Subiendo a Jerusalem

Yo, María de Magdala, esposa y amante, compañera y amada, de nuevo me dirijo a vosotros, hermanas y hermanos, con temblor en el alma, para dar testimonio de la última semana y del final en la carne de nuestro amado maestro y mi compañero, Yeoshua.

En respuesta a las hermanas y hermanos que insisten en conocer el camino para entrar en el Reino y dar manifestación del Padre viviente, os díré que el camino a seguir es el camino a Jerusalén, tal y como nuestro maestro lo realizó, y tal y como hemos de realizarlo nosotros. Si no comprendemos los hechos que ocurrieron no comprenderemos realmente que es vivir según el Reino que habita dentro y que se extiende fuera, no comprenderemos el espíritu del Padre viviente. Estoy en contra de otros hermanos que quieren poner al maestro en un altar, y significar que lo que paso es un sacrificio de justificación, para dar paso al Maranatha, la venida gloriosa. No fue esto lo que el rabí me expresó, ni lo que yo entiendo como el espíritu de nuestro nuevo tiempo.

Estábamos a unos kilómetros de Betania, donde Yeoshua pensaba pasar la noche antes de entrar en la ciudad, en casa de Lázaro, María de Betania y Marta, su hermana, cuando, tras días de silencio compartido, tuve una larga conversación con el maestro, de la que aquí os doy testimonio, mientras contemplábamos las anemonas y los lirios que adornaban el margen del desierto de Judea. Era el año 30 en el mes de Nisan, Yeoshua tenía 36 años y yo 31, ambos mostrábamos un rostro curtido por el sol y el viento de las orillas del lago de Kineret, que los romanos llamaban mar de Tiberiades. Ambos manteníamos nuestro espíritu unido en este caminar, como tantas veces habíamos hecho.

Tras meses de desarrollar nuestro mensaje por Galilea, cuando nuestro rabí había ya marcado con hechos y palabras la transformación de los corazones y del comportamiento de las personas que su presencia desprendía, decidió subir a Jerusalén a celebrar el Pesach, sin descubrir inicialmente sus intenciones, que nos sorprendieron a algunos, pues hasta entonces había evitado las ciudades y todo lugar donde habitaran los poderosos. Había sido ya amenazado por Herodes, que quería encerrarle en Maqueronte como a Juan, pero que por miedo a la multitud que le seguía a todas partes, no se había atrevido hasta entonces. Yo estaba llena de temor por él, ya que había presenciado y entendido el odio y desprecio que los grandes de este mundo, los llamados maestros de la ley, y los fariseos, salvo excepciones, le profesaban, así como ya teníamos sobrada experiencia de lo que el imperio realizaba con todos a los que consideraban contrarios a sus designios. Desde que éramos niños pequeños, Yeoshua y yo manteníamos tristemente en nuestras retinas los miles de cruces que ornaban el camino de Seforis o Tiberiades, tras la rebelión de Judas galileo, Sadoc el fariseo, y los zelotes.

Daré cuenta más adelante de las muchas enseñanzas y los múltiples hechos que marcaron nuestra vida en estos meses. Son extraordinarios y me afirmaron en la principal enseñanza que cualquiera podía ver de la forma de vivir de Yeoshua : vivir desde el amor y la compasión a todos los que están en necesidad, los que lloran, los que tienen hambre, los que no tienen casa o los que son perseguidos y maldecidos por los poderes de este mundo. Deseo, hermanas y hermanos, que manifestéis en vuestro espíritu y en vuestra vida este espíritu amoroso que todo lo llena y que está en la presencia por todas partes del Padre viviente, que no deja ni al más pequeño ser abandonado o separado. Desde esta manifestación, deseo que os preparéis para aceptar y comprender lo que a continuación os relato, que constituye el tesoro principal, la esencia del significado que Yeoshua abrió para todos nosotros. Este relato está lleno de dolor. Presencié desde muy cerca el tormento de mi querido Yeoshua, que destrozó mi corazón, que compartí con la tortura de María de Nazaret, la madre, que nos acompañaba y a la que asistía y sostenía como hija, como seguí haciendo hasta su tránsito años después aquí en Éfeso. También nos acompañaban otras muchas discípulas, María Salome, María de Cleofas y varias otras. Presencié por otra parte la oscuridad en la que se sumieron sus discípulos varones, a los que les costó más comprender y aceptar la ruptura de sus expectativas y el aparente fracaso de nuestra misión. Aun hoy en día, muchos de ellos esperan la Parousia, la segunda venida del Maestro como Enviado glorioso sobre los cielos, para instaurar un reino de poder y de sometimiento de las naciones, en lugar de cultivar la manifestación del reino en sus corazonesy en sus actos y enseñar a otros a hacerlo, de hacer que el reino que Yeoshua manifestó se extienda por toda la tierra, como expresión de la misericordia y del amor que todo lo abarca.

Por ello este relato ha de poneros también a vosotros a prueba, hermanos, hermanas, para que como Yeoshua decía, paséis de la oscuridad a la luz, de la muerte a la vida del espíritu que todo lo anida. 

Subíamos a Jerusalén y acompañábamos al maestro las discípulas y discípulos, algunos miembros de su familia, su hermano Santiago, su madre y dos de sus hermanas, y un grupo numeroso de seguidores que decidieron hacer la peregrinación, esperando impacientes el surgimiento de la rebelión contra los poderes del mundo, que ansiaban desde el sufrimiento de décadas en Galilea, y el sometimiento al poder de Roma, impuesto a sangre y fuego sobre todos nosotros. 

Jesús andaba ligero, aunque con un serí0 semblante en el rostro; yo, que le conocía íntimamente, también entreví que existía una mayor tristeza en su corazón, manifestada por su silencio y su mirada a los lejos, a veces con ojos humedecidos. Habitualmente, en nuestras caminatas por Galilea, tras largos periodos de silencio, reía y sonreía, jugaba y bromeaba con todos, pero ahora el silencio era más denso, más concentrado, como si un mayor peso se hubiera puesto sobre sus hombros.

Me acerqué a él, a una cierta distancia de los que le seguían, e inicié una conversación, mientras andábamos cercano el uno del otro: ¡Rabboni!, -comencé -, no comprendo, desde hace un año que hemos iniciado este camino del Reino, has decidido situarte en la periferia del poder, alejado de los centros de los poderosos y cerca de las aldeas del lago, donde nuestra gente sufre toda clase de miserias y penalidades. ¿Porque ahora vamos a Jerusalén, donde estarás sometido a riesgo y prueba, donde te espera gente que te odia por lo que has manifestado? Tu dijiste que el Pesach es un tránsito que había que hacer en el seno de la existencia y no una peregrinación exterior ¿Por qué es necesario ahora la manifestación en el temploen Jerusalén, cuando es también el símbolo de la negociación y la decadencia de los jefes y los sacerdotes, en alianza con el imperio de Roma? ¡Temo por ti Rabboni mio!

¡Mi amada, mi discípula, María! – comenzó, dirigiéndome una intensa mirada de amor que me atravesó por entera. Aun  hoy conservo esa mirada como un consuelo, cuando recuerdo temblorosa el sufrimiento que tuve que presenciar después – Todo debe ser completado – continuó – Mira hacia atrás, ¿Quiénes somos?. Sabes que no hay entre nosotros quien manifieste la opulencia y el poder, la riqueza y la dominación. Incluso aquellos que eran pudientes, como María de Cleofás o Mateo, han hecho su opción al seguirme. Somos una banda de campesinos, los pobres de la tierra, que decimos que el reino ya está aquí, que se extiende por todas partes, que ha de ser manifestado en todo acto, en una profunda conversión del corazón humano. De forma que todo venga a ser uno, que los que están sometidos se liberen, que los pobres, los que tienen hambre, y los que lloran, manifiesten la plenitud y la esperanza. Es tiempo de confrontar, querida mía, es tiempo de mostrar la realidad con todas sus consecuencias, aun a costa de ofrecer la propia vida. De igual manera que la semilla si no muere no da fruto, así habrá de ser en nosotros. No existe un final. Donde está el principio está el final – añadió – con un eco que surgía del fondo de su corazón. – A veces Yeoshua repetía cosas que inicialmente costaba comprender y que no podían ser razonadas, solo podían ser experimentadas -.

Mira, mi amada, en los próximos días veras manifestaciones que realizaré. Manifestaciones que dan contenido y consecuencia a lo que hemos predicado durante estos meses. Mañana mismo entraremos en Jerusalén, la ciudad de Dios, que se ha convertido en mercado de perdición, alejada en muchos aspectos del espíritu del padre viviente. Entraremos por el Este, dando manifestación de lo que somos, un reino del espíritu, de los que han perdido todo para encontrarlo todo, de los que nada tiene y poseen el mundo entero, de los pobres de la tierra que han perdido el nombre y la pertenencia. Un movimiento de paz y de justicia, de esperanza y alegría para el pueblo. Mientras tanto, por el Oeste entrará el gobernador romano, rodeado de opulencia y poder terrenal, precedido de crueldad y violencia, rodeado de soldados, caballería, ornamentos y boato. Es un reino de injusticia, y muerte, frente a un reino de justicia, amor y vida. 

Verás, querida, y podrá sorprenderte conociéndome, que entraré en Jerusalén sentado en un asno, y aceptare alabanzas. Como fácilmente entenderás, después de este largo camino, si alguien deseará que entrará sentada en un asno es mi madre, que ha decidido acompañarme como una más y es de edad avanzada. Pero nuestro acto es una manifestación, una manifestación contra los poderes de este mundo, contra la forma de vivir desde el control y el sometimiento a otros, contra la vida de odio, violencia y muerte, para dar lugar a la conversión de los corazones, a la preeminencia de los humildes. Así pues, el reino de los sin nombre contra el imperio del control y la opresión, armados de la paz y de la palabra, de la unión y la convicción de que el Padre viviente se extiende en todos los seres, e igualará la existencia en beneficio de los que nada tienen.

Mientras esto decía, Yeoshua oyó una discusión acalorada a sus espaldas. Al preguntar, Santiago le respondió: discutíamos sobre el reino y quien ha de estar al frente. Dinos maestro: ¿Cuándo lo instaures, quien estará a tu derecha y quien a tu izquierda, quien será el primero? – ¿Queréis estar a la derecha y a la izda? ¿Concebís el reino del Padre como un nuevo poder de imposición sobre todos? ¿Tenéis el corazón y el espíritu tan pequeño que después de lo que habéis visto, seguís negociando y comerciando? ¿Podréis hacer el camino que yo ahora sigo hasta entregar vuestra vida? – les dijo echando fuego por los ojos, de tal forma que Santiago, Juan y Pedro se quedaron parados asustados – Si, ciertamente en su momento lo haréis – añadió con una sonrisa triste -, pero todavía no habéis muerto, por lo que aun el niño no ha nacido. Si queréis ser el primero en el reino del padre viviente, haceos el ultimo, si queréis ser el dueño, haceos el esclavo de todos, si queréis mandar, dedicaros siempre a servir sin condiciones. Así responderéis al espíritu del reino – Dicho esto se quedó en silencio mirándolos fijamente, y en esta ocasión al contrario de como acostumbraba, no termino la enseñanza con una abierta sonrisa, sino que se volvió y con gesto apenado siguió caminando mirándome de nuevo – y como si siguiera la conversación dijo – Hablé de que era más fácil que un camello pase por la puerta pequeña que un rico entre en el reino. Ahora digo, es más fácil que el pez grande se cuele por la red que los comerciantes y negociantes den presencia al reino… A pesar de todo ya están en él, pero no lo saben. Habrán de desprenderse del deseo de poder y de control y volver a nacer en el Espíritu, sin nada en las manos. Así es y así será…

-Sabes contra quien te enfrentas, rabboni, y a pesar de ello ¿vas con solo tu presencia, con solo tus símbolos expresarás la llegada del nuevo tiempo? – Le pregunte haciéndome eco de la preocupación creciente que veía en la cara de algunas discípulas – El nuevo tiempo ya ha llegado, ya está en el seno de la existencia, aunque muchos están ciegos o dormidos. Se muy bien a quien me enfrento, a quien se enfrentó Juan y a quien han de hacerlo todos los discípulos del Reino – Los poderes de este mundo también se expanden por doquier, controlarán nuestras vidas y nuestra hacienda pero no esclavizarán nuestro espíritu, los poderes del templo ponen yugos pesados a los pobres, mientras ellos viven en la abundancia y se alían y justifican la opresión, pero no son dueños del padre viviente que se extiende por doquier y habita los corazones de todos los seres. El tiempo se ha cumplido, y es tiempo de dar manifestación. Me verás volcar los negocios y los pequeños intereses de los comerciantes. Es necesario recuperar el templo como lugar de expresión de la vida en lugar de ser lugar de negociación de la muerte y la dominación.

No estoy contra los pequeños comerciantes y cambistas, tampoco lo estoy, a fin de cuentas, ya te lo dije, contra el opresor, pues también sobre él hace llover el Padre viviente, pero si contra negociar con la vida, oprimir al que no tiene, enseñorearse de la gente y tiranizarla, justificar la injusticia, y desde la posición de maestros y de dueños de la ley imponerla a los demás. Esto hacen muchos incluso aunque luego se arrepientan, en lo pequeño y en lo grande. Hoy la manifestación del reino ha de quedar evidente, el que tenga ojos para ver lo verá y oídos para oír lo oirá – añadió, y dejando un momento de silencio dijo – ya sabes lo que dicen, el viento sopla donde quiere, pero cuando lo sentimos sabemos que la tormenta viene, la aurora anuncia la mañana. Así pues, hoy el amor y la justicia debe ser manifestada, y cuando la lluvia llegue, el fruto será recogido. 

Mientras hablamos había atardecido y por fin avistamos Betania, tras largos días de extenuante caminata. María la madre, esta débil y agotada, y deberé asistirla en casa de Lázaro y sus hermanas…

 

 

Estoy aquí de pie, como solitaria, en silencio abrumador en medio del griterío de la gente y las muecas de los soldados del imperio, abrazando y sosteniendo a María la madre, que ante lo que está delante de nuestros ojos amenaza con perder el sentido. María de Nazaret es mujer fuerte, mujer del pueblo, pero ver a su hijo atravesado, ensangrentado y agonizando supone un dolor más agudo que si ella estuviera en la cruz. Eso mismo vivo yo, ¡Oh oscura sombra que se abate en la noche de los hombres, mientras el amado es convertido en cuerpo lacerante, en llaga atravesada en el madero! ¡Oh muerte que nos haces atravesar en medio del tormento, tu oscuro valle de presencia llena del grito del sufriente!. Toda mi alma, todos mis sentidos se hayan clavados en esa cruz, sudando el sudor agonizante del amado, y supurando las mil heridas en él y en mi proferidas. Como él dijo, no somos dos sino uno, así pues, amado mío, mi rabboni, he subido a la cruz contigo. Al recordar esto, hermanos y hermanas, apenas me queda espacio en el alma para las palabras o para los gestos, pues todo mi respirar de nuevo es la entrega sufriente del amado, repetida una y mil veces dentro de mí. Pero he de sobreponerme a esta presencia para poder manifestaros lo que me he propuesto. Así que abandonaré por un momento el escenario terrible para relataros lo que el maestro manifestó antes de su final sufrimiento.

El día siguiente de llegar a Jerusalén, ya he referido su gesto en el templo, cuando derrumbo las mesas e impidió los negocios; gesto tan mal entendido, como si fuera una batalla contra los que cambian moneda o venden palomas y corderos. No, es el símbolo del reino, suficientemente expresado por el maestro en un intento de recuperar el templo del padre como el lugar en el que se expresa el espíritu, la existencia amante entre todos, en lugar del centro del privilegio y del poder, del comercio, la manipulación y dominación de la existencia. 

Desde esta perspectiva hemos de entender, hermanas y hermanos, todos los gestos que el Maestro realizó y que no pueden ser interpretados a gusto y comprendidos a medias. Os pongo el ejemplo de la confrontación con la moneda del Cesar, que otros hermanos ya os han referido en otros escritos. Después de que esto ocurriera en la tercera noche de estancia en Betania, le pregunté qué significaba. Como reprendiéndome el me preguntó a su vez: ¿Qué es lo que le pertenece a Dios? – De pronto recordé el texto de Levitico tantas veces repetido en la sinagoga a la que acudíamos desde niños: “no somos más que arrendatarios y emigrantes, pues la tierra y todo lo que la habita pertenece a Dios” (25,23) – Sin darme tiempo a responder, ya que adivinó mi comprensión, me dijo: ahí tienes la respuesta. El Rabi mostró en cada gesto, incluso en medio de la confrontación, una invitación a volver el corazón, a la conversión, desde una conciencia de negociación a una existencia de donación. 

Y quiero también recordar el dicho de un maestro de la ley cuando concluyo: “Tienes razón al afirmar que Dios es único y que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con to­das las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios». Yeoshua, al escucharle se le quedo profundamente mirándolo y le dijo “no estás lejos del reino de Dios, solo te queda que lo conviertas en tu vida” – Esta y otras muchas situaciones similares se produjeron dos días antes de que nuestro rabí sufriera tormento. Quiero resaltar, para todos vosotros, que siempre que alguien expresaba y manifestaba compasión, solidaridad o comunión, el veía el reino del Padre expresándose. Este es el “holocausto y el sacrificio” que el pedía, como él nos diría posteriormente, superando el mandato del Levítico: “amaos los unos a los otros, como yo os he amado”. Ese fue su único mandamiento, su principal legado.

También fue el centro del su mensaje en la noche de su prendimiento, cuando un día antes del Pasoch nos reunió a todos para cenar, estando yo a su lado, cerca de su corazón, así como sus discípulos y discípulas más cercanos.

Sintiendo yo que estaba sintetizando su vida, que era el tiempo y estaba pronto para entregarse a la acción amoroso del padre viviente, viendo como una lagrima se le escapaba al partir el pan, él se dirigió mirándonos a todos y todas y nos dijo: No temáis, amados míos, cuando parezca que las tinieblas os rodean, sois siempre amados, por mucho que os separéis siempre estáis unidos, el Padre viviente está aquí, se expresa a través de mi boca, pero también a través de vuestro aliento, a través de la palpitación de vuestro pecho – dijo mientras me dirigía la mirada con una sonrisa triste – cuando llegue el momento de la amargura acordaros que os dije, hasta el último de los cabellos de vuestra cabeza están contados, entregaros y aceptar ser conducidos. Os amo desde vuestras sandalias, desde vuestro corazón, y no podemos separarnos. De igual forma que el padre y yo somos uno, vosotros y el padre sois uno, y lo sois conmigo – Y sin decir nada se levantó, se armó de jofaina y agua y fue lavando los pies, cansados, sudorosos y polvorientos de cada cual, de los discípulos y discípulas allí presentes. Yo le miraba, y con un impulso amoroso, en mitad del acto me levante y le ayude a secar los pies de cada cual. Al terminar les dijo: Muchas veces me llamáis maestro, y Rabi, y muchas veces os he enseñado. Esto es lo que vuestro maestro os enseña, a ser los últimos, a soltar las pertenencias y la posición preeminente en la mesa, en lugar de ser los señores que tienen derecho a ser atendidos, ser servidores, pero no de palabra, sino de hechos y de corazón, de forma que el mundo se convierta a través de la acción transformadora. Ya os dije, habéis de igualar. He sentado a mi derecha a María, no porque sea mi compañera, sino para que sepáis que quien está a la derecha es quien primero ha de ponerse a servir. Así todos sabrán que sois hijos del padre viviente. 

También me habéis oído decir varias veces – dijo mientras ofrecía el vino para que bebieran como se suele hacer en las comidas familiares – que el reino del padre está dentro de vosotros, en cada uno de vosotros, y bien es verdad que así es, y ahí es donde habrá de anidar vuestra transformación, pero siempre he añadido que “también está fuera de vosotros, se extiende por doquier”, pues qué servicio ha de hacer una bella flor si luego no da fruto. Asi, es tiempo de dar y compartir vuestro fruto, lleno de amor y comunión a todos los seres, y en eso se os conocerá que sois mis discípulos e hijos del padre, de igual forma y manera que yo lo soy. Habréis pues, cada cual, de seguir vuestro camino como yo he de seguir el mío, cada cual a su forma y manera. Ahora me oís y no me comprendéis, me veis y no me percibís, pues vuestro corazón esta endurecido y vuestros ojos y oídos cerrados, pero os digo esto para que cuándo os acordéis, y haya llegado el tiempo, comprendáis y viváis plenamente. 

Porque – continuo mientras llenaba los platos del cordero con hierbas condimentado con hierbas amargas – el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por anunciar esto, la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a uno ganar todo el mundo, si pierde su vida? ¿Qué puede dar uno a cambio de su vida? – Así pues, siendo discípulos y miembros, habréis de morir y entregar la existencia como yo ahora entrego mi existencia, para dar testimonio ante vosotros de que todo está cumplido. Para nacer al espíritu habréis de morir a la carne, y si os es pedido, estar dispuestos a entregar la vida por el reino y el amor que en todos se manifiesta.

Recordando sus palabras, hermanos y hermanas, mis ojos se llenan de lágrimas, pues en verdad entrego su vida, y luego también lo hicieron Esteban y Santiago, y luego otros muchos, y todos nosotros somos testigos de que esta comunidad, las comunidades del camino que surgen por doquier, solo se mantienen, se mantendrán si el espíritu de comunión del maestro está vivo en todos nosotros, en cada uno, en cada existencia, en cada momento, mientras todos estemos dispuestos a servir, a entregarlo todo si es necesario. Por encima de debates, y de querer tener la verdad o razón, ha de imponerse el amor y la comunión. No pretendió Yeoshua una nueva interpretación de la Torah, sino dar testimonio del espíritu que anidaba en él y que le llevo a manifestar, contra toda razón o sensatas opiniones, la oposición a un reino de injusticia, opresión y violencia. 

Estoy de pies, en silencio, como solitaria, abrazada y abrazando a María la madre, mientras los discípulos se han escondido, y el reino de la oscuridad se cierne sobre el llagado cuerpo ¿Cómo habré de entender este tormento, esposo mío? Lacerada el alma y con el corazón atravesado por las espinas que coronan tu cabeza, no logro comprender. He necesitado hermanas y hermanos, años de silencio y oscuridad, para asimilar tanto sufrimiento en el cuerpo y en el alma, para poder transmitiros el testimonio que viví en su carne y en la mía, pues yo era uno con él en la cruz. Allí, traspasado en el madero, con la carne abierta hasta el hueso por cien heridas, el cuerpo ya siendo solo carne viva sanguinolenta y agonizando haciendo el inhumano esfuerzo de otra respiración sobre los clavos candentes, alli grito con mi rabboni: ¡¡¿Por qué, por qué padre nos has abandonado?!! – Y en desesperanza muero con él, cuando el soldado atraviesa nuestro cuerpo y los líquidos se derraman. No es un sacrificio no, no es una redención. Es la consecuente evolución de la coherencia del profeta, de su enfrentamiento radical con los poderes de la tierra, me digo ahora pasados los años, pero allí, de pies, en silencio, como solitaria abandonada, no comprendo nada y me rebelo, la mente no analiza, el corazón apenas late desbocado, mientras cada respiración es un tormento añadido. Y mil imágenes me vienen a la vista, oscurecida por tanta sangre, los mil atormentados a manos de los poderosos, las viudas vejadas en los caminos, los pobres que mueren de hambre y los niños atormentados por las bestias humanas. Todas allí, clavadas a ese madero. ¡Padre viviente! Alimentas los campos con el sol, y a los pájaros del cielo y las criaturas todas, y también permites que la noche venga, y los mundos exploten y los hombres se enfrenten en crueldad. ¿Es este cuerpo mancillado otra expresión de la realidad de las cosas?, ¿es nuestro destino el despojamiento hasta perderlo todo, el dejarlo todo, el nombre y el lugar, la pertenencia y la aparente naturaleza, e incluso tu presencia protectora, para venir a ser como tu siervo doliente ahora, mi rabboni, solo algo más que un desperdicio, venir ser nada, para poder habitar el mundo? – Estos pensamientos, hermanos y hermanas, los vivo ahora tras años de aceptación profunda, y tras la manifestación presente del maestro transformado, que también os relataré. Pero ahí, al pie del madero del tormento, no pienso, no razono, no saco conclusiones, solo sufro con el que sufre, solo vivo y muero con el que muere, no porque sea mi esposo, sino porque todos morimos con él, pues todos somos uno, así que todos somos ya el divino despojado. Todos somos el que grita en la cruz, símbolo de tormento y de muerte, pero también centro que unifica todo el sufrimiento humano, en este acto, el camino a recorrer, cada uno a su manera, para la manifestación del reino divino.

Os daré testimonio pues, discípulos y discípulas del reino, de lo que he comprendido, experimentado, y aceptado tras estos años, como la perla preciosa, la realidad completa que no solo se manifiesta en los hermosos paisajes, o las dulces sonrisas de los niños, sino también en ese madero maldito en el que el amor esta clavado. 

No es el Padre el hacedor de este sacrificio. No es el acto de compensar ni redimir las ofensas humanas, de forma que ganemos de nuevo el favor de un Dios enojado, como si de un juicio retributivo se tratara. Es la coherencia final de una aventura humana entregada por completo a la justicia, al amor y a la resistencia con toda forma de opresión. El Padre Viviente también es crucificado allí, como todos nosotros. No puede ser de otra forma.

El profeta zarandeado en la agonía de la cruz es la humanidad doliente expresada, los justos que se pudren en las cárceles, los abusos y la opresión, la miseria de los sin nada a los que dedicó su vida. He entendido que la cruz es también manifestación del reino, es el drama y la tragedia, es la sequía de los campos y la tormenta del mar. Aceptaré así el tormento y el tránsito de la muerte a la vida como la evolución necesaria. Me niego a aceptar el tránsito de Yeoshua como un acto singular que nos salva a nosotros, incapaces de hacer nuestra vida por nosotros mismos, como otros hermanos empiezan a decir, como forma de quitarse la responsabilidad de sus destinos y de entender esa cruz como una expiación sustitutiva. El mismo dijo que cada cual ha de coger su cruz, cada cual, a su manera, y hacer su propio camino. Él no es único. Él es nosotros y nosotros somos él, como sois también el uno en la otra y la otra en el uno. 

Él nos mostró, como maestro nuestro, el camino de despojamiento radical, hasta entregar la vida, para la manifestación del reino por todas partes, el proceso evolutivo hacia la manifestación plena del espíritu viviente en todas las cosas. En ese proceso aceptó perder su casa, su lugar, su camino, sus ropajes y su dignidad, aceptando el destino del último entre nosotros, del esclavo y del bandido, del último ser que sufre, pero no para evitarnos el sufrimiento, sino para indicarnos el camino hacia la luz. Contemplándole allí desnudado, ultrajado, atormentado y perdido a sí mismo, clavado en el madero, acepto yo también, con temblor en el corazón, ser desnudada, ultrajada y atormentada, de igual forma que lo son tantos en el mundo, en las mil formas. Lo acepto voluntariamente no para evitarles su sufrimiento, sino para dar paso a la manifestación del nuevo mundo, en el que la justicia, el amor y la unión prevalezcan. Cada uno de nosotros nos salvamos a nosotros mismos con nuestro despojamiento y, haciéndolo, cada uno de nosotros salvamos al mundo, servimos al mundo.

Lo viejo ha de morir para dar espacio al nuevo tiempo. Yeoshua fue testigo adelantado del nuevo tiempo, y tuvo que sufrir en su carne la transformación necesaria, pero cada uno, siendo discípulos del nuevo tiempo, hemos de hacer el camino propio. No generemos el mito de poner nuestro destino en las manos del Padre viviente, evitando tener responsabilidad sobre nuestra vida y la vida de nuestros hermanos y hermanas. El padre viviente ha puesto el destino en nuestras manos, se ha hecho uno con nosotros, en la vida y en la muerte. Sirvamos a todos, como nuestro Rabi les sirvió y les sirve, seamos otro Yeoshua en cada lugar, en cada tiempo, también en la cruz, en la muerte, y también en la vida. 

Esto es lo que he comprendido, y de lo que doy testimonio, queridos y queridas. Mi espíritu esta pronto, pero a veces tiemblo en la noche, al recordar las horas de oscuridad al lado del amado, porque la carne es débil. El amado está en todas partes, aun en los momentos más oscuros. Nosotros, cada uno de nosotros está en todas partes, en los momentos de luz y en los momentos oscuros, donde nada entendemos. No alcanzamos a entenderlo con la mente, pero si con el corazón. Benditos seas todos vosotros, sois amadas, sois conducidos, somos todos hermanos y hermanas en el reino del Padre. Que la paz y el amor esté siempre presente en vuestro corazón. 

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