Entra en tu aposento, cierra la puerta

Dice Jesús: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento. Y cerrada la puerta ora a tu Padre que está en lo escondido. Y tu Padre, que está en lo escondido, te devolverá.”

Dice Isaías: “Ven, pueblo mío, entra en tus aposentos y cierra todas las puertas. Escóndete por corto tiempo hasta que pare la indignación.”

Abandono ahora el ruido, las imágenes, los deseos y necesidades, las búsquedas, los objetivos y las expectativas, y entro en lo oscuro, en lo más hondo de mi casa, en mi propia bodega. Y a oscuras me quedo y a oscuras me siento. Salgo de la dispersión, para estar solo aquí, para ser solo, para ser solo en si en cada momento. Salgo de mis personajes, los que interpreto en cada momento, aquieto mi cuerpo, aquieto mi espíritu, aquieto mi alma. No juego ni siquiera a ser el meditante. Abandono y me rindo, me despojo de identidades, en este estar aquí, quieto. No hay testigos sobre los que he de interpretar ningún papel, no hay representación que realizar, no hay esquemas que perseguir. Solamente me confronto a eso, a no-dos.  

Vuelvo a mi casa, al lugar común en el que no puedo estar solo, pues todo lo que existe está en mí. Vuelvo a ese espacio interior donde no necesito preguntarme quién soy ni representarme para nadie. Este espacio interior que me anonada, que me sobrecoge porque no hay luz, no hay respuestas, está escondido y no tiene sentido. 

Entrando en este mi espacio escondido y oscuro, hago una acto de aceptación, de no saber, de no querer saber, de no ser nada en especial, de no buscar nada en especial. Y esto me da vértigo porque no lo entiendo y mi mente no me sirve en este estar quieto aquí. Pero lo hago desde la fe, la convicción de que soy conducido, de que soy conducida, por un anhelo interior, por un fuego interior, por un impulso al cual llamo Amor.

No solo acepto entrar en mi lugar oscuro, conducido por ese anhelo que palpita en todas las cosas, sino que también decido cerrar la puerta. No buscaré interpretaciones, no construiré bellas imágenes ni buscaré consuelo a mi oscuridad. No andaré con expectativas de lo que obtendré o dejaré de obtener, no iré de búsquedas. Por lo tanto, me rendiré en este silencio para quedar totalmente expuesto,  expuesto sin defensas, expuesta sin artilugios, sin métodos ni esquemas. Abandono las defensas humanas, las interpretaciones y las búsquedas, para quedarme sin nada, despojado y expuesto, despojada y expuesta, como condición para ser conducido igual que Abraham: “Sal de la tierra de tus padres, sal de tu casa y ve a la tierra que te indicaré.” 

Hago un desplazamiento de todo lo exterior al interior, pero lo hago en entrega gozosa, en confianza amorosa, porque vuelvo al hogar sin tener que demostrar nada, sin tener que justificar nada y me dejo guiar por ese susurro, ese aliento interior que me conduce y no sé a dónde me conduce. Y sé que puedo perderme de nuevo en los mil argumentos. Pero acepto seguir el ritmo, el flujo de la vida, acepto y creo en el pulso vital que está en todo lo que existe, de lo cual formo parte. Acepto vivir sin defensas, sin soledades, para estar en comunión escondida en las cosas, en los seres, en los acontecimientos, en los momentos, cuando ando, cuando me quedo parada, cuando como, cuando me muevo, cuando estoy dormida, cuando despierto, cuando miro, cuando oigo, cuando palpo.

Pero para ello entro en pérdida. He de soltar los artilugios. He de perder el control de mis ideas, de mis rutinas, de mis deseos, de lo que me rodea en cada momento, perder el control, rendirme, no saber. Esto es locura y no sé, dudo, de si estoy preparado para esta locura. Pero a tientas doy el paso, porque hay un aliento profundo que me llama. Pierdo los objetivos que me guiaban. Me esperan allí a la puerta, pero realmente no tengo objetivos, no tengo destino, no tengo esquemas, no tengo proyectos.

Y este vacío me sobrecoge y, pues, no sé si es ausencia, si es caos o si es una tierra firme que está debajo de mis pies, sin yo saberlo. Solo puedo animarme a estar aquí desde la fe de que estoy siendo visto, de que estoy siendo amado, de que estoy siendo conducido. Esta fe no es una fe religiosa, no es una fe en un nuevo Padre que me cuidará. Es una fe en lo que hay dentro de mí, en lo que realmente soy, eso que no es dos, ese entrelazado de todo lo que existe que elimina lo que yo he entendido como diferencias, esa actividad sin actividad, esa mente sin mente, ese camino sin camino. Cuando dudo es porque no tengo fe en mí mismo como diría el maestro, siendo ese mí mismo, no ese yo que creo habitar, sino el entrelazado de todo lo que existe. Desde esa fe soy conducido para quedar a la escucha: escucho el ritmo de la vida, escucho el sonido de trasfondo, eso que el místico llama 'la soledad sonora, la música callada'. Escucho la vibración de la existencia, acepto callar y escuchar, acepto esta soledad aparente para poder ser acogido en comunión. 

Y en medio de esta oscuridad clamo. Como dice el poema: 

“Desde lo hondo a Ti grito, escucha mi voz”

Clamo la comprensión de la existencia. Es contradictorio: por un lado sigo caminando, por el otro no tengo camino; por un lado quiero respuestas, por otro lado renuncio, a las respuestas. No es esta una oscuridad del dormido, del inerte, del nihilismo, del que no quiere nada, del que no sabe nada y renuncia a todo, sino que es un movimiento activo de amor en medio del silencio. Activo y despierto, convirtiendo cada respiración en un clamor, en un clamor al inspirar y en un clamor al expirar, en un clamor de conexión, en un anhelo de simplemente ser, no ser ‘para’, no ser ‘en función de’, no ser ‘a causa de’, sino simplemente ser presencia aquí, en este momento.

Mientras escucho estas palabras simplemente soy. No me esfuerzo en entender, en interpretar, sino simplemente escucho. Ser consciente, totalmente lúcido, totalmente despierto y, al mismo tiempo, sin intentar controlar, aceptando ser visto y conducido por lo que está en mí. Este mi zazen no es un tiempo de análisis, ni de cálculos. Es abandono de todas mis filias, de mis fobias, de mis neurosis, de mis nombres, de mis pertenencias. Es wu-wei: hacer sin hacer, fluir con la vida. Este zazen es ser universo, ser astro moviéndose, ser pequeña arena movida por el viento, ser la ola de la orilla, mientras respiro en cada respiración, mientras clamo en amor.

Recuerdo estar muy preocupado por mi yo: ¿qué pasará conmigo?, ¿qué hay de mí?, ¿cuál es el significado de mi existencia?, ¿hacia dónde voy?, ¿que haré mañana? Todo eso he de abandonarlo y me cuesta, me cuesta abandonar esos cálculos, abandonar ese control. Está tan metido en mis genes, en mi mente, en mi corazón, que no sé cómo hacer. Por eso me siento aquí, respiro y dejo fluir una y otra vez la vida. Renuncio a responder a las preguntas que aparecen que son como nubes en el cielo: ¿de qué va esto?, ¿cuál es el destino?, ¿cómo interpreto esto?, ¿qué pasa con esto?, ¿cómo juzgo esto?, ¿cómo controlo esto? Respiro, clamo, escucho.

Perdí el sentido de la otra orilla. Pensaba que había una orilla a la que, cuando llegara, obtendría el significado. Pero ya no veo otra orilla, solo veo el mar, solo veo el camino. Por lo tanto, he de seguir caminando.

Callo y escucho, abandono, salgo, entro, me pongo en camino, cierro la puerta. Una decisión, una decisión que realizo. Por eso estoy aquí, porque he decidido salir, entrar, ponerme en camino. Hay, pues. una ruptura, un desprendimiento de mi lugar propio, para venir al lugar común. 

Amo a mis padres, a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos. Pero todos ellos son aquí, en este silencio, y me desprendo de posesiones y de dependencias. Acepto ser solo un cambio permanente, acepto convertirme en nómada. Pero no nómada de mil lugares, no nómada que recorre muchos paisajes, sino nómada de mí mismo, nómada de esa imagen, esa identidad, ese personaje que creé, y salir de él y quedarme sin él, quedarme sin esa estructura que creo que me define. Nómada de mí mismo, aceptando caminar y cambiar continuamente.

En este momento, hoy, aquí, en este movimiento hacia el silencio, hago esta aceptación, dejando todo atrás, dejando mi maleta, mis lugares propios. El Buda Gautama se rapó el pelo para simbolizar que dejaba todo atrás. Jesús salió de su hogar y no reconoció su hogar como propio. Yo simbolizo hoy aquí, en este silencio, mi decisión de romper con las pertenencias y con las identidades. Sí, en ansias, 'en ansias de amores inflamada', siguiendo ese anhelo: salir, entrar, 'no ser notada'

Me sitúo en la no-dualidad, no en el yo que se sienta y que mira y que escucha, sino solo el sentarse, solo el escuchar, solo el mirar. Dudo, tanteo, echo para atrás, me echo para adelante, pero decido estar ahí. No tengo nada que hacer, nada que perseguir en este sentarme en silencio. Una nueva forma de relación, de conexión, con cada momento, con cada instante.

Pero ¡hay tanto que soltar! ¡Hay tantos esquemas y esquemitas, personajes y personajitos, instantes, historias, cargas y heridas, pequeños y grandes apegos! No estoy limpio todavía y todavía arrastro mis pequeños payasos, mis mimos, conmigo. Pero iré dejando fuera todo, ahora, de forma tajante y radical. Iré dejando fuera, haré ese ejercicio. Como dice Jesús,: "Deja que los muertos entierren a tus muertos". Es un dinamismo de peregrinación interior que no me llevará a ninguna Tierra Pura, que no me llevará a ninguna otra orilla, sino simplemente a limpiar, en ese peregrinar, todo aquello que me lastra, abandonando los entornos de seguridad, abandonando las creencias de salvación, abandonando los agarres a los que me fijo. Salgo para comprender eso de no tener un lugar, de ser nómada de mí mismo, de no haber un lugar fijo, de no tener capacidad de control. Salgo para escuchar, para dejar los ruidos, para dejar la palabra, para limpiar la mente, para situar mi corazón. No se trata de que calle porque no sé nada que decir, sino que callo para que todo se exprese, que sea otra voz la que hable.

Como dice Corbí: 

“Los sentires deben calmarse, los pensamientos deben silenciarse, los razonamientos deben desaparecer, si se desea que el sentimiento del puro ser pueda desarrollarse y ser plenamente vivido. El enemigo está en los pensamientos y sentimientos. Ellos crean el mundo y sustentan el ego”.

Este es el sentido de ‘cerrar la puerta’. No renuncio a mi mente, pero mi mente es un instrumento, no soy yo; no renuncio a mis sentimientos pero mis sentimientos son una expresión de la vida, no soy yo. Cuando me identifico sustento el ego. 

Así, pues, me pongo en camino, entro en silencio en mi bodega, me siento, sin saber dónde estoy, acepto no controlar lo que pasa, respiro, clamo en cada respiración, profundamente vivo. Aceptando la vibración de todo en torno a mí, me dejo guiar, en silencio, en humildad.

Esta entrada fue publicada en Teishos del Retiro de Junio de 2022. Guarda el enlace permanente.

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