La música callada, la soledad sonora

(…)

la noche sosegada,

en par de los levantes de la aurora,

la música callada,

la soledad sonora,

la cena que recrea y enamora (…)

 

Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya solo en amar es mi ejercicio.

 

Escucho la canción del ruiseñor.

El sol es tibio, el viento es suave, los álamos de la ribera son verdes,

¡ningún buey puede esconderse aquí!

¿Qué artista puede dibujar esa maciza cabeza, esos majestuosos cuernos?

 

Al oír la voz, puedes sentir su fuente.

Tan pronto como emergen los seis sentidos,

atraviesas la puerta.

Dondequiera que uno entre, uno ve la cabeza del buey.

Esta unidad es como la sal en el agua, como el color en los tintes.

Lo más sutil no está separado de tu mismidad.

 

Los escenarios van cambiando. A veces ha habido zozobra, resistencia, ruido en vez de silencio, y otras veces, de pronto, se destila una calma profunda. Y me gustaría estar siempre en esa calma profunda, en ese gozo interior. No siempre es así, pero hoy espero hablar desde ese gozo interior, desde ese momento. Momento en el cual se empieza a entender eso de la ‘música callada’: contemplo la existencia, contemplo el silencio denso que existe en todo y entiendo esa palabra que decía Willigis Jäger, a menudo: ‘Escucha el silencio tras el silencio. Escucha el ritmo de la vida, que no necesita interpretarse, que no necesita entenderse.’

Eso es lo que el poeta místico, entiendo que quiere decir con ‘la música callada’. No el atronador ruido de los acontecimientos, no el ritmo trepidante de las cosas a hacer, la actividad que ha de ser justificada. Simplemente la realidad expresándose en armonía, silencio en la armonía, por fin estoy en paz. Desde una profunda comprensión que no sé de dónde viene y no sé explicar.

Por un momento, mi mente y mi corazón están unificados. Tantas veces los veo una, por un lado, otro, por otro, la mente intentando domesticar el corazón, el corazón que no se entiende a sí mismo. Entonces, esa frase de los antiguos ‘mente-corazón’, el shin de los chinos. Aquí se expresa en un único momento: no separo ni rechazo mi mente racional, lógica, analítica, capaz de entender, capaz de meter en palabras la realidad, pero no me fío solo de la mente, sino que mi corazón, mi intuición, esa sabiduría profunda que surge desde dentro, se unifica en la expresión de este momento, produciendo un gozo profundo de vida.

Respiro desde el hara, el centro del abdomen, mirada recta, y observo la dinámica de las cosas, de los seres, el ritmo de la vida, el color de la montaña iluminada por la tarde, de la luminosidad, del cambio de la temperatura, de las pequeñas cosas que van sucediendo… Son ‘mis cosas’: no hay límites, no hay separación, estoy integrado, estoy incorporado, a la armonía del ritmo que se mueve en cada momento.

La palabra armonía es importante. Es como un danzar, como una suave transición que, momento a momento, se expresa, que hace que todo continuamente cambie, que todo continuamente esté evolucionando, que las cosas y los seres aparezcan y desaparezcan, y esta existencia también. Pero esta existencia ya no es este ‘yo’ que creo ser, porque no hay ese ‘yo’, solamente hay acto, solamente el momento, solamente hay manifestación y disfrute de esta realidad. Una armonía en el centro del alma, en el centro del ser, mientras los personajes van apareciendo y se van apagando, mientras las preocupaciones aparecen como olas en el mar y se van disminuyendo, se van suavizando.

Y, mientras, he abandonado el control: ya no controlo, ya no cojo la vida como si fuera un objeto. La vida me coge. Las cosas y los seres que yo quería controlar no sé dónde están. Hay un sentimiento de rendición: me he rendido, me he rendido ante la existencia, me he despojado de esa neurosis individual de querer situar fuera de mí todo lo que existe y, desde ese ‘mí’, querer manejarlo todo. Lo he soltado.   

Y me he vuelto perdidizo y los que me contemplan creen que ya no soy el que era antes: el controlador, el que tenía las cosas claras, el que sabía lo que era bueno y lo que era malo, el que tenía el consejo a punta de boca, soltando fórmulas para guiar a las gentes. Ya me faltan esquemas, ya no tengo esquemas, y me muevo en oscuridad. Acepto estar en oscuridad y no tengo prédicas que dar a nadie.

He decidido permanecer en la realidad, aceptando incorporarme a ella, respirando siempre en silencio y mientras escucho el silencio de trasfondo. Y lo escucho cuando ando, lo escucho cuando me quedo parado, lo escucho cuando como, lo escucho cuando miro, cuando palpo, cuando alguien me mira, cuando el sol me mira. Y, en cada paso, ese fuego de transfondo crepita y los truenos, relámpagos y vientos que me mueven en mi existencia, no consiguen apagar ese fuego de trasfondo, ese silencio armonioso que me acompaña en el fondo del corazón. No es la perla separada, no es la fórmula magistral prendida en el fondo del alma que tengo que encontrar. Es todo en sí, el buey blanco está en todas partes. Allí donde miro ahí le veo. Y hay una apertura, un espacio silencioso, una sensación de abrazar lo que existe, que me anonada, me llena de emoción y me hace sentir vibrantemente vivo.

“Ya no guardo ganado, ya no tengo otro oficio,

que tan solo el amar es mi ejercicio”.

¿Qué es el amar en esta experiencia de gozo? ¿Por qué hablo del amor?

Comunión, conexión, de todo en todo. Desde mi individualidad, cuando salgo a amar, es un esfuerzo, es una continua negociación donde tengo que trajinar manteniendo la frontera de un ser individual y acercarme a tú, a ti, en una toma y daca. Y, por tanto, desde ahí, lo que hago es una mercantilización de ese tomar y recibir. Pero ahora, desde la ruptura de mi frontera, desde no saber quién soy yo, amor es comunidad, amor es el estado natural de las personas, amor, como dice Willigis Jäger, es ‘la quintaesencia de la realidad’.

Amar es darse sin esperar recibir, amar es una continua donación de la existencia, sin objetivo, sin decir ‘¿Por qué no me quieren?’, sin decir ‘¿Qué recibo a cambio?’, sin decir ‘Tengo derecho a’, porque decir todo eso significa de pronto me meto en mi celda y desde mi celda empiezo de nuevo a negociar. ¿Soy capaz, seré capaz, desde esta experiencia de gozo, estar dando, estar derramándome ‘en ejercicio’, sin pedir nunca nada, sin esperar nunca nada, aceptando no recibir a pesar de que doy?

Amar es sembrarme para bien de todos los seres, esto es, despojarme, desmembrarme, derramarme, en hechos y circunstancias en las cuales he de morir, porque la semilla muere y, si he de ser semilla, he de hacerlo en mis proyectos, en mis acciones, en mis cosas, dejándome sembrado y desapareciendo, no pretendiendo legados, no pretendiendo herencias, no pretendiendo nombres que poner a esa siembra, siendo simplemente un instrumento para el bien de todos.

Amar es florecer, es ser flor y luego ser fruto, ser capaz de expresar la belleza que significa la vida, pero expresarla desde aquí, expresarla en harmonía, expresarla en delicadeza, en comprensión y, como una flor, mostrar toda la belleza que hay en mí, y luego ser capaz, de la misma flor, de caer, caerse los pétalos, llenar de semillas y dar el fruto.

Amar es rendirse, es abandonarse, es no tener ningún espacio que defender, ningún esquema concreto que sea ‘mi’ esquema, ‘mi’ creencia. Y, en ese abandonarse, aceptar que soy conducido, soy conducido por la vida, conducido por la existencia, dejarse ir, no por un nuevo padre, no por un nuevo gurú, no por un nuevo dios, dejarse guiar por la existencia, por cada momento. Hay una sabiduría esencial en el seno del ser, que en la tradición budista se llama el prajna, el prajnaparamita, que surge desde el fondo del alma en cada circunstancia y nos cuesta mucho, me cuesta mucho, no meter esto en conceptos mentales, no quedarme en analizar ‘Bueno, vamos a ser sensatos. Vamos a ver esto cómo va’ y quererlo meter a través de mi mente. Le llamo intuición, pero es algo más profundo que mi intuición. Es saber lo que toca y saber fluir con lo que toca.

Por lo tanto, amar es despojarse, despojarse de utilidades, de apariencias, de personajes y estar dispuesto a ser expuesto, como decíamos en el tema de la bodega: quedarse en la oscuridad para ser expuesto. Hace falta una profunda convicción, una profunda experiencia de la ruptura de límites, para aceptar desnudarse y ser expuesto. Continuamente andamos montando barreras para defendernos, para prevalecer. Lo tenemos en nuestros genes, me contaba antes alguien, y en nuestros genes existe la necesidad de poder establecer barreras a nuestra existencia para poder prevalecer. Y ahora se nos dice, en esta cosa del zen, que tenemos que desnudarnos despojarnos y aceptar ser expuestos, porque no hay nada que decir.

Y este fuego no se ha apagado. En medio de esta experiencia, de este valle sereno, en el cual siento el gozo de vivir, siento más fuerte el anhelo, siento más viva la comprensión de que, dentro de mí, está todo el Universo en explosión, en fuego, en vida que se expresa. En mí esto va produciendo un baño paulatino de enamoramiento de la vida. Soy enamorado en vivir, pero no de la vida en abstracto, sino de la vida en concreto, de las cosas, de los momentos, del disfrute del momento, de las personas, de los seres. Cada momento es precioso y, en ese momento, yo me expreso en amor.

Os he dicho antes que iba a hablaros desde el momento de gozo. ¡Ojalá siempre fuera así! Ojalá siempre fuera así, pero, en el momento del gozo, esto es lo que siento: un enamoramiento vital, en cada paso, en este paso, que es el único paso. Sea ‘mí’ caminando, sea ‘mí’ en el ordenador, sea ‘mí’ mirando a un ser querido, sea ‘mí’ mirando un drama, ese momento es el momento del enamoramiento, no un estado especial reservado para determinadas circunstancias que yo elijo. Eso es otro tipo de cosas. Estoy hablando de una integración completa y sin defensas en el momento vital.

Obviamente, mientras miro, si me expongo, si me enamoro, acepto no controlar y acepto ser vulnerable. Y en este ‘ser vulnerable’ acepto las consecuencias de vivir de esta manera. Vivir así. Y esto exige, como dirían en Cataluña, dos pensadas. Porque es poco razonable. Vivir interiormente como un poeta loco, como un enamorado de la existencia, sin medir nada, sin calcular, al tiempo que mi mente racional, mi comportamiento profesional, mi deber familiar, mi infraestructura vital, está ordenada. ¿Cómo combino esas dos cosas? ¿Cómo manejo mi existencia de forma que pueda hacer lo que toca en cada momento, mientras el fondo de mi alma está clamando en amor? ¿Y cuál es la consecuencia práctica que eso significa en el comportamiento cotidiano? ¿Cuál es la calidad de la vida que aparece en mi existencia cuando esto es asumido en plenitud? Porque o es una historia de locos, un momento enajenado, en el cual me lo pasé muy bien y en el cual me sentí en armonía con el Universo, pero luego volví a la realidad; ¿o es el estado de vida real? Y si lo es ¿cómo va oscureciendo esta cotidianiedad separada individual en la cual pretendo defenderme?

Claro, antes, era sencillo, como vengo diciendo estos días, considerar un destino especial al cual llegaré y mientras tanto voy calculando los pasos, voy midiendo los espacios, voy midiendo los momentos, voy analizando, voy controlando. Pero ahora, desde esta experiencia de apertura sin límites, no hay ningún destino especial, no existe. ‘Los cuernos del buey ocupan todo el horizonte. Allí donde miro, allí está’. No hay ningún momento que yo tenga que esperar.

O sea que, por un lado, aquí en oscuras y a oscuras estoy clamando desde el fondo de mi alma, y por otro lo tengo ya aquí. Y esto me genera la convicción de que, aparentemente, me pondría en contradicción. Pero, realmente, en la experiencia, hoy, aquí, en este retiro, en este momento, me siento en paz. Y, acepto, con humildad, no controlar, comprender ni aprehender lo que está pasando. Lo acepto en paz.

Eso sí, voy quitando caretas, voy tirando posturas, voy no engañándome más, montándome historias ni historietas. Voy empezando a ser lo que me dice Lin Chi, de no fiarse de las palabras tontas de los antiguos, de los mensajes metidos en conserva. Me acepto una y otra vez seguir caminando, a pesar de la contradicción.

Si acepto ‘amar como ejercicio’, no debo esperar ganancias, no debo esperar prendas. Debo simplemente sentir la conexión en cada instante realizada. En todo el drama de la existencia, también en las lágrimas, en el gozo profundo, en la sonrisa y en la risa, pero también en el dolor, en la insuficiencia aparente, en la herida que no se cierra. Y acepto estar entregado, perdido, enamorada, me lleve donde me lleve, como un río profundo que está en el centro de mi existencia mientras hago lo que toca en cada momento.

No es mi proyecto, no es mi actividad; es lo que yo diría que es el proyecto del Amado, es la actividad del Amado. O, si queréis, de otra manera, menos “religiosa”, es el proyecto del Universo, es el proyecto de la existencia en el cual estoy incorporado. Y no hay un momento extraordinario, porque lo ordinario es lo extraordinario, cada momento ordinario es lo extraordinario y la tarea que toca ahora, en este preciso momento, estáis escuchando, o, en otro momento, estoy caminando, es ‘la tarea’ principal, es ‘la tarea’ esencial.

El poeta dice: “antes guardaba ganado”, esto es, estaba en la dinámica del cálculo de las cosas. Ahora, (no lo dice, pero yo lo siento así) ‘sigo guardando ganado, pero lo hago desde el amor, lo hago desde la práctica amorosa’ que hemos iniciado.

Dejo de buscar alguien o algo, allá lejos, allá fuera, y entro en mí, mientras transito de un personaje a otro. Tampoco rechazo mis personajes, tampoco rechazo mis caretas, pero sé que son caretas, no soy yo. Este personaje no soy yo, me toca serlo, en este momento, me toca ser ahora el meditante, me toca ser ahora el que habla, pero no soy yo. No es ‘yo’ quien os habla. Pero ¡ay!: ‘¿Quién es?’ No puedo responder con palabras.

Transito de una circunstancia a otra mientras el flujo interior, el río interior sigue. Parece que hay mucho ruido y me muevo de ruido en ruido, pero no hay ese ruido, hay un silencio de trasfondo. Y en él habito. Y habito en ese silencio porque lo he experimentado y no me abandonará. A veces le escucharé más, a veces le escucharé menos, pero ahí estará. Y a él he de volver una y otra vez. A escuchar esa ‘música callada’, ese silencio en medio del atronador trajín de cada día, donde paso de esto a esto, de esto a esto, pero detrás me acompaña, no como un segundo personaje, sino como la esencia que se mueve de una cosa a otra, ese silencio de transfondo, esa armonía, esa poesía del alma que me hace estar aquí realmente y estar enamorado realmente de lo que ocurre en cada momento. Y que también me salva en los momentos en los cuales, las circunstancias son radicales o puedo perderme. Esos momentos de drama, de violencia, de incomprensión, donde mi tendencia del pasado era saltar en la defensa del individuo, en la defensa del mundo o en la defensa de las cosas, y ahora es saltar, pero manteniendo la raíz en esa armonía que no me abandona.

A alguien le contaba como me sirve a mí la analogía de Jesús de Nazaret en medio de la tormenta en la barca. Cuando todos los discípulos estaban agitados, inquietos, porque había una tormenta tremenda, la barca era pequeña, se estaba llenando de agua, ‘¡Nos vamos a hundir!’, mientras el Maestro estaba durmiendo, pienso que incluso roncando. ‘¿Cómo puedes dormir así, Maestro?’ ‘¿Qué teméis? ¿Por qué teméis?’ Imaginaros que somos capaces, siguiendo a nuestro maestro, de poder, en medio de la tormenta, en medio de la violencia, en medio de no comprender, mantener esa calma, estar depositado en el seno del Universo manteniendo esa paz inamovible.

Hay una voz que continuamente nos susurra, resuena por todas partes. Dice el poeta:

¿Por qué no puedes alcanzarme -dice el poeta- a través de los objetos que tocas?

¿O respirarme a través de los olores?

¿Por qué no me ves? ¿Por qué no me escuchas?

¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Para ti mis delicias albergan las demás delicias

y el placer que te procuro sobrepasa todos los placeres.

Para ti soy preferible a los demás bienes.

Soy la belleza, soy la gracia.

Ámame, ámame a mí solo.

Piérdete en mí, en mí solo.

Únete a mí.

(…)

Estoy más cerca de ti que tú mismo (…)

 

Ibn Arabi necesitaba expresarse de una forma erótica para captar este enamoramiento y expresarlo en este momento vital.

‘Al oír esa voz siento la fuente y atravieso la puerta’.

Cada vez que esa voz se manifiesta, ‘atravieso la puerta’ y, en ese momento, paso desde la diferencia a la igualdad, en ese momento, paso de la diferenciación a la igualdad, paso del ‘ser yo’ al ‘ser eso’. Es, por tanto, una experiencia, de sentirse conectado a la fuente, paso desde la elección y el rechazo, a la aceptación y a la pérdida, paso desde el pedir al dar, paso desde el medir y el controlar al wuwei, al hacer lo que toca, a no hacer haciendo, paso desde el hablar al escuchar.

 

‘En la interior bodega

de mi amado bebí,

y cuando salía

por toda aquesta vega,

ya cosa no sabía,

y el ganado perdí que antes seguía.

‘Me hice perdidiza y fui ganada’.En esta experiencia todo está conectado. Hay un verso que, en la antigua sangha, se decía antes de comer: ‘El comer, la comida, el que come y el que prepara la comida son vacío’. Quiere decir: es lo mismo, está conectado. En cada acto, pequeño o grande, esta conexión puede aparecer muy pronto y entonces es cuando dice el poema: ‘El ruiseñor canta, el sol es tibio’.

Miro a los ojos del niño triste, en ese país pobre, en guerra, y mirando a los ojos me rebelo y tengo tentación de separarme de nuevo, y diferenciar entre los tiranos, los que oprimen y los que son oprimidos. O siento lástima. O le veo allí y quiero ayudar. Le ayudo desde ‘yo’. Sin embargo, esos ojos son, como dice el poema, ‘los que tengo en mis entrañas dibujados’. No son ‘esos ojos’, están aquí (en mi interior) y, desde ahí, su tristeza es la mía, su miseria es la mía, su inocencia es la mía, la herida del mundo es mi herida, y es diferente luchar en contra de la tiranía desde la unificación de la existencia que desde la individualidad separada. Y, en esos ojos, puedo ver el brillo de la vida también y puedo también enamorarme de esos ojos, porque he abandonado mi hogar propio y he venido al hogar común, he dado ese paso y he decidido venir al hogar común. Siendo, como decía, nómada de mí mismo, caminando por los caminos del mundo, en cada momento.

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