Yo, María de Magdala…

Yo, María de Magdala, desposada y compañera de mi amado Yeoshua, que sufrió tormento y murió a manos de los romanos, a quien yo llamo rabboni y compañero del camino, amigo fiel y maestro mío; de él doy testimonio.

Tras la muerte de su hermano, Santiago el Justo, atormentado con piedra a manos del poder del templo, tras la diáspora de la comunidad de Jerusalén, me refugié en Éfeso, y desde aquí, en los años postreros de mi vida, escribo con el espíritu encendido, y la memoria todavía fresca, de lo que recibí de mi esposo y maestro, de quien no me separé desde su vuelta de Perea, ni en su vida ni en su muerte, y quien hasta el día de hoy me acompaña en espíritu, tal como lo hacía cuando estaba en la carne, a fin de que a través de mis palabras, experimentéis la vivencia y manifestación del Reino del Padre viviente en vosotros.

Todavía mi corazón se conmueve profundamente recordando la figura de Yeoshua, cuando volvió del desierto de Perea, tras pasar meses con Juan, y posteriormente adentrarse en la soledad del desierto. Él vino en primer lugar a Magdala, para encontrase conmigo. Había perdido varios kilos, estaba sucio, cubierto del polvo del desierto y con los pies hinchados y con llagas del camino, pero sus ojos…sus ojos estaban inundados de luz. Al verme, su boca, ajada por el salitre y quemada por el sol, se abrió en un gesto de alegría, que fue para mí como ver una hermosa puesta de sol a la orilla del mar. Yo también había transitado de la oscuridad y la duda a la luz, pero al verle, al abrazarle y al besarle, sentí fuertemente el significado final de la existencia, que experimentaba en él y también en mí. 

El exclamó: ¡María…María!, querida mía, bajé a lo más profundo y me sentí perdido, pero mi momento se transformó de improviso, sentí la presencia del Padre viviente dentro de mí, y todo se unió, y yo me disperse…ya no siendo nada en particular, siendo las piedras y el mar avistado a lo lejos, el cielo, la arena y el viento… si amada mía, siento el renacer en mi espíritu y un gran fuego se ha desatado, y siento el Padre viviente en todo lo que crece y en todo lo que está quieto, en lo que es, y en todo mi ser y en el tuyo, por lo que ya no puedo sentirte diferente a mi… y mi existencia estalla de gozo en este vivir. Ya no necesito decirte que te amo, pues tu eres yo y yo soy tu. No somos dos, ni lo hemos sido nunca. 

Ese reino, ese reino que decíamos esperar, un reino de justicia, de amor y de paz que resolvería la penalidad del pueblo, de los más pobres, por una acción del más allá, está ya aquí, dentro de mí y dentro de ti, en toda la existencia… y se esparce por toda la tierra. 

Al escucharle, y sentir su profunda manifestación, mi corazón saltaba de gozo, pues confirmaba lo que yo también había experimentado en duro proceso de silencio. Y sí, con lágrimas en los ojos y acariciando sus quemadas mejillas, asentía, veía lo que él decía, con lo misma certeza con las que veo las piedras del camino, los cacharros en la lumbre o los niños jugando en el patio. El Padre Viviente está en todas partes, es todas partes. El espíritu divino inunda cada acción, cada cosa, cada ser, sufriendo con el que sufre, con el que pena y es oprimido y abusado, alegrándose con las sonrisas y las risas, con la belleza en los campos en primavera, y, con cada cosa, con cada lugar. Yeoshua, mientras con bálsamo curaba su cansado y llagado cuerpo, repetía como si rumiara las palabras:  ¡…no separación…no separación…!

Marchamos a los pueblos de Galilea, a Cafarnaúm y a las villas en la orilla del lago, pues él quería estar en medio de la gente, de los más pobres, y anunciarles la buena nueva que ardía dentro de nosotros. Evitaba entrar en las ciudades, donde habitaban los poderosos, por lo que no fuimos ni a Séforis ni a Tiberiades, ni al principio a Judea, pues sentíamos que nuestro lugar estaba al lado de los que más necesitaban, de los braceros y los mendigos, de los más vulnerables, para anunciarles que ellos eran los más cercanos al Padre, para darles esperanza en una vida de justicia y reparación, una vida en la que son amados y cuidados. Yeoshua decía al que quería oírle: “Benditos los que nada tienen, los que tienen hambre y sed… serán saciados y tendrán la primicia en el Reino” 

Pero Yeoshua hablaba del reino de una forma diferente a Juan, él no anunciaba el reino como algo que había de venir como una manifestación especial de Dios, como una imposición desde fuera, sino que ponía en las manos de cada cual la manifestación actual de un reino de justicia, de igualdad, de paz y de amor. He de reconocer que entonces pocos comprendían lo que esto significaba, pues Yeoshua colocaba a todos, a cada persona, dueña de su destino y responsable de su vida, pero la gente de los pueblos, la gente humilde, al ver su gesto y convicción, se conmovían y alegraban. Él expresaba el Reino como la realidad actual de la existencia, ya presente en todo lo que existe, para lo que no había que volver la espalda. El Reino es la realidad que está en el seno de los seres. Había que quedarse en silencio, escuchar, estar atento a la existencia para sentirlo y manifestarlo. La consecuencia era un cambio radical de las condiciones de existencia. Él decía…”es como una semilla muy pequeña, que una vez aventada, hace crecer hermosas plantas por toda la tierra, es como el polvo de levadura, que sin apenas sentirse hace crecer la masa y ofrece un pan grande, esponjoso y crujiente que da de comer a toda la familia…Buscad pues la joya escondida, ya que es vuestra verdadera realidad… y hallándola, habrá de ser colocada en lo alto de la alacena, como la lámpara encendida, que así alumbrará toda la casa”

Cuando medito en sus palabras y en su forma de vivir desde entonces, que vino a ser la mía, sin equipaje, sin casa propia, sin posesiones, entregados al viento del espíritu, a donde nos lleve, en continuo servicio, no defendiendo existencia, ni teorías, ni principios, ni ley, ni siquiera la Torah, sino siendo uno en cada lugar, en cada ocasión, en cada ser, expresando el amor que somos, os digo a todos, desde lo más profundo de mi ser: esta forma de vida es el reino expresándose, manifestándose. Y siento el gozo explotar en el centro de mi vientre y en mi corazón, y así puedo decir con él: todo está unido, todo está en todo. Como él decía: “lo de arriba es como lo de abajo, lo de delante como lo de detrás, tu, mujer, eres como yo hombre, y yo hombre como tu mujer, esta flor, este montón de basura, ese polvo del desierto que danza en remolino, es toda la existencia. Todo es comunión. Amor es comunión. Todo discípulo del reino ha de vivir de esa forma, y una vez puesta la mano en el arado ya no habrá vuelta atrás”

Sé, continuaba, que vivimos tiempos difíciles, que todo parece oscuro, que la gente desespera, que muchos creen que luchando desde la defensa de una idea, desde la rebeldía de la acción, se impondrá la justicia, pero si su corazón no se ha convertido al amor, se impondrá de nuevo otra injusticia. Sera sustituir una dominación y control por otra dominación y control. Y la oposición radical a la dominación y la injusticia ha de ser ejercida desde un corazón amante, también amando a los que oprimen mientras nos resistimos a su dominación. 

Entiéndeme, querida, continuaba con una expresión dolorida en el rostro, mientras sus ojos se encendían de nuevo, estoy radicalmente en contra de toda injusticia, toda opresión y toda miseria humana, tú lo sabes muy bien, pero me atrevo a decirte, y sé que esto escandalizará a muchos cuando sea anunciado, que yo también soy el centurión romano que levanta la espada, y el bruto que abusa de la viuda, … y siéndolo siento que mi alma está herida, y siento la oscuridad del hombre, aunque mi espíritu repose. Por eso repito, el reino manifestándose es amar al enemigo, hacer bien al que te maldice y ofende, enfrentarse a las situaciones de injusticia, pero rescatar al injusto.

Es necesario igualar, es necesario balancear la existencia, haciendo que todo sea igual a todo, hasta las últimas consecuencias. El Padre viviente no necesita perdonar, no existe la culpa ni el perdón, sino un proceso único de crecimiento del amor, desde la oscuridad a la luz…

Entiendo hermanos y hermanas, que este mensaje, que estos años ha estado en el centro de nuestras comunidades, expresión del amor y el cuidado, manifestación de la igualdad y el compartir, en los bienes, en la mesa común, se vuelve difícil cuando desde nuestra condición humana vemos los abusos y las barbaridades que los seres humanos cometemos, pero solo desde la transformación del corazón es posible entenderlo y vivirlo. Esto es lo que Yeoshua y yo misma hemos comprendido, y por eso de esto doy testimonio. 

¡Ay de aquellos, ay de aquellos…! Continuaba exclamando, mientras el fuego del hogar le alumbraba la cara, mostrando su gesto encendido mientras de pronto se ponía de pie… ¡que hacen de su interés, de su encerramiento en dogmas y ritos, imponiéndoselos al pueblo humilde como pesada carga mientras ellos gozan en sus riquezas! Siento su crueldad como latigazos que abren mi carne, pues no puedo dejar de ser ellos al tiempo, y ser también mis hermanos y hermanos que sufren. Los que ahora ríen, llorarán y los que ahora lloran, gozarán – terminaba de forma misteriosa su expresión. Entiendo que mucho de lo que habitaba en él no podía ponerse en palabras, Compensar la existencia y amar siempre, igualar y luchar frente a la desigualdad. Solo desde su visión amante podéis comprenderlo. 

Hermanos y hermanas, nuestro amado Yeoshua no predicaba extraños sortilegios ni enrevesadas enseñanzas. Sus expresiones eran directas para ser entendidas por todos. Era amor derramado en acción, expresión y canal del padre viviente, como cada uno de nosotros lo es, aunque no sepamos verlo en ocasiones. Él, sus hechos, su amor derramado es el mensaje que nos dejó, mas allá de cualquier palabra.

Aunque multitudes acudían a oírle, y su mensaje y su nombre estaba en boca de muchos pueblos de Galilea, él a menudo se escondía llevándome consigo, y se retiraba al monte para estar en silencio. Subíamos por la noche y sentados pasábamos largas horas sin decir nada, en comunión con todo. No hace falta rezar, me decía, pues en el silencio todo es expresado. Al decir palabras o expresiones, intentamos domar la existencia. El Padre ya sabe lo que es necesario. Solo hemos de estar ahí, donde toca. Aunque nos sentíamos unidos con la gente concreta de los pueblos, en esas noches estamos unidos a todo sin distinción. A veces yo le oía repetir: ¡Abba…Abba!, utilizando la expresión que dirigía a su padre José cuando era un chiquillo. Cuando le miraba preguntándole en silencio, solo respondía: “todo es uno”

Quizás alguien pueda decir, ya algunos hermanos se sienten tentados a hacerlo, que él era alguien especial, diferente a nosotros, que él podía ver lo que nosotros nunca podremos, que él podía llegar donde nosotros no podremos llegar. Me entristece mucho al oír esto. Yo, María, que soy su compañera, y que estuve a su lado en sus dudas y en sus preguntas sin respuesta, que le conozco desde niño y que le he visto crecer y permitir que el espíritu se manifieste en él; yo, María, que he realizado un recorrido paralelo al suyo, doy testimonio de que allí donde él llegó todos nosotros hemos de ir, que lo que fue, es, un ser humano completo, igual a todos nosotros. Él es lo que todos nosotros somos y hemos de manifestar. La manera más dura de volverle la espalda es colocarle en un pedestal, diciendo que su mensaje es especial y diferente de lo que está a nuestro alcance. Hermanos y hermanas, no le ofendais diciendo que vosotros no podéis ir donde él fue. Él no era nadie diferente, ni impuso su camino a nadie. Solo nos pedía, nos imploraba que amaramos, que amaramos como él nos amaba, desde la unión, desde la no separación, desde la no diferencia.

Pero yo también le he visto dudar, le he visto llorar cuando no comprendía, en medio de la noche, mientras recitaba el ¡Abba!. En una ocasión me dijo que nada estaba trazado y que a veces sus pasos se perdían, como nos ocurre a todos nosotros. 

El Reino del que el continuamente hablaba no es pues un reino de selectos y justos. Es el estado original de todos los vivientes. Sus discípulos desde la comprensión tenemos que manifestarlo así, abriéndolo a todos los seres. Él continuamente nos llamaba como hoy yo también os llamo: “sed uno conmigo, venid a ser discípulos del Reino, transformad vuestra comprensión y dar testimonio del amor”

Nos pedía que aprendiéramos a conocernos, no desde la mente o en interés egoísta, sino desde atravesar la experiencia, llegando a conocernos en el seno de nosotros mismos, sabiendo que todo habita en nosotros. Solo así seremos hijos del padre viviente, decía.

Cuando en una ocasión, al finalizar nuestra noche de silencio, mientras le abrazaba y miraba sus ojos encendidos, le pregunté: “¿Quien realmente somos, Yeoshua?”, él me dirigió una de sus misteriosas sonrisas, y mirando al cielo que estaba plagado de estrellas, dijo con un suave murmullo: “Somos quien somos”, repitiendo la respuesta que Yavhe le dio a Moises. Yo entendí.

Tras estos años he podido ahondar en el seno de mí misma su experiencia, igualándola a la mía. El volvió al origen y rompió con las circunstancias, mostrando el camino que todos recorremos. Recuerdo haberle oído en una ocasión decirle a Santiago, su hermano, mientras caminaban: “hermano, hermano mío, donde está el origen, allí está el fin. Bendito sea quien está de pie en el origen, pues también lo estará en el fin”. Cuando parecía que había terminado de hablarle, añadió tras unos momentos de silencio “…Todo acabará bien…” 

Ahora, tras años de silencio y de diáspora, tras la pérdida del templo y la masacre de las centurias romanas en nuestro pueblo, he recordado muchas veces la frase …” todo acabará bien” …lejos de hundirme en la depresión y de considerarla un deseo infantil, supone para mí un acicate para volver continuamente a dar el salto al Espíritu, al origen qué, como él decía, sopla por donde quiere y está siempre a la mano…

Insistía, en la noche en torno a la fogata en la intemperie: “Soltaos, ayunad de todo aquello que os ata, de aquello de lo que dependéis o que consideráis vuestro. Solo cuando os desnudéis de esta manera estaréis preparados para el reino”

Y añadía, inmediatamente después de partir el pan y repartirlo, como muchas veces hizo en su casa con su madre viuda: compartid, compartid siempre, a manos llenas, pues nada es vuestro, nada os pertenece. ¿O queréis llevaros vuestra dote allí donde iréis con vuestra mortaja? Dad siempre. Si alguien os pide la túnica, dad también el manto. Dad y se os dará. Una medida abundante, repleta. Vacíos habéis entrado en el mundo, y vacíos saldréis del mundo de nuevo.

Al decir esto, acariciaba a los niños que jugaban con él, y cogiéndome a mí de la mano, depositaba en ella un beso, indicando que compartir es el estado natural de las cosas, el símbolo de la unión, de la esencia de la forma de vida en la que habitaba, y yo también con él. Compartir era la expresión de la vida que veía por todas partes. Todo está conectado. No es posible la separación.

No era mi amado un profeta esotérico apartado de la gente, predicando formulas no entendibles, sino que siempre era un ser humano cercano, jugando con los niños, disfrutando de un vaso de buen vino, o riendo las bromas que él hacia o veía hacer a otros. Consolaba a la viuda y al mendigo, curaba el alma y el cuerpo de quien se acercaba, y se enfrentaba al avaro y al que se creía poseedor de la verdad. 

Yeoshua no era un predicador que solo tenía palabras, sino un profeta del pueblo que primeramente predicaba con su ejemplo y sus gestos, que hablaba un lenguaje sencillo que todo el mundo podía entender, que actuaba continuamente, que vivía con pasión cada instante como un acto de amor. Me siento privilegiada por haber sido su compañera y sentir su amor en mí, pero él lo tenía hacia todo ser viviente, en cada momento, en cada lugar. Desde la vulnerabilidad y la duda él convirtió su vida en la expresión completa del espíritu. ¡Siendo en todo iguales a él, que maravillosa forma de vivir tenemos y habremos de tener! Nuestro maestro amado entró por la puerta por la que todos habremos de entrar.

En una ocasión, y allí quizás empezó el proceso que le llevaría a su muerte, le preguntaron unos sacerdotes, que tramaban cogerle en trampa: “muéstranos la esencia rabbí, dinos donde habremos de encontrar al Padre viviente del que hablas”. El, mirando al desierto a lo lejos, mientras daba un pedazo de pan a un niño sucio que estaba jugando con el polvo, respondió: “¿no oís el viento, no veis la paja aventada de los campos, no veis las piedras del camino, ni sentís el suave movimiento de las ramas de los árboles?…” y haciendo silencio durante unos instantes cuando parecía que no iba a añadir nada, exclamó: “levantad esa piedra del camino y allí me encontrareis, partid el leño de ese árbol y allí estoy yo”. Al oír esto, los enviados del templo se marcharon escandalizados, murmurando que se hacía igual a Dios. 

Y cuando los discípulos le insistían tras este comentario, y le preguntaban: “dinos pues quién eres”, el mirándoles seriamente les decía: “os he estado hablando mucho tiempo y vuestros oídos siguen cerrados. Sois como ellos, que todavía esperáis ver los truenos y los relámpagos para creer, pero no sois capaces de sentir el viento, y de ver lo que las piedras y los árboles llevan en su seno. Si no nacéis de nuevo en el Espíritu no entrareis en el Reino”

Hoy en la asamblea de la comunidad, hermanos y hermanas, me habéis preguntado cómo entrar en el Reino, cómo haceros discípulos y discípulas de pleno derecho, y mi corazón se ha entristecido, pues todos estos años he estado con vosotros desde que llegué a Éfeso, compartiendo mi experiencia y la experiencia que yo he recibido de Yeoshua, y todavía no sabéis buscar en vosotros mismos. Solo os diré esto: Sois ya la luz antes de que la luz sea hecha, sois ya discípulos y miembros. Buscad en vosotros mismos, y habiendo hallado manifestarlo, como Yeoshua lo manifestó, y como yo lo manifiesto. Los hechos hablarán por sí mismos, donde no haya diferencia, donde no haya limites, donde haya unión, donde no haya separación ni exclusión, allí donde el entramado amoroso se manifieste, allí se manifestará el Reino, allí alumbrará la luz, y todos sabrán que vosotros sois, y habitáis el Padre Viviente, y el reino que sois se extenderá por doquier. 

Esto es lo que Yeoshua manifestó. Y esto es lo que yo os escribo, María de Magdala, discípula y compañera, amante y amada, para dar testimonio ante vosotros, para que, hallando, creáis. 

 

 

 

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3 respuestas a Yo, María de Magdala…

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