Ire por esos valles y riberas

Entre los prados de este mundo me abro camino, entre los altos pastizales, en búsqueda del buey siguiendo ríos sin nombre, perdido en impenetrables caminos de lejanas montañas. Mi fuerza flaquea y mi vitalidad se agota. No puedo encontrar al buey. Solo escucho las langostas trinando a través de la selva por la noche.

He salido a la noche, he entrado en mi bodega, he cerrado la puerta y me pongo a andar creyendo que hay un horizonte, un destino, un buey blanco que será la solución a mis preguntas. Pero en esta oscuridad no veo. Marcho con las manos hacia adelante, creyendo tener que ir a alguna parte. ‘Por caminos sin nombres, en lejanas montañas’.

Ahora aparece un horizonte que me llena de belleza, ahora una negrura que no comprendo, ahora un desierto. No reconozco el lugar, no sé dónde estoy y ni siquiera sé por qué camino. Me he atrevido, me he atrevido a salir de mi lugar propio, de mi espacio de seguridad, de mis rutinas, de mis respuestas rápidas, de mi interpretación de la vida. Me he atrevido a abandonarlas. Me he atrevido a abandonar mis amores, esos amores pequeños que me tenían entretenido, esos proyectos, esas expectativas, esas tenencias, ese ritmo familiar de cada día en el cual me siento cómodo, en el cual me identifican, en el cual se hace lo que se espera de mí, en el cual creo ser ese alguien al que le ponen nombre, ese personaje al que estoy acostumbrado. 

Me he atrevido a salir. En el momento en que me atrevo y que salgo, me da miedo, y en el fondo de mi conciencia hay una tendencia a volverme para atrás, de volver al lugar común, volver al ámbito de seguridad, volver a la interpretación. Digo que soy nómada de mí mismo, que significa que no tengo un lugar propio, como el Profeta, que decía de sí que ‘no tenía donde reclinar la cabeza’. Ya no hay personaje al cual pueda llamar ‘éste soy yo’. He dejado atrás mi casa, no sé si sosegada, no sé si tranquila, no sé si en madurez. El poeta dice: “Me dejo llevar por el fuego que anima mi corazón, dejando ya mi casa sosegada”, y yo me pregunto: ¿está sosegada? 

Me acuerdo de mis heridas, las antiguas, las que vienen desde mi niñez, esas heridas familiares que han conformado mi carácter, que le han hecho violento, o mental, o frío, o deseoso de caricias. Esas heridas que estaban sin curar todavía. 

¿He sosegado mis dependencias? ¿Y mis apegos? Ese estar cogido, atrapado, por mis seres, por mis cosas, por mis costumbres, por mis roles. ¿Estoy libre de ello? ¿O me he llevado mi casa conmigo en este caminar en búsqueda del buey? 

Mis ansias: ansias de comprender, ansias de expresión, ansias de significado. 

Mis limitaciones: me considero insuficiente, no termino de comprender eso de que soy perfecto. ¡Me encuentro tan limitado! A veces deprimido, a veces triste, a veces infeliz, y creo que era más sencillo pensar que alguien me iba a sacar de esa insuficiencia y me iba a llevar a un lugar mejor, al paraíso, al lugar donde ya no sufra y donde no haya gente sufriendo. Sin embargo, es un mito bello, que también aquí he de dejar sosegado, alejándome de él.

¡Ay, mis miedos! Mi miedo a no ser, mi miedo a no trascender, mi miedo a la muerte, mi miedo al dolor, mi miedo al abandono, mi miedo a la pérdida. 

Creo que he salido de mi casa sin que esté suficientemente sosegada y tendré que volver una y otra vez, y volver a salir otra vez y volver a entrar, hasta lograr que esas heridas se cierren y a dejar que mis personajes se callen. 

Pero en este salir me siento extraño de mí mismo, porque ya no sé quién soy y porque habiendo salido, no puedo volver atrás. Ya no hay esos lugares de seguridad con los que yo me engañaba, con los que me sentía tranquilo, ya no hay caminos trillados, ya no hay religiones tranquilizantes, ya no hay metafísicas que respondan a todas mis preguntas, ya no hay lugares comunes. Y mi primera reacción, cuando voy ‘por impenetrables caminos en lejanas montañas’ y cuando siento que ‘mi fuerza flaquea y mi vitalidad se agota’, mi primera reacción es el vértigo, vértigo a la oscuridad, a perder el control de mi vida. Es como si antes tuviera todas las cosas colocadas cada cual en su lugar, con su nombre, con su esquema, con el momento de cogerlo, con el momento de dejarlo; y ahora todo se hubiese removido y no sé cómo se llama cada cosa ni cada ser. 

Ansío volver a tener quizás un nuevo personaje. Sí: quizás menos ideologizado, quizás menos dogmático, quizás menos creyente, pero que de alguna manera sea el anclaje de mi vida. Tengo miedo a perderme en esta locura de no tener. Deseo volver a abrir la puerta y que entre algo de luz. Me siento dudoso, me siento dudosa, y en medio de este silencio de caminar me entretengo con mis personajes que vienen a visitarme una y otra vez, que vienen a mí. Y este era Pedro de pequeño queriendo ser bueno, este era el marido, este era el amante, este era el padre, este era el profesional, haciendo su historia. Y una y otra vez, los personajes antiguos y los personajes de ahora, desfilan delante de mí, pero yo ya no me reconozco en ellos. Y hay un miedo a no tener respuesta a la pregunta de ‘¿quién soy yo?, ¿qué es esto?’, y vienen los pensamientos familiares, las interpretaciones de la vida, las respuestas habituales como una cadena que se repite continuamente mientras estoy sentado en mi cojín, queriendo dar sentido, dar lógica a mi existencia.

Pero sigo caminando aunque ‘mi fuerza flaquea y mi vitalidad se agota’. Y me digo: ‘Voy buscando al buey, el buey blanco, la iluminación, la nueva conciencia. Ahí encontraré la respuesta.’ Y le atribuyo un sentido religioso a esa búsqueda, esa búsqueda ‘moderna’. Y ese sentido religioso, me hace sentir de nuevo en un espacio familiar. Estoy meditando, estoy en este retiro, a la búsqueda de una apertura de la existencia que me haga ver con claridad, una nueva luminaria, una nueva empresa. ‘Cuando encuentre al buey’, me digo, (la naturaleza esencial, el gran espíritu, la iluminación…), todo volverá a tener sentido, todo volverá a ser diáfano y la oscuridad se apagará. Es él el que me salvará’. Sin embargo, el buey en blanco no está en ninguna parte, no aparece por ningún lugar. ‘Mi zen’, me digo, ‘es la nueva práctica, que ha de rescatarme de mi insuficiencia y me va a llevar a un nivel superior de existir, a una nueva salvación’. Sin embargo, el buey no aparece por ninguna parte, y en este estar sentado no hay respuestas y solamente hay camino. 

Y vuelvo a dudar: si no he de encontrar la respuesta en ese despertar que me dicen los antiguos, si no he de encontrar la respuesta en ese estadío superior de conciencia que ahora creo no tener, ¿por qué he salido en búsqueda?, ¿por qué he cerrado la puerta y me he quedado a oscuras? Y dudo de qué haya hecho o que esté haciendo lo que corresponde. ¿Por qué medito? ¿Por qué digo que estoy en un camino espiritual?

Me dice el poeta: ‘He salido en ansias de amores inflamada’. ¿Dónde está ese amor que me impulsa? Hay una hálito, un impulso, un fuego interior, un anhelo extraño que a veces sí aparece. En medio del silencio, a veces ese fuego está en el centro del corazón. Solamente eso puede ser el motivo que me lleve a entrar, a salir, a cerrar la puerta: el pulso de la vida, el llamado del Amado. Si lo que busco son nuevas teorías, un nuevo dogma al que agarrarme, un esquema vital de interpretación, me habré equivocado de camino. Solo una llamada misteriosa y no comprensible del Amado es la que me lleva a caminar ‘por lejanas montañas’. Es la que me sitúa en el corazón del mar, el corazón del mar que soy, al que pertenezco. He de interrogarme por ese fuego que ha de ser mi única guía, fuego en el centro de la vida, vibración en todo lo que palpita, eso que él llamaba ‘la música callada’ en el conjunto del universo. Esa vibración que no me pertenece a mí sino que yo le pertenezco es la que me ha de llevar, la que me ha de hacer caminar, la que me impulsa, la que me completa, la que me hace no perderme en justificaciones, o en interpretaciones, o en pequeños reinos en los cuales me sienta el centro.

Pero, ¡ay!, ese fuego ancestral, que está en el origen de las cosas, me ha dejado herido, me ha dejado herida. Y no estoy hablando aquí de la herida de mis interpretaciones erróneas o de mi pasado. Estoy hablando de una herida esencial en el centro del alma, una divina herida que no se cerrará y que es el impacto de la experiencia, la experiencia que siento en medio de las cosas, en medio de los instantes, en medio de los seres, cuando todo se queda quieto, cuando los ruidos se reducen, aunque solo sea por un instante, esa herida aparece y allí, en esa herida, clamo: ‘¿Dónde te escondiste Amado, / que me dejaste con gemido. / Como el ciervo huiste / dejándome herido’. Herida y marca, impulso a andar sin saber hacia dónde, en búsqueda del amor que está en el centro del corazón pero que necesito rellenar. Y ‘creo necesitar respuestas’, me digo, ‘creo necesitar respuestas a este interrogante continuo de la vida’, y por ello me dirijo a unos y a otros: ‘¡Pastores, maestros, gurús, nuevos padres sustitutos: mostradme el camino! ¡Decidme por dónde he de ir! ¡Dad guía a este que está perdido! Perdido, sin fuerzas, sin vitalidad, clamando por el paraíso perdido, por el lugar de la paz’. 

He pasado de un espacio en el cual lo tenía todo claro, a un espacio donde lo tengo todo oscuro y en ese tenerlo todo oscuro clamo y no soporto el fuego que me alimenta, y en este fuego ando buscando respuestas. Y voy a las religiones, y voy a las ideologías, y voy a los nuevos maestros, y voy a las nuevas técnicas, y practico una, y practico otra, y creo encontrar o creo buscar momentos en los cuales digo: sí. Pero luego inmediatamente me surge de nuevo el deseo de seguir caminando porque creo que el buey está fuera, que tengo que encontrarlo, que la respuesta la tiene el gurú, que la respuesta la tiene el maestro y que él me la dirá, y he de seguir un rito de paso, una peregrinación y eso ya lo entiendo porque lo he hecho muchas veces: ser buena persona, hacerlo bien, cumplir las reglas, en el zen pasar los koans, recibir el diploma, recibir el premio cuando me toque, pertenecer a esa clase superior de los despiertos.

Sin embargo aquí estoy, en oscuridad, sin comprender, perdido, sin saber dónde está el camino que he de seguir, pues el Amado no está, me ha dejado solo y herido. ‘Solo escucho el solitario trinar de las langostas en la noche’. ‘En algún lugar estará el camino’, me digo, ‘el camino que lleva a la meta’. Sin embargo, esta fue la pregunta de Joshu a su maestro: ‘¿Cuál es el camino?’ La respuesta es: ‘La mente ordinaria es el camino’, lo que toca en cada momento es el camino.

De nuevo se vuelve hacia mí este caminar sin camino. No hay nombres, no hay camino, y tengo que aceptar estar perdido, tengo que aceptar no saber y tengo que aceptar el silencio de los maestros, el silencio de los gurús, el silencio de los profetas. Y esto no es a lo que estoy acostumbrado, esto no es la forma de vivir que me han enseñado mis padres. Lo corriente, lo normal, es que alguien te lleve de la mano, es que alguien te diga: ‘Eres insuficiente, hija mía. Ven, yo te llevaré a dónde has de llegar y, mientras no llegues allí, tienes que apoyarte en mí’. Y, sin embargo, me dejas solo, me dejas suelto, me dejas sin camino, sin referencias, sin meta a la que ir. Y me dices, como dice el Anónimo: ‘Aprende a estar en la oscuridad y clama en cada respiración por Aquel a quien amas’. Aceptar la noche, aceptar la nube, el lugar cerrado, el no-saber, el no tener camino, el no tener meta.

Dice Linchi: ‘No busquéis nada, nunca, fuera de vosotros mismos. Tened simplemente fe en lo que está funcionando en vosotros en este mismo instante. Fuera de ello, nada existe’. Palabras duras. ¡Si no comprendo lo que hay dentro de mí, si no entiendo lo que está funcionando en mí y tú me dices: ‘Es lo único en lo que tienes que apoyarte’! 

‘Vuestras mentes’, sigue, ‘de instante a instante, se enfrentan a un puño vacío, un dedo que señala, y lo toman por algún tipo de realidad, afanándose vanamente en el ámbito de los sentidos, entornos y fenómenos (aquí diríamos de teorías, ideologías y respuestas). O bien os rebajáis a vosotros mismos diciendo: Soy un simple mortal, mientras él es sabio’. ¡Qué tendencia! Vosotros estudiantes diciendo: ‘Pedro danos la respuesta, tú eres sabio, nosotras no’. No, no hay nada fuera de vosotros, de lo que está funcionando en este preciso instante. No cometáis el error de buscar nuevos padres, nuevos maestros que iluminen vuestro camino oscuro.

’¡Calvos idiotas’, dice Linchi, ‘¿a qué viene esa confusión? Os revestís de piel de león y luego ladráis como un chacal. Los seguidores de primera clase no se dan aires de primera clase. Sois incapaces de confiar en lo que tenéis en casa y, en cambio, buscáis algo fuera, dejándoos atrapar por las ridículas palabras y frases de los antiguos’. ¡Qué fuerte! ‘Aferrándoos a las sombras, fiándoos de la luz del sol, incapaces de aguantaros por vuestro propio pie’. Más claro que el agua: nuestro camino, este camino, es un camino de una profunda fe en esa oscuridad que brilla en el centro de nuestra alma y, desde ahí, caminar, avanzar, en la mente ordinaria, en cada cosa, en cada lugar, en cada instante, sin metas, sin objetivos últimos. 

Pero hacer eso implica: ‘Adolezco, peno y muero’; ‘Mi vitalidad se agota’, me falta fe en mí mismo. Profunda aceptación, profunda convicción en que la luz brilla en el fondo de mi alma. No hay un sitio donde dirigirse. El gran camino no conoce igual o distinto, puede ir al oeste o al este, la chispa del pedernal no puede rebasarlo, el rayo nunca llega tan lejos. No hay brújulas, no hay guías, no hay un buey blanco esperándonos en algún sitio. Solo este paso, solo este fuego que me impulsa. 

Y, en este caminar, ‘por esos montes y riberas’, movido por el anhelo, ‘no cogeré las flores’, no me entretendré en esas pequeñas luces, esas pequeñas consolaciones, esos momentos en los cuales de pronto: ‘¡Uf, qué a gusto!’ No me quedaré cogido con pequeñas chispas de luz que de pronto he visto. ‘Me ha parecido ver la huella del buey aquí’, ya tengo algo en qué creer fuera de mí, está ahí, ‘no me entretendré cogiendo flores’, de un lado o de otro. Y también he de tener el coraje de no temer a esta oscuridad, a esta falta de sentido, a este miedo a perderme, a los fantasmas del pasado, a las vueltas, una y otra vez, de estas heridas que todavía están ahí, al ansia, a la expectativa, a no ser comprendido, a no ser amado. ‘No temeré a las fieras / sino que iré más allende las fronteras’.

Y terminaré, y termino, una y otra vez, repitiendo el sutra fundamental: ‘Gate Gate Paragate Parasamgate’: andar, andar, pasar, atravesar. Seguiré caminando, seguiré avanzando sobre la aceptación de mi vida, la aceptación de esta existencia, atravesando, yendo y saliendo o empezando a intuir que el buey está aquí, que el buey está en el centro.

 

Esta entrada fue publicada en Teishos del Retiro de Junio de 2022. Guarda el enlace permanente.

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