres con Dios dentro y fuera de ellos mismos, suponía una denuncia de las condiciones injustas de opresión que ejercían los poderosos, tanto religiosos como del orden temporal. Por ello significaba un camino de sufrimiento y entrega, un camino de denuncia y riesgo, que implicaba ser perseguido, no aceptado y poner en riego el conjunto de la existencia. El lo expresaría después cuando dijera: “bienaventurados seréis cuando os insulten, os persigan y os calumnien de cualquier modo por causa mía…”. El sintió en el silencio el peso de su mensaje y la consecuencia dolorosa del mismo. Ahí encontró su fragilidad. Ahí encontró su espíritu de entrega y sacrificio.

También comprendió Yeoshua como el nuevo mundo que se le abría dentro era un mundo en que había que pasar por la renuncia al poder y el control sobre otros. Vio su misión profética como una misión de servicio, de cambio radical de la forma de relacionarse uno con otro, sobre condiciones de igualdad, de donación y de justicia, por ello concretó su rechazo a la imposición violenta del nuevo mundo, y su proclama de una actitud de servicio al lado de los que mas lo necesitaban.

El corazón de mi hermano cantó de alegría al percibir la presencia del espíritu divino en todas las cosas, sintió radiante como se manifestaba en cada momento, en cada gesto pequeño, en cada actitud vital, y ello le permitió ver directamente cual era el origen de la transformación, una intervención decisiva, permanente, de lo divino en cada momento , que hacia sentir el hogar en cada corazón humano, en cada instante de la existencia. Bailaba y cantaba con los pájaros de la orilla del Jordan, con los pequeños animales del desierto, con las nubes y las arenas interminables. Su vida se volvió un poema de amor que supo podía transmitir como un grito de esperanza. En esto se le mostró la diferencia principal con el mensaje de Juan. Como él, consideraba necesario un cambio del corazón, como Yeoshua lo experimentó en si mismo; pero este cambio era ya accesible a todos, y estaba ya actuando, estaba presente aquí y ahora. No era algo del futuro, no era algo del fin de los tiempos. Este cambio, a diferencia de Juan, era el que habría de crear el nuevo tiempo. Con él terminaría el sufrimiento. Con él se resolverían las penalidades. A través de él el espíritu divino se manifestaría desde cada persona, desde cada grupo, y esto cambiaria las condiciones de la sociedad creando un mundo diferente. No había pues que alejarse de la vida, sino ir al meollo de la vida y celebrarla, transformarla desde dentro. Esto es lo que aprendió y realizó Yeoshua en el silencio.

Cuando volvió de este tiempo de desierto siguió algunas semanas al lado de Juan, bautizando y predicando, pero su lenguaje empezó a ser diferente, despertando algunos recelos en el entorno de Juan. Cuando de forma abrupta, Juan fue detenido, y se produjo al diáspora entre ellos, Yeshua considero llegado el tiempo, y se volvió a Galilea buscando a Mariham, a la que comunicó en primer lugar la buena nueva: Que el Reino ya había llegado a él y que estaba ya apareciendo en ella. Igualmente comenzó a hacer próximos a varios de nosotros y de nosotras, como los que habían de acompañarle en la proclamación de su evangelio. Yo, que en un principio le rechace y le tilde de loco junto con mis hermanos y hermanas, hoy doy testimonio de cómo en esos meses se labró en el corazón del Maestro, mi hermano, la apertura de la puerta que nos permite caminar a todos nosotros… y de cómo con su vida y ejemplo, conquistó mi corazón.

 

El descubrimiento de la misión de Yeoshua, se dio en el silencio y en la oscuridad, con el mismo esfuerzo humano y la misma incertidumbre que afrontan los místicos de todos los tiempos su noche oscura, su crecimiento espiritual. Su punto de partida, que se convirtió en el centro de su mensaje, es sentir la proximidad de lo divino, hasta identificarse con El Padre, en una experiencia unitiva, de la que su inmersión bautismal en el Jordán es el símbolo de iluminación y despertar a su ministerio. Todo su mensaje fue a partir de ese momento el resultado de un dialogo unitivo en su interior, al que se retiraba en cuanto podía, pero desde el que se integraba consecuentemente en la vida ordinaria. Fue por tanto un perfecto contemplativo en la acción.

Yeoshua fue Mesías, en cuanto proclamador de la intervención de Dios, pero no Mesías usurpador ni Mesías redentor. Su mesianismo no fue providente, en el sentido de defender una intervención mágica de Dios que solucionaría los problemas humanos. Tampoco fue un mesianismo esotérico, que sustituyera el camino humano por una intervención celestial, sino que fue un mesianismo humilde de entrega y aceptación del sufrimiento que suponen los caminos humanos, acompañado de aceptación de la vulnerabilidad y la incertidumbre. Y por ultimo tampoco fue un mesianismo basado en el poder, ni político, ni religioso, ni extrahumano, sino que fue un mesianismo de servicio, y de dedicación. Con ello, con la forma como actuaba, expresó de la mejor manera las cualidades del Espíritu divino que predicaba y al que llamo Padre, y que situó dentro de todos nosotros. Esta es la interpretación mas adecuada del episodio de las tentaciones, que es una expresión simbólica de su misión según la entendían quienes le siguieron.

No me resisto a realizar un paralelismo del proceso de transformación que sufrió el Buda y Yeshua, si bien soy consciente de que la interpretación es subjetiva y de que no es comprensible si se aíslan los personajes de su contexto. El Buda partió en su proceso de descubrimiento y trabajo personal, del intento de comprender el sufrimiento humano. Yeshua partió de la contemplación de las penalidades y la opresión en que vivían sus vecinos. A ambos esta toma de conciencia les hizo pasar “del hogar al sin-hogar” Ambos vivieron a continuación su noche oscura, su tiempo de búsqueda y de descubrimiento personal, representado en el Buda en su vida entre los ascetas, y en Yeshua en su tiempo de desierto. Ambos descubrieron el camino para la unión-comprensión de la raíz de la existencia, a través del “Camino Medio” y a través de la comprensión de la intervención divina dentro de todos los seres. Ambos simbolizaron este momento crucial con su inmersión en una corriente de agua (Ganges y Jordán). Ambos tuvieron posteriormente que madurar su comprensión, hasta alcanzar el máximo nivel de conciencia abierto a los seres humanos, con una conciencia unitiva que les permitió contemplar la vida en su conjunto. El Buda definió el camino para el fin del sufrimiento , a través de la superación del apego. Yeshua lo manifesto a través del rechazo a las riquezas y el apego a las mismas, en una vida de compartir y de considerar a todos parte de la misma casa. El dijo a los que querían seguirle: “Ve y vende cuanto tienes. Dáselo a los pobres, y entonces sígueme” Vender todo lo que uno tiene es no estar apegado a nada y no tener posesión exclusiva. Es compartir y vivir desde el nosotros. Vivir desde el amor. Veremos esto mas despacio a continuación. Es apasionante contemplar como el camino que expresa el Dharma del Buda y la Buena nueva de Yeoshua en esencia es el mismo

¿Cuál es pues la propuesta de Yehoshua a todos nosotros? ¿cuál es la conversión a la que nos llama?.

El punto de partida de todos nosotros, como lo fue para él, es la conversión del corazón. La comprensión esencial, desde la experiencia de la realidad. Cualquier acción, ya tenga carácter religioso, espiritual o social, si no parte de esta conversión autentica se convertirá en un camino dogmático, dominado por la mente, y sometido a las conveniencias humanas, no permitiendo el camino para que lo espiritual, lo divino se exprese. Nuestra particular metanoia ha de realizarse desde nosotros mismos. Tanto el Buda como Yeoshua nos estimulan a que hagamos nuestro propio camino, desde la experiencia y la transformación. Y este es el camino místico en el que estamos empeñados. Un signo de la transformación necesaria es abandonar la antigua forma de percibir, comprender y decidir. La irrupción de lo divino en nuestra vida llena los acontecimientos de “signos”, de pulsiones, de revelaciones que se nos hacen comprensibles al mirar lo que ocurre “desde dentro”. Esto nos hace extraños para el mundo y nos permite entender lo que queda oculto. Desde ahí hemos de incorporarnos a la vida, perteneciendo a la comprensión del Reino. Si comprendiendo esto deseamos seguir la llamada del maestro, ser discípulos de Yeoshua, hemos de escuchar sus requerimientos:

“Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para ganar la vida eterna? – ¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno. Ya sabes los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre.

El le declaro: – Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven:

Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole:

– Una cosa te falta: ve y vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en dios tu riqueza; y anda ven y sígueme”

Este es un magnifico resumen de los requisitos del discipulado de Yehoshua. Otro mas directo y concreto aun es :

“El que quiera seguirme, que reniegue de si mismo, cargue con su cruz y entonces me siga; porque el que quiera poner a salvo su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por causa mía y de la buena noticia, la salvará”

Con ello queda claro las exigencias del discipulado al que somos llamados:

En primer lugar es necesario mantener una vida ética, de bondad, comprometida con hacer el bien y con guiarse por el camino del cuidado amoroso de los seres y las cosas, de uno mismo y de aquello a lo que somos responsables. Vivir en verdad, no dañar a los seres, buscar el bien, proteger al débil, cuidar al que lo necesita.

En segundo lugar en necesario seguir el camino que lleva a la renuncia de uno mismo. Esto es la renuncia de una vida egóica centrada en el yo. Este camino pasa por perder las posesiones, el rol social que jugamos, los lugares comunes, las posiciones de preeminencia y dominación, las situaciones de poder, e incluso las identificaciones fijas y seguras. Es el camino del no apego, del Annata.

No es solo un camino de no ego, de renuncia a la posesión y de liberación de lo que nos ata. Es también un camino de compartir (“dáselo a los pobres”). Es conceder el derecho que tienen todos los seres a los bienes, la no propiedad pasa por compartir, por pasar del yo al nosotros, y por tanto de amar al projimo como nos amamos a nosotros mismos.

Este camino es el ideal de ser nadie para que por fin el Espíritu en toda su capacidad se manifieste. Es un camino de liberación que en palabras del Buda construye el óctuplo camino, y en Palabras de Yeoshua construye el Reino de Dios.

El discipulado de Yeoshua no es un camino romántico, esotérico o de nueva moda. Es un camino radical en lo contemplativo y en lo social, no abierto para todos, y que pasa por la renuncia y la aceptación de todos como parte de la familia propia. Es una vocación radical, que implica un cambio drástico de la forma de comprender, y supone romper con el individualismo, con el consumo y el deseo de posesión. Implica no separarse de los pobres y los necesitados, dejarse tocar y abusar por ello, romper las normas, entrar en perdida, no defender las fronteras y los limites, y hacerse uno con todos. Implica aceptar ser perseguidos e incomprendidos; implica la aceptación del riesgo y el sufrimiento, coger nuestra cruz propia (no la de Yeoshua, la nuestra, y emprender un camino de anunciadores de una nueva forma de ver y de relacionarse. Con el seguimiento de este camino el mundo se salvaría.

El discipulado de Yeoshua implica amar de verdad y poner el amor en el centro de nuestro movimiento. Por ello la práctica contemplativa también ha de ser abierta y no cerrada. Ha de incluir el amor sin objeto.

La llamada al discipulado es una llamada a través de la experiencia (“venid y veréis”) y de hacer el propio camino. Supone abandonar la seguridad, las identificaciones y los lugares comunes. Supone por fin seguir al Maestro en la práctica, que es una práctica de donación d e si mismo en servicio de los hombres, desde el amor. Es este un servicio por la liberación, concreta, real, individual y colectiva del ser humano, y por tanto un servicio profético. Es un cambio radical de los valores humanos, ya que Yeoshua llama a que sus discípulos no tengan medios, ni tan siquiera serán dueños de los elementos básicos para alimentarse, vestirse o cobijarse (entender esto hoy desde la perspectiva radical de no atarse a nada), No ostentarán poder, no dispondrán de riquezas, andarán sin ataduras; serán perseguidos, ultrajados, denigrados y asesinados, como forma de hacer posible el crecimiento, el bien y la plenitud.

Es por tanto un camino no sencillo y nada alejado de la gente. Es un compromiso radical con el mundo, con los problemas de la gente y un compromiso con su transformación. Pero significa también apostar por la vida, celebrar la vida y paradójicamente hacer uso de los bienes de la tierra, vivir celebrando en alegría la capacidad de dar y recibir, y vivir por tanto rico de todo que viene recibido desde la pertenencia al mundo como hogar de lo divino, como lo divino encarnado


En el enunciado que sigue he introducido un elemento de ficción, que debe ser considerado aportación subjetiva propia, aunque válida para entender el contexto en que se dieron los hechos. Y concordante con lo que conocemos como histórico

Aconsejo leer aquí lo que en el trabajo de relectura de “la Nube del No-saber” se indica sobre el tema

 

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1 respuesta a La metanoia de Jesús. La mística desde el origen

  1. Mirtha Castro dijo:

    Faltó explicar un poco más quien es el discípulo que barra, y también creo yo está un poco fuera de contexto la frase que dice algo sobre Israel, porque en ese tiempo Israel no existia

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